El sastre de Campillos/Acto III

​El sastre de Campillos​ de Francisco Bances Candamo
Acto III

Acto III

Decoración de campo frente a los muros de San Esteban.
(Salen y disfrazados como de noche.)
MANRIQUE:

Cuando piso del prado las alfombras,
se me anegan los ojos en las sombras.

MARÍN:

La noche es tal, señor, que a lo que creo;
tiento la obscuridad, mas no la veo.

MANRIQUE:

En la tiniebla fría,
la noche luce, y se obscurece el día.

MARÍN:

Tanto, que al ir andando,
aún con el pensamiento voy tentando.

MANRIQUE:

Ya al valor tuyo y mío,
de puente, y no de valla, sirvió el río.
 

MARÍN:

Y como ya nadando me aviaste,
el vado, aún las palabras te mojaste,
que eres el primer sastre que procura
remojar la palabra en agua pura.

MANRIQUE:

Éste de San Esteban es el muro,
y a su centro llegué ya tan seguro,
a emprender la más notable hazaña
que a la posteridad vincula España.

MARÍN:

¿Señor, no me dirás a qué venimos?
Del Campillo salimos,
y este río esguazamos,
y en San Esteban de Gormaz estamos.
Declárate, que ya venir me apura
con amo obscuro en noche tan obscura.
 

MANRIQUE:

Ya sabes tú que osados,
algunos castellanos emboscados,
siendo su verde noche la montaña,
que en sombras vegetales nos engaña,
ocultarse pudieron.

MARÍN:

Ya sé que a los leoneses embistieron,
y que al común arresto,
la noche fue paréntesis funesto.

MANRIQUE:

Pues sabe que después (aquí es preciso
que te suspendas, Blanca me dio aviso,
de que supo Fernando por muy cierto
donde mi rey Alfonso está encubierto,
y que un traidor de un castellano ufano,
que es mucho ser traidor y castellano)
al rey de León escribe que él se atreve
(cuando el sol en pirámides de nieve
se sepulte o se embarque en urna fría
para llevar al Occidente el día,
a entregarle esta plaza) ¡traición fiera!
 

MANRIQUE:

Como a la empresa un capitán viniera
con seiscientos soldados,
más que de acero de valor armados,
que la seña sería estar cantando,
como para impedir el sueño blando,
pues en el muro está de centinela,
que siempre en no dormirse se desvela:
todo esto supo Blanca, porque tiene,
viendo cuanto a mi vida le conviene;
quien le investigue atento
del rey cualquier motivo o pensamiento;
yo (aunque tan presto) espero ver cumplido,
osado y atrevido,
el plazo señalado,
en que públicamente me ha retado
el Condestable (¡ay penas más crueles!)
fijando en todo el reino los carteles:
 

MANRIQUE:

avisado del nombre y de la seña
con mi valor altivo, que me empeña
en la defensa de mi rey valiente,
llegó a su muro anticipadamente
a hurtar la seña y nombre,
y a defender la plaza; no te asombre,
que en cosas temerarias, el pensarlas,
más es el emprenderlas que el lograrlas.
Vengan, pues los leoneses, que a su brío,
sepulcro hundoso le construye el río,
llevando en vez de espumas,
rotos arneses y mojadas plumas.

MARÍN:

Y a eso sola venimos dos barbados
solos, de noche, a escuras y mojados
de haber pasado el río, vados esquivos,
sirviéndonos de tino
el tener tan sabido este camino,
que entre la escuridad, sin vanagloria,
¿nos pudo servir de ojos la memoria?
 

MANRIQUE:

Hacia aquí siento ruido,
tentar podemos ya con el oído.

MARÍN:

¿Tentar con el oído? Guarda Pablo,
que por ahí mil veces tienta el diablo;
jamás he resistido
la tentación dulcísima de oído.

(Canta un .)
SOLDADO:

Con la sangre de Manrique,
cuando del susto se quedan
descoloridas las rosas,
se encienden las azucenas,
¡ay qué dolor, qué rigor, qué pena!
Traiciones vivas, y lealtades muertas.

MANRIQUE:

Ésta es la seña.
 

MARÍN:

Tu tragedia canta.

MANRIQUE:

Es de una dulce voz la fuerza tanta,
de su dulzura tanto es el hechizo,
que suspender la cólera me hizo;
porque una habilidad tanto entretiene,
que aunque en fin se aborrezca a quien la tiene,
el rato lisonjero que se atiende,
sino borra el enojo, le suspende;
y aunque ahora cantar mi muerte intente,
¿qué importa, si la canta dulcemente?

MARÍN:

Disculpa tiene, el que a querer se emplea
a dama que cantare, aunque sea fea,
y aunque diga, al mirarla con enojos,
¡oh si para la voz hubiese ojos!
¡Oh si a la voz le diese cara el viento!
¡Oh si la voz se viese por el tiento!
(Canta un .)
 

SOLDADO:

Diole la muerte un traidor
cuando en un caballo vuela;
pues a una muerte alevosa
quien más huye más se acerca:
¡ay qué dolor! ect.

MARÍN:

Siempre al muerto le alaban mentecatos:
¡Quién pudiera morirse algunos ratos!
¡Oh siglo! Esto no puede ya sufrirse:
¿para ser bueno es menester morirse?

MANRIQUE:

Calla.

MARÍN:

Que he de callar, si hay majaderos
críticos y severos,
que con juicio profundo,
a otro no alaban porque está en el mundo,
y aplausos dan eternos,
al que estará quizás en los infiernos.
(Canta un .)
 

SOLDADO:

De León el condestable,
públicamente le reta,
para matarle la fama
ya que la vida está muerta:
¿Ay qué dolor! ect.

MANRIQUE:

Como anda mi tragedia tan válida
ya se canta en Castilla.

MARÍN:

Nunca olvida
la poesía celebrar las glorias
de los que solicitan las victorias:
no hay hazaña o tragedia que no alaba
los que no estiman a quien esto sabe,
no es posible que intenten
hacer jamás hazaña que les cuenten.
 

MANRIQUE:

Éste el traidor, en fin, y ésta la seña
es, ya el valor me empeña;
y viendo el corazón, a que se atreve,
para encenderse más sus alas mueve
llamar: ¿quién creerá,
que éste con las voces mesmas
que canta mi muerte, está
celebrando sus exequias?

MARÍN:

Quien te conozca;

MANRIQUE:

Ah del muro: ah del muro.
 

Dichos y un .
SOLDADO:

(Arriba.)
¿Quién se acerca?

MANRIQUE:

León, León.

SOLDADO:

Ya os conozco,
y bajo a abriros la puerta.

MANRIQUE:

Engañóse con el nombre:
¡es imposible que sea,
ni noble, ni castellano,
quien tal vil traición emprenda!

(Abren un postigo, y sale a él el .)
SOLDADO:

¿Vos, según el nombre dijo,
que os escuchó mi advertencia,
de esta facción sois el cabo?
 

MANRIQUE:

Sí soy.

SOLDADO:

Pues haced que venga
vuestra gente, en sorda marcha,
acercándose a la puerta,
que yo en ella estoy de posta.

MARÍN:

Y aún a posta ha estado en ella.

MANRIQUE:

¿Pues qué han de hacer?

SOLDADO:

Ocupar
torreones y fortalezas,
y despierten los vecinos
a la muerte, si despiertan.
 

MANRIQUE:

Primero os quiero premiar.

SOLDADO:

¿Cómo?

MANRIQUE:

De aquesta manera
(Dale.)
te pago: muere traidor.

SOLDADO:

Muerto soy.

MARÍN:

Requiem eternam;
buena paga.

MANRIQUE:

¡Qué traición,
de esta suerte no se premia!
 

Dichos, el y .
CONDESTABLE:

Supuesto que el rey me envía
a ejecutar la interpresa,
y ya escuchamos la voz
que ha de servirnos de seña,
lleguemos a la muralla.

SOLDADO:

Las puertas están abiertas,
y en ellas hay dos soldados.

MARÍN:

Por Dios, señor, que se acercan
muchos, imagino que
anda la noche funesta
con el día a coscorrones.

MANRIQUE:

No sé yo de qué lo infieras.
 

MARÍN:

¿De qué? De que ahora les nacen
mil bultos a las tinieblas.

CONDESTABLE:

Veamos si es el confidente:
León.

MANRIQUE:

Ya su voz me altera:
¿sois capitán leonés?

CONDESTABLE:

Yo soy.

MANRIQUE:

Llegad, que la puerta
abierta está, entrad tomando
sus baluartes y almenas,
antes que los ciudadanos
despierten, y se defiendan.

CONDESTABLE:

Ánimo, soldados míos:
¡Ay Elvira, qué de penas
me ocasionan, que me obliguen
a hacerte tantas ofensas!
Entrad.
 

y .
MARÍN:

¿Qué intentas?

MANRIQUE:

Ahora
toca esa cala de guerra,
que está en el cuerpo de guardia.

MARÍN:

Yo tocaré de manera,
que la haré bramar a palos.

(Toca a rebato.)
MANRIQUE:

Así haremos que lo sientan
los vecinos, porque quede
castigada la soberbia
de los leoneses.
(Dentro .)
 

TODOS:

Traición.

UNOS:

A la muralla.

OTROS:

A la puerta.

MANRIQUE:

Ahora vamos al Campillo,
a asegurar las sospechas
de Blanca, y el rey, y a dar
el orden en la defensa
de mi honor, pues que mañana
cumplido el término queda
del reto, en que he de salir
a defender la inocencia
de mis lealtades; ¡fortuna,
pues tantas ansias me dejas,
en duelos de honor y celos,
no te me muestres adversa!
(Vase.)
 

MARÍN:

Vamos, pues dentro dejamos,
trabada en esta contienda,
batalla mojigangal,
que hay vecino que pelea,
resistiendo a los leoneses,
en camisa y en calcetas.

UNOS:

Arma, arma.

OTROS:

Traición, traición.

TODOS:

A la muralla, a la puerta.
 

Doña , don , y el don Afonso.
ALFONSO:

No me detengáis.

ELVIRA:

Señor,
advertir cuanto se arriesga
en vuestro peligro.

NUÑO:

Aquí
tenéis soldados, que pierdan
por vos la vida, no hagáis
la victoria contingencia.
 

ALFONSO:

¿Cómo he de sufrir, que cuando
valido de mi edad tierna,
disfraza su tiranía,
con pretexto de clemencia,
el rey Fernando mi tío,
obligándome a que sea,
huyendo de sus piedades,
prófugo, y vago en mi tierra,
aún no me deje seguro
en este retiro? Vengan
mis armas, que yo el primero,
opuesto a tanta fiereza,
he de salir al rebato;
a mis propios filos mueran,
leoneses, que su arrogancia
fabrican de mi paciencia.
 

NUÑO:

No le dejéis vos, señora,
salir, mientras va mi diestra
a rechazar su intención.

(Vase.)
TODOS:

Arma, arma, guerra, guerra.

ALFONSO:

Yo he de castigar.

ELVIRA:

Señor,
humilde mi afecto os ruega,
que os retiréis; no en tan corto
débil trofeo se emplea
la majestad de un monarca.
(Dentro.)
Mueran todos, todos mueran.

ELVIRA:

Esto, señor, os suplico.
 

ALFONSO:

Si haré, porque a lo que ordenas
tú, Elvira, aunque lo repugne,
no acierto a hacer resistencia,
mas con una condición.

ELVIRA:

¿Cuál es?

ALFONSO:

Que pues tan opresa
del leonés, toda Castilla
en mi favor hace levas
de tropas, que a largas marchas
mañana a estos campos llegan,
me dejéis acaudillarlas,
volviendo a cobrar con ellas
mi usurpado reino; pues
el corazón que me esfuerza,
cada latido que pulsa
es una hazaña, que alienta.
(Vase.)
 

ELVIRA:

¡Oh majestad! Como luces,
aún en las sombras envuelta
de la infancia: qué bien dijo
aquella antigua sentencia,
que la ciencia del reinar
nace al nacer los que reinan,
pues como de si la aprenden,
sólo ellos a sí se enseñan;
mas ya que se retiró,
¿a qué aguarda mi soberbia,
que del leonés no castiga
la osadía? Y...
(Dentro.)
Muera, muera.
 

Salen los acuchillando al , que cae a los pies de .
ELVIRA:

¿Qué es esto?

CONDESTABLE:

Dar a tus plantas,
rendido un hombre, a la inmensa
muchedumbre que le acosa:
¿mas, qué veo? Elvira es ésta;
muera matando, pues ya
no hay otro medio en contienda,
que a los ojos de su dama
desairado un noble llega.

(Embístelos.)
SOLDADOS:

Muera.

ELVIRA:

Deteneos, soldados.
 

CONDESTABLE:

Morid.

ELVIRA:

Vuestra ira suspenda
mi persona.

CONDESTABLE:

Antes, señora,
me irrita vuestra presencia.

ELVIRA:

El condestable es, ya este
empeño es de otra materia:
dejadle.

SOLDADOS:

¿Tú le defiendes?
¿Siendo de aquellos, que intentan
sorprendernos, y quien viendo
frustada su estratagema,
ha hecho en los castellanos,
con valiente resistencia
tal destrozo?
 

ELVIRA:

Sí, que ya
por mi prisionero queda,
y de algo le ha de servir
dar a mis plantas.

SOLDADOS:

Pues vuelva
nuestra ira a castigar,
furiosa, osada y sangrienta
a los demás, repitiendo.

TODOS:

Arma, arma, guerra, guerra.

(Vanse.)
CONDESTABLE:

Si supiera yo, que había
de ser hoy, Elvira hermosa,
de puro infeliz, dichosa
la feliz desgracia mía:
yo propio la buscaría,
sin hacerla resistencia;
porque fuera en mi dolencia,
el llegar a ti rendido
elección, a no haber sido,
en el destino, violencia.
 

ELVIRA:

Más propicio a mi albedrío
hoy el acaso se muestra;
pues a ser fineza vuestra,
no fuera trofeo mío.

CONDESTABLE:

¿Conoceisme?

ELVIRA:

Vuestro brío
me advirtió en una ocasión
esta prenda.

CONDESTABLE:

Con razón
vuestra es.

ELVIRA:

Mía no ha sido.
 

CONDESTABLE:

Para estar desvanecido
me basta la presunción.

ELVIRA:

Vuestra generosidad
no estimo.

CONDESTABLE:

¿Por qué ocasión?

ELVIRA:

Porque hay hoy mayor razón
para daros libertad,
no por aquella piedad,
con que mi vida, propicio
defendisteis, doy indicio,
de que en mí halléis recompensa,
que he de hacer por una ofensa,
más que por un beneficio.

CONDESTABLE:

¿Cómo?
 

ELVIRA:

Vos habéis retado
a mi hermano de traidor,
por vos hoy se halla su honor
públicamente infamado:
yo en sus manos he jurado,
defender (¡ah dura suerte!)
su opinión; con que al que fuerte
hoy a lidiar me convida,
he de guardarle la vida,
para darle luego muerte.
Quien a mi hermano retó
sólo reta, sólo infama
a quien defender su fama
en su cadáver juró:
a mí, puesto que él murió,
toca lidiar, pues no impida
el duelo vuestra venida,
que daros libertad osa
mi atención, de valerosa
mejor que de agradecida.
 

ELVIRA:

Idos, pues, que en la estacada
mañana pareceré
donde la muerte os daré.
Tal es mi fortuna airada,
que contra mí declarada,
sin qui mi afecto lo impida,
me hace tener ofendida
a quien deseo obligada.

ELVIRA:

¿Y el ofender es querer?

CONDESTABLE:

No; pero es en tal pesar
remedio el idolatrar
a la que llegue a ofender.
 

ELVIRA:

¿Eso cómo puede ser?

CONDESTABLE:

¿Cómo, si a una dama bella
quiso mi cruel estrella
que ofenda mi sinrazón,
parece satisfacción
morirme luego por ella.

ELVIRA:

Muy dura cosa es querer
el odio a efecto pasar,
demás que eso es buscar
nuevo modo de ofender.
 

CONDESTABLE:

Más fineza viene a ser,
pues si un imposible sigo,
al ver que ha de usar conmigo
su desdén y su razón,
ya me pongo en la ocasión
de que ella me dé el castigo;
pero esto aparte, mirad,
que si en el duelo os metéis,
a un desaire me exponéis
en una publicidad:
de espacio lo reparad,
pues rendido y cortesano,
que no he de reñir es llano;
y si me muestro rendido,
mi crédito está perdido.

ELVIRA:

Primero es el de mi hermano,
yo por él he de lidiar.
 

CONDESTABLE:

Ved que el rendirme me infama,
pues no saben que sois dama.

ELVIRA:

¿Pues hay más que pelear?

CONDESTABLE:

Como, si es fuerza quedar
muerto de cualquiera suerte,
si me matáis, ya se advierte,
si os mato, pierdo mi vida,
y muero si a vuestra herida
no logro una dulce muerte.

ELVIRA:

Podéis hacer: ¿mas qué es esto?
¿Conmigo os aconsejáis?
¿No os he dicho ya que os vais?
Libre os miráis, idos presto.
 

CONDESTABLE:

A obedeceros dispuesto
estoy.

ELVIRA:

Oid.

(Quiere irse.)
CONDESTABLE:

¿Qué mandáis?

ELVIRA:

Que a esos jardines salgáis,
por donde está bajo el muro,
y saltando del, seguro
fuera de la plaza estáis;
y tomad, que yo.

(Dadle el guante.)
CONDESTABLE:

Mi amor,
que estima tanto, advertid,
el favor.
 

ELVIRA:

Tened, oid:
¿quién os dijo que es favor?
El presumirlo es error,
que al defenderme atrevido,
fuiste por él conocido,
y quiero con vana gloria,
quedarme aún sin la memoria
de que algo os haya debido.

CONDESTABLE:

Mi fina cortesanía,
que estima, señora, muestra
llevarse memoria vuestra,
aunque os quite alguna mía.
Loca, vana fantasía,
dale a mi industria favor,
para que pueda el valor
que mi heroico pecho inflama,
sin pelear con mi dama
dejar bien puesto mi honor.
 

Dichos y .
NUÑO:

Ya cuantos leoneses fieros
dentro de la plaza entraron,
a nuestro valor quedaron,
o muertos, o prisioneros.

(Clarines.)
ELVIRA:

¿Qué es esto?

NUÑO:

Que linsojeros
clarines con dulce acento,
rompen el nombre.

ELVIRA:

Ya intento
saber si son de contrarios
esos tafetanes varios
de que ahora se viste el viento.
 

NUÑO:

Yo, señora, las banderas
que ya claras divisamos,
las tropas son que esperamos
de Castilla; sus hileras
van poblando estas riberas.

ELVIRA:

Pues prevenid, que mañana,
cuando risueña y ufana
la Aurora empieza a rayar,
al Campillo han de marchar,
(¡ay necia memoria vana!)
(Aparte.)
no me acuerdes que ha de ser
hoy cuando salga a lidiar,
pues causas un recelar,
que parece que es temer:
que importa que tu poder
se ostente contra el que aquí
se mostró rendido así;
pero en el choque cruel,
no espero vencerle a él,
si antes no me venzo a mí.
 

Decoración de una quinta con jardín.
(Sale .)
BLANCA:

Loco pensamiento mío,
ya que una vez mi tirana
fortuna quiere que a solas,
hable contigo, a batalla
te llamo; y bien digo, pues
siendo tú quien siempre habla
conmigo poco cortés,
aún no me adulas mis ansias,
pues no permite que yo
crea las imaginadas
dichas que fabrico en ti:
 

BLANCA:

¿quién te mete, necio en tantas
advertencias, pues severo
mis delirios y fantasmas,
al creer yo que son dichas,
me acuerdas tú que son vanas?
Y cuando contigo mi afecto descansa
con el alma hablando no me hablas al alma.
Dejo aparte que ya el rey
con vivas sospechas anda
de que Manrique es Manrique:
dejo aparte que su hermana,
convocando de Castilla
propias y auxiliares armas,
en poner en libertad
a su rey está empeñada:
 

BLANCA:

dejo que Fernando altivo
en el Campillo se acampa
todo este tiempo, no tanto
(como él dice) por mi rara
hermosura, de quien teme
hacer ausencia; que vanas
quedamos todas, oyendo
las finezas cortesanas
de los hombres, que a ninguna
pesa jamás de escucharlas,
sin que haya alguna que piense
que en sus afectos la engañan,
pues todas les creen sus penas y ansias;
porque todas juzgan que pueden causarlas.
 

BLANCA:

No tanto por esto digo
permanece en esta estancia,
cuanto porque desde aquí
tienen sus tropas bloqueada,
desde sus alojamientos,
la fuerte, importante plaza
de San Esteban, en donde
el rey Alfonso se guarda,
hasta que a poner real sitio
dé mas lugar la templada
primavera, que florida,
dando al campo nuevas galas,
cuando los arroyos del hielo desata
al nevado monte liquide las canas.
 

BLANCA:

Todo esto en efecto dejo,
y voy a las dos más agrias
penas, que hoy van a mis penas
añadiendo circunstancias;
la primera es que avisé
a Manrique que intentaba
sorprender a San Esteban
Fernando, bien que ignoraba
yo, que mi hermano sería
de facción tan arriesgada
cabo y director que entonces
de ningún modo avisara;
pues menos importa, que
logre tan indigna hazaña,
que no que su vista corra amenazada,
en golfos de acero, sangrienta borrasca.
 

BLANCA:

Demás de eso, mas me aflige
ver que el día que señala
el cartel al reto, es hoy
con que es fuerza declarada,
de Manrique la persona,
que en la sangrienta batalla,
hermano o esposo pierda,
sin saber de dos infaustas
tragedias, cual es menor:
¡oh quien algún modo hallara
de impedirlo! Que aunque sé,
que Elvira vive engañada
con la muerte de Manrique,
y según es su arrogancia,
por el homenaje que hizo,
no dudo que al duelo salga,
no hallo yo pretexto alguno,
con que quedando salvada
la objeción de mi decoro,
entro yo en esta batalla,
no tanto para vencerla,
cuanto para embarcarla:
mas ay que si penas a mi pecho asaltan,
mal descansa quien, en un mal descansa.
Hoy, pues...
 

, y sale .
MANRIQUE:

Feliz yo, si acaso
la suspensión, que embargadas
al parecer, tiene todas
tus acciones, y palabras
me concede Blanca hermosa,
ocupar entre tus vagas
especies una memoria,
que es señal de que me amas,
si te escuchas, puesto que aún así se engaña
oye lo que quiere quien consigo habla.
 

BLANCA:

No poca parte, Manrique
tiene siempre en las fantasmas,
que mi idea asombran, pues
siempre mi idea ocupada
tiene tu memoria, aunque hoy
dos imanes, con dos causas,
la están violentando.

MANRIQUE:

Dos.

BLANCA:

Sí.

MANRIQUE:

Declárate Blanca,
pues aunque un amante tenga confianza
¿a quién oír dos, no le sobresalta?
 

BLANCA:

El uno son tus fortunas,
y el otro dos temerarias
empresas, en que hoy mi hermano
tiene la vida arriesgada:
vuestro duelo (¡ay de mí triste!)
si acaso con bien escapa
de San Esteban.

MANRIQUE:

¿Luego él
era quien acaudillaba
la interpresa?

BLANCA:

Él era.

MANRIQUE:

¡Ah, cielos!
¡Quién sabiéndolo, estorbara
su muerte, o su prisión!
 

BLANCA:

¿Cómo?

MANRIQUE:

Como a mi industria, fustrada
su cautela, y avisados
los vecinos, dieron arma
en los leoneses, a quien
dentro ya de las murallas
no quedó defensa alguna.

BLANCA:

¡Oh, una y mil veces mal haya
mi noticia!

MANRIQUE:

¡Oh, una y mil veces
mal hubiese mi ignorancia!
Pues si él queda preso, o muerto,
me quedo yo con la infamia
de retado, él sin castigo,
y mi enojo sin venganza.
 

BLANCA:

¿Y eso sólo sientes?

MANRIQUE:

Sí;
porque cuando un noble guarda
a su enemigo la vida,
es sólo para quitarla;
y esta atención noble y cortesana,
piedad cruel es, pero muy hidalga.

BLANCA:

¡Ah, traidor Manrique!

REY:

¡Cielos!
(Al paño.)
Cuando a divertir bajaba
a estos jardines comunes
a mi cuarto y al de Blanca
mis penas, miro, no sólo
que con el villano habla,
sino que a solas los dos
ella Manrique le llama:
el secreto he de apurar
retirado en estas ramas.
 

BLANCA:

Traidor Manrique, de suerte
que contra mi sangre airada
tu saña se muestra.

MANRIQUE:

Sí,
cuando tu sangre me agravia.

REY:

¿Qué más desengaño espero?
¡El pecho en celos se abrasa!
 

Dichos, y sale el alcalde y .
VEJETE:

¿Aquí decís que entró?

GIL:

Sí:
mas mira, alcalde, no hagas
una mala fechoría
en palacio.

VEJETE:

Pues en casa
del rey, decidme ¿no tiene
jurisdicción esta vara?
¿No es suya? Vive Dios, que hoy
he de hacer una alcaldada.

MANRIQUE:

Tu hermano.

TODOS:

Daos a prisión.

MANRIQUE:

Como traidora canalla.
 

Dichos, y sale , y después y el .
CASILDA:

Aquí diz que entró mi Juan:
¿mas qué es esto? Ay que le agarran:
ay que no puedo casarme.

(Sale .)
MARÍN:

¿De qué da gritos muesama?
¿Pero qué es esto?

MANRIQUE:

¡Ay traidores!

BLANCA:

¿Cómo vuestra furia osada
profana así me decoro?

VEJETE:

¿Pues qué coro le profana
si le prendo en un jardín?
 

BLANCA:

¿Quién lo manda?

(Sale el .)
REY:

El rey lo manda.

VEJETE:

Manda el rey y mando yo.

MARÍN:

Como quien no dice nada.

CASILDA:

¡Ay, Juan mío! Si te ahorcan,
¿con quién casaré coitada?

BLANCA:

¿Vos, señor, lo mandáis?

REY:

Sí,
que con poner su garganta
a un cuchillo...
 

BLANCA:

¡Ay de mí triste!

MANRIQUE:

La suerte está declarada.

REY:

Quiero yo satisfaceros
a las quejas que le dabais.

MARÍN:

O que bien entrara aquí
el hacer la patarata
del desmayo y la locura;
pero ya haya quien le enfada.

REY:

¿Qué aguardáis? Llevadle presto.
 

Dichos, y sale el .
CONDESTABLE:

Dadme, señor, vuestras plantas.

REY:

¿Pues qué es esto?

BLANCA:

Como pudo...

MANRIQUE:

¿Si dentro del muro estaba,
ya librarse?

CONDESTABLE:

Esto es, señor,
que la empresa malograda,
porque el traidor confidente
no cumplió bien su palabra,
tus soldados...
 

REY:

Bien está,
ya se conoce en qué paran
cautelas que no se logran,
y no quiero que se añada
a la pena de perderla
el enfado de escucharla:
hoy todo es penas; mas ya
que llegáis, haced que vaya
a una torre don Manrique.

CONDESTABLE:

¿Don Manrique? ¡Pena extraña!
¿Cielos, no es éste el villano
a quien delirios le daban?

CASILDA:

¿Qué den en esa locura?
Ve aquí como se dilata
mi casamiento.
 

MANRIQUE:

Primero
advertid que está retada
mi persona, y que para hoy
señalasteis la estacada,
concedisteis el seguro,
siendo árbitro en esta causa;
y que hoy he de lidiar, pues
para asegurar mi fama,
y estar hoy en este sitio
tengo vuestra salvaguardia.

VEJETE:

Yo no he ahorcado ninguno
desde que tengo la vara,
y he saber a qué sabe.

MARÍN:

No haga tal, que en tal baraja,
no tiene un preso buen juego,
cuando una muerte le fallan.
 

CONDESTABLE:

Pues, señor, en vuestro nombre
le tengo ya asegurada
la campaña, y si rompemos
la fe pública, se falta
al derecho de las gentes:
demás, de que aventurada
queda mi opinión, a que
moteje alguna ignorancia,
o alguna malicia diga:
que cuando él sacó la cara,
no excusé yo su prisión,
por excusar su batalla.

REY:

Aunque pudiera a todo eso
responder, que antes estaba
él aquí oculto, y no vino
con fe de la salvaguardia,
he de conceder el campo,
porque más justificada
mi ira proceda, después,
veamos como se descarga
de la acusación impuesta.
 

MARÍN:

Ve, pues, a ocupar la valla.

MANRIQUE:

Voy, adonde si una vez
me presento en la campaña
a pie: porque de los brutos
la ligereza no valga,
vestido el cuerpo de acero,
con la pica y con la espada,
que son armas que señalo,
sabrán, Castilla y España,
sabrá el mundo, y verá el cielo,
que don Manrique de Lara
es buen caballero, y que
cuando al rey Alfonso guarda,
ha sabido ser leal,
a Dios, al rey y a la patria.
(Vase.)
 

REY:

Yo a ser el árbitro voy.

BLANCA:

Señor.

REY:

No me digáis nada,
que cuanto por él pidiereis,
fomentaréis más mi saña.

(Vase.)
CONDESTABLE:

Aunque ésta, Blanca, es gran pena,
en albricias puedo darla,
pues me excusa otra mayor.
 

BLANCA:

¿Mayor?

CONDESTABLE:

Sí, pues me obligaba,
si no saliese Manrique
a lidiar con una dama,
y dama que; pero ahora
esto que te digo basta,
que a esperar voy en el sitio
con las armas que señala.
(Vase.)
 

BLANCA:

¿Lidiar con dama? Esto es hecho;
Elvira sale restada
al duelo, y pues otra vez
habemos sido contrarias,
yo también saldré, no piense
Elvira que es más bizarra;
pues con esto, aunque otra vez
lo diga, veré si halla
modo mi discurso allí,
de embarazar que combatan:
a espacio pesares, a espacio desgracias,
que aún no me dais tiempo
para sentir tantas.

(Vase.)
VEJETE:

Vamos de aquí, que he quedado
muy fresco con mis bravatas:
bravo alcalde soy, no en vano nos llaman,
alcaldes de aldea, justicia ordinaria.
 

y .
CASILDA:

¿Di Marín, esto es de veras?

MARÍN:

Pues dime, Casilda, boba,
¿no has entendido la troya?
¿Es posible que creyeras
que era sastre?

CASILDA:

¡Ay qué tormento!

MARÍN:

¿Qué tienes, necia, importuna?

CASILDA:

Ay que me alegro con una
retención de casamiento,
¿que yo no ascienda a casada,
cuando ha tanto que servía
de doncella que pedía
ser doncella reformada,
por doncella me persigan?
 

MARÍN:

Ya el alabarte es exceso.
de doncella: amiga eso
mejor es que otros lo digan;
y pues ves que te he querido,
y ha tres meses, que diciendo
ando, que me estás queriendo.

CASILDA:

Pues di, pícaro: atrevido,
¿tú me confiesas amor?

MARÍN:

¿Seré yo el primer criado,
boba, que haya galanteado
la dama de su señor?
¿Y más, cuando ya no espera
en el mío tu hermosura
ver lograda una locura?
 

CASILDA:

Ni yo seré la primera,
que los traiga entretenidos,
y que a veces alternados,
quiera amo, a ratos ganados,
criado, a ratos perdidos.

MARÍN:

¿Luego me quieres, mujer?
Dilo, para que te abrace.

CASILDA:

Mira, mucha fuerza me hace
no haber otro a quien querer;
que la dama más severa,
y de desdén más tirano,
a un zurdo querrá, si a mano
no tiene otro que la quiera.
 

MARÍN:

Quiéreme, Casilda mía,
que yo solamente aquí
te suplico, que por mí
te mueras en cortesía.

CASILDA:

Mira, el que tiene caudal,
de querido, ha de preciarse;
que el pobre ha de contentarse,
con que no le quieran mal.

MARÍN:

Tú, que estás hecha a tener
a Manrique por cuidado,
¿has de admitir a un criado?
Quita, ¿qué no puede ser?
Yo lo dudo, y yo lo niego.
 

CASILDA:

Muchas hay muy entonadas,
a príncipes enseñadas,
que van a pícaros luego.

(Clarines.)
MARÍN:

Detente, que los clarines
fin a la platica han puesto,
pues nos avisan, que ya
a la valla van viniendo
los del duelo.

CASILDA:

A verlos vamos,
puesto que son los torneos,
desafíos, que no importa,
que antes lleguen a saberlos.
 

El sentado en un trono, y abajo , y , como guardas, y valla puesta en el tablado; y salen y .
FORTUN:

Ya los del duelo, señor,
la licencia están pidiendo
Para entrar en la estacada
a combatir.

REY:

Entren luego.

FORTUN:

Hágales señal la marcha,
y vayan entrando dentro.
(Tocan cajas y clarines.)
 

Van entrando por un palenque los, el armado de todas armas; después del mismo modo, y después con varas torneando, toman puestos, y luego entra con su padrino.
REY:

Cuatro vienen, ¿quién serán?

CONDESTABLE:

Tres vienen, cuando uno espero:
¿Qué fuera (¡ay de mí!) que Elvira,
fuese acaso el uno dellos?
Que nada de su arrogancia
dudo.

FORTUN:

¿Cuál es, caballeros,
Manrique de Lara?

LOS PADRINOS:

Éste es.

MARÍN:

Duplicados, como pliego.
 

FORTUN:

¿Pues hay dos Manriques?

REY:

Todos
alcen para conocerlos
las viseras.

ELVIRA:

Ya la mía
lo está, y si a decir me atrevo
que soy Manrique, es verdad,
pues yo juré defenderlo
en sus ya difuntas manos,
y yo solamente puedo
por él lidiar, contra quien
le reta después de muerto.
A cuyo efecto, fiada
de este leal escudero,
de San Esteban salí,
y traigo el rostro cubierto,
porque al ver mi aliento heroico,
al choque cruel resuelto,
que no lidia con las damas
no dé alguno por pretexto.
 

CONDESTABLE:

¡Qué gallarda bizarría!

MARÍN:

Aún no conocen sus fieros.

MANRIQUE:

Tu resolución heroica,
bella Elvira, te agradezco;
pero aquí a Manrique tienes,
que sabrá escuchar tu empeño.

ELVIRA:

¿Qué miro? ¿Tú eres Manrique?
¿Cómo puede ser, si muerto
te toqué yo mesma?

MANRIQUE:

Como
era un cadáver supuesto;
y porque esto no es de aquí,
que no me estorbes, te ruego,
volver por mí.
 

ELVIRA:

No haré,
que fuera dejar mal puesto
tu valor, viviendo tú,
emprender otro tu duelo,
y más cuando en tu favor
ya competidora tengo.

BLANCA:

Y yo, sabiendo que Elvira
se introduce en el torneo
así, para que no piense
que me excede en lo resuelto
y bizarro, como porque
dejamos pendiente un duelo
en otra ocasión, a hallarme
de mi hermano al lado vengo.

CONDESTABLE:

Aunque tu fineza estimo,
de tus arrojos me ofendo;
¿pues cómo?
 

BLANCA:

Aquí, ni aún
sufrir los enojos quiero,

(Empiezan a batallar, y en quebrando las lanzas representan.)
CONDESTABLE:

Las lanzas quebradas ya
lleguemos a los aceros.
(Dentro.)
Arma, arma.
{{Pt|REY:|
Suspended, parad: ¿qué es esto?

FORTUN:

¿Qué ha de ser? Sino que llega
ejército tan inmenso
de Castilla, que ocupando
todo el vecino terreno,
el aire viene estrechando,
los montes viene cubriendo.

ELVIRA:

Sin duda, que con las tropas,
ya juntas, marchó resuelto
el rey, no habiéndome hallado.

REY:

¿Qué haré? Pues aunque tenemos
todo un ejército, parte
fue a rendir diversos pueblos,
parte está en las guarniciones,
y parte en alojamientos.

MANRIQUE:

Lo que me toca, es reñir
hasta quedar satisfecho
de quien me llamó traidor.

ELVIRA:

Y a mí a tu lado.

BLANCA:

Teneos,
que yo estoy al de mi hermano.
 
Dichos, y salen el don Alfonso, don y .

REY:

Yo al oposito saliendo,
a todos.

ALFONSO:

No hay para que,
que aunque hoy tomando a este
grueso ejército muestra, supe
que Elvira faltaba, habiendo
quien la viese en el camino,
y adivinando su intento,
en su busca vengo, y cuanto
ella defiende, defiendo.
A vos, por tío y amigo,
sólo suplicaros quiero
que os volváis luego a León,
dejando libres mis reinos.
 

REY:

No sólo eso haré por vos,
sobrino, mas prosiguiendo
la causa que árbitro juzgo,
declaro buen caballero
a don Manrique de Lara,
y sobre mí toma el duelo.

NUÑO:

¿Qué escucho? ¿Vivo es Manrique?

ALFONSO:

Don Manrique vive ¡cielos!

MANRIQUE:

Vivo está, y a vuestras plantas,
donde os pido, pues absuelto
estoy del duelo, que honréis
con Blanca mi casamiento.

CONDESTABLE:

Y yo que, en satisfacción
de los carteles y el reto,
me deis a Elvira.
 

LAS DOS:

Yo soy feliz.

ALFONSO:

Yo lo concedo,
y aún más he de honraros, pues
a vuestra tutela vuelvo.

REY:

Venzámonos, desengañados.

CASILDA:

Pues yo, entre tantos enredos,
no he de quedar sin casarme.

MARÍN:

Puesto que tema lo has hecho,
daca acá esa mano.

CASILDA:

Toma.

TODOS:

Porque tenga fin con esto,
en el sastre del Campillo,
duelos de honor y de celos.
 


El rey don Fernando de León retenía injustamente en su poder al rey niño Alfonso, no obstante haber declarado su padre por testamento que fuese tutor del infante don Manrique de Lara, alegando su cualidad de tío. Manrique acompañado de Nuño Almegir, consigue robar al niño, y perseguido por el rey, el condestable y su gente, huye al Campillo, y encuentra en su marcha a Blanca, hermana del condestable, y prometida esposa suya, a la que refiere la situación apurada en que se encuentra, y despidiéndose de ella, prosigue internándose por la espesura. Verifícase en su fragosidad la muerte de un villano, a cuya defensa había acudido Manrique con su criado, retirando a sus enemigos, y por lo que puede explicarse el moribundo, reconoce en él a un hermano bastardo suyo, que apasionado de una villana se había casado con ella, y ejercía en el Campillo el oficio de sastre.
 


Apretado por las circunstancias se pone los vestidos del difunto, y viste al cadáver con sus arneses y espada. El rey y el condestable, que seguían el alcance a don Manrique, le juzgan muerto, y disponen se le hagan honrosas exequias, cuando sobreviene doña Elvira, hermana de don Manrique, defendiendo la acción del robo del infante, y retando a los leoneses que la habían graduado de traición. El condestable, prendado en aquel mismo momento de su gentileza, recoge el guante, pero conocida por Elvira su intención, no quiere volverle a tomar de su mano. Entretanto Manrique pasa en el Campillo por su difunto hermano, casado con la villana Casilda, lo que produce escenas de celos de Blanca, que ignora los antecedentes -- de Manrique respecto a ésta, por notar que el rey la mira con afición; y pasos muy cómicos entre Manrique, que tiene que fingirse sastre, y además loco, y su supuesta mujer, y el monarca. Trata Manrique de huir a Castilla: es descubierto; pero el rey no quiere que por de pronto se le castigue, en atención a Blanca, y a la esperanza de saber de él el paradero de Alfonso rey niño, mandando al condestable que rete públicamente de traidor a Manrique, seguro de que si existía no dejaría afrentado su nombre; con lo que el condestable se ve en el compromiso de ofender al hermano de la que ama. Dispone el rey una batida, sabiendo que es cosa de que gusta Blanca. Elvira se embosca con Nuño y los castellanos en el misino sitio Manrique es preso por la justicia ordinaria, como asesino del villano encontrado en el bosque, y por Fortun y la tropa, a la que primero se entrega, y después acuchilla. Trábase la lid entre castellanos y leoneses, y Manrique después de haber impedido la lucha entre Elvira y Blanca, se ausenta. Avisado Manrique por Blanca de que el rey sabe por un castellano que se oculta al infante don Alfonso en San Esteban de Gormaz, y que se ha ofrecido entregarle la plaza en la noche siguiente, roba la seña, mata al traidor y descompone el proyecto del rey de León, volviendo inmediatamente al Campillo a satisfacer el reto del condestable. Entran en el palenque cuatro combatientes en lugar de dos que se aguardaban: manda el rey que se levanten las viseras para ser conocidos, y se descubren ser Elvira, Manrique, Blanca y el condestable. En esto sorprende el ejército castellano con el infante Alfonso a su frente, a los leoneses, declarando a su tío que habiendo notado la ausencia de Elvira, venía en su ayuda, y a defender cuanto ella defendiese, y que le suplicaba se volviese -- a León y dejase libres sus reinos. El rey don Fernando accede, y como árbitro del duelo declara buen caballero a don Manrique de Lara, casándose éste con Blanca, y el condestable con Elvira.
 


Esta comedia pertenece al género histórico, y no es de las que más quebrantan, entre las antiguas, los preceptos dramáticos: hay bastante dibujo en los caracteres, y los personajes episódicos salen del fondo de la acción. Parecerá quizá a algunos que es fácil la invención de la fábula con el ardid de un trueque de vestidos, o el fingimiento de demencia; pero estos resortes en manos maestras saben alucinar y hacer olvidarse de ellos al más sutil observador, que en el acto de la representación ya no repara en mesa ni en castañas, sino en el camino del desenlace a que le conducen. Véase sino qué afectos no producen las escenas en que Manrique se mira más y más expuesto por su mismo disfraz. Los celos de la amable Blanca en oposición de las sandeces de la villana Casilda, y otros incidentes que dimanan sin notable violencia de la semejanza en semblante de Manrique y su hermano. El autor supo realzar mucho el interés que inspira el protagonista con la escena de la toma de la seña en el muro de San Esteban. Lo arriesgado de la empresa, el silencio de la noche, interpolado con la música triste que lamenta la muerte del héroe, redobla la expectativa del resultado de la acción, y estos cuadros bien trazados son siempre patéticos y (perdóneseme el término) conmovedores.
La mayor parte de la versificación de esta pieza, es un romance octosílabo y el que
constituye la contraseña el siguiente:


Con la sangre de Manrique
cuando del susto se quedan
descoloridas las rosas,
se encienden las azucenas.
¡Ay qué dolor, qué rigor, qué pena!
Traiciones vivas, y lealtades muertas.
Diole la muerte un traidor,
cuando en un caballo vuela;
pues a una muerte alevosa,
quien más huye más se acerca,
¡ay qué dolor! Qué rigor, qué pena,

traiciones vivas, y lealtades muertas.