El vergonzoso en palacioEl vergonzoso en palacioTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen el DUQUE de Avero, viejo,
y el CONDE de Estremoz, de caza
DUQUE:
De industria a esta espesura retirado
vengo de mis monteros, que siguiendo
un jabalí ligero, nos han dado
el lugar que pedís; aunque no entiendo
con qué intención, confuso y alterado.
Cuando en mis bosques festejar pretendo
vuestra venida, conde don Duarte,
dejáis la caza por hablarme aparte?
CONDE:
Basta el disimular, sacá el acero
que, ya olvidado, os comparaba a Numa;
que el que desnudo veis, duque de Avero,
os dará la respuesta en breve suma.
De lengua al agraviado caballero
ha de servir la espada, no la pluma
que muda dice a voces vuestra mengua.
Echan mano
DUQUE:
Lengua es la espada, pues parece lengua;
y pues con ella estáis, y así os provoca
a dar quejas de mí, puesto que en vano,
refrenando las lenguas de la boca,
hablen solas las lenguas de la mano
si la ocasión que os doy, que será poca
para ese enojo poco cortesano,
a que primero la digáis no os mueve;
pues mi valor ningún agravio os debe.
CONDE:
Bueno es que así disimuléis los daños
que contra vos el cielo manifiesta!
DUQUE:
Qué daños, conde?
CONDE:
Si en los largos años
de vuestra edad prolija, agora apresta,
duque de Avero, excusas, no hay engaños
que puedan convencerme. La respuesta
que me pedís, ese papel la afirma
con vuestro sello, vuestra letra y firma.
Arrójale
Tomadle, pues es vuestro; que el criado
que sobornastes para darme muerte
es, en lealtad, de bronce, y no ha bastado
vuestro interés contra su muro fuerte.
Por escrito mandastes que en mi estado
me quitase la vida y, de esta suerte,
no os espantéis que diga y lo presuma
que en vez de espada, ejercitáis la pluma.
DUQUE:
Yo mandaros matar?
CONDE:
Aqueste sello,
no es vuestro?
DUQUE:
Sí.
CONDE:
Podéis negar tampoco
aquesa firma? Ved si me querello
con justa causa.
DUQUE:
Estoy despierto o loco?
CONDE:
Leed ese papel; que con leello
veréis cuán justamente me provoco
a tomar la venganza por mis manos.
DUQUE:
Qué enredo es éste, cielos soberanos?
Lee el DUQUE la carta
Para satisfacción de algunos agravios, que con la muerte del conde Estremoz se pueden remediar, no hallo otro medio mejor que la confianza que en vos tengo puesta; y para que salga verdadera, me importa, pues sois su camarero, seáis también el ejecutor de mi venganza; cumplilda, y veníos a mi estado; que en él estaréis seguro, y con el premio que merece el peligro a que os ponéis por mi causa. Sírvaos esta carta de creencia, y dádsela a quien os la lleva, advirtiendo lo que importa la brevedad y el secreto. De mi villa de Avero, a de 12 marzo de 1400 años.
El Duque
CONDE:
No sé qué injuria os haya jamás hecho
la casa de Estremoz, de quien soy conde,
para degenerar del noble pecho
que a vuestra antigua sangre corresponde.
DUQUE:
Si no es que algún traidor ha contrahecho
mi firma y sello, falso, en quien se esconde
algún secreto enojo, con que intenta
con vuestra muerte mi perpetua afrenta,
vive el cielo que sabe mi inocencia
y conoce el autor de este delito,
que jamás en ausencia o en presencia,
por obra, por palabra, o por escrito,
procuré vuestro daño! A la experiencia,
si queréis aguardarla, me remito;
que, con su ayuda, en esta misma tarde
tengo de descubrir su autor cobarde.
Confieso, la razón que habéis tenido;
y hasta dejaros, conde, satisfecho,
que suspendáis el justo enojo os pido,
y soseguéis el alterado pecho.
CONDE:
Yo soy contento, duque; persuadido
me dejáis algún tanto.
DUQUE:
Yo sospecho
Aparte
quién ha sido el autor de aqueste insulto
que con mi firma y sella viene oculto;
pero antes de que dé fin hoy a la caza,
descubriré quién fueron los traidores.¿
Salen don CAZADORES
CAZADOR 1:
Famoso jabalí!
CAZADOR 2:
Dímosle caza
y, a pesar de los perros corredores,
hicieron sus colmillos ancha plaza,
y escapóse.
DUQUE:
Estos son mis cazadores.
¡Amigos!
CAZADOR 1:
Oh, señor!
DUQUE:
No habréis dejado
a vida jabalí, corzo y venado.
¿Hay mucha presa?
CAZADOR 2:
Habrá la suficiente
para que tus acémilas no tornen
vacías.
DUQUE:
¿Qué se ha muerto?
CAZADOR 2:
Más de veinte
coronados venados, porque adornen
las puertas de palacio con su frente
y, porque en ellos, cuando a Avero tornen,
originales, vean sus traslados,
quien [en] figuras de hombres son venados;
tres jabalíes y un oso temerario,
sin la caza menor, porque ésta espanta.
DUQUE:
Mátase en este bosque de ordinario
gran suma de ella.
CAZADOR 1:
No hay mata ni planta
que no la críe.
Sale FIGUEREDO
FIGUEREDO:
¡Oh, falso secretario!
DUQUE:
¿Qué es esto?
¿Dónde vas con priesa tanta?
FIGUEREDO:
¡Gracias a Dios, señor, que hallarte puedo!
DUQUE:
¿Qué alboroto es aqueste, Figueredo?
FIGUEREDO:
Una traición habemos descubierto
que, por tu secretario aleve urdida,
al conde de Estremoz hubiera muerto
si llegara la noche.
CONDE:
A mí?
FIGUEREDO:
La vida
me debéis, conde.
CONDE:
Ya la causa advierto
Aparte
de su enojo y venganza mal cumplida.
Engañé la hermosura de Leonela,
su hermana, y, alcanzada, despreciéla.
DUQUE:
Gracias al cielo, que por la justicia
del inocente vuelve!
¿Y de qué suerte
se supo la traición de su malicia?
FIGUEREDO:
Llamó en secreto un mozo pobre y fuerte
y, como puede tanto la codicia,
prometióle, si al conde daba muerte,
enriquecerle; y para asegurarle
dijo que tú, señor, hacías matarle.
Pudo el vil interés manchar su fama.
Aquesta noche prometió, en efeto,
cumplirlo; mas amaba, que es quien ama
pródigo de su hacienda y su secreto.
Dicen que suele ser potro la cama
donde hace confesar al más discreto
una mujer que da a la lengua y boca
tormento, no de cuerda, mas de toca.
Declaróla el concierto que había hecho,
y encargóla el secreto; mas como era
el huésped grande, el aposento estrecho,
tuvo dolores hasta echarle fuera.
Concibió por la oreja; parió el pecho
por la boca, y fue el parto de manera
que, cuando el sol doraba el mediodía,
ya toda Avero la traición sabía.
Prendió al parlero mozo la justicia,
y Ruy Lorenzo huyó con un criado,
cómplice en las traiciones y malicia
que el delincuente preso ha confesado.
De esto te vengo a dar, señor, noticia.
DUQUE:
Veis, conde, cómo el cielo ha averiguado
todo el caso y mi honra satisfizo?
Ruy Lorenzo mi firma contrahizo.
Averiguar primero las verdades,
conde, que despeñarse, fue prudencia
de sabias y discretas calidades.
CONDE:
No sé qué le responda a vueselencia.
Sólo que, de un ministro, en falsedades
diestro, pudo causar a mi impaciencia
el engaño que agora siento en suma;
mas, ¿qué no engañará una falsa pluma?
DUQUE:
Yo miraré desde hoy a quien recibo
por secretario.
CONDE:
Si el fiar secretos
importa tanto, ya yo me apercibo
a elegir más leales que discretos.
DUQUE:
Milagro, conde, fue dejaros vivo.
CONDE:
La traición ocasiona estos efetos.
[Huyó] la deslealtad y la luz pura
de la verdad, señor, quedó segura.
¡Válgame el cielo!
¡Qué dichoso he sido!
DUQUE:
Para un traidor que en esto se desvela,
todo es poco.
CONDE:
Perdón humilde os pido.
DUQUE:
A cualquiera engañara su cautela.
Disculpado estáis, conde.
CONDE:
Aquesto ha urdido
Aparte
la mujeril venganza de Leonela;
pero importa que el duque esté ignorante
de la ocasión que tuvo, aunque bastante.
DUQUE:
Pésame que el autor de aqueste exceso
huyese. Pero vamos; que buscarle
haré de suerte que, al que muerto o preso
le trujere, prometo de entregarle
la hacienda que dejó.
CAZADOR 2:
Si ofreces eso
no hará quien no le siga.
DUQUE:
Verá darle
todo este reino un ejemplar castigo.
CONDE:
La vida os debo. Pagaréla, amigo.
Vanse. Salen TARSO y MELISA, pastores
MELISA:
¿Así me dejas, traidor?
TARSO:
Melisa, domá otros potros;
que ya no me hace quillotros
en el alma vueso amor.
Con la ausencia de medio año
que ha que ni os busco ni os veo
curó el tiempo mi deseo,
la enfermedad de un engaño.
Dándole a mis celos dieta,
estoy bueno, poco a poco;
ya, Melisa, no so loco
porque ya no so poeta.
Las copras que a cada paso
os hice!
Huego de Dios
en ellas, en mí y en vos!
Si de subir al Parnaso
por sus musas de alquiler
me he quedado despeado!
Qué de nombre que os he dado:
luna, estrella, locifer...!
Qué tenéis bueno, Melisa,
que no alabase mi canto?
Copras os compuse al llanto,
copras os hice a la risa,
copras al dulce mirar,
al suspirar, al toser,
al callar, al responder,
al asentarse, al andar,
al branco color, al prieto,
a vuesos desdenes locos,
al escopir y a los mocos
pienso que os hice un soneto.
Ya me salí del garlito
do me cogistes, par Dios;
que no se me da por vos,
ni por vueso amor, un pito.
MELISA:
Ay Tarso, Tarso, en efeto
hombre, que es decir olvido!
Que una ausencia haya podido
hacer perderme el respeto
a mí, Tarso?
TARSO:
A vos y a Judas!
Sois mudable.
Qué queréis,
si en señal de eso os ponéis
en la cara tantas mudas?
MELISA:
Así, mis prendas me torna,
mis cintas y mis cabellos.
TARSO:
Luego pensáis que con ellos
mi pecho o zurrón se adorna?
Qué boba! Que a estar yo ciego
trujera conmigo el daño.
Ya, Melisa, habrá medio año
que con todo di en el huego.
Cabellos que fueron lazos
de mi esperanza crueles,
listones, rosas, papeles,
baratijas y embarazos,
todo el huego lo deshizo
porque hechizó mi sosiego;
pues suele echarse en el huego
porque no empezca, el hechizo.
Hasta el zurrón di a la brasa
do guardé mis desatinos;
que por quemar los vecinos
se pega huego a la casa.
Llora [MELISA]
MELISA:
¿Esto he de sufrir?
¡Ay, cielo!
TARSO:
Aunque lloréis un diluvio;
tenéis el cabello rubio.
No hay que fiar de ese pelo.
Ya os conozco, que sois fina.
Pues no me habéis de engañar,
par Dios, aunque os vea llorar
los tuétanos y la orina!
MELISA:
¡Traidor!
TARSO:
Verá la embinción!
Enjugad los arcaduces;
que hacéis el llanto a dos luces
como candil de mesón.
MELISA:
Yo me vengaré, cruel.
TARSO:
¿Cómo?
MELISA:
Casándome, ingrato.
TARSO:
Eso es tomar el zapato
y daros luego con él.
MELISA:
Vete de aquí.
TARSO:
Que me place.
MELISA:
¿Que te vas de esa manera?
TARSO:
¿No lo veis? Andando.
MELISA:
Espera.
¿Mas que sé de dónde nace
tu desamor?
TARSO:
¿Mas que no?
MELISA:
Celillos son de Mireno.
TARSO:
¿Yo celillos?
Oh, qué bueno!
Ya ese tiempo se acabó.
Mireno, el hijo de Lauro,
a quien sirvo, y cuyo pan
como, es discreto y galán,
y como tal le restauro
vuestro amor; mas yo le miro
tan libre, que en la ribera
no hallaréis quien se prefiera
a hacerle dar un sospiro.
Trújole su padre aquí
pequeño, y bien sabéis vos
que murmuran más de dos,
aunque vive y anda así,
que debajo del sayal
que le sirve de corteza
se encubre alguna nobleza
con que se honra Portugal.
No hay pastor en todo el Miño
que no le quiera y respete,
ni libertad que no inquiete
como a vos; mas ved qué aliño,
si la muerte hacerle quiso
tan desdeñoso y cruel,
que hay dos mil Ecos por él
de quien es sordo Narciso.
Como os veis de él despreciada,
agora os venís acá;
mas no entraréis porque está
el alma a puerta cerrada.
MELISA:
En fin,
¿no me quieres?
TARSO:
No.
MELISA:
Pues, para ésta, de un ingrato,
que yo castigue tu trato.
TARSO:
¿Castigarme a mí vos?
MELISA:
¡Yo!
Presto verás, fementido,
si te doy más de un cuidado;
que nunca el hombre rogado
ama como aborrecido.
TARSO:
¡Bueno!
MELISA:
Verás lo que pasa.
Celos te dará un pastor;
que, cuando se pierde amor,
ellos le vuelven a casa.
Vase [MELISA]
TARSO:
¿Sí? Andad. Échome a temer
alguna burla, aunque hablo;
que no tendrá miedo al diablo
quien no teme a una mujer.
Sale MIRENO, pastor
MIRENO:
¿Es Tarso?
TARSO:
Oh, Mireno! Soy
tu amigo fiel, si este nombre
merece tener un hombre
que te sirve.
MIRENO:
Todo hoy
te ando a buscar.
TARSO:
Melisa
me ha detenido aquí una hora;
y cuanto más por mí llora,
más me muero yo de risa.
Pero,
¿qué hay de nuevo?
MIRENO:
Amigo,
la mucha satisfacción
que tengo de tu afición
me obliga a tratar contigo
lo que, a no quererte tanto,
ejecutará sin ti.
TARSO:
De ver que me hables así
por ser tan nuevo, me espanto.
Contigo, desde pequeño,
me crió Lauro, y aunque,
según mi edad, ya podré
gobernar casa y ser dueño,
quiero más, por el amor
que ha tanto que te he cobrado,
ser en tu casa criado
que en la mía ser señor.
MIRENO:
En fe de haber descubierto
mi experiencia que es así
y hallar, Tarso, ingenio en ti,
puesto que humilde, despierto,
pretendo en tu compañía
probar si, hasta donde alcanza
la barra de mi esperanza,
llega la ventura mía.
Mucho ha que me tiene triste
mi altiva imaginación
cuya soberbia ambición
no sé en qué estriba o consiste.
Considero algunos ratos
que los cielos, que pudieron
hacerme noble y me hicieron
un pastor, fueron ingratos;
y que, pues con tal bajeza
me acobardo y avergüenzo,
puedo poco, pues no venzo
mi misma naturaleza.
Tanto el pensamiento cava
en esto, que ha habido vez
que, afrentando la vejez
de Lauro, mi padre, estaba
por dudar si doy su hijo
o si me hurtó a algún señor;
aunque de su mucho amor
mi necio engaño colijo.
Mil veces, estando a solas,
le he preguntado si acaso
el mundo, que a cada paso
honras anega en sus olas,
le sublimó a su alto asiento
y derribó del lugar
que intenta otra vez cobrar
me atrevido pensamiento;
porque el ser advenedizo
aquí anima mi opinión,
y su mucha discreción
dice claro que es postizo
su grosero oficio y traje,
por más que en él se reporte,
pues más es para la corte
que los montes su lenguaje.
Siempre, Tarso, ha malogrado
estas imaginaciones,
y con largas digresiones
mil sucesos me ha contado,
que todos paran en ser,
contra mis intentos vanos,
progenitores villanos
los que me dieron el ser.
Esto, que había de humillarme,
con tal violencia me altera
que de esta vida grosera 380
me ha forzado a desterrarme;
y que a buscar me desmande
lo que mi estrella destina,
que a cosas grandes me inclina
y algún bien me aguarda grande;
que, si tan pobre nací
como el hado me crió,
cuanto más me hiciere yo,
más vendré a deberme a mí.
Si quieres participar
de mis males o mis bienes,
buena ocasión, Tarso, tienes;
déjame de aconsejar
y determínate luego.
TARSO:
Para mí bástame el verte,
Mireno, de aquesa suerte.
Ni te aconsejo ni ruego.
Discreto eres. Estodiado
has con el cura. Yo quiero
seguirte aunque considero
de Lauro el nuevo cuidado.
MIRENO:
Tarso, si dichoso soy,
yo espero en Dios de trocar
en contento su pesar.
TARSO:
¿Cuándo has de irte?
MIRENO:
Luego.
TARSO:
¿Hoy?
MIRENO:
Al punto.
TARSO:
¿Y con qué dinero?
MIRENO:
De dos bueyes que vendí
lo que basta llevo aquí.
Vamos derecho a Avero,
y compraréte una espada
y un sombrero.
TARSO:
¡Plegue a Dios
que no volvamos los dos
como perro con pedrada!
Vanse.
Salen RUY Lorenzo y VASCO, lacayo
VASCO:
Señor, vuélvete al bosque, pues conoces
que apenas estaremos aquí una hora
cuando las postas nos darán alcance;
y los villanos de estas caserías
que nos buscan cual galgos a las liebres,
si nos cogen, harán la remembranza
de Cristo y su prisión hoy con nosotros;
y quedaremos, por nuestros pecados,
en vez de remembrados, desmembrados.
RUY:
Ya, Vasco, es imposible que la vida
podamos conservar; pues cuando el cielo
nos librase de tantos que nos buscan,
el hambre vil, que con infames armas
debilita las fuerzas más robustas
nos tiene de entregar al duque fiero.
VASCO:
Para le hambre y sus armas no hay acero.
RUY:
Por vengar la deshonra de mi hermana
que el conde de Estremoz tiene usurpada,
su firma en una carta contrahice;
y, saliéndome inútil esta traza,
busqué quien con su muerte me vengase;
mas nada se le cumple al desdichado,
y, pues lo soy, acabe con la vida;
que no es bien muera de hambre habiendo espada.
VASCO:
¿Es posible que un hombre que se tiene
por hombre, como tú, hecho y derecho,
quisiese averiguar por tales medios
si fue forzada o no tu hermana? Dime,
piensas de veras que en el mundo ha habido
mujer forzada?
RUY:
¿Agora dudas de eso?
No están llenos los libros, las historias
y las pinturas de violentos raptos
y forzosos estupros que no cuento?
VASCO:
Riyérame a no ver que aquesta noche
los dos habemos de cenar con Cristo,
aunque hacer colación me contentara
en el mundo, y a oscuras me acostara.
Ven acá. Si Leonela no quisiera
dejar coger las uvas de su viña,
no se pudiera hacer toda un ovillo,
como hace el erizo, y a puñadas,
aruños, coces, gritos, y a bocados,
dejar burlado a quien su honor maltrata,
en pie su fama y el melón sin cata?
Defiéndese una yegua en medio un campo
de toda una caterva de rocines,
sin poderse quejar,
Aquí del cielo,
¡que me quitan mi honra!
como puede
una mujer honrada en aquel trance.
Escápase una gata como el puño
de un gato zurdo y otro carriromo
por los caramanchones y tejados
con sólo decir miao
y echar un fufo.
Y quieren estas daifas persuadirnos
que no pueden guardar sus pertinencias
de peligros nocturnos? Yo aseguro,
si como echa a galeras la justicia
los forzados, echara las forzadas,
que hubiera menos, y ésas más honradas.
Salen MIRENO y TARSO
TARSO:
Jurómela Melisa.
¡Lindo cuento
será el ver que la he dado cantonada!
MIRENO:
Mal pagaste su amor.
TARSO:
Dala a Pilatos,
que es más mudable que hato de gitanos;
más arrequives tienen sus amores
que todo un canto de órgano; no quiero
sino seguirte a ti por mar y tierra
y trocar los amores por la guerra.
RUY:
Gente suena.
VASCO:
Es verdad; y aun en mis calzas
se han sonado de miedo las narices
del rostro circular, romadizadas.
RUY:
Perdidos somos.
VASCO:
Santos estrellados!
Doleos de quien de miedo está en tortilla;
y, si hay algún devoto de lacayos,
sáqueme de este aprieto y yo le juro
de colgarle mis calzas a la puerta
de su templo, en lavándolas diez veces
y limpiando la cera de sus barrios;
que, aunque las enceró mi pena fiera,
no es buena para ofrendas esta cera.
RUY:
Sosiégate; solos dos villanos,
sin armas defensivas ni ofensivas.
poco mal han de hacernos.
VASCO:
¡Plegue al cielo!
RUY:
Cuanto y más que el venir tan descuidados
nos asegura de lo que tememos.
VASCO:
¡Ciégalos, San Antonio!
RUY:
Calla. Lleguemos.
¿Adónde bueno, amigos?
MIRENO:
¡Oh, señores!
A la villa, a comprar algunas cosas
que el hombre ha menester.
¿Está allá el duque?
RUY:
Allá quedaba.
MIRENO:
Déle vida el cielo.
Y vosotros,
¿dó bueno? Que esta senda
se aparta del camino real y guía
a unas caserías que se muestran
al pie de aquella sierra.
RUY:
Tus palabras
declaran tu bondad, pastor amigo.
Por vengar la deshonra de una hermana
intenté dar la muerte a un poderoso;
y, sabiendo mi honrado atrevimiento,
el duque manda que me siga y prenda
su gente por aquestos despoblados;
y ya, desesperado de librarme,
salgo al camino. Quíteme la vida,
de tantos, por honrada, perseguida.
MIRENO:
Lástima me habéis hecho y,
¡vive el cielo!,
que, si como la suerte avara me hizo
un pastor pobre, más valor me diera,
por mi cuenta tomara vuestro agravio.
Lo que se puede hacer, de mi consejo,
es que los dos troquéis esos vestidos
por aquestos groseros; y encubiertos
os libraréis mejor hasta que el cielo
a daros su favor, señor, comience;
porque la industria los trabajos vence.
RUY:
¡Oh, noble pecho, que entre paños bastos
descubre el valor mayor que he visto!
Páguete el cielo, pues que yo no puedo,
ese favor.
MIRENO:
La diligencia importa.
Entremos en lo espeso y trocaremos
el traje.
RUY:
Vamos.
¡Venturoso he sido!
Vanse los dos
TARSO:
¿Y habéis también de darme por mi sayo
esas abigarradas, con más cosas
que un menudo de vaca?
VASCO:
Aunque me pese.
TARSO:
Pues dos liciones me daréis primero
porque con ellas pueda hallar el tino,
entradas y salidas de esa Troya;
que, pardiez, que aunque el cura sabe tanto,
que canta un
parce mihi
por do quiere,
no me supo vestir el día del Corpus,
para her el rey David.
VASCO:
Vamos; que presto
os la[s] sabréis poner.
TARSO:
Como hay maestros
que enseñan a leer a los muchachos,
no pudieran poner en cada villa
maestros con salarios y con pagas
que mos dieran lición de calzar bragas?
Vanse.
Salen DORISTO, alcalde, LARISO y DENIO, pastores
DORISTO:
Ya los vestidos y señas
del amo y criado sé.
Callad, que yo os lo pondré,
Lariso, cual digan dueñas.
LARISO:
Que quiso matar al conde?
Verá el bellaco!
DORISTO:
Par Dios,
que si los cojo a los dos
y el diabro no los esconde,
que he de llevarlos a Avero
con cepo y grillos.
DENIO:
Verá!
¿Qué bestia los llevará
en el cepo?
DORISTO:
Regidero,
no os metáis en eso vos;
que no empuño yo de balde
el palillo.
¿No so alcalde?
Pues yo os juro, a non de Dios,
que ha de her lo que publico
y que los ha de llevar
con el cepo hasta el lugar
de Avero vueso borrico.
LARISO:
Busquémoslos; que después
quillotraremos el modo
con que han de ir.
DORISTO:
El monte todo
está cercado. Por pies
no se irán.
DENIO:
Amo y lacayo
han de estar aquí escondidos.
LARISO:
Las señas de los vestidos,
sombreros, capas y sayo
del mozo en la cholla llevo.
DORISTO:
Si los prendemos, por paga
diré al duque no mos haga
par del olmo, un rollo nuevo.
LARISO:
Hombre sois de gran meollo
si rollo en el puebro hacéis.
DORISTO:
Él será tal que os honréis
que os digan,
Váyase al rollo
.Vanse.
Salen RUY Lorenzo, de pastor,
y MIRENO, de galán
RUY:
De tal manera te asienta
el cortesano vestido
que me hubiera persuadido
a que eras hombre de cuenta,
a no haber visto primero
que ocultaba la belleza
de los miembros la bajeza
de aqueste traje grosero.
Cuando se viste el villano
las galas del traje noble,
parece imagen de roble
que no mueve pie ni mano;
ni hay quien persuadirse pueda
sin que es, como sospecha,
pared que, de adobes hecha,
la cubre un tapiz de seda.
Pero cuando en ti contemplo
el desengaño con que andas
y el donaire con que mandas
ese vestido, otro ejemplo
hallo en ti más natural,
que vuelve por tu decoro,
llamándote imagen de oro
con la funda de sayal.
Alguna nobleza infiero
que hay en ti; pues te prometo
que te he cobrado el respeto
que al mismo duque de Avero.
¡Hágate el cielo como él!
MIRENO:
Y a ti, con sosiego y paz
te vuelva sin el disfraz
a tu estado; y fuera de él,
con paciencia vencerás
de la Fortuna el ultraje.
Si te ve un aquese traje
mi padre, en él hallarás
nuevo amparo; en él te fía,
y dile que me destierra
mi inclinación a la guerra;
que espero en Dios que algún día
buena vejez le he de dar.
RUY:
Adiós, gallardo mancebo.
La espada sola me llevo
para poder evitar,
si me conocen, mi ofensa.
MIRENO:
Haces bien; anda con Dios,
que hasta la villa los dos
aunque vamos sin defensa,
no tenemos qué temer;
y allá espadas compraremos.
Sale VASCO, de pastor
VASCO:
Vámonos de aquí.
Qué hacemos?
Que ya me quisiera ver
cien leguas de este lugar.
MIRENO:
¿Y Tarso?
VASCO:
Allí desenreda
las calzas, que agora queda
comenzándose a atacar,
muy enojado conmigo
porque me llevo la espada,
sin la cual no valgo nada.
MIRENO:
La tardanza os daña.
RUY:
Amigo,
adiós.
VASCO:
No está malo el sayo.
RUY:
Jamás borrará el olvido
este favor.
VASCO:
Embutido
va en un pastor un lacayo.
Vase [RUY Lorenzo y VASCO]
MIRENO:
Del castizo caballo descuidado,
el hambre y apetito satisface
la verde hierba que en el campo nace,
el freno duro del arzón colgado; 650
mas luego que el jaez de oro esmaltado
le pone el dueño cuando fiestas hace,
argenta espumas, céspedes deshace,
con el pretal sonoro alborotado.
Del mismo modo entre la encina y roble,
criado con el rústico lenguaje
y vistiendo sayal tosco, he vivido;
mas despertó mi pensamiento noble,
como al caballo, el cortesano traje;
que aumenta la soberbia el buen vestido.
Sale TARSO, de lacayo
TARSO:
¿No ves las devanaderas
que me han forzado a traer?
Yo no acabo de entender
tan intricadas quimeras.
¿No notas la confusión
de calles y encrucijadas?
Has visto más rebanadas
sin ser mis calzas melón?
¿Qué astrólogo tuvo esfera,
di, menos inteligible?
¡Que ha una hora que no es posible
topar con la faltriquera!
¡Válgame Dios!
¡El juicio
que tendría el inventor
de tan confusa labor
y enmarañado edificio!
¡Qué ingenio!
¡Qué entendimiento!
MIRENO:
Basta, Tarso.
TARSO:
No te asombre;
que ésta no ha sido obra de hombre.
MIRENO:
¿Pues de qué?
TARSO:
De encantamiento.
Obra es digna de un Merlín,
porque en estos astrolabios
aun no hallarán los más sabios
ningún principio ni fin.
Pero, ya que enlacayado
estoy, y tú caballero,
¿qué hemos de hacer?
MIRENO:
Ir a Avero,
que este traje ha levantado
mi pensamiento de modo
que a nuevos intentos vuelo.
TARSO:
Tú querrás subir al cielo,
y daremos en el lodo.
Mas, pues eres ya otro hombre,
por si acaso adonde fueres
caballero hacerte quieres,
¿no es bien que mudes el nombre?
Que si el de Mireno no es bueno
para nombre de señor.
MIRENO:
Dices bien. No soy pastor,
ni he de llamarme Mireno.
Don Dionís en Portugal
es nombre ilustre y de fama.
Don Dionís desde hoy me llama.
TARSO:
No le has escogido mal;
que los reyes que ha tenido
de ese nombre esta nación,
eterna veneración
ganaron a su apellido.
Extremado es el ensayo;
pero, ya que así te ensalzas,
dame un nombre que a estas calzas
le venga bien, de lacayo;
que ya el de Tarso me quito.
MIRENO:
Escógele tú.
TARSO:
Yo escojo,
si no lo tienes a enojo...
¿No es bueno...?
MIRENO:
¿Cuál?
TARSO:
Gómez Brito.
¿Qué te parece?
MIRENO:
¡Extremado!
TARSO:
¡Gentiles cascos, por Dios!
Sin ser obispo, los dos
mos habemos confirmado.
Salen DORISTO, LARISO y DENIO y pastores con armas y sogas
DORISTO:
¡Válgaos el dimunio, amén!
¿Que nos los hemos de hallar?
LARISO:
Si no es que saben volar
imposible es que no estén
entre estas matas y peñas.
DENIO:
Busquémoslos por lo raso.
LARISO:
¿No so[n] éstos?
DORISTO:
Habrad paso.
LARISO:
Par Dios, conforme las señas,
que son los propios.
DORISTO:
Atalde
los brazos, pues veis que están
sin armas.
DENIO:
Rendíos, galán.
LARISO:
Tené al rey.
DORISTO:
Tené al alcalde.
Por detrás los cogen y atan
MIRENO:
¿Qué es esto?
TARSO:
¿Estáis en vosotros?
¿Por qué nos prendéis?
DORISTO:
Por gatos.
¡Aho!
¿No veis qué mojigatos
hablan? Sabéis ser quillotros
para dar la muerte al conde,
y, ¿pescudaisnos por qué
os prendemos?
DENIO:
¡Bueno, a fe!
TARSO:
¿Qué conde o qué muerte?
¿Adónde nos habéis visto otra vez?
DORISTO:
Allá os lo dirá el verdugo
cuando os cuelgue cual besugo
de las agallas y nuez.
MIRENO:
A no llevarme la espada,
ya os fuerais arrepentidos.
TARSO:
El trueco de los vestidos
mos ha dado esta gatada.
¡Ah, mi señor don Dionís!
¿Es aquésta la ganancia
de la guerra?
¿Qué ignorancia
te engañó?
DORISTO:
¿Qué barbillas?
TARSO:
Tarso quiero ser, no Brito;
ganadero, no lacayo.
Por bragas quiero mi sayo.
Las ollas lloro de Egipto.
LARISO:
¿Quieres callar, bellacón?
Darle de peñas quiero.
DORISTO:
Alto, a Avero.
MIRENO:
Pues a Avero
nos llevan, ten corazón;
que cuando el duque nos vea,
caerán éstos en su engaño
sin que nos mande hacer daño.
DORISTO:
Rollo tendrá muesa aldea.
DENIO:
Cuando bajo el olmo le hagas,
en él haremos concejo.
TARSO:
Yo de ninguno me quejo,
si de estas malditas bragas...
¿Quién ha visto tal ensayo?
MIRENO:
¿Qué temes, necio?
¿Qué dudas?
TARSO:
Si me cuelgan y hago un Judas,
sin hacer Judas lacayo,
¿no he de llorar y temer?
Hoy me cuelgan del cogollo.
DORISTO:
En la picota del rollo
un reloj he de poner.
Vamos.
LARISO:
Bien el pueblo ensalzas.
TARSO:
Si te quieres escapar
do no te puedan hallar
métete dentro en mis calzas
.Vanse.
Salen doña JUANA y don ANTONIO, de camino
JUAN:
¡Primo don Antonio!
ANTONIO:
¡Paso!
No me nombréis; que no quiero
hagáis de mí tanto caso
que me conozca en Avero
el duque. A Galicia paso,
donde el rey don Juan me llama
de Castilla; que me ama
y hace merced; y deseo
a costa de algún rodeo,
saber si miente la fama
que ofrece el lugar primero
de la hermosura de España
a las hijas del de Avero,
o si la fama se engaña
y miente el vulgo ligero.
JUANA:
Bien hay que estimar y ver;
pero no habéis de querer
que así tan despacio os goce.
ANTONIO:
Si el de Avero me conoce,
y me obliga a detener,
caer en falta recelo
con el rey.
JUANA:
Pues si eso pasa,
de mi gusto al vuestro apelo;
mas, si sabe que en su casa
don Antonio de Barcelo, 805
conde de Penela, ha estado
y que encubierto ha pasado
cuando le pudo servir
en ella, halo de sentir
con exceso; que en su estado
jamás llegó caballero
que por inviolables leyes
no le hospede.
ANTONIO:
Así lo infiero;
que es nieto, en fin, de los reyes
de Portugal el de Avero.
Pero, dejando esto, prima;
¿tan notable es la beldad
que en sus dos hijas sublima
el mundo?
JUANA:
¿Es curiosidad
o el alma acaso os lastima
el ciego?
ANTONIO:
Mal sus centellas
me pueden causar querellas
si de su vista no gozo;
curiosidades de mozo
a Avero me traen a vellas.
¿Cómo tengo de querer
lo que no he llegado a ver?
JUANA:
De que eso digáis me pesa.
Nuestra nación portuguesa
esta ventaja ha de hacer
a todas; que porque asista
aquí Amor, que es su interés,
ha de amar en su conquista
de oídas el portugués,
y el castellano, de vista.
Las hijas del duque son
dignas de que su alabanza
celebre nuestra nación.
La mayor, a quien Berganza
y su duque, con razón,
pienso que intenta entregar
al conde de Vasconcelos,
su heredero, puede dar
otra vez a Clicie celos,
si el sol la sale a mirar.
Pues de doña Serafina,
hermana suya, es divina
la hermosura.
ANTONIO:
Y, de las dos,
¿a cuál juzgáis, prima, vos,
por más bella?
JUANA:
Mas se inclina
mi afición a la mayor,
aunque mi opinión refuta
en parte el vulgo hablador;
mas en gustos no hay disputa
y más en cosas de amor.
En dos bandos se reparte
Avero, y por cualquier parte
hay bien que alegar.
ANTONIO:
¿Aquí
hay algún título?
JUANA:
Sí,
don Francisco y don Duarte.
ANTONIO:
¿Y qué hacen?
JUANA:
Más de un curioso
dice que pretende ser
cada cuan de la una esposo.
ANTONIO:
Prima, yo las he de ver
esta tarde; que es forzoso
irme luego.
JUANA:
Yo os pondré
donde su hermosura os dé,
podrá ser, más de una pena.
ANTONIO:
¿Serafina o Madalena?
JUANA:
Bellas son las dos. No sé.
Pero el duque sale aquí
con ellas. Ponte a esta parte.
[Don ANTONIO se pone a la puerta o detrás de un cancel].
Sale el DUQUE, el CONDE, [doña] SERAFINA y doña MADALENA.
[El DUQUE habla aparte al CONDE]
DUQUE:
Digo, conde don Duarte
que todo se cumpla así.
CONDE:
Pues el rey, nuestro señor,
favorece la privanza
del hijo del de Berganza,
y a vuestra hija mayor
os pide para su esposa,
escriba vuestra excelencia
que, con su gusto y licencia,
doña Serafina hermosa
lo será mía.
DUQUE:
Está bien.
CONDE:
Pienso que su majestad
me mira con voluntad,
y que lo tendrán por bien;
yo y todo le escribiré.
DUQUE:
No lo sepa Serafina
hasta ver si determina
el rey que la mano os dé;
que es muchacha; y descuidada,
aunque portuguesa, vive
de que tan presto cautive
su libertad la lazada
o nudo del matrimonio.
[Hablan aparte don ANTONIO y doña JUANA]
JUANA:
Presto os habéis divertido.
Decid,
¿qué os han parecido
las hermanas, don Antonio?
ANTONIO:
No sé el alma a cuál se inclina,
ni sé lo que hacer ordena.
Bella es doña Madalena,
pero doña Serafina
es el sol de Portugal.
Por la vista el alma bebe
llamas de amor entre nieve,
por el vaso de cristal
de su divina blancura;
la fama ha quedado corta
en su alabanza.
DUQUE:
Esto importa.
ANTONIO:
Fénix es de la hermosura.
DUQUE:
Llegaos, Madalena, aquí.
CONDE:
Pues me da el duque lugar,
mi serafín, quiero hablar
si hay atrevimiento en mí
para que vuele tan alto
que a serafines me iguale.
ANTONIO:
Prima, a ver el alma sale
por los ojos el asalto
que Amor le da poco a poco.
Ganárame si me pierdo.
JUANA:
Vos entraste, primo, cuerdo,
y pienso que saldréis loco.
DUQUE:
Hija, el rey te honra y estima.
Cuán bien te está considera.
MADALENA:
Mi voluntad es de cera.
Vueselencia en ella imprima
el sello que más le cuadre,
porque en mí sólo ha de haber
callar con obedecer.
DUQUE:
¡Mil veces dichoso padre
que oye tal!
CONDE:
Las dichas mías,
como han subido al extremo
de su bien, que caigan temo.
SERAFINA:
Conde, esas filosofías
ni las entiendo ni son
de mi gusto.
CONDE:
Un serafín
bien puede alcanzar el fin
y el alma de una razón.
No digáis que no entendéis,
serafín, lo que alcanzáis.
SERAFINA:
¡Jesús, qué de ello que habláis!
CONDE:
Si soy hombre,
¿qué queréis?
Por palabras los intentos
quiere que expliquemos Dios;
que, a ser serafín cual vos,
con solos los pensamientos
nos habláramos.
SERAFINA:
¿Que Amor
habla tanto?
CONDE:
¿No ha de hablar?
SERAFINA:
No; que hay poco que fiar
de un niño, y más, hablador.
CONDE:
En todo os hizo perfeta
el cielo con mano franca.
ANTONIO:
Prima, para ser tan blanca,
notablemente es discreta.
¡Qué agudamente responde!
Ya han esmaltado los cielos
el oro de Amor con celos.
Mucho me enfada este conde.
JUANA:
¡Pobre de vuestra esperanza
si tal contrario la asalta!
DUQUE:
Un secretario me falta
de quien hacer confianza;
y aunque esta plaza pretenden
muchos por diversos modos
de favores, entre todos
pocos este oficio entienden.
Trabajo me ha de costar
en tal tiempo estar sin él.
MADALENA:
A ser el pasado fiel
era ingenio singular.
DUQUE:
Sí; mas puso en contingencia
mi vida y reputación.
Salen los pastores, [DORISTO, LARISO Y DENIO] y traen presos a MIRENO y TARSO
DORISTO:
Ande apriesa el bellacón.
LARISO:
Aquí está el duque.
TARSO:
Paciencia
me dé Herodes.
DENIO:
¡Aho! Llegá,
pues sois alcalde y habralde.
DORISTO:
Buen viejo, yo so el alcalde
y vos el duque.
LARISO:
¡Verá!
Llegaos más cerca.
DORISTO:
Y supimos
yo, el herrero y su mujer
que mandábades prender
estos bellacos y fuimos
Bras Llorente y Gil Bragado...
TARSO:
Aquése yo lo seré
pues por mi mal me embragué.
DORISTO:
Y después de haber llamado
a concejo el regidero
Pero Mínguez... Llegá acá,
que no sois bestia y habrá.
Decid lo demás.
LARISO:
No quiero.
Decildo vos.
DORISTO:
No estudié
sino hasta aquí. En conclusión,
éstos los ladrones son
que por sólo heros mercé
prendimos yo y Gil Mingollo.
Haga lo que el puebro pide
su duquencia, y no se olvide
lo que le dije del rollo.
DUQUE:
¿Hay mayor simplicidad?
Ni he entendido a lo que vienen
ni por qué delito tienen
así estos hombres. Soltad
los presos y decid vos
qué insulto habéis cometido
para que os hayan traído
de aquesa suerte a los dos.
De rodillas
MIRENO:
Si lo es el favorecer,
gran señor, a un desdichado,
perseguido y acosado
de tus gentes y poder,
y juzgas por temerario
haber trocado el vestido
por darle vida, yo he sido...
DUQUE:
¿Tú libraste al secretario?
Pero sí; que aquese traje
era suyo. Di, traidor,
¿por qué le diste favor?
MIRENO:
Vueselencia no me ultraje,
ni ese título me dé;
que no estoy acostumbrado
a verme así despreciado.
DUQUE:
¿Quién eres?
MIRENO:
No soy. Seré;
que sólo por pretender
ser más de lo que hay en mí
menosprecié lo que fui
por lo que tengo de ser.
DUQUE:
No te entiendo.
MADALENA:
Aparte
¡Extraña audacia
de hombre! El poco temor
que muestra dice el valor
que encubre. De su desgracia
me pesa.
DUQUE:
Di,
¿conocías
al traidor que ayuda diste?
Mas, pues por él te pusiste
en tal riesgo, bien sabías
quién era.
MIRENO:
Supe que quiso
dar muerte a quien deshonró
su hermana, y después te dio
de su honrado intento aviso;
y, enviándole a prender,
le libré de ti, espantado
por ver que el que esta agraviado
persigas; debiendo ser
favorecido por ti,
por ayudar al que ha puesto
en riesgo su honor.
CONDE:
¿Qué es esto?
Aparte
¿Ya anda derramada así
la injuria que hice a Leonela?
DUQUE:
¿Sabes tú quién la afrentó?
MIRENO:
Supiéralo, señor, yo;
que a saberlo...
DUQUE:
Fue cautela
del traidor para engañarte.
Tú sabes adónde está
y así forzoso será
si es que pretendes librarte,
decirlo.
MIRENO:
¡Bueno sería,
cuando adonde está supiera,
que un hombre como yo hiciera,
por temor, tal villanía!
DUQUE:
¿Villanía es descubrir
un traidor? Llevadle preso;
que si no ha perdido el seso
y menosprecia el vivir,
él dirá dónde se esconde.
MADALENA:
Ya deseo de libralle;
que no merece su talle
tal agravio.
DUQUE:
Intento, conde,
vengaros.
CONDE:
Él lo dirá.
TARSO:
¡Muy gentil ganancia espero!
Aparte
DUQUE:
Vamos; que responder quiero
al rey.
TARSO:
Aparte
¡Medrándose va
con la mudanza de estado
y nombre de don Dionís!
DUQUE:
Viviréis si lo decís.
MIRENO:
Aparte
¡La Fortuna ha comenzado
a ayudarme; ánimo ten,
porque en ella es natural,
cuando comienza por mal,
venir a acabar en bien.!
TARSO:
Bragas, si una vez os dejo,
nunca más transformación.
Llévanlos presos
DUQUE:
Meted una petición
vosotros en mi consejo
de lo que queréis; que allí
se os pagará este servicio.
DORISTO:
Vos, que tenéis buen juicio,
la peticionad.
LARISO:
Sea así.
DORISTO:
Señor, por este cuidado
haga un rollo en mi lugar,
tal que se pueda ahorcar
en él cualquier hombre honrado.
Vanse los pastores, el DUQUE y el CONDE; quedan los demás
MADALENA:
Mucho, doña Serafina,
me pesa ver llevar preso
aquel hombre.
SERAFINA:
Yo confieso
que a rogar por él me inclina
su buen talle.
MADALENA:
¿Eso desea tu afición?
¿Ya es bueno el talle?
pues no tienes de libralle
aunque lo intentes.
SERAFINA:
No sea.
Vanse doña SERAFINA y doña MADALENA
JUANA:
¿Habéisos de ir esta tarde?
ANTONIO:
¡Ay, prima!
¡Cómo podré si me perdí, si cegué,
si Amor valiente, cobarde,
todo el tesoro me gana
del alma y la voluntad?
Sólo por ver su beldad
no he de irme hasta mañana.
JUANA:
¡Bueno estáis!
¿Que amáis en fin?
ANTONIO:
Sospecho, prima querida,
que de mi contento y vida
Serafina será fin.