Escena XI

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CUESTA, DON URBANO, EVARISTA; después ELECTRA.


CUESTA.- (Recorriendo sus papeles.) ¡Qué felicidad la mía si pudiese quererla públicamente!


EVARISTA.- (Vestida para salir.) Perdone usted el plantón, Leonardo. Ya me ha dicho éste que preparamos una operación extensa.


DON URBANO.- (Dando a CUESTA un talón.) Toma.


EVARISTA.- No me asombrará de verle a usted entrar con otra carga de dinero... Dios lo manda, Dios lo recibe... (Asoma ELECTRA por la puerta de la izquierda. Al ver a su tía, vacila, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tratando de escabullirse. EVARISTA la ve y la detiene.) ¡Ah, pícara! ¿Pero no te has vestido? ¿Dónde estabas?


ELECTRA.- En el cuarto de la plancha. Fui a que Patros me planchara un peto...


EVARISTA.- ¡Y te estás con esa calma! (Observando que en uno de los bolsillos del delantal de ELECTRA asoma una carta.) ¿Qué tienes aquí? (La coge.)


ELECTRA.- Una carta.


CUESTA.- ¡Cosas de chicos!


EVARISTA.- No puede usted figurarse, amigo Cuesta, lo incomodada que me tiene esta niña con sus chiquilladas, que no son tan inocentes, no. (Da la carta a su marido.) Lee tú.


CUESTA.- Veamos.


DON URBANO.- (Lee.) «Señorita: Tengo para mí que en su rostro hechicero...»


EVARISTA.- (Burlándose.) ¡Qué bonito! (ELECTRA contiene difícilmente la risa.)


DON URBANO.- «Que en su rostro hechicero ha escrito el Supremo Artífice el problema del... del...». (Sin entender la palabra siguiente.)


ELECTRA.- (Apuntando.) «Del cosmos».


DON URBANO.- Eso es: «del cosmos, simbolizando en su luminosa mirada, en su boca divina, el poderoso agente físico que...».


EVARISTA.- (Arrebatando la carta.) ¡Qué indecorosas necedades!


DON URBANO.- (Descubriendo otra carta en el otro bolsillo.) Pues aquí hay otra. (La coge.)


CUESTA.- ¡A ver, a ver ésa?


EVARISTA.- Hija, tu cuerpo es un buzón


CUESTA.- (Leyendo.) «Despiadada Electra, ¿con qué palabras expresaré mi desesperación, mi locura, mi frenesí...?»


EVARISTA.- Basta... Eso ya no es inocente. (Incomodada, registrándole los bolsillos.) Apostaría que hay más.


CUESTA.- Evarista, indulgencia.


ELECTRA.- Tía, no se enfade usted...


EVARISTA.- ¡Que no me enfade, ya te arreglaré, ya! Corre a vestirte.


DON URBANO.- (Mirando su reloj.) Casi es la hora.


ELECTRA.- En un instante estoy...


EVARISTA.- Anda, anda. (Gozosa de verse libre, corre ELECTRA a su habitación.)