Escena IV

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CUESTA, PATROS.


CUESTA.- (Corrigiendo los apuntes.) ¡Ah! sí, había un error. A los de Yuste corresponden... un millón seiscientas mil pesetas. Al Marqués de Ronda, doscientas veintidós mil. Hay que descontar las doce mil y pico, equivalentes a los nueve mil francos... (Entra PATROS con vasos de agua, azucarillos, coñac. Aguarda un momento a que CUESTA termine sus cálculos.)


PATROS.- ¿Lo dejo aquí, Don Leonardo?


CUESTA.- Déjalo y aguarda un instante... Un millón ochocientos... con los seiscientos diez... hacen... Ya está claro. Bueno, bueno... Con que, Patros... (Echa mano al bolsillo, saca dinero y se lo da.)


PATROS.- Señor, muchas gracias.


CUESTA.- Con esto te digo que espero de ti un favor.


PATROS.- Usted dirá, Don Leonardo.


CUESTA.- Pues... (Revolviendo el azucarillo.) Verás...


PATROS.- ¿No pone coñac? Si viene sofocado, el agua sola puede hacerla dado.


CUESTA.- Sí: pon un poquito... Pues quisiera yo... no vayas a tomarlo a mala parte... quisiera yo hablar un ratito a solas con la señorita Electra. Conociéndome cómo me conoces, comprenderás que mi objeto es de los más puros, de los más honrados. Digo esto para quitarte todo escrúpulo... (Recoge sus papeles.) Antes que alguien venga, ¿puedes decirme qué ocasión, qué sitio son los más apropiados...?


PATROS.- ¿Para decir cuatro palabritas a la señorita Electra? (Meditando.) Ello ha de ser cuando los señores despachan con el apoderado... Yo estaré a la mira...


CUESTA.- Si pudiera ser hoy, mejor.


PATROS.- El señor ¿vuelve luego?


CUESTA.- Volveré, y con disimulo me adviertes...


PATROS.- Sí, sí... Pierda cuidado. (Recoge el servicio y se retira.)