El testamento interpretado

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El testamento interpretado.

Un lugareño, poco antes de morir, llamó á su mujer y le dijo:

— He hecho testamento, y para pagar de alguna manera el cariño que me has tenido, no te he olvidado en él; antes por el contrario te he dejado alguna cosa que puede servirte de mucho.

— Yo apreciaré tu recuerdo, marido mió, dijo la mujer fingiendo que lloraba.

— Escúchame, continuó el marido. Ya sabes que tengo un caballo; cuando me haya muerto lo venderás tú misma, y entregarás á mis parientes el dinero que saques de él.

— ¿Que lo entregaré dices?

— Si; pero espera. También sabes que tengo un perro; pues bien, te lo regalo generosamente para que lo vendas si quieres y retengas su importe, ó lo conserves para que te guarde la casa; y te aseguro que te servirá de gran consuelo, y que sales bien librada.

El lugareño se murió; y la mujer, queriendo obedecer á su marido y cumplir con su deber, cogió una mañana el caballo y el perro y los llevó á la feria.

— ¿Cuánto quiere V. por ese caballo ? preguntó un chalan.

— Quiero vender, respondió la mujer, el caballo y el perro juntamente, y si á V. le conviene, me dará por el perro cien duros, y por el caballo ¡qué diablo! no hemos de reñir, me dará diez reales.

— Acepto, dijo el chalan, porque el precio de las dos cosas juntas me conviene, y sea la tasación de una manera ú otra á mí me es igual.

— De este modo la buena mujer, tan escrupulosa en el cumplimiento de la última voluntad de su marido, dio á los parientes de este los diez reales que sacó del caballo, y se quedó con la conciencia tranquila, conservándolos cien duros que le dieron por el perro.