El vergonzoso en palacioEl vergonzoso en palacioTirso de MolinaActo II
Acto II
Sale doña MADALENA, sola
MADALENA:
¿Qué novedades son éstas,
altanero pensamiento?
¿Qué torres sin fundamento
tenéis en el aire puestas?
¿Cómo andáis tan descompuestas,
imaginaciones locas?
Siendo las causas tan pocas,
¿queréis exponer mis menguas
a juicio de las lenguas
y a la opinión de las bocas?
Ayer guardaban los cielos
el mal de vuestra esperanza
con la tranquila bonanza
que agora inquietan desvelos.
Al conde de Vasconcelos,
o a mi padre di, en su nombre,
el sí; mas, porque me asombre,
sin que mi honor lo resista
se entró al alma, a escala vista,
por la misma vista un hombre.
Vióle en ella, y fuera exceso,
digno de culpa mi error,
a no saber que el Amor
es niño, ciego y sin seso.
¿A un hombre extranjero y preso,
a mi pesar, corazón,
habéis de dar posesión?
¿Amar al conde no es justo?
¡Mas, ay! Que atropella el gusto
las leyes de la razón.
Mas, pues, a mi instancia está
por mi padre libre y suelto,
mi pensamiento resuelto
bien remediarse podrá.
Forastero es; si se va,
con pequeña resistencia
podrá sanar la paciencia
el mal de mis desconciertos;
pues son médicos expertos
de Amor el tiempo y la ausencia.
Pero, ¿con qué rigor trazo
el remedio de mi vida?
Si puede sanar la herida,
crueldad es cortar el brazo.
Démosle a Amor algún plazo,
pues su vista me provoca;
que, aunque es la efímera loca,
ninguno al enfermo quita
el agua que no permita
siquiera enjaguar la boca.
Hacerle quiero llamar.
¡Ah, doña Juana!
Teneos,
desenfrenados deseos,
si no os queréis despeñar.
¿Así vais a publicar
vuestra afrenta? La vergüenza
mi loco apetito venza;
que, si es locura admitirlo
dentro del alma, el decirlo
es locura o desvergüenza.
Sale doña JUANA
JUANA:
Aquel mancebo dispuesto
que ha estado preso hasta agora
y a tu intercesión, señora,
ya en libertad está puesto,
pretende hablarte.
MADALENA:
Aparte
¡Qué presto
valerse el Amor procura
de la ocasión y ventura
que ha de ponerse en efeto!
Mas hace como discreto;
que Amor todo es coyuntura.
¿Sabes qué quiere?
JUANA:
Pretende
al favor que ha recibido
por ti, ser agradecido.
MADALENA:
Áspides en rosas vende.
Aparte
JUANA:
¿Entrará?
MADALENA:
Aparte
¡Si preso prende,
si maltratado maltrata,
si atado las manos ata
las de mi gusto resuelto,
¿qué ha de hacer presente y suelto,
quien ausente y preso mata?
Dile que vuelva a la tarde;
que agora ocupada estoy.
Mas oye. No vuelva.
JUANA:
Voy.
MADALENA:
Escucha. Di que se aguarde,
mas, váyase; que ya es tarde.
JUANA:
¿Hase de volver?
MADALENA:
¿No digo
que sí? Ve.
JUANA:
Tu gusto sigo.
MADALENA:
Pero torna. No se queje.
JUANA:
¿Pues qué diré?
MADALENA:
Que me deje.
Aparte
¡Y que me lleve consigo.
Anda. Di que entre.
JUANA:
Voy, pues.
Vase [doña JUANA]
MADALENA:
Que, aunque venga a mi presencia,
vencerá la resistencia
hoy del valor portugués.
El desear y ver es
en la honrada y la no tal,
apetito natural;
y si deferencia se halla,
es en que la honrada calla
y la otra dice su mal.
Callaré, pues que presumo
cubrir mi desasosiego,
si puede encubrirse el fuego,
sin manifestarle el humo.
Mas bien podré, si consumo
el tiempo a palabras vanas;
pero las llamas tiranas
del Amor, es cosa cierta
que, en cerrándolas la puerta,
se salen por las ventanas.
Cuando les cierren la boca,
por los ojos se saldrán;
mas no las conocerán
callando la lengua loca;
que, si ella a Amor no provoca,
nunca amorosos despojos
dan atrevimiento a enojos
si no es en cosas pequeñas;
porque al fin hablan por señas
cuando hablan solos los ojos.
Sale MIRENO, galán,
y dice de rodillas
MIRENO:
Aunque ha sido atrevimiento
el venir a la presencia,
señora, de vueselencia
mi poco merecimiento,
ser agradecido trato
al recibido favor;
porque el pecado mayor
es el que hace un hombre ingrato.
Por haber favorecido
de un desdichado la vida,
que al noble es deuda debida,
me vi preso y perseguido;
pero en la misma moneda
me pagó el cielo, sin duda,
pues libre, con vuestra ayuda,
mi vida, señora, queda.
¿Libre dije? Mal he hablado;
que el noble, cuando recibe,
cautivo y esclavo vive,
que es lo mismo que obligado.
Y, ojalá mi vida fuera
tal que, si esclava quedara,
alguna parte pagara
de esta merced, que ella hiciera
excesos; pero, entre tantas
que mi humildad envilecen
y como esclavos ofrecen
sus cuellos a vuestras plantas,
a pagar con ella vengo
la mucha deuda en que estoy;
pues no os debo más si os doy,
gran señora, cuanto tengo.
MADALENA:
Levantaos del suelo.
MIRENO:
Así estoy, gran señora, bien.
MADALENA:
Haced lo que os digo.
Aparte
¿Quién me ciega el alma?
¡Ay de mí!
¿Sois portugués?
Levantándose
MIRENO:
Imagino que sí.
MADALENA:
¿Que lo imagináis?
¿De esa suerte incierto estáis de quién sois?
MIRENO:
Mi padre vino
al lugar adonde habita,
y es de alguna hacienda dueño,
trayéndome muy pequeño;
mas su trato lo acredita.
Yo creo que en Portugal nacimos.
MADALENA:
¿Sois noble?
MIRENO:
Creo que sí, según lo que veo
en mi honrado natural,
que muestra más que hay en mí.
MADALENA:
¿Y darán la obras vuestras
fuere menester, muestras
que sois noble?
MIRENO:
Creo que sí.
Nunca de hacerlas dejé.
MADALENA:
Creo, decís a cualquier punto.
¿Creéis, acaso, que os pregunto
artículos de la fe?
MIRENO:
Por la que debe guardar
a la merced recibida
de vueselencia mi vida,
bien los puede preguntar,
que mi fe su gusto es.
MADALENA:
¡Qué agradecido venís!
¿Cómo os llamáis?
MIRENO:
Don Dionís.
MADALENA:
Ya os tengo por portugués
y por hombre principal;
que en este reino no hay hombre
humilde de vuestro nombre,
porque es apellido real;
y sólo el imaginaros
por noble y honrado ha sido
causa que haya intercedido
con mi padre a libertaros.
MIRENO:
Deudor os soy de la vida.
MADALENA:
Pues bien; ya que libre estáis,
¿qué es lo que determináis
hacer de vuestra partida?
¿Dónde pensáis ir?
MIRENO:
Intento ir, señora, donde pueda
alcanzar fama que exceda
a mi altivo pensamiento.
Sólo aquesto me destierra
de mi patria.
MADALENA:
¿En qué lugar
pensáis que podéis hallar
esa ventura?
MIRENO:
En la guerra;
que el esfuerzo hace capaz
para el valor que procuro.
MADALENA:
¿Y no será más seguro
que la adquiráis en la paz?
MIRENO:
¿De qué modo?
MADALENA:
Bien podéis
granjearle si dais traza
que mi padre os dé la plaza
de secretario, que veis
que está vaca agora, a falta
de quien la pueda suplir.
MIRENO:
No nació para servir
mi inclinación, que es más alta.
MADALENA:
Pues cuando volar presuma,
las plumas la han de ayudar.
MIRENO:
¿Cómo he de poder volar
con solamente una pluma?
MADALENA:
Con las alas del favor;
que el vuelo de una privanza
mil imposibles alcanza.
MIRENO:
Del privar nace el temor,
como muestra la experiencia;
y tener temor no es justo.
MADALENA:
Don Dionís, éste es mi gusto.
MIRENO:
¿Gusto es de vuesa excelencia
que sirva al duque? Pues, alto.
Cúmplase, señora, ansí,
que ya de un vuelo subí
al primer móvil más alto.
Pues, si en esto gusto os doy,
ya no hay que subir más arriba;
como el duque me reciba,
secretario suyo soy.
Vos, señora, lo ordenad.
MADALENA:
Deseo vuestro provecho,
y ansí lo que veis he hecho;
que, ya que os di libertad,
pesárame que en la guerra
la malograrais. Yo haré
cómo esta plaza se os dé
porque estéis en nuestra tierra.
MIRENO:
Mil años el cielo guarde
tal grandeza.
MADALENA:
Aparte
¡Honor, huír que revienta por salir
por la boca, Amor cobarde.!
Vase
MIRENO:
Pensamiento
¿en qué entendéis?
Vos, que a las nubes subís,
decidme,
¿qué colegís de lo que aquí visto habéis?
Declaraos, que bien podéis.
Decidme,
¿tanto favor nace de sólo el valor
que a quien honra ennoblece,
o erraré si me parece
que ha entrado a la parte Amor?
¡Jesús! ¡Qué gran disparate!
¡Temerario atrevimiento
es el vuestro, pensamiento!
Ni se imagine ni trate.
Mi humildad el vuelo abate
con que sube el deseo vario;
mas,
¿por qué soy temerario
si imaginar me prometo
que me ama en lo secreto
quien me hace su secretario?
¿No estoy puesto en libertad
por ella? Y, ya sin enojos,
por el balcón de sus ojos,
¿no he visto su voluntad?
¡Amor me tiene! Callad,
lengua loca; que es error
imaginar que el favor
de su nobleza nace,
y generosa me hace,
está fundado en amor.
Mas el desear saber
mi nombre, patria y nobleza,
¿no es amor? Ésa es bajeza.
Pues, alma,
¿qué puede ser?
Curiosidad de mujer.
Sí; mas,
¿dijera, alma, advierte,
a ser eso de esa suerte
sin reinar amor injusto,
Don Dionís, éste es mi gusto?
Este argumento,
¿no es fuerte?
Mucho; pero mi bajeza
no se puede persuadir
que vuele y llegue a subir
al cielo de tal belleza;
pero,
¿cuándo hubo flaqueza
en mi pecho? Esperar quiero;
que siempre el tiempo ligero
hace lo dudoso cierto;
pues mal vivirá encubierto
el tiempo, amor y dinero.
Sale TARSO
TARSO:
Ya que como a Daniel
del lago, nos han sacado
de la cárcel, donde he estado
con menos paciencia que él,
siendo la ira del duque
nuestro profeta Habacú,
¿qué aguardas más aquí tú
a que el tiempo nos bazuque?
¿Tanto bien nos hizo Avero
que en él con tal sorna estás?
Vámonos; pero dirás
que quieres ser caballero.
Y poco faltó, por Dios,
para ser en Portugal
caballeros a lo asnal;
pues que supimos los dos
que el duque mandado había
que, por las acostumbradas
nos diesen las pespuntadas
orden de caballería.
MIRENO:
¡Brito, amigo!
TARSO:
No soy Brito
sino Tarso.
MIRENO:
Escucha necio.
TARSO:
Estas calzas menosprecio
que me estorban infinito.
Ya que en Brito me transformas,
sácame de aquestos grillos;
que no fui yo por novillos
para que me pongas cormas.
Quítamelas, y no quieras
que alguna vez huela mal.
MIRENO:
¡Peregrino natural!
¿Que nunca has de hablar de veras?
Digo que estás temerario.
TARSO:
Braguirroto di que estoy.
¿Pero qué hay de nuevo?
MIRENO:
Soy,
por lo menos, secretario
del duque de Avero.
TARSO:
¿Cómo?
MIRENO:
La que nos dio libertad
de esta liberalidad
es la autora.
TARSO:
Mejor tomo
tus cosas; ya estás en zancos.
MIRENO:
Pues aún no lo sabes bien.
TARSO:
Darte quiero el parabién;
y pues con los amos francos
si algún favor me has de hacer
y mi descanso permites,
lo primero es que me quites
estas calzas, que sin ser
presidente, en apretones,
después que las he calzado,
en ellas he despachado
mil húmedas provisiones.
Vanse.
Salen don ANTONIO y doña JUANA
ANTONIO:
Prima, a quedarme aquí mi amor me obliga,
aguarde el rey o no; que mi rey llamo
sólo mi gusto; que el pesar mitiga
que me ha de consumir, si ausente amo.
Pájaro soy; sin ver de Amor la liga.
Curiosamente me asenté en el ramo
de la hermosura, donde preso quedo;
volar pretendo pero más me enredo.
El conde de Estremoz sirve y merece
a doña Serafina; yo he sabido
que el duque sus intentos favorece,
y hacerla esposa suya ha prometido.
Quien no parece, dicen que perece.
Si no parezco, pues, y ya ni olvido
ni ausencia han de poder darme reposo,
¿qué he de esperar ausente y receloso?
Si mi adorado serafín supiera
quién soy, y con decírselo aguardara
recíprocos amores con que hiciera
mi dicha cierta y mi esperanza clara,
más alegre y seguro me partiera,
y de su fe mi vida confiara;
si se puede fiar el que es prudente
del sol de enero y de mujer ausente.
No me conoce y mi tormento ignora,
y así en quedarme mi remedio fundo;
que me parta después, o vaya agora
a la presencia de don Juan Segundo,
importa poco. Prima mía, señora,
si no quieres que llore y sepa el mundo
el lastimoso fin que ausente espero,
no me aconsejes el salir de Avero.
JUANA:
Don Antonio, bien sabes lo que estimo
tu gusto, y que el amor que aquí te enseño
al deudo corresponde que de primo
nuestra sangre te debe, como a dueño;
si en que te quedes ves que te reprimo,
es por ser este pueblo tan pequeño
que has de dar nota en él.
ANTONIO:
Ya yo procuro
cómo sin que la dé, viva seguro.
Nunca me ha visto el duque, aunque me ha escrito.
Yo sé que busca un secretario experto,
porque al pasado desterró un delito.
JUANA:
Con risa el medio que has buscado advierto.
ANTONIO:
¿No te parece, si en palacio habito
con este cargo, que podré encubierto
entablar mi esperanza, como acuda
el tiempo, la ocasión y más tu ayuda?
JUANA:
La traza es extremada, aunque indecente,
primo, a tu calidad.
ANTONIO:
Cualquiera estado
es noble con amor. No esté yo ausente
que con cualquiera oficio estaré honrado.
JUANA:
Búsquese el modo, pues.
ANTONIO:
El más urgente está ya concluído.
JUANA:
¿Cómo?
ANTONIO:
He dado un memorial al duque en que le pido
me dé esta plaza.
JUANA:
Diligente has sido;
mas, sin saberlo yo, culparte quiero.
ANTONIO:
Del cuidadoso el venturoso nace;
hase encargado de él el camarero
de quien dicen que el duque caudal hace.
JUANA:
Mucho priva con él.
ANTONIO:
Mi dicha espero
si el cielo a mis deseos satisface
y el camarero en la memoria tiene
esta promesa.
JUANA:
Primo, el duque viene.
Salen el DUQUE y FIGUEREDO, su camarero
DUQUE:
Ya sabes que requiere aquese oficio
persona en quien concurran juntamente
calidad, discreción, presencia y pluma.
FIGUEREDO:
La calidad no sé; de esotras partes
le puedo asegurar a vueselencia
que no hay en Portugal quien conforme a ellas
mejor pueda ocupar aquesa plaza.
letra, el memorial que vueselencia
tiene suyo podrá satisfacerle;
DUQUE:
Alto; pues tú le abonas, quiero verle.
FIGUEREDO:
Quiérole ir a llamar. Pero delante
está de vueselencia. Llegá, hidalgo,
que el duque, mi señor, pretende veros.
ANTONIO:
Déme los pies, vueselencia.
DUQUE:
Alzaos.
¿De dónde sois?
ANTONIO:
Señor, nací en Lisboa.
DUQUE:
¿A quién habéis servido?
ANTONIO:
Héme criado
con don Antonio de Barcelos, conde
de Penela, y os traigo cartas suyas,
en que mis pretensiones favorece.
DUQUE:
Quiero yo mucho al conde don Antonio,
aunque nunca le he visto.
¿Por qué causa
no me las habéis dado?
ANTONIO:
No acostumbro
pretender por favores lo que puedo
por mi persona, y quise que me viese
primero vueselencia.
DUQUE:
Camarero,
su talle y buen estilo me ha agradado.
Mi secretario sois. Cumplan las obras
lo mucho que promete esa presencia.
ANTONIO:
Remítome, señor, a la experiencia.
DUQUE:
Doña Juana,
¿qué hacen Serafina
y Madalena?
JUANA:
En el jardín agora
estaban las dos juntas, aunque entiendo
que mi señora doña Madalena
quedaba algo indispuesta.
DUQUE:
¿Pues qué tiene?
JUANA:
Habrá dos días que anda melancólica,
sin saberse la causa de este daño.
DUQUE:
Ya la adivino yo; vamos a verla,
que, como darla nuevo estado intento,
la mudanza de vida siempre causa
tristeza en la mujer honrada y noble;
y no me maravillo esté afligida
quien teme un cautiverio de por vida.
Doña Juana, quedaos; que como viene
el mensajero de Lisboa, y conoce
al conde de Penela, vuestro primo,
tendréis que preguntarle muchas cosas.
JUANA:
Es, gran señor, así.
DUQUE:
Yo gusto de eso.
Secretario, quedaos.
ANTONIO:
Tus plantas beso.
Vanse el DUQUE y FIGUEREDO
ANTONIO:
Venturoso han sido los principios.
JUANA:
Si tienes por ventura ser criado
de quien eres igual, ventura tienes.
ANTONIO:
Ya por lo menos estaré presente,
estorbaré los celos de algún modo
que el conde de Estremoz me causa, prima.
JUANA:
Dásele de él tan poco a quien adoras,
y de eso, primo, está tan olvidada,
que en lo que pone agora su cuidado
es sólo en estudiar con sus doncellas
una comedia, que por ser mañana
Carnestolendas, a su hermana intenta
representar, sin que lo sepa el duque.
ANTONIO:
¿Es inclinada a versos?
JUANA:
Pierde el seso
por cosas de poesía, y esta tarde
conmigo sola en el jardín pretende
ensayar el papel, vestida de hombre.
ANTONIO:
¿Así me dices eso, doña Juana?
JUANA:
Pues,
¿cómo quieres que lo diga?
ANTONIO:
¿Cómo?
Pidiéndome la vida, el alma, el seso,
en pago de que me hagas tan dichoso
que yo la pueda ver de aquesa suerte.
Así vivas más años que hay estrellas.
Así jamás el tiempo riguroso
consuma la hermosura de que gozas.
Así tus pensamientos se te logren,
y el rey de Portugal, enamorado
de ti, te dé la mano, el cetro y vida.
JUANA:
Paso; que tienes talle de casarme
con el Papa, según estás sin seso.
Yo te quiero cumplir aqueste antojo.
Vamos, y esconderéte en los jazmines
y murtas que de cercas a los cuadros
sirven, donde podrás, si no das voces,
dar un hartazgo al alma.
ANTONIO:
¿Hay en Avero algún pintor?
JUANA:
Algunos tiene el duque
famosos; mas,
¿por qué me lo preguntas?
ANTONIO:
Quiero llevar conmigo quien retrate
mi hermoso serafín; pues fácilmente,
mientras se viste, sacará el bosquejo.
JUANA:
¿Y si lo siente doña Serafina
o el pintor lo publica?
ANTONIO:
Los dineros
ponen freno a las lenguas y los quitan.
¡O mátame o no impidas mis deseos!
JUANA:
¡Nunca yo hablara, o nunca tú lo oyeras,
que tal prisa me das! Ahora bien, primero,
en esto puedes ver lo que te quiero.
Busca un pintor sin lengua, y no malparas;
que, según los antojos diferentes
tenéis los que andáis enamorados,
sospecho para mí que andáis preñados.
Vanse.
Salen el DUQUE y doña MADALENA
DUQUE:
Si darme contento es justo,
no estés, hija, de esa suerte;
que no consiste mi muerte
más de en verte a ti sin gusto.
Esposo te dan los cielos
para poderte alegrar
sin merecer tu pesar
el conde de Vasconcelos.
A su padre, el de Berganza,
pues que te escribió, responde;
escribe también al conde
y no vea yo mudanza
en tu rostro ni pesar
si de mi vejez los días,
con esas melancolías,
no pretendes acortar.
MADALENA:
Yo, señor, procuraré
no tenerlas, por no darte
pena, si es que un triste es parte
en sí de que otro lo esté.
DUQUE:
Si te diviertes, bien puedes.
MADALENA:
Yo procuraré servirte;
y agora quiero pedirte
entre las muchas mercedes
que me has hecho, una pequeña.
DUQUE:
Con condición que se olvide
aquesa tristeza, pide.
MADALENA:
¡Honra; el amor os despeña.!
Aparte
El preso que te pedí
librases, y ya lo ha sido,
de todo punto ha querido
favorecerse de mí.
Con sólo esto, gran señor,
parece que me ha obligado;
y así, a mi cargo he tomado,
con su aumento, tu favor.
Es hombre de buena traza
y tiene extremada pluma.
DUQUE:
Dime lo que quiere en suma.
MADALENA:
Quisiera entrar en la plaza
de secretario.
DUQUE:
Bien poco ha que dársela pudiera;
aún no ha un cuarto de hora entera
que está ocupado.
MADALENA:
¡Amor loco; Aparte muy bien despachado estáis!
Vos perderéis por cobarde
pues acudiste tan tarde
que con alas no voláis.
DUQUE:
Por orden del camarero
a un mancebo he recibido
que de Lisboa ha venido
con aquese intento a Avero;
y, según lo que en él vi,
muestra ingenio y suficiencia.
MADALENA:
Si gusta vuestra excelencia
ya que mi palabra di,
y él está con esperanza
que le he de favorecer,
pues me manda responder
al conde y al de Berganza,
sabiendo escribir tan mal,
quien quiera que se quedara
en palacio y me enseñara;
porque en mujer principal
falta es grande no saber
escribir cuando recibe
alguna carta, o si escribe,
que no se pueda leer.
Dándome algunas liciones,
más clara la letra haré.
DUQUE:
Alto, pues; lición te dé
con que enmiendes tus borrones;
que, en fin, con ese ejercicio
la pena divertirás,
pues la tienes porque estás
ociosa; que el ocio es vicio.
Entre por tu secretario.
MADALENA:
Las manos quiero besarte.
Sale el CONDE don Duarte
CONDE:
Señor...
DUQUE:
¡Conde don Duarte!
CONDE:
Con contento extraordinario vengo.
DUQUE:
¿Cómo?
CONDE:
El rey recibe con gusto mi pretensión,
y sobre aquesta razón
a vuestra excelencia escribe.
Dice que se servirá
su majestad de que elija,
para honrar mi casa, hija
de vueselencia, y tendrá
cuidado de aquí adelante
de hacerme merced.
DUQUE:
Yo estoy
contento de eso, y os doy
nombre de hijo; aunque importante
será que disimuléis
mientras doña Serafina
al nuevo estado se inclina;
porque ya, conde, sabéis
cuán pesadamente lleva
esto de casarse agora.
CONDE:
Hará el alma, que la adora,
de sus sufrimientos prueba.
DUQUE:
Yo haré las partes por vos;
con ella perder recelo.
El conde de Vasconcelos
vendrá pronto, y de las dos
las bodas celebraré
presto.
CONDE:
El esperar da pena.
DUQUE:
No estéis triste, Madalena.
MADALENA:
Yo, señor, me alegraré
por dar gusto a vueselencia.
DUQUE:
Vamos a ver lo que escribe
el rey.
CONDE:
Quien espera y vive
bien ha menester paciencia.
Vanse los dos;
queda [doña] MADALENA
MADALENA:
Con razón se llama amor
enfermedad y locura;
pues siempre el que ama procura,
como enfermo, lo peor.
Ya tenéis en casa, honor,
quien la batalla os ofrece,
y poco hará, me parece,
cuando del alma os despoje,
que quien el peligro escoge
no es mucho que en él tropiece.
Los encendidos carbones
tragó Porcia, y murió luego.
¿Qué haré yo, tragando el fuego,
por callar, de mis pasiones?
Diréle, no por razones,
sino por señas visibles,
los tormentos invisibles
que padezco por no hablar;
porque mujer y callar
son cosas incompatibles.
Vase.
Salen doña JUANA, don ANTONIO y un PINTOR
JUANA:
Desde este verde arrayán,
donde el sitio al Amor hurta[s]
estos jazmines y murtas
ser tus celosías podrán;
pero que calle te aviso
y tendrá tu amor buen fin.
ANTONIO:
Ya sé que es mi serafín
ángel de este paraíso;
y yo, si acaso nos siente,
será Adán echado de él.
JUANA:
Yo haré que ensaye el papel
aquí, para que esté enfrente
del pintor, y retratarla
con más facilidad pide.
Vistiéndose de hombre queda,
pues da en aquesto. A avisarla
voy de que solo y cerrado
está el jardín. Primo, adiós.
Vase
ANTONIO:
Pintores somos los dos;
ya yo el retrato he copiado,
que me enamora y abrasa.
PINTO:
No entiendo ese pensamiento.
ANTONIO:
Naipe es el entendimiento,
pues la llama tabla rasa,
a mil pinturas sujeto,
Aristóteles.
PINTOR:
Bien dices.
ANTONIO:
Las colores y matices
son especies del objeto,
que los ojos que le miran
al sentido común dan;
que es obrador donde están
cosas que el ingenio admiran,
tan solamente en bosquejo,
hasta que con luz distinta
las ilumina y las pinta
el entendimiento, espejo
que a todas da claridad.
Pintadas las pone en venta,
y para esto las presenta
a la reina Voluntad,
mujer de buen gusto y voto,
que ama el bien perpetuamente,
verdadero o aparente,
como no sea bien ignoto;
que lo que no es conocido
nunca por ella es amado.
PINTOR:
De esa suerte lo ha enseñado
el filósofo.
ANTONIO:
Traído de la pintura el caudal,
todos los lienzos descoge
y entre ellos compra y escoge
una vez bien y otras mal.
Pónele el marco de amor
y como en verle se huelga,
en la memoria le cuelga
que es su camarín mayor.
Del mismo modo miré
de mi doña Serafina
la hermosura peregrina.
Tomé el pincel, bosquejé.
Acabó el entendimiento
de retratar su beldad.
Compróle la Voluntad,
guarnecióle el pensamiento;
que a la memoria le trajo
y, viendo cuán bien salió,
luego el pintor escribió
Amor me fecit abajo.
¿Ves cómo pinta quien ama?
PINTOR:
Pues si ya el retrato tienes,
¿qué a retratarla vienes conmigo?
ANTONIO:
Aquéste se llama
retrato espiritual
que la Voluntad, ya ves,
que es sólo espíritu.
PINTOR:
¿Pues?
ANTONIO:
La vista, que es corporal,
para contemplar el rato
que estoy solo su hermosura
pide agora a tu pintura
este corporal retrato.
PINTOR:
No hay filosofía que iguale
a la de un enamorado.
ANTONIO:
Soy en amor graduado;
mas oye, que mi bien sale.
Sale doña SERAFINA, vestida de hombre;
el vestido sea negro,
y con ella doña JUANA
JUANA:
¿Que aquesto de veras haces?
¿Que en verte así no te ofendes?
SERAFINA:
Fiestas de Carnestolendas
todas paran en disfraces.
Deséome entretener
de este modo; no te asombre
que apetezca el traje de hombre
ya que no lo puedo ser.
JUANA:
Paréceslo de manera
que me enamoro de ti.
En fin, ¿esta noche es?
SERAFINA:
Sí.
JUANA:
A mí más gusto me diera
que te holgaras de otros modos
y no con representar.
JUANA:
No me podrás tú juntar
para los sentidos todos
los deleites que hay diversos
como en la comedia.
JUANA:
Calla.
SERAFINA:
¿Que fiesta o juego se halla
que no le ofrezcan los versos?
En la comedia, los ojos
¿no se deleitan y ven
mil cosas que hacen que estén
olvidados tus enojos?
La música,
¿no recrea el oído y el discreto
no gusta allí del conceto
y la traza que desea?
Para el alegre, ¿no hay risa?
Para el triste, ¿no hay tristeza?
Para el agudo, ¿agudeza?
Allí el necio, ¿no se avisa?
El ignorante, ¿no sabe?
¿No hay guerra para el valiente,
consejos para el prudente,
y autoridad para el grave?
Moros hay si quieres moros;
si apetecen tus deseos
torneos, te hacen torneos;
si toros, correrán todos.
¿Quieres ver los epitetos
que de la comedia he hallado?
De la vida es un traslado,
sustento de los discretos,
dama del entendimiento,
de los sentidos banquete,
de los gustos ramillete,
esfera del pensamiento,
olvido de los agravios,
manjar de diversos precios,
que mata de hambre a los necios
y satisface a los sabios.
Mira lo que quieres ser
de aquestos dos bandos.
JUANA:
Digo
que el de los discretos sigo,
y que me holgara de ver
la farsa infinito.
SERAFINA:
En ella
¿cuál es lo malo que sientes?
JUANA:
Sólo que tú representes.
SERAFINA:
¿Por qué, si sólo han de vella
mi hermana y sus damas? Calla.
De tu mal gusto me admiro.
ANTONIO:
Suspenso las gracias miro
con que habla. A retratalla
comienza, si humana mano
al vivo puede copiar
la belleza singular
de un serafín.
PINTOR:
Es humano.
Bien podré.
ANTONIO:
¿Pues, no te admiras
de su vista soberana?
SERAFINA:
El espejo, doña Juana.
Tocaréme.
Trae [doña JUANA] un espejo
JUANA:
Si te miras
en él, ten, señora, aviso,
no te enamores de ti.
SERAFINA:
¿Tan hermosa estoy ansí?
JUANA:
Temo que has de ser Narciso.
SERAFINA:
¡Bueno! De esta suerte quiero
los cabellos recoger,
por no parecer mujer
cuando me quite el sombrero.
Pon el espejo.
¿A qué fin le apartas?
JUANA:
Porque así impido
a un pintor que está escondido
por copiarte en el jardín.
SERAFINA:
¿Cómo es eso?
PINTOR:
¡Vive Dios, que aquesta mujer nos vende!
Si el duque acaso esto entiende,
medrado habemos los dos.
SERAFINA:
¿En el jardín hay pintor?
JUANA:
Sí. Deja que te retrate.
ANTONIO:
¡Cielos!
¿Hay tal disparate?
SERAFINA:
¿Quién se atrevió a eso?
JUANA:
Amor, que, como en Chipre, se esconde
enamorado de ti por retratarte.
ANTONIO:
Eso sí.
JUANA:
¡Cuál estará agora el conde!
Aparte
SERAFINA:
Humor tienes singular aquesta tarde.
PINTOR:
¿Ha de ser el vestido de mujer
con que la he de retratar,
o como agora está?
ANTONIO:
Sí, como está; porque se asombre
el mundo que en traje de hombre
un serafín ande ansí.
PINTOR:
Sacado tengo el bosquejo.
En casa lo acabaré.
SERAFINA:
Ya de tocarme acabé.
Quitar puedes el espejo.
¿No está bien este cabello?
¿Qué te parezco?
JUANA:
Un Medoro.
SERAFINA:
No estoy vestida de moro.
JUANA:
No, mas pareces más bello.
SERAFINA:
Ensayemos el papel,
pues ya estoy vestida de hombre.
JUANA:
¿Cuál es de la farsa el nombre?
SERAFINA:
La portuguesa cruel
JUANA:
En ti el poeta pensaba
cuando así la entituló.
SERAFINA:
Portuguesa soy; cruel no.
JUANA:
Pues a Amor,
¿que le faltaba a no serlo?
SERAFINA:
¿Qué crueldad has visto en mí?
JUANA:
No tener a nadie amor.
[Doña SERAFINA] vase poniendo el cuello y sombrero
SERAFINA:
¿Puede ser el no tener voluntad
a ninguno crueldad? Di.
JUANA:
¿Pues no?
SERAFINA:
¿Y será justa cosa,
por ser para otros piadosa,
ser yo cruel para mí?
PINTOR:
¡Par diez, que ella dice bien!
ANTONIO:
¡Pobre del que tal sentencia está escuchando!
PINTOR:
¡Paciencia!
ANTONIO:
Mis temores me la den.
SERAFINA:
Déjame ensayar y acaba.
Verás cuál hago un celoso.
JUANA:
¿Qué papel haces?
SERAFINA:
¡Famoso!
Un príncipe que sacaba
al campo, a reñir por celos
de su dama, a un conde.
JUANA:
Pues, comienza.
SERAFINA:
No sé lo que es,
pero escucha y fingirélos.
Representa
Conde, vuestro atrevimiento
a tal término ha venido
que ya la ley ha rompido
de mi honrado sufrimiento.
Espantado estoy, por Dios,
de vos y de Celia bella;
de vos, porque habláis con ella;
de ella porque os oye a vos;
que supuesto que sabéis
las conocidas ventajas
que hace a vuestra prendas bajas
el valor que conocéis
en mí, desacato ha sido;
en vos, por haberla amado,
y en ella por haber dado
a vuestro amor loco oído.
Oye, no hay satisfacciones;
que serán intento vanos,
pues como no tenéis manos
queréis vencerme a razones.
Haga vuestro esfuerzo alarde,
acábense mis recelos,
que no es bien que me dé celos
un hombre que es tan cobarde.
Echa mano
Muestra tu valor agora,
medroso, infame enemigo.
¡Muere!
JUANA:
¡Ay, ten!
¡Que no es conmigo
la pesadumbre, señora!
SERAFINA:
¿Qué te parece?
JUANA:
Temí.
SERAFINA:
Enojéme.
JUANA:
¿Pues qué hicieras,
a ser los celos de veras
si te enojas siendo así?
ANTONIO:
¿Hay celos con mayor gracia?
PINTOR:
Estoy mirándola loco.
¡Donaire extraño!
JUANA:
Por poco sucediera una desgracia,
de verte tuve temor.
Un valentón bravo has hecho.
SERAFINA:
Oye agora. Satisfecho
mi dama y de su amor,
del enojo que la di,
muy a lo tierno la pido
me perdone arrepentido.
JUANA:
Eso será bueno. Di.
Representa
SERAFINA:
Los cielos me son testigos
si el enojo que te he dado
al alma no me ha llegado.
Mi bien, seamos amigos.
Basta. No haya más enojos,
pues yo propio me castigo.
Vuelvan a jugar conmigo
las dos niñas de esos ojos.
Quitad el ceño. No os note
mi amor niñas soberanas;
que dirá que sois villanas
viéndoos andar con capote.
¿De qué sirve este desdén,
mi gloria, mi luz, mi cielo,
mi regalo, mi consuelo,
mi paz, mi gloria, mi bien?
¿Que no me quieres mirar?
¡Que esto no te satisfaga!
Mátame, toma esta daga.
Mas no me querrás matar;
que aunque te enojes, yo sé
que en mí tu gusto se emplea.
No hayas más, mi Celia.
¡Ea mira que me enojaré!
Va a abrazar a doña JUANA
Como te adoro, me atrevo;
no me apartes, no te quites.
JUANA:
Pasito, que te derrites.
De nieve te has vuelto sebo.
Nunca has sido, sino agora,
portuguesa.
ANTONIO:
¡Ah, cielo santo!
¡Quién la dijera otro tanto como ha dicho.
JUANA:
Di, señora,
¿es posible que quien siente
y hace así un enamorado
no tenga amor?
SERAFINA:
No me ha dado
hasta agora ese accidente
porque su provecho es poco,
y la pena que da es mucha.
Aqueste romance escucha.
¡Verás cuán bien finjo un loco!
Representa
¿Que se casa con el conde
y me olvida Celia?
¡Cielos!
Pero mujer y mudanza
tienen un principio mesmo.
¿Qué se hicieron los favores
que cual flores prometieron
el fruto de mi esperanza?
Mas fueron flores de almendro;
un cierzo las ha secado.
Loco estoy, matarme quiero;
piérdase también la vida,
pues ya se ha perdido el seso.
Mas, no; vamos a las bodas;
que razón es, pensamiento,
pues que la costa pagamos,
que a mi costa nos holguemos.
En la aldea se desposan
los dos a lo villanesco;
que pues se casa en aldea,
villana su amor ha vuelto.
Celos, volemos allá
pues tenéis alas de fuego.
A lindo tiempo llegamos,
desde aquí verla podemos.
Ya salen los convidados,
el tamboril toca el tiempo,
porque a su son bailan todos;
pues ellos bailan, bailemos.
Va: Perantón, Perantón...
Baila
Haced mudanças, deseos,
pues vuestra Celia las hace.
Toca Pero Sastre, el viejo,
pues que la villa lo paga.
Ya se entraron allá dentro,
ya quieren dar colación.
La capa del sufrimiento
Rebózase
me rebozaré, que así
podré llegar encubierto,
y arrimarme a este rincón
como mis merecimientos.
Avellanas y tostones dan a todos.
¡Hola! ¡Ah, necios!
Llegad, tomaré un puñado.
¿Yo necio? Mentís.
¿Yo miento?
Tomad.
¿A mí bofetón?
Dase un bofetón
¡Muera! ¡Ténganse! ¿Qué es esto?
Echa mano
No fue nada. [Sean] amigos.
Yo lo soy. Yo serlo quiero.
Envaina
Ya ha llegado el señor cura.
Por muchos años y buenos
se regocije esta casa
con bodas y casamientos.
Por vertú de su mercé,
señor cura, aquí hay asiento.
¿Eso no?
Tome esta silla
de costillas. No haré, cierto.
Digo que la ha de tomar.
Este escaño estaba bueno;
mas por no ser porfiado...
Ya se ha rellenado el viejo.
Echá vino, Hernán Alonso.
Beba el cura y vaya arreo.
¡Oh, cómo sabe a la pega!
También Celia sabe a celos.
Ya es hora del desposorio;
todos están en pie puestos:
los novios y los padrinos
en frente y el cura en medio.
Fabio, ¿queréis por esposa
a Celia hermosa? Sí, quiero.
Vos, Celia, ¿queréis a Fabio?
Por mi esposo y por mi dueño.
¡Oh, perros! ¿En mi presencia?
Mete mano
El príncipe Pinabelo
soy. Mueran los desposados,
el cura, la gente, el pueblo.
¡Ay, que nos mata! Pegadles,
celos míos, vuestro incendio
pues Sansón me he vuelto. Muera
Sansón con los Filisteos;
que no hay quien pueda resistir el fuego
cuando le enciende amor y soplan celos.
JUANA:
¡Pecadora de mí! ¡Tente!
Que no soy Celia ni Celio
para airarte contra mí.
SERAFINA:
Encendíme, te prometo,
como Alejandro lo hacía
llevado del instrumento
que aquel músico famoso
le tocaba.
ANTONIO:
¿Pudo el cielo
juntar más donaire y gracia
solamente en un sujeto?
¡Dichoso quien, aunque muera,
le ofrece sus pensamientos!
JUANA:
Diestra estás; muy bien lo dices.
SERAFINA:
Ven, doña Juana; que quiero
vestirme sobre este traje
el mío, hasta que sea tiempo
de representar.
JUANA:
A fe, que se ha de holgar en extremo
tu melancólica hermana.
SERAFINA:
Entretenerla deseo.
Vanse los dos
PINTOR:
Ya se fueron.
ANTONIO:
Ya quedé
con su ausencia triste y ciego.
PINTOR:
En fin,
¿quieres que de hombre
la pinte?
ANTONIO:
Sí, que deseo
contemplar en este traje
lo que agora visto habemos;
pero truécala el vestido.
PINTOR:
¿Pues no quieres que sea negro?
ANTONIO:
Dará luto a mi esperanza;
mejor es color de cielos,
con oro, y pondrá en él
otro amor y azul mis celos.
PINTOR:
Norabuena
ANTONIO:
¿Para cuándo
me le tienes de dar hecho?
PINTOR:
Para mañana sin falta.
ANTONIO:
No repares en el precio;
que no trujera Amor desnudo el cuerpo
a ser interesable y avariento.
Vanse.
Salen doña MADALENA y MIRENO
MADALENA:
Mi maestro habéis de ser
desde hoy.
MIRENO:
¿Qué ha visto en mí,
vuestra excelencia, que así
me procura engrandecer?
Dar lición al maestro
el discípulo desde hoy.
MADALENA:
¡Qué claras señales doy
Aparte
del ciego amor que le muestro!
MIRENO:
¿Qué hay que dudar, esperanza?
Aparte
Esto, ¿no es tenerme amor?
Dígalo tanto favor,
tanta privanza.
Vergüenza, ¿por qué impedís
la ocasión que el cielo os da?
Daos por entendido ya.
MADALENA:
Como tengo, don Dionís
tanto amor...
MIRENO:
¡Ya se declara,
Aparte
ya dice que me ama, cielos!
MADALENA:
...al conde de Vasconcelos,
antes que venga, gustara,
no sólo hacer buena letra,
pero saberle escribir,
y por palabras decir
lo que el corazón penetra;
que el poco uso que en amar
tengo, pide que me adiestre
esta experiencia, y me muestre
cómo podré declarar
lo que tanto al alma importa,
y el amor mismo me encarga;
que soy en quererle larga,
y en significarlo corta.
En todo os tengo por diestro;
y así, me habéis de enseñar
a escribir y a declarar
al conde mi amor, maestro.
MIRENO:
Aparte
¿Luego no fue en mi favor,
pensamiento lisonjero
sino porque sea tercero
del conde?
¿Veis, loco amor,
cuán sin fundamento y fruto
torres habéis levantado
de quimera, que ya han dado
en el suelo? Como el bruto
en esta ocasión he sido,
en que la estatua iba puesta,
haciéndola el pueblo fiesta
que loco y desvanecido
creyó que la reverencia
no a la imagen que traía
sino a él solo se hacía,
y con brutal impaciencia
arrojarla de sí quiso
hasta que se apaciguó
con el castigo, y cayó
confuso en su necio aviso.
¿Así el favor corresponde
con que me he desvanecido?
Basta; que yo el bruto he sido
y la estatua es sólo el conde.
Bien puedo desentonarme
que no es la fiesta por mí.
MADALENA:
¡Quise deslumbrarle así;
Aparte
que fue mucho declararme.
Mañana comenzaréis,
maestro, a darme lición.
MIRENO:
Servirte es mi inclinación.
MADALENA:
Triste estáis.
MIRENO:
¿Yo?
MADALENA:
¿Qué tenéis?
MIRENO:
Ninguna cosa.
MADALENA:
¡Un favor
Aparte
me manda Amor que le dé.
Tropieza y dala la mano
MIRENO
¡Válgame Dios! Tropecé... !
¡Que siempre tropieza Amor.!
Aparte
El chapín se me torció.
MIRENO:
¡Cielos!
¿Hay ventura igual?
Aparte
¿Hízose acaso algún mal
vueselencia?
MADALENA:
Creo que no.
MIRENO:
¿Que la mano la tomé?
MADALENA:
Sabed que al que es cortesano
le dan, al darle una mano,
para muchas cosas pie.
Vase
MIRENO:
¡Le dan, al darle una mano,
para muchas cosas pie!
De aquí,
¿qué colegiré?
Decid, pensamiento vano.
¿En aquesto pierdo o gano?
¿Qué confusión, qué recelos
son aquestos? Decid, cielos,
¿esto no es amor? Mas no,
llevo la estatua yo
del conde de Vasconcelos.
Pues, ¿qué enigma es darme pie
la que su mano me ha dado?
Si sólo el conde es amado,
¿qué es lo que espero?
¿Qué sé?
Pie o mano, decid,
¿por qué
dais materia a mis desvelos?
Confusión, Amor, recelos,
¿soy amado? Pero no,
que llevo la estatua yo
del conde de Vasconcelos.
El pie que me dio será
pie para darla lición
en que escriba la pasión
que el conde y su amor la da.
Vergüenza, sufrí y callá.
Basta ya, atrevidos vuelos,
vuestra ambición, si a los cielos
me desatino os subió;
que llevo la estatua yo
del conde de Vasconcelos.