Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El valentón.

En el año 1837 vivia en un valentón de bigote retorcido, camorrista, pendenciero y perdonavidas, de esos que cobran derecho por dejar salir á la calle de noche, y que son el coco de los solteros lugareños y el gallo de las princesas del estropajo.

La tiranía de este hombre, que podria llamarse Juan Sin-miedo, se dejaba ya caer con tal peso sobre los mozos, que dos de ellos, no pudiendo sufrirla, se resolvieron á acabar con ella de una manera estrepitosa.

Al efecto lo esperaron una noche junto á la puerta de su casa los dos, por supuesto, prevenidos de sus respectivas armas, á saber: el primero un tambor con unas estopas, y el segundo una lavativa ó geringa de formas descomunales.

Dan las doce de la noche, llega el valentón, y gritan los mozos:

— ¡Muere, traidor!

Al mismo tiempo el del tambor dá un golpe imitando el disparo de un cañón de treinta y seis, y enciende las estopas para que semejasen fogonazos.

A su vez el de la geringa dispara sobre el valentón dos libras de agua teñida de almazarrón, y que se parecía á la sangre como un huevo á otro.

— ¡Dios sea conmigo! esclamó el valentón, cayendo de espaldas; luego, cuando aproximaron una luz, y se vio cubierto de aquel líquido encarnado, prosiguió con voz desfallecida:

— Estoy muerto, he perdido toda la sangre, y apenas podré vivir algunos minutos. ¡Dios mió! lo menos mehan disparado veinte tiros: y se desmayó:

Al dia siguiente habia desaparecido del pueblo.