El sastre de Campillos/Acto II

Acto I
El sastre de Campillos
de Francisco Bances Candamo
Acto II

Acto II

Decoración de una quinta con jardín.
y de villanos, huyendo de .
MANRIQUE:

Mujer, ya estás enfadosa.

CASILDA:

¿Pues, Juan, en qué te he ofendido?

MANRIQUE:

En quererme.

CASILDA:

¿Y eso es malo?

MARÍN:

Malo es, porque un hombre he visto
de un amor abochornado
que le ha dado un tabardillo.
 

CASILDA:

¡Válgame Dios! ¿Tanto mal,
se le hace, Marín amigo,
en quererle? Pues acaso
le doy yo algunos pellizcos:
¿más qué es esto, que sospira
tan confuso y pensativo?
Aquí de Dios, que me han muerto.

MARÍN:

No alces, Casilda el chillido,
que en el jardín de esta quinta
de Blanca, está retraído
mi amo, por aquella muerte,
y podrán, sin duda oírlo,
con que al tiempo de las voces
darán con él y conmigo,
y de inflamación de esparto
tendremos un garrotillo.
 

CASILDA:

Mira, yo sentí, Marín,
el oír estos sospiros,
que no son por mí, una rabia,
de manera, que imagino,
que le aborrezco, y después,
si más de espacio lo miro,
pienso que le quiero más
por haberle aborrecido;
y aquel sospiro, en efecto,
en el corazón me hizo
unas cosquillas de fuego
con que el alma me da brincos.

MANRIQUE:

Celos tiene la villana.
 

MARÍN:

Ya no puedo yo sufrirlo:
ven acá: ¿cuándo el Maeso
ha llegado a hacer vestido,
que a tu beldad no rindiese
primicias del pendoncillo?

CASILDA:

Desde el día que aquel hombre
tendiste como un cochino,
porque en el campo los tres
te quisieron matar vivo,
aún más que de la josticia
huyes de los ojos míos,
estás tan otro, que pienso
que no puedes ser el mismo;
y esto de suerte, que no
piensas casarte conmigo:
¿tan fea soy? Pues yo sé
que el otro día me dijo
un requebrazo el barbero.
 

MARÍN:

¿Y qué fue?

CASILDA:

Porligio esquivo,
¿por qué a tus pobres amantes
matas, cuando con desvíos
han hecho pelar más barbas
tus ojos que mis cochillos?

MANRIQUE:

Ay Blanca, cuando a memorias
tuyas la idea dedico,
¡qué extranjera se halla el alma
oyendo ajenos cariños!

CASILDA:

Pues abrázame, y me iré.

MANRIQUE:

Si a que te vayas te obligo
a tan poca costa, llega.
(Abrázale.)
 

Dichos, y sale .
BLANCA:

Al jardín: ¡cielos, qué miro!

MANRIQUE:

Blanca lo ha visto ¡ay más penas!

MARÍN:

¿Qué importa, si conocido
de ella no eres por Manrique?

BLANCA:

Viendo que es tan parecido
a Manrique este villano,
mal el enojo resisto
de que a los brazos de aquella
mujer llegue (¡ah, cielo impío,
cual estoy, cuando tomara
unos celos por partido!)
¿Cómo, bárbara villana,
a intentar te has atrevido
tal indecencia a mis ojos?
 

CASILDA:

¿Pues que su merced ha visto
en mí, más que el abrazar
de esta suerte a mi marido?

MARÍN:

¿Otra vez?

BLANCA:

Aparta, quita,
no mi enojo vengativo
irrites: vete, villana.

CASILDA:

¿Qué diablos tiene conmigo?
¿Mas qué le ha dado dentera?
pues no importa: a Dios, Juan mío.

(Vase.)
MARÍN:

Yo voy a ver si hallo algo
con que untarme los hocicos,
porque ya de estar hambriento,
vive Dios, que estoy ahíto.
 

y .
MANRIQUE:

Ocasión de declararme
se me ofrece, mal me animo,
(Aparte.)
que en ardor helado, el pecho
va encendiendo un sudor frío.

BLANCA:

¡No he visto tal semejanza!
pero; ¡oh imprudente delirio!
¿Para qué memoria, intentas
persuadirme, a que está vivo?
¿Quieres que vuelva a creerlo
para volver a sentirlo?

MANRIQUE:

Yo me declaro: ¿no basta,
aleve, traidor Cupido,
que sufra lo que padezco
sino también lo que finjo?
 

BLANCA:

No sé qué me dice el alma,
que el corazón a latidos
me da, en pulsados presagios
palpitantes vaticinios,
cuando, ¡ay Manrique!

MANRIQUE:

Señora.

BLANCA:

¿Qué queréis?

MANRIQUE:

Habiendo oído
que me llamáis.

BLANCA:

No he llamado:
y cuando eso hubiese sido,
no es a vos.
 

MANRIQUE:

Sonó en el alma
el eco de ese suspiro:
Blanca, yo soy don Manrique,
a tus pies estoy rendido,
tan amante como siempre.

BLANCA:

Hombre, ¿qué dices?

MANRIQUE:

¿Qué digo
Que soy Manrique de Lara.

BLANCA:

¿Cómo viendo que estás vivo
al susto, no es una vida
el precio de un regocijo?
¿Tú vivo? ¡Pero hay de mí!
Que presto que lo he creído
para llorarlo más presto,
pues sin poder resistirlo,
mágico mi pensamiento,
representa a mi delirio
muchas glorias, que poseo
en las fantasmas que finjo.
 

MANRIQUE:

¿Qué dudas, pues?

BLANCA:

Si lo cree.

MANRIQUE:

¿Y qué resuelves?

BLANCA:

Elijo
creerlo, que aquel instante
que durare el desvarío
de alguna ilusión, no deja
de ser bien, el bien fingido;
pues en perdiendo la dicha
un venturoso, es lo mismo,
que el haberla imaginado,
el haberla poseído.
 

MANRIQUE:

Murió en ese monte, un
hermano bastardo mío,
que de casa de mis padres
se ausentó, siendo muy niño
por ser inquieto; su madre
era humilde, y por motivos
ocultos, quizá mi padre
no le declaró por hijo:
varias fortunas corrió
hasta dar en ejercicio
de hombre pobre, ¿pues qué importa,
que fuese tan bien nacido,
si nació mal inclinado;
que si forzar no han podido
el albedrío los astros,
los planetas y los signos,
¿cómo es fácil, que la sangre
forzar pueda el albedrío?
 

MANRIQUE:

Y de esto se ha visto tanto,
que ejemplares infinitos
pudiera traer, si hubiera
quien lo dudase remiso.
El parecerse a mi tanto,
no es tampoco lo que admiro,
porque la naturaleza
no hace acaso sus prodigios,
y para tan grande mal
tan gran remedio previno
Nuño Almegir, un anciano,
de los nobles deudos míos,
llevó al rey a San Esteban
de Gormaz, pues su castillo
se conserva por nosotros,
aunque el rey de León hizo,
para rendir sus murallas
plaza de armas el Campillo.
 

MANRIQUE:

Nuño, como es, aunque noble,
hombre poco introducido
(de la Corte siempre ausente)
seguro está en el recinto
de San Esteban, pues no
le buscan los enemigos.
Yo era, Blanca, quien estaba
expuesto al mayor peligro
si me hallasen, pues por mí
supieran de Alfonso invicto,
que anda tan bien encubierto;
mas piadoso el cielo quiso,
que este disfraz ocultase
con mi vida los designios.
Por loco me tienen todos,
que ha sido fuerza fingirlo,
por ignorar de mi hermano
los sucesos y motivos.
 

MANRIQUE:

A tus ojos vuelvo, Blanca,
pobre, humilde y abatido,
no me olvides, que entre tantos
tormentos como examino,
será el más intolerable,
y así en tus dulces desvíos,
lo que no hiciese la amante
ha de hacer lo compasivo.

BLANCA:

De suerte, Manrique ingrato,
¿qué sufrimiento has tenido
para ocultarme quién eres?
¡Ay cuan poco es tu cariño!

MANRIQUE:

¡Ay Blanca! ¿Si bien supieras
que tu amor agradecido
debe estar a lo que culpa,
porque en un amante fino
no hay pena, no hay sentimiento
no hay tormento, no hay martirio,
no hay rabia, no hay ansia, como
amor, sin poder decirlo?
 

BLANCA:

¡Ah ingrato! Cuan bien hallado
estabas en tu retiro
con esta villana, a quien
le diste a los ojos míos,
lo brazos; ¿pero qué mucho,
falso, aleve y fementido,
que en el disfraz de villano
tan hallado estés, si miro,
que el propio tragar del alma
el exterior se ha vestido?

MANRIQUE:

Si tan presto como yo
dejare desvanecido
ese indicio, tú pudieras
disuadirme los indicios
de que el rey.
 

BLANCA:

Sella la voz;
no pronuncie inadvertido
tu labio, ofensa que viene
disfrazada en un suspiro
¿celos me pides, villano?
¿Ves que te culpo lo omiso,
y pretendes de lo ingrato
librarte con lo atrevido?

MANRIQUE:

Calla ingrata; ¿ves que vengo
a expresarte el dolor mío,
y aún no dejas a mis ansias
el consuelo de decirlo?
 

BLANCA:

Eres aleve.

MANRIQUE:

Eres falsa.

BLANCA:

Eres ingrato.

MANRIQUE:

Soy fino.

LOS DOS:

Eres...
 

Dichos y el .
REY:

¿Blanca?

BLANCA:

¡Ay más pesares!

MANRIQUE:

A que mal tiempo el rey vino;
celos, no queráis hacer
evidencias los indicios.

REY:

¿Qué es esto?

BLANCA:

¿Qué le diré?

MANRIQUE:

Disimular determino.
Yo soy el sastre, señor,
que aquí a la quinta he venido
a hacer un vestido a Blanca.
 

REY:

Por ahora podéis iros.

MANRIQUE:

Ya obedezco: ¡Santos cielos,
(Aparte.)
qué dolor iguala al mío!
¿Yo he de dejar a mi dama
oyendo ajenos cariños?
¿Para qué hay ¡suerte tirana,
cruel fortuna, hado impío!
amantes humildes, si hay
poderosos enemigos?

REY:

¿No os vais?

MANRIQUE:

Sí señor.
 

BLANCA:

¡Qué ansia!
(Aparte.)
Ya con el alma le sigo,
que me acuerdo de su pena,
y de mi enojo me olvido.

MANRIQUE:

De ver que a vista de Blanca
(Aparte.)
disimular es preciso
esta injuria, este desaire.
¡Vive Dios que estoy corrido!

REY:

Andad.
 

MANRIQUE:

Ya se irán: ¡hay tal!
Vaya sumercé aspacito,
que tiempo hay de enamorar
mientras se corta el vestido.

REY:

Malicioso es el villano.

MANRIQUE:

Esconderme determino
a escuchar, lo que después
quisiera no haber oído.
(Escóndese.)
 

El y .
REY:

Sabiendo, Blanca, que estabas
en este frondoso sitio,
esfera verde de tantos
caducos astros floridos,
y sabiendo que tu hermano
ausente está, no he podido,
con la licencia que el campo
permite a lo más esquivo,
dejar de cegar, mirando
tus dos luceros divinos,
bien que con temor; pues cuanto
a tanta ventura aspiro,
me están diciendo sus rayos
que se vieran convertidos,
atrevimientos de cera
en escarmientos de vidrio.
 

BLANCA:

Vuestra majestad, señor,
se acuerde que le ha servido,
mi hermano, y que no se premia
con agravios sus servicios;
o acuérdese de quien soy,
porque mi espíritu altivo,
es tan vano, tan soberbio.

MANRIQUE:

¡Cielos, sin alma respiro!

BLANCA:

Que imagino, que no hay hombre
que me merezca un desvío,
y si alguno mis rigores
experimenta, habrá sido
costumbre en mí, mas no intento,
porque no hay alguno digno
de que aún para mis desdenes
pudiese ser elegido.
 

REY:

Si son las iras tan dulces,
querer ostentar lo esquivo,
más que castigar la culpa,
es coronar el delito;
y así esta mano...

BLANCA:

¡Ay de mí!

(Sale .)
MANRIQUE:

Ya no he de poder sufrirlo;
(Aparte.)
la medida de esta manga,
con la prisa se ha perdido,
y así la vuelvo a tomar.

REY:

¡Qué villano tan prolijo!
 

BLANCA:

Dejadlo ahora; ¡ay infeliz!
Mucho temo su peligro.

MANRIQUE:

¡Ah ingrata! ¡Vive Dios, que
el que lo estorbe ha sentido!

(Escóndese.)
REY:

No me impidan tus rigores,
con desdén tan atractivo,
examinar en tus manos
un incendio cristalino.

BLANCA:

Vuestra majestad (¡ay triste!)
considere.

REY:

Estoy perdido.
 

MANRIQUE:

Y aún yo.

BLANCA:

Muerta estoy, ¡ah cielos!

MANRIQUE:

¡Podrá buscar el destino
más riguroso desaire
a un amante bien nacido!

REY:

Esto ha de ser.

BLANCA:

No ha de ser.

(Sale .)
MANRIQUE:

Hernán Ruiz ha venido;
que se apea ya, que llega.

REY:

A nadie en el jardín miro;
éste es loco.
 

MANRIQUE:

Sí, que tengo
una locura, que es juicio.

REY:

Vete, villano, y aquí
no vuelvas con otro aviso.

BLANCA:

Esto se va declarando.

(Aparte.)
MANRIQUE:

¿Pues qué agravio se le hizo
a su merced en avisarle?
¡Rayos, y incendios respiro!
(Escóndese.)
 

REY:

¿Qué importa di, que tus iras
me recaten lo benigno,
si al pronunciar los rigores,
a que dulcemente aspiro,
nace otro nuevo deseo
de ese modo de decirlos?
¡Ay Blanca! Templa estas ansias,
este ardor, este delirio
con una mano.

BLANCA:

Advertid,
señor, que está el honor mío
corrido, de ver que haya
quien a eso se haya atrevido.

MANRIQUE:

Ya me falta la paciencia,
y a morir me determino,
porque donde están mis celos,
¿qué importa mi precipicio?

REY:

¿Quién podrá estorbarlo?
 

Dichos y .
(Sale .)
MANRIQUE:

Yo.

BLANCA:

¡Toda soy un mármol frío!

REY:

Hombre, ¿quién eres?

MANRIQUE:

Aquí
mi ser me desconoció,
y aún yo no sé si soy yo,
porque estoy fuera de mí.
 

REY:

Vive Dios.

BLANCA:

Señor, advierte
que es loco: ¡ay vanos recelos!

MANRIQUE:

¡Qué quién ha hallado unos celos
no pueda hallar una muerte!

REY:

Loco, o no, fuiste atrevido,
y porque los pareceres
del vulgo afirman, que eres
a Manrique parecido,
delante de ti, su esquiva
mano mi suerte publique,
para que en ti de Manrique
castigue una sombra viva,
que en fin no ha de darme enfado,
un loco.
 

BLANCA:

¡Qué esto suceda!

MANRIQUE:

¡Qué resistirle no pueda
(Aparte.)
habiéndome ya empeñado!

REY:

Neciamente me desdeña
tu rigor.

BLANCA:

¡Terrible trance!

MANRIQUE:

¡Mal hoya el que antes de un lance
(Aparte.)
no mira como se empeña!
Si no puedo resistir
no era mejor no saber,
¿cielos que quisiese ver
lo que no puedo sufrir?
 

BLANCA:

Por estorbar tus rigores,
(Aparte.)
Hasta asegurarle, a fin
de ausentarme del jardín
esfuercen fingir favores,
señor, vuestra majestad:
¡ay Dios! No ha de pretender
riguroso, que el poder
se pase a ser voluntad;
despacio mirar intento
vuestras prendas, porque amor
no sea hijo de un rigor
sino de un conocimiento.
 

MANRIQUE:

Al rey, Blanca, favorece,
(Aparte.)
y yo no puedo vengarme
(¡ay de mí!) que el irritarme,
tanto en mí la rabia crece,
la ira, el coraje, el brío,
el frenesí, la ansia (ya
lo dije) que el alma va
exhalando un sudor frío:
¡qué locura, qué pasión!
El sentido deja en calma,
que en el incendio del alma
se me apaga el corazón.

REY:

Pues tan benigna te vi.

MANRIQUE:

Yo muero.

REY:

Dame una mano.

MANRIQUE:

Ah de la guarda.

REY:

¡Ah, villano!

MANRIQUE:

¡Ay infeliz de mí!

(Cae.)
REY:

¡Mas qué es lo que ha sucedido!
 

Dichos, y salen y el .
TODOS:

¿Señor?

BLANCA:

Lance riguroso.

REY:

Disimular es forzoso,
(Aparte.)
que el Condestable ha venido.

CONDESTABLE:

¿Qué es esto?
 

BLANCA:

Necia pasión:
disimulad, y en el centro
queden las lágrimas dentro
a anegar el corazón:
ese hombre que vea aquí,
que loco dicen que ha estado,
entró en el jardín llevado
de un furioso frenesí:
yo que en su velocidad
vi señas de enfurecido,
di voces, a cuyo ruido
acudió su majestad,
que iba a su cuarto: ventura
fue que al verle, una caída,
suspendiéndole la vida,
le interrumpió la locura;
y es verdad, que en quien sufrir
celos debe, y padecer
por fuerza, no puede haber
más locura que el vivir;
esto es, en fin.
 

REY:

Ya es forzoso
disimular.

MARÍN:

Ya yo entiendo
que es esto, y que está mordiendo
el desmayo algún curioso;
pero el doctor que esto apura,
tómele el pulso cual rayo,
por ver si al paso el desmayo
ha llegado a coyuntura.
Señor, siempre que imprudente
ocupa algún frenesí,
al sastre, le deja así,
cual veis, con un accidente;
cualquier locura acomoda
para sí, si bien se apura,
y en el alma no hay locura
que él no se vista a su moda.
 

REY:

Prendedle, pues.

CONDESTABLE:

No hagáis tal,
señor, que el delito es poco,
bástale a un loco el ser loco,
no le acrecentéis el mal.

REY:

Pues retiradle.

MANRIQUE:

Ésa ha sido
(Aparte.)
la mejor resolución:
mas pesa que la razón
de un discreto presumido.

(Llévanla.)

 

BLANCA:

Voyme a llorar su rigor,
(Aparte.)
porque en tanto padecer,
no hay dolor como tener
paciencia para un dolor.

(Vase.)
REY:

Mucho mi sospecha crece,
(Aparte.)
acción ejecuta ufano
tan despechada un villano,
que a Manrique se parece.
Pierde cobarde el sentido
de un noble; ¡dolor infiel!
¿El condestable por él
vuelve? Mucho he discurrido.
 

CONDESTABLE:

Ya, señor, la gente queda
en el monte repartida,
y dispuesta la batida
por la fragosa arboleda,
con multitud de soldados
tal, que no se escaparán
los corzos, pues morirán
en el número anegados.

REY:

Por saber que Blanca está
con la caza divertida,
he dispuesto esta batida,
y por si intentaren ya
los castellanos alguna
salida, quiero llevar
tropas, que no hay que fiar
en la guerra y la fortuna;
y así mi cariño trata
que Blanca la venga a ver.
 

CONDESTABLE:

¿Cómo Blanca puede ser
a tantas honras ingrata?

REY:

Pues otra mayor intento
haceros, entre los dos,
se quede, que sólo a vos
fiara mi pensamiento:
muchos hay que no han creído,
que don Manrique es el muerto,
y entre si es cierto, o no es cierto
está el vulgo dividido:
fío de vuestro valor,
Velasco, que le retéis,
y que en cartel le llaméis
públicamente traidor;
pues así saber procuro
si se oculta, o no, con arte,
y del campo, de mi parte
le ofreceréis el seguro;
 

REY:

porque si él vive, es forzoso,
siendo noble, aunque es infiel,
que parezca, y al cartel
os responda valeroso;
y si él que a Blanca sirvió,
os hace dificultad,
Velasco, considerad
que soy quien lo manda yo.
(Vase.)
 

CONDESTABLE:

Oíd, esperad, señor:
¡fiera pena, grave mal!
el alma se halla neutral
entre el amor y el honor:
no temo (¡ah suerte tirana!)
cuando el cartel se publique,
el agravio de Manrique,
sino el ceño de su hermana.
En vano obligarla piensa
mi desesperado amor;
¿no bastaba su rigor,
sin añadirla una ofensa?
Mas si es fuerza, y arrestado
voy, nadie impedirlo intente,
pues se añade a lo valiente
también la desesperado.
 

Decoración de bosque.
(Tocan cajas y clarines, y salen , , y doña .)
ELVIRA:

En esta verde espesura,
en cuyo denso boscaje,
músico el céfiro blando
pulsa en susurros suaves,
verdes sonorosas hojas
de los álamos y sauces,
queden ocultas mis tropas,
que pues Castilla me hace,
por hermana de Manrique,
en cuyas hazañas grandes,
inflamado alienta el bronce,
elocuente vive el jaspe,
cabeza de sus milicias,
contra la saña arrogante
de Fernando de León,
y tanta máquina grave
sobre mis hombros, no sé
si se sustenta, o si yace,
hasta tanto que al Campillo
numeroso un convoy pase,
que he de cortar valerosa,
aquí mi gente descanse,
sirviendo de dosel, ese
obelisco vegetable,
cuyo peso, el suelo oprime,
cuyo vuelo estrecha el aire.
 

NUÑO:

Gallarda Palas, hermana
de nuestro difunto Marte,
que de los mayores héroes
eres bellísimo ultraje,
perdóname, que no ha sido
mucha cordura arriesgarte,
para romper un convoy
tú en persona, pues si sabes
que a San Esteban gobiernas
con esfuerzo vigilante,
que está en su poder el rey,
a quien no conoce nadie,
sino por un hijo mío,
porque dejen de buscarle
los leoneses, ¿cómo intentas
tan resuelta aventurarte?
Para funciones como ésta
tienes aquí capitanes,
que aunque viejos, aún sabrán
hacer lo que se les mande.
 

ELVIRA:

Nuño Almegir, mi valor
no me consiente quedarme
en San Esteban: es bien,
decid que los homenajes
que escogí para defensa
¿me hayan de servir de cárcel?

NUÑO:

Ruido en el monte se escucha.

ELVIRA:

Pues, soldados, a emboscarse,
y los rudos troncos sirvan
de bárbaros baluartes.
 

y .
MARÍN:

¿Dónde vas?

MANRIQUE:

Voy a morir.

MARÍN:

Bellísimo disparate:
¡qué haya hombre tan majadero,
que se muera por matarse!
 

MANRIQUE:

Ay, Marín, es tan terrible,
es tan furioso, es tan grande
el tormento que me aflige,
el dolor que me combate,
que el ver que tengo paciencia
me obliga a desesperarme;
porque no hay mal más terrible
que el sufrimiento en los males:
pensarás que fue tibieza
que los sentidos faltasen,
que caducase la vida
en un hombre de mi sangre
y de mi valor, al ver
mis celos; pues no te espantes,
Marín que yo diré a voces,
que si alguno lo culpare,
no ha sabido tener celos:
¡mas qué ignorancia tan grande!
 

MANRIQUE:

Harto sabe (¡ay infeliz!)
quien tener celos no sabe.
Casos hay en que es valor
no tener valor, pues nadie
habrá que viendo sus celos,
cuando a impedirlos no baste,
no muera, no desfallezca,
no caduque, no desmaye,
no zozobre, no fluctúe,
no desespere, no rabie;
y si a alguno le sucede,
no a mí, pues para esforzarme
no tengo aliento ni brío,
que un sufrimiento cobarde,
es valor en la paciencia;
pero es un valor infame:
mal hubiese, mal hubiese
el tosco, el mísero traje
de un vil hermano, que pudo
tan humilde disfrazarme,
pues si mudarme no supo
en tan riguroso lance
el sentimiento: ¿qué importa
que el adorno me mudase?
 

MANRIQUE:

Ahora conozco a cuanta
desdicha nace el que nace
a inferior fortuna, cuando
tiene espíritu arrogante
y altivo, porque no puede,
en extremos desiguales,
sufrirse a sí, si a otro sufre,
vivir si no sufre a nadie.
 

MARÍN:

Déjate de esas locuras,
que el rey, que a caza esta tarde
salió, ya las avenidas
va ocupando, y ya los aires
puebla el sonoroso estruendo,
en la traílla y el guante
de cascabeles que suenan,
y de sabuesos que laten.
(Dentro.)
Herido va el jabalí.

UNO:

A la fuente.

OTRO:

Al cerro.

TODOS:

Al valle.
 

Dichos y .
BLANCA:

Como que sigo a esta fiera,
aquí pretendo ocultarme,
donde el alma se retire
a interiores soledades,
cuando Manrique ¿qué es esto?

MANRIQUE:

Esto es, ingrata, pasarme
a Castilla huyendo (¡ay triste!)
mi desdicha, tus crueldades,
tus traiciones, tus rigores,
mis tormentos, mis pesares,
y mis celos, (ya lo dije)
pues la fortuna inconstante,
la fuerza de un poderoso,
y tu condición mudable,
(¡ah ingrata mujer!) podrán
hacer que me desengañe,
mas no que sufra, que uno es,
si llega a considerarse,
desaire de la fortuna,
y otro es del valor desaire.
 

BLANCA:

Mi bien, mi señor, mi dueño.

MANRIQUE:

No tiranamente afable
líquidas estrellas lluevan
de dos soles de azabache:
traidora ofendes y lloras;
¿qué resistencia hay que baste
con este líquido encanto?
¿Qué intentan tus impiedades?
¿Quieres que te desenoje
de lo que tú me agraviaste?
Si ofreciste al rey que habías
(vanos recelos, dejadme)
de considerar sus prendas
para persuadirte a amarle.
 

BLANCA:

Ay mi bien, si bien supieses
de mi proceder constante,
que tienes que agradecerme,
lo que llegas a culparme.

MANRIQUE:

¿Esto más? ¿Cuanto va que
consigues en mi dictamen
(según eres) que yo mismo
te agradezca que me mates?

BLANCA:

¿A un poderoso ofendido,
porque tú no peligrases,
fue delito procurar
con un engaño templarle?
 

MANRIQUE:

Calla, alevosa: ¿no era
mejor, di, que lo negases?
¿El repetirme la culpa
es modo de disculparte?

BLANCA:

Tú no te has de ir.

MANRIQUE:

Suelta.
 

Dichos y .
CASILDA:

Suelte.

MARÍN:

Mujer, el diablo te trae
siempre a enredarnos, pues eres
siguiéndole en cualquier parte
mujer a latere, y él
marido a nativitate.

CASILDA:

Agarrar a mi marido,
es indecencia muy grande:
¿y a mis ojos? ¿A mis ojos?

BLANCA:

¡Esto falta a mis pesares!
quita villana.
 

CASILDA:

No quiero,
ella es quien ha de apartarse,
que mi marido futuro,
aunque pretende inquietarle,
es muy mío, que a estas horas
me costó más de cien reales.

MARÍN:

No es muy barato el marido
para haber sido de lance.

MANRIQUE:

Dice bien, que es mi mujer,
y yo no puedo negarle,
que la quiero y que la adoro.

CASILDA:

Y vos, pues esto escuchasteis,
no inquietéis hombres casados,
que en el Campillo hay galanes.
 

BLANCA:

¡Cielos! ¿Por una villana
este desprecio me hace,
ofendiendo mis cariños,
y ajando mis vanidades?
¡Qué ira!

CASILDA:

Porque lo vea,
vuelve, mi Juan, a abrazarme.

MANRIQUE:

Bárbara, villana, quita,
no me obligues a arrojarte,
donde este río te ofrezca
monumentos de cristales.

CASILDA:

¿Qué te ofende?
 

MANRIQUE:

Ser mujer,
que si todas son iguales,
a todas las aborrezco
por falsas y por mudables.

CASILDA:

¡A mi este respingo, cielos!

BLANCA:

¡Cielos a mí, este desaire!

CASILDA:

De él se ha de vengar mi furia.

BLANCA:

De él mi enojo ha de vengarse.

CASILDA:

¡Ah ministros!

BLANCA:

¡Ah soldados!
 

MARÍN:

Por Dios, señores que callen,
que al espartillo podrán
coger entrambos gaznates.

BLANCA:

¡Ah soldados de León!

CASILDA:

Guadamaciles, y alcalde.

MANRIQUE:

Casilda oye, Blanca advierte.

MARÍN:

¡Ah si ahora se acatarrasen!

BLANCA:

Venid, que aquí esta Manrique.

CASILDA:

Venid a prender el sastre.
 

Dichos, y sale por un lado el alcalde con , y por el otro y .
FORTUN:

¿Dónde Manrique estará?

VEJETE:

¿Dónde el sastre se ocultó?

CASILDA:

Válgamos Dios, ¿quice yo?

BLANCA:

¿Ay Dios, ¿en qué riesgo está?

MANRIQUE:

¡Ah mujeres ofendidas!
¿Quién hay que sufriros pueda?

MARÍN:

No diera en una almoneda
dos blancas por nuestras vidas.
 

BLANCA:

Que es el sastre les diré.

CASILDA:

Que es Manrique diré ya.

VEJETE:

¿Adónde este sastre está?

FORTUN:

¿Por dónde Manrique fue?

BLANCA:

Ese Sastre.

MANRIQUE:

Y muy honrado.

BLANCA:

Lo dirá, pues lo vio ya.

(Vase.)
CASILDA:

Don Manrique os lo dirá,
que es el que está disfrazado.
(Vase.)
 

MARÍN:

Entre cuero y carne estoy,
como la espina, metido.

VEJETE:

Éste es el sastre atrevido:
¿piensa que tan tonto soy?
Venid preso.

FORTUN:

Vuecelencia
venga preso.

VEJETE:

Ea llevadle.
 

MANRIQUE:

Al capitán u alcalde
es fuerza hacer resistendia:
(Aparte.)
como humilde, la justicia
me busca por homicida,
y tanta gente lúcida
por Manrique me codicia:
el alcalde es un villano,
que poca gente acaudilla,
mas de mi rey de Castilla
vibra la vara en la mano:
el capitán, trae con brío,
muchos soldados armados;
pero de un rey son soldados,
que es enemigo del mío:
resistirle solicito;
pues más a buscar con vida,
que contra el rey un delito:
esto ha de ser en efecto:
señor capitán.
 

FORTUN:

¿Qué manda
vuecelencia?

MANRIQUE:

Oid aparte.

MARÍN:

Mucho el temor me embaraza,
que pienso que con el sastre
tenemos obra cortada.

MANRIQUE:

Manrique de Lara soy,
y porque ya que se añada
una desgracia, no venga
con desaire la desgracia,
os suplica, que ausentéis
esos villanos, que infaman
mi nombre, pues yo estoy pronto
a rendirme a vuestras armas.
 

FORTUN:

Si llevo a Manrique preso,
¡qué grandes premios me aguardan!

MANRIQUE:

Auséntese la justicia,
(Aparte.)
que el riesgo no me acobarda.

FORTUN:

Idos, villanos de aquí,
que a nosotros reservada
está esta prisión.

VEJETE:

Par Dios,
si su merced mos dejara
le había yo de ahorcar,
sin escocharle palabra,
que ya el escrebiano tiene
muy sustanciada la causa.
 

, y .
FORTUN:

Vuecelencia, señor, venga,
que yo, y estos camaradas
le iremos sirviendo humildes,
más de escolta, que de guarda.

MANRIQUE:

¿Luego ustedes han creído
que soy Manrique de Lara?

FORTUN:

¿Pues no?
 

MANRIQUE:

Caballeros míos,
no andemos en pataratas,
yo soy sastre en el Campillo,
sucedióme una desgracia,
persígueme la justicia,
valíme de esta maraña
para escapar de sus manos;
lo que resta, es que se vayan
por ahí vuesas mercedes,
yo por aquí, y santas pascuas.

FORTUN:

Eso no, que ya el llevaros,
seáis quien fuereis, a las plantas
del rey, mi persona aquí,
sin que otro recurso haya
se empeñó.
 

MANRIQUE:

Vuestra persona
muy buena es para empeñada,
que vale cualquier dinero;
pero yo no he de sacarla
del empeño, y si lo intenta,
no os arriendo la ganancia.

FORTUN:

En fin habéis de ir.

MANRIQUE:

No he de ir,

FORTUN:

¿Cómo si mi gente es tanta,
y vos sois solo, podréis
resistirlo?
 

MANRIQUE:

A cuchilladas.

(Embiste.)
MARÍN:

A ellos, sastre que cortas
con tijera, y con espada.

(Dentro .)
TODOS:

Acudid, acudid todos.

FORTUN:

Un rayo es, que se desata.
 

y , y salen el , el , , y , y con venablo la dama.
REY:

¿Qué es esto?

CONDESTABLE:

Tened soldados,
suspended todos la saña.

MANRIQUE:

En grande peligro estoy.

CASILDA:

¡Ay Juan mío de mi alma!

BLANCA:

¡Cielos ya se ha convertido
en compasión mi venganza!

REY:

¿Qué es esto, digo otra vez?
 

MARÍN:

Yo lo diré, pues que callan

TODOS:

señor, esto es,
que a este loco, a este panarra
de este sastre (que gran gusto
es decir muchas infamias,
de cuando en cuando un criado,
de su amo cara a cara)
le dio un frenesí, de aquellos
que siempre sujetos andan
a crecientes de la luna;
aunque si bien se repara,
también se queda a la luna
cualquier locura menguada.
El que algunas veces dice,
que es rey, algunas, que es papa:
como ha oído decir siempre,
que a don Manrique de Lara
se parece, dio en que era él;
 

MARÍN:

viendo que lo declara,
esos soldados que veis
y vendiendo muchas fanfarrias,
valientes áncoras vivas,
fueron a echarle la garra;
pero mi amo entonces, viendo
que hacen del peligro gala,
a fuer de sastre pretende
acuchillarles las calzas.

CONDESTABLE:

Loco en fin.

REY:

Recelos, mucho
mis sospechas se declaran;
hacedle colgar de un árbol.
 

MANRIQUE:

¡Ay suerte más desdichada!
Fuerza es fingir mi locura,
(Aparte.)
Vamos, pues el rey lo manda,
donde en la primera encina
he de ser bellota humana,
mas yo resocitaré,
e volveré de fantasma
a asombrarle en cualquier parte.

CASILDA:

Señor rey, por las entrañas
de la Virgen no me dejen
doncella y desmaridada.

BLANCA:

Señor, ved que inútilmente
se ejercita vuestra saña,
porque en un loco, el castigo,
ni es castigo, ni es venganza.
 

REY:

Dejadle, que ya no habrá
sentencia tan temeraria
que le condene, si él tiene
tal indulto, que le valga:
si es Manrique, viva y viva
siempre a mi vista, pues clara
cosa es, que si muere ahora,
y como noble lo calla,
de saber donde está Alfonso
perderé las esperanzas.

MANRIQUE:

¡Qué aún la dicha de vivir
ha de venir disfrazada
a no conocer si es dicha
en unos celos! ¡Oh ingrata!
¿Por mí pides? ¡No es mejor
una muerte, que una rabia!
 

REY:

Ahora falta otra experiencia:
supuesto que ella es la causa
de la muerte y la pendencia,
dad la mano a esa villana.

CASILDA:

Eso, sí señor.

MANRIQUE:

¡Ay triste!

BLANCA:

¡Qué dolor!

CASILDA:

¡Qué gusto!

MANRIQUE:

¡Qué ansia!

MARÍN:

¿Pues para qué dicen, que
le perdonan si le casan?
 

BLANCA:

¡Ay infeliz! De sus labios
pendiente está toda el alma.

MANRIQUE:

¡Ay de mí! Que al ver que cortan
los vuelos a mi esperanza,
el corazón en el pecho
(Aparte.)
tiene abatidas las alas:
sin Blanca, vivir no puedo.

MARÍN:

Hombre, dame aquesa mano:
¿qué te yelas? ¿Qué te pasmas?

(Aparte.)
MANRIQUE:

Yo, sí, ¡ay Blanca!

MARÍN:

¿Cuánto va
que otra vez se nos desmaya?
 

REY:

¡Cielos, éste es otro indicio!

BLANCA:

Aún con la duda me agravia.

CONDESTABLE:

¿A qué aguardáis?

REY:

¿Qué esperáis?

MANRIQUE:

Espero.
(Dentro.)
(Clarines.)
Guerra, guerra, arma.

REY:

¿Qué es esto?

CONDESTABLE:

A lo que parece,
entre las ásperas ramas,
los castellanos, nos van
cortando en una emboscada.
 

MANRIQUE:

Para estorbar la mía, vino
a buen tiempo su desgracia.

(Dentro .)
ELVIRA:

Mueran todos, y pegando
fuego a los troncos y jaras,
a nuestros incendios, sea
verde Troya esa campaña.

REY:

Esto es lo primero: todos,
en defensa de estas damas,
hagamos frente.

CONDESTABLE:

Antes que
nos corten la retirada,
ocupemos las surtidas.
 

BLANCA:

Nosotras, en confianza
de su defensa, podremos
escapar.

CASILDA:

¡Ay desdichada!

REY:

A ellos, leoneses.

(Dentro .)
NUÑO:

A ellos, castellanos.

TODOS:

Arma, arma.
 

y .
MARÍN:

¡Qué haremos ahora nosotros,
señor, cuando ya trabada
la escaramuza, unos y otros,
por cascarnos, nos atacan?

MANRIQUE:

No es poca dificultad,
pues de una parte mi dama
y de otra mi rey, no sé,
que resuelva; aquí me llama
mi amor, y mi honor aquí,
y a vista de la batalla,
mientras está ociosa, está
mi persona desairada.
 

(Dentro .)
ELVIRA:

¡Ay infeliz de mí!

MANRIQUE:

Pero estas voces aclaran
mi duda.

(Dentro .)
ELVIRA:

¿Así castellanos,
mi valor se desampara?

MANRIQUE:

Ya es otro el empeño, ¡cielos!
que esta voz es de mi hermana.
(Dentro.)
¿No hay quién me socorra?

MANRIQUE:

Sí.
(Dentro.)
¡No hay quien me socorra!
 

MANRIQUE:

Sí,
ya mi valor te acompaña,
que antes que todo es mi amor.

(Dentro .)
ELVIRA:

Soldados ¿no hay quien me valga?

MANRIQUE:

¡Cielos! ¿Qué haré en tantas dudas?
¡O quien acudiera a entrambas!
A mi dama por mi amor,
y a mi hermana porque en tantas
desdichas, es el escodo
de mi rey y de mi patria.

MARÍN:

Tú has hallado linda duda
para no sacar la espada.
 

MANRIQUE:

¿Eso sospechas, villano?
Pero supuesto que estaba
debajo de este disfraz
con adornos y con galas
(Desnúdase.)
para pasarme a Castilla;
disimularme esta banda,
que la ocasión me dirá
lo que he de hacer.
 

con el venablo, y con la espada desnuda, y después .
ELVIRA:

Ya que pude, acompañada
de mi gente, de un peligro
salir, viéndote, bizarra
leonesa, de ese venablo
blandir arrogante el asta,
siguiéndote vengo.

BLANCA:

Pues
suspende veloz la planta,
castellana, si no quieres
que su cuchilla acerada
te detenga.

ELVIRA:

Tu escarmiento
castigará tu arrogancia.
 

BLANCA:

Tu soberbia.

(Al ir a embestirse, sale , con la banda en el rostro, y se pone en medio.)
MANRIQUE:

Suspended
bellas deidades la saña.

LAS DOS:

¿Quién eres, hombre?

MANRIQUE:

Quien sólo
pretende, que no combatan
dos soles, dos firmamentos,
dos prodigios.

BLANCA:

Quita.

ELVIRA:

Aparta.
(Dentro .)
 

FORTUN:

Acudid todos, que está
en grande peligro Blanca,
y es doña Elvira la que
ya de su gente apartada
se mira; llevadla presa

MANRIQUE:

No es fácil, mientras mi espada
sabe estorbarlo.

ELVIRA:

Y la mía.

BLANCA:

Y yo, que es acción hidalga,
amparar al enemigo.
(Los tres a una parte.)
 

Dichos, y el con banda en el rostro.
CONDESTABLE:

Viendo el riesgo en que se halla
Elvira, a favorecerla
mis lealtades se disfrazan.

ELVIRA:

¿Quién sois vosotros, a quien
hoy debo finezas tantas?

(Se pone a su lado.)
MANRIQUE:

Yo no sé quién soy.

CONDESTABLE:

Yo sí,
Elvira, que quien te ampara
es quien este guante tiene.

(Désele.)
ELVIRA:

Para conoceros, basta.
 

FORTUN:

Daos a prisión.

TODOS:

De esta suerte
veréis la empresa lograda.

(Embisten.)
ELVIRA:

Yo os agradezco el socorro,
y me ausento, porque airada
en mi defensa, mi gente
viene, diciendo.
(Vase.)
(Dentro.)
Arma, arma.

BLANCA:

¿Quién serán estos soldados?
Más supuesto que se avanzan
al monte, y a mí me dejan
segura la retirada,
yo me ausento.

, el y luego el .
MANRIQUE:

¿Pensaréis
que queda muy obligada
mi persona del socorro?
Pues antes es tan contraria
la acción, que he de saber quien
tan a costa de mis ansias
pudo hasta ahora guardar prenda
que volviese a aquella dama.

CONDESTABLE:

Sólo el acero responde
(Riñen.)
a pregunta tan osada.
(Sale el .)
 

REY:

¿Qué es esto? ¿Quién son los que
para reñir se disfrazan?

MANRIQUE:

Un enigma es.

CONDESTABLE:

Un portento.

MANRIQUE:

De desdichas.

CONDESTABLE:

De desgracias.

LOS DOS:

De rabias, iras y males,
que al veros a vos la cara.

MANRIQUE:

Aunque se ausenta, no huye.

CONDESTABLE:

Se ausenta, y no se acobarda.
 

REY:

Puesto que los castellanos
van dejando la campaña,
a ellos, leoneses míos,
pues importa poco o nada
que sean portentos o enigmas
de iras, de males, de rabias,
cuando dice el ronco estruendo
de las trompas y las cajas.

ÉL y TODOS:

Arma, arma, guerra,
guerra, guerra, arma, arma.