El tulipán negro
de Alejandro Dumas
Capítulo XXIII: El envidioso



En efecto, los pobres jóvenes tenían gran necesidad de ser amparados por la protección directa del Señor.

Jamás habían estado tan cerca de la desesperación como en este mismo instante en que creían tener asegurada su felicidad.

No dudaremos en absoluto en la inteligencia de nuestro lector hasta el punto de suponer que no haya reconocido en Jacob, nuestro antiguo amigo, o más bien nuestro antiguo enemigo, a Isaac Boxtel el tulipanero.

El lector ha adivinado, pues, que Boxtel había seguido de la Buytenhoff a Loevestein al objeto de su amor y al objeto de su odio:

El tulipán negro y Cornelius van Baerle.

Lo que cualquier otro tulipanero y más un tulipanero envidioso no hubiera podido jamás descubrir, es decir, la existencia de los bulbos y las ambiciones del prisionero, la envidia había hecho, sino descubrir, por lo menos adivinar a Boxtel.

Lo hemos visto más afortunado bajo el nombre de Jacob que bajo el nombre de Isaac, entablar amistad con Gryphus, al que gratificó el reconocimiento y la hospitalidad durante unos meses, con la mejor ginebra que se hubiera fabricado jamás desde Texel a Amberes.

Adormeció sus desconfianzas; porque como hemos visto, el viejo Gryphus era desconfiado; adormeció sus desconfianzas, decimos, halagándole con una alianza con Rosa.

Acrecentó por otra parte sus instintos de carcelero, después de haber halagado su orgullo de padre. Acrecentó sus instintos de carcelero pintándole con los más sombríos colores al sabio prisionero que Gryphus tenía bajo sus cerrojos, y que al decir del falso Jacob, había concertado un pacto con Satán para perjudicar a Su Alteza el príncipe Guillermo de Orange.

También había tenido éxito al principio con Rosa, no inspirándole sentimientos de simpatía, ya que a Rosa siempre le había gustado muy poco Mynheer Jacob, pero al hablarle de matrimonio y de loca pasión, había apagado en principio todas las sospechas que hubiera podido tener.

Hemos visto cómo su imprudencia al seguir a Rosa al jardín lo había denunciado a los ojos de la muchacha, y cómo los temores instintivos de Cornelius habían puesto a los dos jóvenes en guardia contra él.

Lo que había, sobre todo, inspirado las inquietudes al prisionero, nuestro lector debe recordarlo, era aquella gran cólera que había invadido a Jacob contra Gryphus a propósito del bulbo aplastado.

En aquel momento, esa rabia era tanto mayor por cuanto aunque Boxtel suponía que Cornelius tenía un segundo bulbo, no estaba muy seguro de ello.

Fue entonces cuando espió a Rosa y la siguió no solamente al jardín, sino también por los corredores.

Únicamente que; como esta vez la seguía por la noche y con los pies descalzos, ni fue visto ni oído.

Excepto aquella vez en que Rosa creyó haber visto pasar algo como una sombra por la escalera.

Pero ya era demasiado tarde, Boxtel había sabido, de la misma boca del prisionero, la existencia del segundo bulbo.

Engañado por la trampa de Rosa, que había simulado el acto de enterrarlo en la platabanda, y no dudando que esa pequeña comedia había sido ejecutada para forzarle a traicionarse, redobló las precauciones y puso en juego todas las artimañas de su mente para continuar espiando a los otros sin ser espiado él mismo.

Vio a Rosa transportar una gran vasija de mayólica de la cocina de su padre a la habitación que ella ocupaba.

Vio a Rosa lavarse, con mucha agua, sus bellas manos llenas de la tierra que había amasado para preparar al tulipán el mejor lecho posible.

Finalmente alquiló, en un granero, una pequeña habitación justo enfrente de la ventana de Rosa; bastante alejada para que no se le pudiera reconocer a simple vista, pero bastante cerca para que con la ayuda de su telescopio pudiera seguir todo lo que ocurría en Loevestein en la habitación de la joven, como había seguido en Dordrecht todo lo que pasaba en el secador de Cornelius.

No hacía más de tres días que estaba instalado en su granero, cuando no le cupo ya ninguna duda. Desde que se levantaba el sol por la mañana, la vasija de mayólica estaba en la ventana y, semejante a esas encantadoras mujeres de Miéris y de Metzu, Rosa aparecía en aquella ventana encuadrada por las primeras ramas verdeantes de la parra y la madreselva.

Rosa contemplaba la vasija de mayólica con una mirada que denunciaba a Boxtel el valor real del objeto encerrado en ella.

Lo que encerraba la vasija era, pues, el segundo bulbo, es decir, la suprema esperanza del prisionero.

Cuando las noches amenazaban ser demasiado frías, Rosa entraba la vasija de mayólica.

Eso indicaba que Rosa seguía las instrucciones de Cornelius, que temía que el bulbo se helara.

Cuando el sol se hizo más cálido, Rosa entraba la vasija de mayólica desde las once de la mañana hasta las dos de la tarde.

Eso indicaba, asimismo, que Cornelius temía que la tierra se desecara.

Pero cuando la lanza de la flor salió de la tierra, Boxtel quedó completamente convencido: no tenía una altura mayor de tres centímetros cuando, gracias a su telescopio, no había lugar ya a la duda para el envidioso.

Cornelius poseía dos bulbos, y el segundo estaba confiado al amor y a los cuidados de Rosa.

Porque, pensándolo bien, el amor de los dos jóvenes no había escapado a Boxtel.

Era, pues, a ese segundo bulbo al que había que hallar el medio de sustraer a los cuidados de Rosa y al amor de Cornelius.

Sólo que la cosa no era fácil.

Rosa vigilaba a su tulipán como una madre vigilaría a su hijo; mejor que esto, como una paloma empolla sus huevos.

Rosa no abandonaba la habitación en toda la jornada; y había más; cosa extraña, Rosa no abandonaba ya su habitación por la noche.

Durante siete días, Boxtel espió inútilmente a Rosa; Rosa no salía en absoluto de su habitación.

Esos fueron aquellos siete días de riña que hicieron a Cornelius tan desgraciado, al llevarse a la vez toda noticia de Rosa y de su tulipán.

¿Iba a estar Rosa eternamente enojada con Cornelius? Esto hubiera hecho el robo muchísimo más difícil de lo que había creído al principio Mynheer Isaac.

Decimos robo, porque Isaac estaba completamente decidido en su proyecto de robar el tulipán; y como éste crecía en el más profundo misterio, como los dos jóvenes ocultaban su existencia a todo el mundo, le creerían antes a él, tulipanero reconocido, que a una joven extraña a todos los detalles de la horticultura o que a un prisionero condenado por un crimen de alta traición, guardado, sobrevigilado, espiado, y que mal reclamaría desde el fondo de su calabozo. Por otra parte, como sería poseedor del tulipán y como en el caso de muebles y otros objetos transportables, la posesión da fe de la propiedad, él obtendría ciertamente el premio y sería realmente coronado en lugar de Cornelius, y el tulipán, en vez de llamarse Tulipa nigra Barloensis, se llamaría Tulipa nigra Boxtellensis o Boxtellea.

Mynheer Isaac no estaba todavía decidido sobre cuál de esos nombres daría al tulipán negro; pero como ambos significaban la misma cosa, no era éste el punto más importante.

El punto más importante era robar el tulipán.

Mas, para que Boxtel pudiera apoderarse del tulipán, era preciso que Rosa saliera de su habitación.

Así pues, fue con verdadera alegría que Jacob o Isaac, según se prefiera, vio reemprenderse las citas acostumbradas de la noche.

Comenzó por aprovechar la ausencia de Rosa para estudiar su puerta.

La puerta cerraba bien y a doble vuelta, por medio de una cerradura simple, pero de la que únicamente Rosa poseía la llave.

Boxtel tuvo la idea de robar la llave a Rosa, pero además de que no era cosa fácil registrar el bolsillo de la joven, al apercibirse Rosa de que había perdido su llave haría cambiar la cerradura, y no saldría de su habitación hasta que la cerradura fuera cambiada, y Boxtel habría cometido un crimen inútil.

Era preferible, pues, emplear otro medio.

Boxtel reunió todas las llaves que pudo hallar, y mientras Rosa y Cornelius pasaban en el postigo una de sus horas afortunadas, las probó todas.

Dos entraron en la cerradura, una de las dos dio la primera vuelta y se detuvo en la segunda.

No había más que retocar muy poca cosa a esta llave.

Boxtel la impregnó con una ligera capa de cera y repitió la experiencia.

El obstáculo que la llave había encontrado en la segunda vuelta había dejado su huella sobre la cera. Boxtel no tuvo más que seguir esta huella con el mordiente de una lima de hoja estrecha como la de un cuchillo.

Con otras dos horas de trabajo, Boxtel consiguió su llave a la perfección.

La puerta de Rosa se abrió sin ruidos, sin esfuerzo, y Boxtel se halló en la habitación de la joven, a solas con el tulipán.

La primera acción condenable de Boxtel había consistido en pasar por encima de un muro, para desenterrar el tulipán; la segunda había sido penetrar en el secadero de Cornelius, por una ventana abierta; la tercera, introducirse en la habitación de Rosa con una falsa llave.

Como se ve, la envidia hacía avanzar a Boxtel a grandes pasos en la abyecta y desenfrenada carrera del crimen.

Boxtel se halló, pues, a solas con el tulipán.

Un ladrón ordinario hubiera agarrado la vasija bajo su brazo y se la habría llevado.

Pero Boxtel no era un ladrón ordinario y reflexionó.

Reflexionó, contemplando el tulipán con la ayuda de su farol, diciéndose que no estaba todavía bastante avanzado para tener la certeza de que florecería negro aunque las apariencias ofrecían todas las probabilidades.

Reflexionó que si no florecía negro, o que si florecía con una mancha cualquiera, habría realizado un robo inútil.

Reflexionó que la noticia de este robo se expandiría, que se le supondría el ladrón después de lo que había pasado en el jardín, qué se realizarían investigaciones y que, por bien que ocultara el tulipán, sería posible hallarlo.

Reflexionó que, aunque ocultara el tulipán de forma que no fuera encontrado, podría, con todos los transportes que estaría obligado a sufrir, sucederle alguna desgracia.

Reflexionó finalmente que era preferible, puesto que tenía una llave de la habitación de Rosa y podía penetrar en ella cuando quisiera, esperar a la floración, cogerlo una hora antes de que se abriera, o una hora después de que se hubiera abierto, y partir en el mismo instante sin pérdida de tiempo para Haarlem, donde, antes incluso de que fuera reclamado, el tulipán estaría delante de los jueces.

Entonces sería a éste o a aquélla que reclamara a quien Boxtel acusaría de robo.

Era un plan bien pensado y digno en todo punto del que lo concebía.

Así pues, todas las noches durante aquella hora que los jóvenes pasaban en el postigo de la celda, Boxtel entraba en la habitación de la muchacha, no para violar el santuario de la virginidad, sino para seguir los progresos que realizaba el tulipán negro en su floración.

La noche a la que hemos llegado, iba a entrar como las otras noches; pero, como hemos dicho, los jóvenes no habían intercambiado más que unas palabras, y Cornelius había enviado de nuevo a Rosa para vigilar el tulipán.

Viendo a Rosa penetrar en su habitación, diez minutos después de haber salido, Boxtel comprendió que el tulipán había florecido o iba a florecer.

Era entonces durante esta noche cuando la gran partida iba a jugarse; así pues, Boxtel se presentó ante Gryphus con una provisión de ginebra doble que de costumbre.

Es decir, con una botella en cada bolsillo.

Una vez Gryphus bebido, Boxtel quedaba dueño de la fortaleza o poco más.

A las once, Gryphus estaba completamente borracho. A las dos de la madrugada, Boxtel vio salir a Rosa de su habitación, pero sosteniendo visiblemente en sus brazos un objeto que llevaba con precaución.

Este objeto era sin duda alguna el tulipán negro que acababa de florecer.

Pero ¿qué iba a hacer?

¿Iba a partir en aquel mismo instante para Haarlem con él?

No era posible que una joven emprendiera sola, de noche, un viaje semejante.

¿Iba únicamente a enseñar el tulipán a Cornelius? Esto era probable.

Siguió a Rosa con los pies descalzos y de puntillas.

La vio acercarse al postigo.

La oyó llamar a Cornelius.

Al resplandor del farol, vio el tulipán abierto, negro como la oscuridad en la que se ocultaba.

Oyó todo el proyecto planeado entre Cornelius y Rosa para enviar un mensajero a Haarlem.

Vio juntarse los labios de los dos jóvenes y luego oyó a Cornelius despedir a Rosa.

Vio a Rosa apagar el farol y desandar el camino de su habitación.

La vio entrar en su habitación.

Luego la vio, diez minutos después, salir de la habitación y cerrar con cuidado la puerta con doble vuelta de llave.

Ya que cerraba aquella puerta con tanto cuidado, es que detrás de la misma encerraba al tulipán negro.

Boxtel, que veía todo aquello oculto en el rellano del piso superior a la habitación de Rosa, descendió un escalón de su piso, cuando Rosa descendía un escalón del suyo. De suerte que, cuando Rosa tocaba el último tramo de la escalera, con su pie ligero, Boxtel, con una mano más ligera todavía, tocaba la cerradura de la habitación de Rosa con su mano.

Y en aquella mano, como puede comprenderse, estaba la llave falsa que abría la puerta de Rosa ni más ni menos fácilmente que la verdadera.

Por eso es por lo que hemos dicho al comienzo de este capítulo que los pobres jóvenes tenían mucha necesidad de ser amparados por la protección del Señor.