El sí de las niñas/Acto tercero

El sí de las niñas
de Leandro Fernández de Moratín
Acto tercero

Acto tercero

Escena primera

DON DIEGO, SIMÓN


(Teatro oscuro. Sobre la mesa habrá un candelero
con vela apagada y la jaula del tordo.
SIMÓN duerme tendido en el banco.)


DON DIEGO (Sale de su cuarto acabándose de poner la bata.)

Aquí, a lo menos, ya que no duerma, no me
derretiré... Vaya, si alcoba como ella no se...
¡Cómo ronca éste!... Guardémosle el sueño
hasta que venga el día,, que ya poco puede
tardar... (SIMÓN despierta y se levanta.) ¿Qué
es eso? Mira no te caigas, hombre.

SIMÓN Qué, ¿estaba usted ahí, señor?


DON DIEGO Sí, aquí me he salido, porque allí no se puede

parar.

SIMÓN Pues yo, a Dios gracias, aunque la cama es algo

dura, he dormido como un emperador.

DON DIEGO ¡Mala comparación!... Di que has dormido como

un pobre hombre, que no tiene ni dinero, ni
ambición, ni pesadumbres, ni remordimientos.

SIMÓN En efecto, dice usted bien... ¿Y qué hora será ya?


DON DIEGO Poco ha que sonó el reloj de San Justo, y, si no

conté mal, dio las tres.

SIMÓN ¡Oh!, pues ya nuestros caballeros irán por ese

camino adelante echando chispas.

DON DIEGO Sí, ya es regular que hayan salido... Me lo

prometió, y espero que lo hará.

SIMÓN ¡Pero si usted viera qué apesadumbrado le dejé!

¡Qué triste!

DON DIEGO Ha sido preciso.


SIMÓN Ya lo conozco.


DON DIEGO ¿No ves qué venida tan intempestiva?


SIMÓN Es verdad. Sin permiso de usted, sin avisarle,

sin haber un motivo urgente... Vamos, hizo muy
mal... Bien que por otra parte él tiene prendas
suficientes para que se le perdone esta
ligereza... Digo... Me parece que el castigo no
pasará adelante, ¿eh?

DON DIEGO ¡No, qué...! No señor. Una cosa es que le haya

hecho volver... Ya ves en qué circunstancias nos
cogía... Te aseguro que cuando se fue me quedó
un ansia en el corazón.
(Suenan a lo lejos tres palmadas, y poco después se oye
que puntean un instrumento.)
¿Qué ha sonado?

SIMÓN No sé... Gente que pasa por la calle. Serán

labradores.

DON DIEGO Calla.


SIMÓN Vaya, música tenemos, según parece.


DON DIEGO Sí, como lo hagan bien.


SIMÓN Y ¿quién será el amante infeliz que se viene a

gorjear a estas horas en ese callejón tan
puerco?... Apostaré que son amores con la moza
de la posada, que parece un mico.

DON DIEGO Puede ser.


SIMÓN Ya empiezan, oigamos...

(Tocan una sonata desde adentro).
Pues dígole a usted que toca muy lindamente el pícaro
del barberillo.

DON DIEGO No; no hay barbero que sepa hacer eso, por muy

bien que afeite.

SIMÓN ¿Quiere usted que nos asomemos un poco, a ver...?


DON DIEGO No, dejarlos... ¡Pobre gente! ¡Quién sabe la

importancia que darán ellos a la tal música!...
No gusto yo de incomodar a nadie.

(Salen de su cuarto DOÑA FRANCISCA y RITA,
encaminándose a la ventana. DON DIEGO
y SIMÓN se retiran a un lado, y observan.)


SIMÓN ¡Señor!... ¡Eh!... Presto, aquí a un ladito.


DON DIEGO ¿Qué quieres?


SIMÓN Que han abierto la puerta de esa alcoba, y huele

a faldas que trasciende.

DON DIEGO ¿Sí?... Retirémonos.


Escena segunda

DOÑA FRANCISCA, RITA, DON DIEGO, SIMÓN


RITA Con tiento, señorita.


DOÑA FRANCISCA Siguiendo la pared, ¿no voy bien?
(Vuelven a tocar el instrumento.)


RITA Sí, señora... Pero vuelven a tocar... Silencio...


DOÑA FRANCISCA No te muevas... Deja... Sepamos primero si es él.


RITA ¿Pues no ha de ser?... La seña no puede mentir.


DOÑA FRANCISCA Calla. Sí, él es... ¡Dios mío!

(Acércase RITA ala ventana, abre la vidriera y da tres palmadas.
Cesa la música.)
Ve, responde... Albricias, corazón. Él es.

SIMÓN ¿Ha oído usted?


DON DIEGO Sí.


SIMÓN ¿Qué querrá decir esto?


DON DIEGO Calla.
(DOÑA FRANCISCA se asoma a la ventana.
RITA se queda detrás de ella.)


(Los puntos suspensivos indican las interrupciones
más o menos largas que deben hacerse.)


DOÑA FRANCISCA Yo soy... Y ¿qué había de pensar viendo lo que

usted acaba de hacer?... ¿Qué fuga es ésta?... Rita
(Apártase de la ventana, y vuelve después a asomarse),
amiga, por Dios, ten cuidado, y si oyeres algún rumor,
al instante avísame... ¿Para siempre? ¡Triste de mí!... Bien está,
tírela usted... Pero yo no acabo de entender... ¡Ay, don
Félix! Nunca le he visto a usted tan tímido...
(Tiran desde adentro una carta que cae por la
ventana al teatro. DOÑA FRANCISCA la busca
y, no hallándola vuelve a asomarse.)
No, no la he cogido; pero aquí está sin duda...
¿Y no he de saber yo hasta que llegue el día
los motivos que tiene usted para dejarme muriendo?...
Sí, yo quiero saberlo de su boca de usted. Su Paquita
de usted se lo manda... Y ¿cómo le parece a
usted que estará el mío?... No me cabe en el
pecho. Diga usted.

(SIMÓN se adelanta un poco, tropieza en la jaula y la deja caer.)


RITA Señorita, vamos de aquí... Presto, que hay gente.


DOÑA FRANCISCA ¡Infeliz de mí!... Guíame.


RITA Vamos...

(Al retirarse tropieza con SIMÓN. Las
dos se van al cuarto de DOÑA FRANCISCA.)
¡Ay!

DOÑA FRANCISCA ¡Muerta voy!


Escena tercera

DON DIEGO, SIMÓN


DON DIEGO ¿Qué grito fue ése?


SIMÓN Una de las fantasmas, que al retirarse tropezó

conmigo.

DON DIEGO Acércate a esa ventana, y mira si hallas en el

suelo un papel... ¡Buenos estamos!

SIMÓN (Tentando por el suelo, cerca de la ventana.)

No encuentro nada, señor.

DON DIEGO Búscale bien, que por ahí ha de estar.


SIMÓN ¿Le tiraron desde la calle?


DON DIEGO Sí... ¿Qué amante es éste?... ¡Y dieciséis años y

criada en un convento! Acabó ya toda mi ilusión.

SIMÓN Aquí está.
(Halla la carta, y se la da a DON DIEGO.)


DON DIEGO Vete abajo, y enciende una luz... En la

caballeriza o en la cocina... Por ahí habrá algún
farol... Y vuelve con ella al instante.

(Vase SIMÓN por la puerta del foro.)


Escena cuarta

DON DIEGO ¿Y a quién debo culpar?

(Apoyándose en el respaldo de una silla.)
¿Es ella la delincuente, o su madre, o sus tías, o yo?...
¿Sobre quién..., sobre quién ha de caer esta cólera,
que por más que lo procuro no la sé reprimir?... ¡La
naturaleza la hizo tan amable a mis ojos!... ¡Qué
esperanzas tan halagüeñas concebí! ¡Qué
felicidades me prometía!... ¡Celos...! ¿Yo...? ¡En
qué edad tengo celos...! Vergüenza es... Pero
esta inquietud que yo siento, esta indignación,
estos deseos de venganza, ¿de qué provienen?
¿Cómo he de llamarlos? Otra vez parece que...
(Advirtiendo que suena ruido en la puerta del
cuarto de DOÑA FRANCISCA, se retira a un
extremo del teatro.)
Sí.

Escena quinta

DON DIEGO, RITA, SIMÓN


RITA Ya se han ido...

(Observa, escucha, asómasedespués a la ventana
y busca la carta por elsuelo.)
¡Válgame Dios!... El papel estará muy bien
escrito, pero el señor don Félix es un
grandísimo picarón... ¡Pobrecita de mi alma!...
Se muere sin remedio... Nada, ni perros parecen
por la calle... ¡Ojalá no los hubiéramos
conocido! ¿Y este maldito papel?... Pues buena
la hiciéramos si no pareciese... ¿Qué dirá?...
Mentiras, mentiras y todo mentira.

SIMÓN Ya tenemos luz.
(Sale con luz. RITA se sorprende.)


RITA ¡Perdida soy!


DON DIEGO (Acercándose.) ¡Rita! ¿Pues tú aquí?


RITA Sí, señor, porque...


DON DIEGO ¿Qué buscas a estas horas?


RITA Buscaba... Yo le diré a usted... Porque oímos un

ruido muy grande...

SIMÓN ¿Sí, eh?


RITA Cierto... Un ruido y... Y mire usted

(Alza la jaula, que está en el suelo),
era la jaula del tordo... Pues la jaula era, no tiene duda...
¡Válgate Dios! ¿Si se habrá muerto?... No, vivo
está, vaya... Algún gato habrá sido. Preciso.

SIMÓN Si, algún gato.


RITA ¡Pobre animal! ¡Y qué asustadillo se conoce que

está todavía!

SIMÓN Y con mucha razón... ¿No te parece, si le

hubiera pillado el gato?...

RITA Se le hubiera comido.
(Cuelga la jaula de un clavo que habrá en la pared.)


SIMÓN Y sin pebre... Ni plumas hubiera dejado.


DON DIEGO Tráeme esa luz.


RITA ¡Ah! Deje usted, encenderemos ésta

(Enciende la vela que está sobre la mesa),
que ya lo que no se ha dormido...

DON DIEGO Y doña Paquita, ¿duerme?


RITA Sí, señor.


SIMÓN Pues mucho es que con el ruido del tordo...


DON DIEGO Vamos.
(Se entra en su cuarto. SIMÓN va con
él, llevándose una de las luces.)


Escena sexta

DOÑA FRANCISCA, RITA


DOÑA FRANCISCA (Saliendo de su cuarto.)

¿Ha parecido el papel?

RITA No, señora.


DOÑA FRANCISCA ¿Y estaban aquí los dos cuando tú saliste?


RITA Yo no lo sé. Lo cierto es que el criado sacó una

luz, y me hallé de repente, como por máquina,
entre él y su amo, sin poder escapar, ni saber
qué disculpa darles.

(Coge la luz y vuelve a buscar la carta, cerca de la ventana.)


DOÑA FRANCISCA Ellos eran sin duda... Aquí estarían cuando yo

hablé desde la ventana... ¿Y ese papel?...

RITA Yo no lo encuentro, señorita.


DOÑA FRANCISCA Le tendrán ellos, no te canses... Si es lo único

que faltaba a mi desdicha... No le busques. Ellos le tienen.

RITA A lo menos por aquí...


DOÑA FRANCISCA ¡Yo estoy loca! (Siéntase.)


RITA Sin haberse explicado este hombre, ni decir

siquiera...

DOÑA FRANCISCA Cuando iba a hacerlo, me avisaste, y fue preciso

retirarnos... Pero ¿sabes tú con qué temor me
habló, qué agitación mostraba? Me dijo que en
aquella carta vería yo los motivos justos que le
precisaban a volverse; que la había escrito para
dejársela a persona fiel que la pusiera en mis
manos, suponiendo que el verme sería
imposible. Todo engaños, Rita, de un hombre
aleve que prometió lo que no pensaba cumplir...
Vino, halló un competidor, y diría: Pues yo,
¿para qué he de molestar a nadie ni hacerme
ahora defensor de una mujer?... ¡Hay tantas
mujeres!... Cásenla... Yo nada pierdo... Primero
es mi tranquilidad que la vida de esa infeliz.
¡Dios mío, perdón!... ¡Perdón de haberle
querido tanto!

RITA ¡Ay, señorita!

(Mirando hacia el cuarto de DON DIEGO.)
Que parece que salen ya.

DOÑA FRANCISCA No importa, déjame.


RITA Pero si don Diego la ve a usted de esa manera...


DOÑA FRANCISCA Si todo se ha perdido ya, ¿qué puedo temer?...

¿Y piensas tú que tengo alientos para
levantarme?... Que vengan, nada importa.

Escena séptima

DON DIEGO, DOÑA FRANCISCA, SIMÓN, RITA


SIMÓN Voy enterado, no es menester más.


DON DIEGO Mira, y haz que ensillen inmediatamente al

Moro, mientras tú vas allá. Si han salido,
vuelves, montas a caballo y en una buena
carrera que des, los alcanzas... Los dos aquí,
¿eh...? Conque, vete, no se pierda tiempo.

(Después de hablar los dos, junto al cuarto de DON DIEGO,
se va SIMÓN por la puerta del foro.)


SIMÓN Voy allá.


DON DIEGO Mucho se madruga, doña Paquita.


DOÑA FRANCISCA Sí, señor.


DON DIEGO ¿Ha llamado ya doña Irene?


DOÑA FRANCISCA No, señor... (A RITA.) Mejor es que vayas allá,

por si ha despertado y se quiere vestir.

(RITA se va al cuarto de DOÑA IRENE.)




Escena octava 1

DON DIEGO, DOÑA FRANCISCA


DON DIEGO ¿Usted no habrá dormido bien esta noche?


DOÑA FRANCISCA No, señor. ¿Y usted?


DON DIEGO Tampoco.


DOÑA FRANCISCA Ha hecho demasiado calor.


DON DIEGO ¿Está usted desazonada?


DOÑA FRANCISCA Alguna cosa.


DON DIEGO ¿Qué siente usted?
(Siéntase junto a DOÑA FRANCISCA.)


DOÑA FRANCISCA No es nada... Así un poco de...

Nada... no tengo nada.

DON DIEGO Algo será; porque la veo a usted muy abatida,

llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita?
¿No sabe usted que la quiero tanto?

DOÑA FRANCISCA Sí, señor.


DON DIEGO Pues ¿por qué no hace usted más confianza de

mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto
en hallar ocasiones de complacerla?

DOÑA FRANCISCA Ya lo sé.


DON DIEGO ¿Pues cómo, sabiendo que tiene usted un amigo,

no desahoga con él su corazón?

DOÑA FRANCISCA Porque eso mismo me obliga a callar.


DON DIEGO Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de

su pesadumbre de usted.

DOÑA FRANCISCA No, señor; usted en nada me ha ofendido... No

es de usted de quien yo me debo quejar.

DON DIEGO Pues ¿de quién, hija mía?... Venga usted acá...

(Acércase más.) Hablemos siquiera una vez sin
rodeos ni disimulación... Dígame usted: ¿no es
cierto que usted mira con algo de repugnancia
este casamiento que se la propone? ¿Cuánto va
que si la dejasen a usted entera libertad para la
elección, no se casaría conmigo?

DOÑA FRANCISCA Ni con otro.


DON DIEGO ¿Será posible que usted no conozca otro más

amable que yo, que la quiera bien, y que la
corresponda como usted merece?

DOÑA FRANCISCA No, señor; no, señor.


DON DIEGO Mírelo usted bien.


DOÑA FRANCISCA ¿No le digo a usted que no?


DON DIEGO ¿Y he de creer, por dicha, que conserve usted tal

inclinación al retiro en que se ha criado, que
prefiera la austeridad del convento a una vida más...?

DOÑA FRANCISCA Tampoco; no, señor... Nunca he pensado así.


Escena octava 2

DON DIEGO No tengo empeño de saber más... Pero de todo

lo que acabo de oír resulta una gravísima
contradicción. Usted no se halla inclinada al
estado religioso, según parece. Usted me
asegura que no tiene queja ninguna de mí, que
está persuadida de lo mucho que la estimo, que
no piensa casarse con otro, ni debo recelar que
nadie me dispute su mano... Pues ¿qué llanto es
ése? ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que
en tan poco tiempo ha alterado su semblante de
usted, en términos que apenas le reconozco?
¿Son éstas las señales de quererme
exclusivamente a mí, de casarse gustosa
conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así
la alegría y el amor?

(Vase iluminando lentamente del teatro,
suponiendo que viene la luz del día.)


DOÑA FRANCISCA Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales

desconfianzas?

DON DIEGO Pues ¿qué? Si yo prescindo de estas

consideraciones, si apresuro las diligencias de
nuestra unión, si su madre de usted sigue
aprobándola y llega el caso de...

DOÑA FRANCISCA Haré lo que mi madre me manda, y me casaré

con usted.

DON DIEGO ¿Y después, Paquita?


DOÑA FRANCISCA Después..., y mientras me dure la vida,

seré mujer de bien.

DON DIEGO Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me

considera como el que ha de ser hasta la muerte
su compañero y su amigo, dígame usted: estos
títulos, ¿no me dan algún derecho para merecer
de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que
usted me diga la causa de su dolor? Y no para
satisfacer una impertinente curiosidad, sino para
emplearme todo en su consuelo, en mejorar su
suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis
diligencias pudiesen tanto.

DOÑA FRANCISCA ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.


DON DIEGO ¿Por qué?


DOÑA FRANCISCA Nunca diré por qué.


DON DIEGO Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!...

Cuando usted misma debe presumir que no
estoy ignorante de lo que hay.

DOÑA FRANCISCA Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios no

finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no
me lo pregunte.

DON DIEGO Bien está. Una vez que no hay nada que decir,

que esa aflicción y esas lágrimas son
voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro
de ocho días será usted mi mujer.

DOÑA FRANCISCA Y daré gusto a mi madre.


DON DIEGO Y vivirá usted infeliz.


DOÑA FRANCISCA Ya lo sé.


Escena octava 3

DON DIEGO Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo

que se llama criar bien a una niña: enseñarla a
que desmienta y oculte las pasiones más
inocentes con una pérfida disimulación. Las
juzgan honestas luego que las ven instruidas en
el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el
temperamento, la edad ni el genio no han de
tener influencia alguna en sus inclinaciones, o
en que su voluntad ha de torcerse al capricho de
quien las gobierna. Todo se las permite, menos
la sinceridad. Con tal que no digan lo que
sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más
desean, con tal que se presten a pronunciar,
cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego,
origen de tantos escándalos, ya están bien
criadas, y se llama excelente educación la que
inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio
de un esclavo.

DOÑA FRANCISCA Es verdad... Todo eso es cierto... Eso exigen de

nosotras, eso aprendemos en la escuela que se
nos da... Pero el motivo de mi aflicción es
mucho más grande.

DON DIEGO Sea cual fuere, hija mía, es menester que usted

se anime... Si la ve a usted su madre de esa
manera, ¿qué ha de decir?... Mire usted que ya
parece que se ha levantado.

DOÑA FRANCISCA ¡Dios mío!


DON DIEGO Si, Paquita; conviene mucho que usted vuelva

un poco sobre sí... No abandonarse tanto...
Confianza en Dios... Vamos, que no siempre
nuestras desgracias son tan grandes como la
imaginación las pinta... ¡Mire usted qué
desorden éste! ¡Qué agitación! ¡Qué lágrimas!
Vaya, ¿me da usted palabra de presentarse así...
con cierta serenidad y...? ¿Eh?

DOÑA FRANCISCA Y usted, señor... Bien sabe usted el genio de mi

madre. Si usted no me defiende, ¿a quién he de
volver los ojos? ¿Quién tendrá compasión de
esta desdichada?

DON DIEGO Su buen amigo de usted... Yo... ¿Cómo es

posible que yo la abandonase.... ¡criatura!..., en
la situación dolorosa en que la veo?

(Asiéndola de las manos.)


DOÑA FRANCISCA ¿De veras?


DON DIEGO Mal conoce usted mi corazón.


DOÑA FRANCISCA Bien le conozco.


(Quiere arrodillarse; DON DIEGO se lo estorba,
y ambos se levantan.)


DON DIEGO ¿Qué hace usted, niña?


DOÑA FRANCISCA Yo no sé... ¡Qué poco merece toda esa bondad

una mujer tan ingrata para con usted!... No,
ingrata no: infeliz... ¡Ay, qué infeliz soy, señor
don Diego!

DON DIEGO Yo bien sé que usted agradece como puede el

amor que la tengo... Lo demás todo ha sido...,
¿qué sé yo?..., una equivocación mía, y no otra
cosa... Pero usted, ¡inocente!, usted no ha tenido
la culpa.

DOÑA FRANCISCA Vamos... ¿No viene usted?


DON DIEGO Ahora no, Paquita. Dentro de un rato iré por

allá.

DOÑA FRANCISCA Vaya usted presto.


(Encaminándose al cuarto de DOÑA IRENE, vuelve y se despide
de DON DIEGO besándole las manos.)


DON DIEGO Sí, presto iré.


Escena nona

DON DIEGO, SIMÓN


SIMÓN Ahí están, señor.


DON DIEGO ¿Qué dices?


SIMÓN Cuando yo salía de la Puerta, los vi a lo lejos,

que iban ya de camino. Empecé a dar voces y
hacer señas con el pañuelo; se detuvieron, y
apenas llegué y le dije al señorito lo que usted
mandaba, volvió las riendas, y está abajo. Le
encargué que no subiera hasta que le avisara yo,
por si acaso había gente aquí, y usted no quería
que le viesen.

DON DIEGO Y ¿qué dijo cuando le diste el recado?


SIMÓN Ni una sola palabra... Muerto viene... ya digo, ni

una sola palabra... A mí me ha dado compasión
el verle así tan...

DON DIEGO No me empieces ya a interceder por él.


SIMÓN ¿Yo, señor?


DON DIEGO Sí, que no te entiendo yo... ¡Compasión!...

Es un pícaro...

SIMÓN Como yo no sé lo que ha hecho...


DON DIEGO Es un bribón, que me ha de quitar la vida...

Ya te he dicho que no quiero intercesores.

SIMÓN Bien está, señor.


(Vase por la puerta del foro. DON DIEGO se sienta,
manifestando inquietud y enojo.)


DON DIEGO Dile que suba.


Escena décima 1

DON DIEGO, DON CARLOS


DON DIEGO Venga usted acá, señorito, venga usted... ¿En

dónde has estado desde que no nos vemos?

DON CARLOS En el mesón de afuera.


DON DIEGO Y no has salido de allí en toda la noche, ¿eh?


DON CARLOS Sí, señor, entré en la ciudad y...


DON DIEGO ¿A qué?... Siéntese usted.


DON CARLOS Tenía precisión de hablar con un sujeto...
(Siéntase.)


DON DIEGO ¡Precisión!


DON CARLOS Sí, señor... le debo muchas atenciones, y no era

posible volverme a Zaragoza sin estar primero
con él.

DON DIEGO Ya. En habiendo tantas obligaciones de por

medio... Pero venirle a ver a las tres de la
mañana, me parece mucho desacuerdo... ¿Por
qué no le escribiste un papel?... Mira, aquí he de
tener... Con este papel que le hubieras enviado
en mejor ocasión, no había necesidad de hacerle
trasnochar, ni molestar a nadie.

(Dándole el papel que tiraron a la ventana. DON CARLOS, luego
que le reconoce, se le vuelve y se levanta en ademán de irse.)


DON CARLOS Pues si todo lo sabe usted, ¿para qué me llama?

¿Por qué no me permite seguir mi camino, y se
evitaría una contestación de la cual ni usted ni
yo quedaremos contentos?

DON DIEGO Quiere saber su tío de usted lo que hay en esto,

y quiere que usted se lo diga.

DON CARLOS ¿Para qué saber más?


DON DIEGO Porque yo lo quiero y lo mando. ¡Oiga!


DON CARLOS Bien está.


DON DIEGO Siéntate ahí... (Siéntase DON CARLOS.) ¿En

dónde has conocido a esta niña?... ¿Qué amor es
éste? ¿Qué circunstancias han ocurrido?... ¿Qué
obligaciones hay entre los dos? ¿Dónde, cuándo
la viste?

DON CARLOS Volviéndome a Zaragoza el año pasado, llegué a

Guadalajara sin ánimo de detenerme; pero el
intendente, en cuya casa de campo nos apeamos,
se empeñó en que había de quedarme allí todo
aquel día, por ser cumpleaños de su parienta,
prometiéndome que al siguiente me dejaría
proseguir mi viaje. Entre las gentes convidadas
hallé a doña Paquita, a quien la señora había
sacado aquel día del convento para que se
esparciese un poco... Yo no sé qué vi en ella,
que excitó en mí una inquietud, un deseo
constante, irresistible, de mirarla, de oírla, de
hallarme a su lado, de hablar con ella, de
hacerme agradable a sus ojos... El intendente
dijo entre otras cosas... burlándose... que yo era
muy enamorado, y le ocurrió fingir que me
llamaba don Félix de Toledo, nombre que dio
Calderón a algunos amantes de sus comedias.
Yo sostuve esta ficción, porque desde luego
concebí la idea de permanecer algún tiempo en
aquella ciudad, evitando que llegase a noticia de
usted... Observé que doña Paquita me trató con
un agrado particular, y cuando por la noche nos
separamos, yo me quedé lleno de vanidad y de
esperanzas, viéndome preferido a todos los
concurrentes de aquel día, que fueron muchos.
En fin... Pero no quisiera ofender a usted
refiriéndole...

Escena décima 2

DON DIEGO Prosigue.


DON CARLOS Supe que era hija de una señora de Madrid,

viuda y pobre, pero de gente muy honrada... Fue
necesario fiar de mi amigo los proyectos de
amor que me obligaban a quedarme en su
compañía; y él, sin aplaudirlos ni desaprobarlos,
halló disculpas, las más ingeniosas, para que
ninguno de su familia extrañara mi detención.
Como su casa de campo está inmediata a la
ciudad, fácilmente iba y venía de noche... Logré
que doña Paquita leyese algunas cartas mías; y
con las pocas respuestas que de ellas tuve, acabé
de precipitarme en una pasión que mientras viva
me hará infeliz.

DON DIEGO Vaya... Vamos, sigue adelante.


DON CARLOS Mi asistente (que como usted sabe, es hombre

de travesura, y conoce el mundo), con mil
artificios que a cada paso le ocurrían, facilitó
los muchos estorbos que al principio
hallábamos... La seña era dar tres palmadas, a
las cuales respondían con otras tres desde una
ventanilla que daba al corral de las monjas.
Hablábamos todas las noches, muy a deshora,
con el recato y las precauciones que ya se dejan
entender... Siempre fui para ella don Félix de
Toledo, oficial de un regimiento, estimado de
mis jefes y hombre de honor. Nunca la dije más,
ni la hablé de mis parientes ni de mis
esperanzas, ni la di a entender que casándose
conmigo podría aspirar a mejor fortuna; porque
ni me convenía nombrarle a usted, ni quise
exponerla a que las miras de interés, y no el
amor, la inclinasen a favorecerme. De cada vez
la hallé más fina, más hermosa, más digna de
ser adorada... Cerca de tres meses me detuve
allí; pero al fin era necesario separarnos, y una
noche funesta me despedí, la dejé rendida a un
desmayo mortal, y me fui, ciego de amor,
adonde mi obligación me llamaba... Sus cartas
consolaron por algún tiempo mi ausencia triste,
y en una que recibí pocos días ha, me dijo cómo
su madre trataba de casarla, que primero
perdería la vida que dar su mano a otro que a
mí; me acordaba mis juramentos, me exhortaba
a cumplirlos... Monté a caballo, corrí
precipitado el camino, llegué a Guadalajara, no
la encontré, vine aquí... Lo demás bien lo sabe
usted, no hay para qué decírselo.

DON DIEGO ¿Y qué proyectos eran los tuyos en esta venida?


DON CARLOS Consolarla, jurarla de nuevo un eterno amor,

pasar a Madrid, verle a usted, echarme a sus
pies, referirle todo lo ocurrido, y pedirle, no
riquezas, ni herencias, ni protecciones, ni... eso
no... Sólo su consentimiento y su bendición para
verificar un enlace tan suspirado, en que ella y
yo fundábamos toda nuestra felicidad.

Escena décima 3

DON DIEGO Pues ya ves, Carlos, que es tiempo de pensar

muy de otra manera.

DON CARLOS Sí, señor.


DON DIEGO Si tú la quieres, yo la quiero también. Su madre

y toda su familia aplauden este casamiento.
Ella... y sean las que fueren las promesas que a
ti te hizo... ella misma, no ha media hora, me ha
dicho que está pronta a obedecer a su madre y
darme la mano, así que...

DON CARLOS Pero no el corazón. (Levántase.)


DON DIEGO ¿Qué dices?


DON CARLOS No, eso no... Sería ofenderla... Usted celebrará

sus bodas cuando guste; ella se portará siempre
como conviene a su honestidad y a su virtud;
pero yo he sido el primero, el único objeto de su
cariño, lo soy y lo seré... Usted se llamará su
marido; pero si alguna o muchas veces la
sorprende, y ve sus ojos hermosos inundados en
lágrimas, por mí las vierte... No la pregunte
usted jamás el motivo de sus melancolías... Yo,
yo seré la causa... Los suspiros, que en vano
procurará reprimir, serán finezas dirigidas a un
amigo ausente.

DON DIEGO ¿Qué temeridad es ésta?


(Se levanta con mucho enojo, encaminándose
hacia DON CARLOS, que se va retirando.)


DON CARLOS Ya se lo dije a usted... Era imposible que yo

hablase una palabra sin ofenderle... Pero,
acabemos esta odiosa conversación... Viva usted
feliz, y no me aborrezca, que yo en nada le he
querido disgustar... La prueba mayor que yo
puedo darle de mi obediencia y mi respeto, es la
de salir de aquí inmediatamente... Pero no se me
niegue a lo menos el consuelo de saber que
usted me perdona.

DON DIEGO ¿Con que, en efecto, te vas?


DON CARLOS Al instante, señor... Y esta ausencia será bien

larga.

DON DIEGO ¿Por qué?


DON CARLOS Porque no me conviene verla en mi vida... Si las

voces que corren de una próxima guerra se
llegaran a verificar... entonces...

DON DIEGO ¿Qué quieres decir?
(Asiendo de un brazo a DON CARLOS
le hace venir más adelante.)


DON CARLOS Nada... Que apetezco la guerra, porque soy

soldado.

DON DIEGO ¡Carlos!... ¡Qué horror!... ¿Y tienes corazón

para decírmelo?

DON CARLOS Alguien viene...


(Mirando con inquietud hacia el cuarto
de DOÑA IRENE, se desprende de DON DIEGO,
y hace que se va por la puerta del foro.
DON DIEGO va detrás de él y quiere detenerle.)

Tal vez será ella... Quede usted con Dios.

DON DIEGO ¿Adónde vas?... No, señor, no has de irte.


DON CARLOS Es preciso... Yo no he de verla... Una sola

mirada nuestra pudiera causarle a usted
inquietudes crueles.

DON DIEGO Ya he dicho que no ha de ser... Entra en ese

cuarto.

DON CARLOS Pero si...


DON DIEGO Haz lo que te mando.
(Éntrase DON CARLOS en el cuarto de DON DIEGO.)


Escena undécima 1

DOÑA IRENE, DON DIEGO


DOÑA IRENE Conque, señor don Diego, ¿es ya la de

vámonos?... Buenos días... (Apaga la luz que
está sobre la mesa.) ¿Reza usted?

DON DIEGO Sí, para rezar estoy ahora.
(Paseándose con inquietud.)


DOÑA IRENE Si usted quiere, ya pueden ir disponiendo el

chocolate y que avisen al mayoral para que
enganchen luego que... Pero, ¿qué tiene usted,
señor?... ¿Hay alguna novedad?

DON DIEGO Sí, no deja de haber novedades.


DOÑA IRENE Pues ¿qué?... Dígalo usted, por Dios... ¡Vaya,

vaya!... No sabe usted lo asustada que estoy...
Cualquiera cosa, así, repentina, me remueve
toda y me... Desde el último mal parto que tuve,
quedé tan sumamente delicada de los nervios...
Y va ya para diez y nueve años, si no son
veinte; pero desde entonces, ya digo, cualquiera
friolera me trastorna... Ni los baños, ni caldos
de culebra, ni la conserva de tamarindos; nada
me ha servido; de manera que...

DON DIEGO Vamos, ahora no hablemos de malos partos ni de

conservas... Hay otra cosa más importante de
que tratar... ¿Qué hacen esas muchachas?

DOÑA IRENE Están recogiendo la ropa y haciendo el cofre

para que todo esté a la vela, y no haya
detención.

DON DIEGO Muy bien. Siéntese usted... Y no hay que

asustarse ni alborotarse (Siéntanse los dos) por
nada de lo que yo diga; y cuenta, no nos
abandone el juicio cuando más lo necesitamos...
Su hija de usted está enamorada...

DOÑA IRENE ¿Pues no lo he dicho ya mil veces? Sí señor que

lo está; y bastaba que yo lo dijese para que...

DON DIEGO ¡Este vicio maldito de interrumpir a cada paso!

Déjeme usted hablar.

DOÑA IRENE Bien, vamos, hable usted.


DON DIEGO Está enamorada; pero no está enamorada de mí.


DOÑA IRENE ¿Qué dice usted?


DON DIEGO Lo que usted oye.


DOÑA IRENE Pero, ¿quién le ha contado a usted esos

disparates?

DON DIEGO Nadie. Yo lo sé, yo lo he visto, nadie me lo ha

contado, y cuando se lo digo a usted, bien
seguro estoy de que es verdad... Vaya, ¿qué
llanto es ése?

DOÑA IRENE (Llora.) ¡Pobre de mí!


DON DIEGO ¿A qué viene eso?


DOÑA IRENE ¡Porque me ven sola y sin medios, y porque soy

una pobre viuda, parece que todos me
desprecian y se conjuran contra mí!

DON DIEGO Señora doña Irene...


DOÑA IRENE Al cabo de mis años y de mis achaques, verme

tratada de esta manera, como un estropajo,
como una puerca cenicienta, vamos al decir...
¿Quién lo creyera de usted?... ¡Válgame Dios!...
¡Si vivieran mis tres difuntos!... Con el último
difunto que me viviera, que tenía un genio como
una serpiente...

Escena undécima 2

DON DIEGO Mire usted, señora, que se me acaba ya la

paciencia.

DOÑA IRENE Que lo mismo era replicarle que se ponía hecho

una furia del infierno, y un día del Corpus, yo
no sé por qué friolera, hartó de mojicones a un
comisario ordenador, y si no hubiera sido por
dos padres del Carmen, que se pusieron de por
medio, le estrella contra un poste en los portales
de Santa Cruz.

DON DIEGO Pero ¿es posible que no ha de atender usted a lo

que voy a decirla?

DOÑA IRENE ¡Ay! No señor, que bien lo sé, que no tengo pelo

de tonta, no, señor... Usted ya no quiere a la
niña, y busca pretextos para zafarse de la
obligación en que está... ¡Hija de mi alma y de
mi corazón!

DON DIEGO Señora doña Irene, hágame usted el gusto de

oírme, de no replicarme, de no decir
despropósitos, y luego que usted sepa lo que
hay, llore y gima y grite, y diga cuanto quiera...
Pero, entretanto, no me apure usted el
sufrimiento, por amor de Dios.

DOÑA IRENE Diga usted lo que le dé la gana.


DON DIEGO Que no volvamos otra vez a llorar y a...


DOÑA IRENE No, señor, ya no lloro.
(Enjugándose las lágrimas con un pañuelo.)


DON DIEGO Pues hace ya cosa de un año, poco más o menos,

que doña Paquita tiene otro amante. Se han
hablado muchas veces, se han escrito, se han
prometido amor, fidelidad, constancia... Y por
último, existe en ambos una pasión tan fina, que
las dificultades y la ausencia, lejos de
disminuirla, han contribuido eficazmente a
hacerla mayor. En este supuesto...

DOÑA IRENE Pero ¿no conoce usted, señor, que todo es un

chisme inventado por alguna mala lengua que
no nos quiere bien?

DON DIEGO Volvemos otra vez a lo mismo... No, señora, no

es chisme. Repito de nuevo que lo sé.

DOÑA IRENE ¿Qué ha de saber usted, señor, ni qué traza tiene

eso de verdad? ¡Conque la hija de mis entrañas,
encerrada en un convento, ayunando los siete
reviernes, acompañada de aquellas santas
religiosas!... ¡Ella, que no sabe lo que es mundo,
que no ha salido todavía del cascarón, como
quien dice!... Bien se conoce que no sabe usted
el genio que tiene Circuncisión... ¡Pues bonita
es ella para haber disimulado a su sobrina el
menor desliz!

DON DIEGO Aquí no se trata de ningún desliz, señora doña

Irene; se trata de una inclinación honesta, de la
cual hasta ahora no habíamos tenido antecedente
alguno. Su hija de usted es una niña muy
honrada, y no es capaz de deslizarse... Lo que
digo es que la madre Circuncisión, y la Soledad,
y la Candelaria, y todas las madres, y usted, y
yo el primero, nos hemos equivocado
solemnemente. La muchacha se quiere casar con
otro, y no conmigo... Hemos llegado tarde;
usted ha contado muy de ligero con la voluntad
de su hija... Vaya, ¿para qué es cansarnos? Lea
usted ese papel, y verá si tengo razón.

(Saca el papel de DON CARLOS y se le da a DOÑA
IRENE. Ella, sin leerle, se levanta muy agitada,
se acerca a la puerta de su cuarto y llama.
Levántase DON DIEGO y procura en vano contenerla.)


DOÑA IRENE ¡Yo he de volverme loca!... ¡Francisquita!...

¡Virgen del Tremedal!... ¡Rita! ¡Francisca!

DON DIEGO Pero, ¿a qué es llamarlas?


DOÑA IRENE Sí, señor; que quiero que venga y que se

desengañe la pobrecita de quién es usted.

DON DIEGO Lo echó todo a rodar... Esto le sucede a quien se

fía de la prudencia de una mujer.

Escena duodécima

DOÑA FRANCISCA, DOÑA IRENE, DON DIEGO, RITA


(Salen DOÑA FRANCISCA y RITA de su cuarto.)
RITA Señora.


DOÑA FRANCISCA ¿Me llamaba usted?


DOÑA IRENE Sí, hija, sí; porque el señor don Diego nos trata

de un modo que ya no se puede aguantar. ¿Qué
amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra
de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú,
picarona... Pues tú también lo has de saber... Por
fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel?
¿Qué dice?...

(Presentando el papel abierto a DOÑA FRANCISCA.)


RITA (Aparte a Doña Francisca) Su letra es.


DOÑA FRANCISCA ¡Qué maldad!... Señor don Diego, ¿así cumple

usted su palabra?

DON DIEGO Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga

usted aquí...
(Tomando de una mano a DOÑAFRANCISCA, la pone a su lado.)
No hay que temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no
me ponga en términos de hacer un desatino...
Deme usted ese papel...

(Quitándola el papel de las manos a DOÑA IRENE.)
Paquita, ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta
noche.


DOÑA FRANCISCA Mientras viva me acordaré.


DON DIEGO Pues éste es el papel que tiraron a la ventana...

No hay que asustarse, ya lo he dicho. (Lee.)
«Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré
lo posible para que llegue a sus manos esta
carta. Apenas me separé de usted, encontré en la
posada al que yo llamaba mi enemigo, y al verle
no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que
saliera inmediatamente de la ciudad, y fue
preciso obedecerle. Yo me llamo don Carlos, no
don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted
dichosa y olvide para siempre a su infeliz
amigo. Carlos de Urbina.»

DOÑA IRENE ¿Conque hay eso?


DOÑA FRANCISCA ¡Triste de mí!


DOÑA IRENE ¿Conque es verdad lo que decía el señor,

grandísima picarona? Te has de acordar de mí.

(Se encamina hacia DOÑA FRANCISCA, muy
colérica, y en ademán de querer maltratarla.
RITA y DON DIEGO lo estorban.)


DOÑA FRANCISCA ¡Madre!... ¡Perdón!


DOÑA IRENE No, señor, que la he de matar.


DON DIEGO ¿Qué locura es ésta?


DOÑA IRENE He de matarla.


Escena treceava

DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA


(Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un
brazo a DOÑA FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro
y se pone delante de ella para defenderla. DOÑA IRENE se
asusta y se retira.)


DON CARLOS Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla.


DOÑA FRANCISCA ¡Carlos!


DON CARLOS Disimule

(A DON DIEGO)
usted mi atrevimiento... He visto que la insultaban, y no
me he sabido contener.

DOÑA IRENE ¿Qué es lo que me sucede Dios mío?... ¿Quién

es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué
escándalo!

DON DIEGO Aquí no hay escándalos... Ese es de quien su

hija de usted está enamorada... Separarlos y
matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No
importa... Abraza a tu mujer.

(Se abrazan DON CARLOS y DOÑA FRANCISCA,
y después se arrodillan a los pies de DON DIEGO.)


DOÑA IRENE ¿Conque su sobrino de usted?...


DON DIEGO Sí, señora, mi sobrino, que con sus palmadas, y

su música, y su papel, me ha dado la noche más
terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto,
hijos míos, qué es esto?

DOÑA FRANCISCA ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?


DON DIEGO. Sí, prendas de mi alma... Sí.
(Los hace levantar con expresión de ternura.)


DOÑA IRENE ¿Y es posible que usted se determina a hacer un

sacrificio?...

DON DIEGO Yo pude separarlos para siempre, y gozar

tranquilamente la posesión de esta niña amable;
pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!...
¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en
el alma el esfuerzo que acabo de hacer!...
Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.

DON CARLOS (Besándole las manos.)

Si nuestro amor, si nuestro agradecimiento pueden bastar
a consolar a usted en tanta pérdida...

DOÑA IRENE ¡Conque el bueno de don Carlos! Vaya que...


DON DIEGO Él y su hija de usted estaban locos de amor,

mientras que usted y las tías fundaban castillos
en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones,
que han desaparecido como un sueño... Esto
resulta del abuso de la autoridad, de la opresión
que la juventud padece; estas son las
seguridades que dan los padres y los tutores, y
esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas...
Por una casualidad he sabido a tiempo el error
en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben
tarde!.

DOÑA IRENE En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos

años se gocen... Venga usted acá, señor, venga
usted, que quiero abrazarle.
(Abrazando a DON CARLOS. DOÑA FRANCISCA se
arrodilla y besa la mano a su madre.)
Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido...
Cierto que es un mozo galán... Morenillo, pero tiene un
mirar de ojos muy hechicero.

RITA Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la

niña... Señorita, un millón de besos.

(Se besan DOÑA FRANCISCA y RITA.)


DOÑA FRANCISCA Pero, ¿ves qué alegría tan grande?...

¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre
serás mi amiga.

DON DIEGO Paquita hermosa

(Abraza a DOÑA FRANCISCA),
recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre...
No temo ya la soledad terrible que amenazaba a mi vejez...
Vosotros
(Asiendo de las manos a DOÑA FRANCISCA y a DON CARLOS)
seréis la delicia de mi corazón; y el primer fruto de
vuestro amor... sí, hijos, aquél....
no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le
acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me
debe su existencia este niño inocente; si sus
padres viven, si son felices, yo he sido la causa.

DON CARLOS ¡Bendita sea tanta bondad!


DON DIEGO Hijos, bendita sea la de Dios.