El sí de las niñas/Acto segundo

​El sí de las niñas​ de Leandro Fernández de Moratín
Acto segundo

Acto segundo

Escena primera

(Teatro oscuro.)


DOÑA FRANCISCA Nadie parece aún...

(DOÑA FRANCISCA seacerca a la puerta del foro y vuelve.)
¡Qué impaciencia tengo!... Y dice mi madre que soy
una simple, que sólo pienso en jugar y reír, y
que no sé lo que es amor... Sí, diecisiete años, y
no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien,
y la inquietud y las lágrimas que cuesta.

Escena segunda

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA


DOÑA IRENE Sola y a oscuras me habéis dejado allí.


DOÑA FRANCISCA Como estaba usted acabando su carta, mamá,

por no estorbarla me he venido aquí, que está
mucho más fresco.

DOÑA IRENE Pero aquella muchacha, ¿qué hace que no trae

una luz? Para cualquiera cosa se está un año... Y
yo que tengo un genio como una pólvora...
(Siéntase.) Sea todo por Dios... ¿Y don Diego?
¿No ha venido?

DOÑA FRANCISCA Me parece que no.


DOÑA IRENE Pues cuenta, niña, con lo que te he dicho ya. Y

mira que no gusto de repetir una cosa dos veces.
Este caballero está sentido, y con muchísima
razón.

DOÑA FRANCISCA Bien; sí, señora, ya lo sé. No me riña usted más.


DOÑA IRENE No es esto reñirte, hija mía, esto es aconsejarte.

Porque como tú no tienes conocimiento para
considerar el bien que se nos ha entrado por las
puertas... y lo atrasada que me coge, que yo no
sé lo que hubiera sido de tu pobre madre...
Siempre cayendo y levantando... Médicos,
botica... Que se dejaba pedir aquel caribe de don
Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los
veinte y los treinta reales por cada papelillo de
píldoras de coloquíntida y asafétida... Mira que
un casamiento como el que vas a hacer, muy
pocas le consiguen. Bien que a las oraciones de
tus tías, que son unas bienaventuradas, debemos
agradecer esta fortuna, y no a tus méritos ni a
mi diligencia... ¿qué dices?

DOÑA FRANCISCA Yo, nada, mamá.


DOÑA IRENE Pues nunca dices nada. ¡Válgame Dios, señor!...

En hablándote de esto, no te ocurre nada que
decir.

Escena tercera

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA


(Sale RITA por la puerta del foro con luces
y las pone encima dela mesa.)


DOÑA IRENE Vaya, mujer, yo pensé que en toda la noche no

venías.

RITA Señora, he tardado porque han tenido que ir a

comprar las velas. Como el tufo del velón la
hace a usted tanto daño...

DOÑA IRENE Seguro que me hace muchísimo mal, con esta

jaqueca que padezco... Los parches de alcanfor
al cabo tuve que quitármelos; ¡si no me
sirvieron de nada! Con las obleas, me parece
que me va mejor... Mira, deja una luz ahí y
llévate la otra a mi cuarto, y corre la cortina, no
se me llene todo de mosquitos.

RITA Muy bien (Toma una luz y hace que se va.)


DOÑA FRANCISCA (Aparte, a Rita.) ¿No ha venido?


RITA Vendrá.


DOÑA IRENE Oyes, aquella carta que está sobre la mesa,

dásela al mozo de la posada para que la lleve al
instante al correo...
(Vase RITA al cuarto de DOÑA IRENE)
Y tú, niña, ¿qué has de cenar?
Porque será menester recogernos presto para
salir mañana de madrugada.

DOÑA FRANCISCA Como las monjas me hicieron merendar...


DOÑA IRENE Con todo eso... Siquiera unas sopas del puchero

para el abrigo del estómago...
(Sale RITA conuna carta en la mano, y hasta el fin de la escena
hace que se va y vuelve, según lo indica el diálogo.)
Mira, has de calentar el caldo que
apartamos al medio día, y haznos un par de
tazas de sopas, y tráetelas luego que estén.

RITA ¿Y nada más?


DOÑA IRENE No, nada más... ¡Ah!, y házmelas bien

caldositas.

RITA Sí, ya lo sé.


DOÑA IRENE Rita.


RITA (Aparte) Otra. ¿Qué manda usted?


DOÑA IRENE Encarga mucho al mozo que lleve la carta al

instante... Pero no, señor; mejor es... No quiero
que la lleve él, que son unos borrachones, que
no se les puede... Has de decir a Simón que digo
yo que me haga el gusto de echarla en el correo.
¿Lo entiendes?

RITA Sí, señora.


DOÑA IRENE ¡Ah! mira.


RITA (Aparte) Otra.


DOÑA IRENE Bien que ahora no corre prisa... Es menester que

luego me saques de ahí al tordo y colgarle por
aquí, de modo que no se caiga y se me lastime...

(Vase RITA por la puerta del foro.) ¡Qué noche
tan mala me dio!... ¡Pues no se estuvo el animal
toda la noche de Dios rezando el Gloria Patri y
la oración del Santo Sudario!... Ello, por otra
parte, edificaba, cierto; pero cuando se trata de
dormir...


Escena cuarta

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA


DOÑA IRENE Pues mucho será que don Diego no haya tenido

algún encuentro por ahí, y eso le detenga. Cierto
que es un señor muy mirado, muy puntual...
¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien
hablado! ¡Y con qué garbo y generosidad se
porta!... Ya se ve, un sujeto de bienes y de
posibles... ¡Y qué casa tiene! Como un ascua de
oro la tiene... Es mucho aquello. ¡Qué ropa
blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué
despensa, llena de cuanto Dios crió!... Pero tú
no parece que atiendes a lo que estoy diciendo.

DOÑA FRANCISCA Sí, señora, bien lo oigo; pero no la quería

interrumpir a usted.

DOÑA IRENE Allí estarás, hija mía, como el pez en el agua;

pajaritas del aire que apetecieras las tendrías,
porque como él te quiere tanto, y es un caballero
tan de bien y tan temeroso de Dios... Pero mira,
Francisquita, que me cansa de veras el que
siempre que te hablo de esto, hayas dado en la
flor de no responderme palabra... ¡Pues no es
cosa particular, señor!

DOÑA FRANCISCA Mamá, no se enfade usted.


DOÑA IRENE No es buen empeño de... ¿Y te parece a ti que

no sé yo muy bien de dónde viene todo eso?...
¿No ves que conozco las locuras que se te han
metido en esa cabeza de chorlito?... ¡Perdóneme Dios!

DOÑA FRANCISCA Pero... Pues ¿qué sabe usted?


DOÑA IRENE ¿Me quieres engañar a mí, eh? ¡Ay, hija! He

vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y
mucha penetración para que tú me engañes.

DOÑA FRANCISCA (Aparte) ¡Perdida soy!


DOÑA IRENE Sin contar con su madre... Como si tal madre no

tuviera... Yo te aseguro que aunque no hubiera
sido con esta ocasión, de todos modos era ya
necesario sacarte del convento. Aunque hubiera
tenido que ir a pie y sola por ese camino, te
hubiera sacado de allí... ¡Mire usted qué juicio
de niña éste! Que porque ha vivido un poco de
tiempo entre monjas, ya se la puso en la cabeza
el ser ella monja también... Ni qué entiende ella
de eso, ni qué... En todos los estados se sirve a
Dios, Frasquita; pero el complacer a su madre,
asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus
trabajos, ésa es la primera obligación de una
hija obediente... Y sépalo usted, si no lo sabe.

DOÑA FRANCISCA Es verdad, mamá... Pero yo nunca he pensado

abandonarla a usted.

DOÑA IRENE Sí, que no sé yo...


DOÑA FRANCISCA No, señora. Créame usted. La Paquita nunca se

apartará de su madre, ni la dará disgustos.

DOÑA IRENE Mira si es cierto lo que dices.


DOÑA FRANCISCA Sí, señora, que yo no sé mentir.


DOÑA IRENE Pues, hija, ya sabes lo que te he dicho. Ya ves lo

que pierdes, y la pesadumbre que me darás si no
te portas en un todo como corresponde...

Cuidado con ello.


DOÑA FRANCISCA (Aparte) ¡Pobre de mí!


Escena quinta 1

DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA

(Sale DON DIEGO por la puerta del foro,
y deja sobre la mesa sombrero y bastón.)


DOÑA IRENE Pues ¿cómo tan tarde?


DON DIEGO Apenas salí tropecé con el rector de

Málaga, Padre Guardián de San Diego, y el doctor
Padilla, y hasta que me han hartado bien de
chocolate y bollos no me han querido soltar...
(Siéntase junto a DOÑA IRENE.)
Y a todo esto, ¿cómo va?

DOÑA IRENE Muy bien.


DON DIEGO ¿Y doña Paquita?


DOÑA IRENE Doña Paquita, siempre acordándose de sus

monjas. Ya la digo que es tiempo de mudar de
bisiesto y pensar sólo en dar gusto a su madre y
obedecerla.

DON DIEGO ¡Qué diantre!. ¿Con que tanto se acuerda de...?


DOÑA IRENE ¿Qué se admira usted? Son niñas... No saben lo

que quieren, ni lo que aborrecen... En una edad así, tan...

DON DIEGO No, poco a poco, eso no. Precisamente en esa

edad son las pasiones algo más enérgicas y
decisivas que en la nuestra, y por cuanto la
razón se halla todavía imperfecta y débil, los
ímpetus del corazón son mucho más violentos...
(Asiendo de una mano a DOÑA FRANCISCA,
la hace sentar inmediata a él.)
Pero de veras, doña Paquita, ¿se volvería usted al
convento de buena gana?... La verdad.

DOÑA IRENE Pero si ella no...


DON DIEGO Déjela usted, señora, que ella responderá.


DOÑA FRANCISCA Bien sabe usted lo que acabo de decirla...

No permita Dios que yo la dé que sentir.

DON DIEGO Pero eso lo dice usted tan afligida y...


DOÑA IRENE Si es natural, señor, ¿No ve usted que...?


DON DIEGO Calle usted, por Dios, doña Irene, y no me diga

usted a mí lo que es natural. Lo que es natural
es que la chica esté llena de miedo, y no se
atreva a decir una palabra que se oponga a lo
que su madre quiere que diga... Pero si esto
hubiese, por vida mía, que estábamos lucidos.

DOÑA FRANCISCA No, señor, lo que dice su merced, eso digo yo;

lo mismo. Porque en todo lo que me manda la obedeceré.

Escena quinta 2

DON DIEGO ¡Mandar, hija mía!... En estas materias tan

delicadas, los padres que tienen juicio no
mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí,
todo eso sí; ¡pero mandar!... ¿Y quién ha de
evitar después las resultas funestas de lo que
mandaron?... Pues ¿cuántas veces vemos
matrimonios infelices, uniones monstruosas,
verificadas solamente porque un padre tonto se
metió a mandar lo que no debiera?... ¿Cuántas
veces una desdichada mujer halla anticipada la
muerte en el encierro de un claustro, porque su
madre o su tío se empeñaron en regalar a Dios
lo que Dios no quería? ¡Eh! No, señor; eso no
va bien... Mire usted, doña Paquita, yo no soy
de aquellos hombres que se disimulan los
defectos. Yo sé que ni mi figura ni mi edad son
para enamorar perdidamente a nadie; pero
tampoco he creído imposible que una muchacha
de juicio y bien criada llegase a quererme con
aquel amor tranquilo y constante que tanto se
parece a la amistad, y es el único que puede
hacer los matrimonios felices. Para conseguirlo,
no he ido a buscar ninguna hija de familia de
estas que viven en una decente libertad...
Decente, que yo no culpo lo que no se opone al
ejercicio de la virtud. Pero, ¿cuál sería entre
todas ellas la que no estuviese ya prevenida en
favor de otro amante más apetecible que yo? Y
en Madrid, ¡figúrese usted en un Madrid!...
Lleno de estas ideas, me pareció que tal vez
hallaría en usted todo cuanto yo deseaba...

DOÑA IRENE Y puede usted creer, señor don Diego, que...


DON DIEGO Voy a acabar, señora, déjeme usted acabar. Yo

me hago cargo, querida Paquita, de lo que
habrán influido en una niña tan bien inclinada
como usted las santas costumbres que ha visto
practicar en aquel inocente asilo de la devoción
y la virtud; pero, si a pesar de todo esto, la
imaginación acalorada, las circunstancias
imprevistas, la hubiesen hecho elegir sujeto más
digno, sepa usted que yo no quiero nada con
violencia. Yo soy ingenuo; mi corazón y mi
lengua no se contradicen jamás. Esto mismo la
pido a usted, Paquita: sinceridad. El cariño que
a usted la tengo no la debe hacer infeliz... Su
madre de usted no es capaz de querer una
injusticia, y sabe muy bien que a nadie se le
hace dichoso por fuerza. Si usted no halla en mí
prendas que la inclinen, si siente algún otro
cuidadillo en su corazón, créame usted, la
menor disimulación en esto nos daría a todos
muchísimo que sentir.

Escena quinta 3

DOÑA IRENE ¿Puedo hablar ya, señor?


DON DIEGO Ella, ella debe hablar, y sin apuntador y sin

intérprete.

DOÑA IRENE Cuando yo se lo mande.


DON DIEGO Pues ya puede usted mandárselo, porque a ella

la toca responder... Con ella he de casarme, con
usted no.

DOÑA IRENE Yo creo, señor don Diego, que ni con ella ni

conmigo. ¿En qué concepto nos tiene usted?...
Bien dice su padrino, y bien claro me lo escribió
pocos días ha, cuando le di parte de este
casamiento. Que aunque no la ha vuelto a ver
desde que la tuvo en la pila, la quiere
muchísimo; y a cuantos pasan por el Burgo de
Osma les pregunta cómo está, y continuamente
nos envía memorias con el ordinario.

DON DIEGO Y bien, señora, ¿qué escribió el padrino?... O,

por mejor decir, ¿qué tiene que ver nada de eso
con lo que estamos hablando?

DOÑA IRENE Sí señor que tiene que ver, sí señor. Y aunque

yo lo diga, le aseguro a usted que ni un padre de
Atocha, hubiera puesto una carta mejor que la
que él me envió sobre, el matrimonio de la
niña... Y no es ningún catedrático, ni bachiller,
ni nada de eso, sino un cualquiera, como quien
dice, un hombre de capa y espada con un
empleíllo infeliz en el ramo del viento, que
apenas le da para comer... Pero es muy ladino, y
sabe de todo, y tiene una labia - y escribe que da
gusto... Cuasi toda la carta venía en latín, no le
parezca a usted, y muy buenos consejos que me
daba en ella... Que no es posible sino que
adivinase lo que nos está sucediendo.

DON DIEGO Pero, señora, si no sucede nada, ni hay cosa que

a usted la deba disgustar.

DOÑA IRENE Pues ¿no quiere usted que me disguste oyéndole

hablar de mi hija en unos términos que...? ¡Ella
otros amores ni otros cuidados!... Pues si tal
hubiera... ¡Válgame Dios!... La mataba a golpes,
mire usted... Respóndele, una vez que quiere
que hables y que yo no chiste. Cuéntale los
novios que dejaste en Madrid cuando tenías
doce años, y los que has adquirido en el
convento al lado de aquella santa mujer. Díselo
para que se tranquilice, y...

DON DIEGO Yo, señora, estoy más tranquilo que usted.


DOÑA IRENE Respóndele.


DOÑA FRANCISCA Yo no sé qué decir. Si ustedes se enfadan...


DON DIEGO No, hija mía; esto es dar alguna expresión a lo

que se dice; pero enfadarnos, no por cierto.
Doña Irene sabe lo que yo la estimo.

Escena quinta 4

DOÑA IRENE Sí, señor, que lo sé, y estoy sumamente

agradecida a los favores que usted nos hace...
Por eso mismo...

DON DIEGO No se hable de agradecimiento; cuanto yo puedo

hacer, todo es poco... Quiero sólo que doña
Paquita esté contenta.

DOÑA IRENE ¿Pues no ha de estarlo? Responde.


DOÑA FRANCISCA Sí, señor, que lo estoy.


DON DIEGO Y que la mudanza de estado que se la previene

no la cueste el menor sentimiento.

DOÑA IRENE No, señor, todo al contrario... Boda más a gusto

de todos no se pudiera imaginar.

DON DIEGO En esa inteligencia, puedo asegurarla que no

tendrá motivos de arrepentirse después. En
nuestra compañía vivirá querida y adorada, y
espero que a fuerza de beneficios he de merecer
su estimación y su amistad.

DOÑA FRANCISCA Gracias, señor don Diego... ¡A una huérfana,

pobre, desvalida como yo!...

DON DIEGO Pero de prendas tan estimables, que la hacen a

usted digna todavía de mayor fortuna.

DOÑA IRENE Ven aquí, ven... Ven aquí, Paquita.


DOÑA FRANCISCA ¡Mamá!
(Levántase, abraza a su madre y se acarician mutuamente.)


DOÑA IRENE ¿Ves lo que te quiero?


DOÑA FRANCISCA Sí, señora.


DOÑA IRENE ¿Y cuánto procuro tu bien, que no tengo otro

pío sino el de verte colocada antes que yo falte?

DOÑA FRANCISCA Bien lo conozco.


DOÑA IRENE ¡Hija de mi vida! ¿Has de ser buena?


DOÑA FRANCISCA Sí, señora.


DOÑA IRENE ¡Ay, que no sabes tú lo que te quiere tu madre!


DOÑA FRANCISCA Pues ¿qué? ¿No la quiero yo a usted?


DON DIEGO Vamos, vamos de aquí.

(Levántase DON DIEGO y después DOÑA IRENE.)
No venga alguno y nos halle a los tres llorando como tres
chiquillos.

DOÑA IRENE Sí, dice usted bien.
(Vanse los dos al cuarto de DOÑA IRENE. DOÑA FRANCISCA va
detrás y RITA, que sale por la puerta del foro, la hace detener.)


Escena sexta

DOÑA FRANCISCA, RITA


RITA Señorita... ¡Eh!, chit..., señorita...


DOÑA FRANCISCA ¿Qué quieres?


RITA Ya ha venido.


DOÑA FRANCISCA ¿Cómo?


RITA Ahora mismo acaba de llegar. Le he dado un

abrazo con licencia de usted, y ya sube por la
escalera.

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Dios!... Y ¿qué debo hacer?


RITA ¡Donosa pregunta!... Vaya, lo que importa es no

gastar el tiempo en melindres de amor... Al
asunto... y juicio... Y mire usted que en el paraje
en que estamos, la conversación no puede ser
muy larga... Ahí está.

DOÑA FRANCISCA Sí... Él es.


RITA Voy a cuidar de aquella gente... Valor, señorita,

y resolución.

(RITA se va al cuarto de DOÑA IRENE.)


DOÑA FRANCISCA No, no, que yo también... Pero no lo merece.


Escena séptima

DON CARLOS, DOÑA FRANCISCA


(Sale DON CARLOS por la puerta del foro.)

DON CARLOS ¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo

va, hermosa, cómo va?

DOÑA FRANCISCA Bien venido.


DON CARLOS ¿Cómo tan triste?... ¿No merece mi llegada más

alegría?

DOÑA FRANCISCA Es verdad; pero acaban de sucederme cosas que

me tienen fuera de mí... Sabe usted... Sí, bien lo
sabe usted... Después de escrita aquella carta,
fueron por mí... Mañana a Madrid... Ahí está mi
madre.

DON CARLOS ¿En dónde?


DOÑA FRANCISCA Ahí, en ese cuarto.
(Señalando al cuarto de DOÑA IRENE.)


DON CARLOS ¿Sola?


DOÑA FRANCISCA No, señor.


DON CARLOS Estará en compañía del prometido esposo.

(Se acerca al cuarto de DOÑA IRENE, se detiene y vuelve.)
Mejor... Pero, ¿no hay nadie más con ella?

DOÑA FRANCISCA Nadie más, solos están... ¿Qué piensa usted

hacer?

DON CARLOS Si me dejase llevar de mi pasión y de lo que

esos ojos me inspiran, una temeridad... Pero
tiempo hay... Él también será hombre de honor,
y no es justo insultarle porque quiere bien a una
mujer tan digna de ser querida... Yo no conozco
a su madre de usted ni... Vamos, ahora nada se
puede hacer... Su decoro de usted merece la
primera atención.

DOÑA FRANCISCA Es mucho el empeño que tiene en que me case

con él.

DON CARLOS No importa.


DOÑA FRANCISCA Quiere que esta boda se celebre así que

lleguemos a Madrid.

DON CARLOS ¿Cuál?... No. Eso no.


DOÑA FRANCISCA Los dos están de acuerdo, y dicen...


DON CARLOS Bien... Dirán... Pero no puede ser.


DOÑA FRANCISCA Mi madre no me habla continuamente de otra

materia. Me amenaza, me ha llenado de temor...
Él insta por su parte, me ofrece tantas cosas, me...

DON CARLOS Y usted, ¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido

quererle mucho?

DOÑA FRANCISCA ¡Ingrato!... Pues ¿no sabe usted que...? ¡Ingrato!


DON CARLOS Sí, no lo ignoro, Paquita... Yo he sido el primer amor.


DOÑA FRANCISCA Y el último.


DON CARLOS Y antes perderé la vida, que renunciar al lugar

que tengo en ese corazón... Todo él es mío... ¿Digo bien?

(Asiéndola de las manos.)


DOÑA FRANCISCA ¿Pues de quién ha de ser?


DON CARLOS ¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!...

Una sola palabra de esa boca me asegura... Para
todo me da valor... En fin, ya estoy aquí...
¿Usted me llama para que la defienda, la libre,
la cumpla una obligación mil y mil veces
prometida? Pues a eso mismo vengo yo... Si
ustedes se van a Madrid mañana, yo voy
también. Su madre de usted sabrá quién soy...
Allí puedo contar con el favor de un anciano
respetable y virtuoso, a quien más que tío debo
llamar amigo y padre. No tiene otro deudo más
inmediato ni más querido que yo; es hombre
muy rico, y si los dones de la fortuna tuviesen
para usted algún atractivo, esta circunstancia
añadiría felicidades a nuestra unión.

DOÑA FRANCISCA Y ¿qué vale para mí toda la riqueza del mundo?


DON CARLOS Ya lo sé. La ambición no puede agitar a un alma
tan inocente.


DOÑA FRANCISCA Querer y ser querida... Ni apetezco más ni

conozco mayor fortuna.

DON CARLOS Ni hay otra... Pero usted debe serenarse, y

esperar que la suerte mude nuestra aflicción
presente en durables dichas.

DOÑA FRANCISCA Y ¿qué se ha de hacer para que a mi pobre

madre no la cueste una pesadumbre?... ¡Me
quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la
disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás; que
siempre seré obediente y buena... ¡Y me abrazaba con
tanta ternura! Quedó tan consolada con lo poco que acerté
a decirla... Yo no sé, no sé qué camino ha de hallar usted
para salir de estos ahogos.

DON CARLOS Yo le buscaré... ¿No tiene usted confianza en mí?


DOÑA FRANCISCA ¿Pues no he de tenerla? ¿Piensa usted que

estuviera yo viva si esa esperanza no me
animase? Sola y desconocida de todo el mundo,
¿qué había yo de hacer? Si usted no hubiese
venido, mis melancolías me hubieran muerto,
sin tener a quién volver los ojos, ni poder
comunicar a nadie la causa de ellas... Pero usted
ha sabido proceder como caballero y amante, y
acaba de darme con su venida la prueba mayor
de lo mucho que me quiere.

(Se enternece y llora.)


DON CARLOS ¡Qué llanto!... ¡Cómo persuade!... Sí, Paquita,

yo solo basto para defenderla a usted de cuantos
quieran oprimirla. A un amante favorecido,
¿quién puede oponérsele?. Nada hay que temer.

DOÑA FRANCISCA ¿Es posible?


DON CARLOS Nada... Amor ha unido nuestras almas en

estrechos nudos, y sólo la muerte bastará a
dividirlas.

Escena octava

RITA, DON CARLOS, DOÑA FRANCISCA


RITA Señorita, adentro. La mamá pregunta por usted.

Voy a traer la cena, y se van a recoger al
instante... Y usted, señor galán, ya puede
también disponer de su persona.

DON CARLOS Sí, que no conviene anticipar sospechas... Nada

tengo que añadir.

DOÑA FRANCISCA Ni yo.


DON CARLOS Hasta mañana. Con la luz del día veremos a este

dichoso competidor.

RITA Un caballero muy honrado, muy rico, muy

prudente; con su chupa larga, su camisola limpia
y sus sesenta años debajo del peluquín.

(Se va por la puerta del foro.)


DOÑA FRANCISCA Hasta mañana.


DON CARLOS Adiós, Paquita.


DOÑA FRANCISCA Acuéstese usted, y descanse.


DON CARLOS ¿Descansar con celos?


DOÑA FRANCISCA ¿De quién?


DON CARLOS Buenas noches... Duerma usted bien, Paquita.


DOÑA FRANCISCA ¿Dormir con amor?


DON CARLOS Adiós, vida mía.


DOÑA FRANCISCA Adiós.
(Éntrase al cuarto de Doña Irene.)


Escena nona

DON CARLOS, CALAMOCHA, RITA


DON CARLOS ¡Quitármela! (Paseándose con inquietud.) No...

Sea quien fuere, no me la quitará. Ni su madre
ha de ser tan imprudente que se obstine en
verificar este matrimonio repugnándolo su
hija... mediando yo... ¡Sesenta años!...
Precisamente será muy rico... ¡El dinero!...
Maldito él sea, que tantos desórdenes origina.

CALAMOCHA (Sale CALAMOCHA por la puerta del foro.)

Pues, señor, tenemos un medio cabrito asado,
y... a lo menos, parece cabrito. Tenemos una
magnífica ensalada de berros, sin anapelos ni
otra materia extraña, bien lavada, escurrida y
condimentada por estas manos pecadoras, que
no hay más que pedir. Pan de Meco, vino de la
Tercia... Conque, si hemos de cenar y dormir,
me parece que sería bueno...

DON CARLOS Vamos... ¿Y adónde ha de ser?


CALAMOCHA Abajo... Allí he mandado disponer una angosta

y fementida mesa, que parece un banco de herrador.

RITA (Sale por la puerta del foro con unos platos,

taza, cucharas y servilleta.)
¿Quién quiere sopas?

DON CARLOS Buen provecho.


CALAMOCHA Si hay alguna real moza que guste de cenar

cabrito, levante el dedo.

RITA La real moza se ha comido ya media cazuela de

albondiguillas... Pero lo agradece, señor militar.

(Éntrase al cuarto de DOÑA IRENE.)


CALAMOCHA Agradecida te quiero yo, niña de mis ojos.


DON CARLOS Conque, ¿vamos?


CALAMOCHA ¡Ay, ay, ay!...

(CALAMOCHA se encamina a la puerta del foro,
y vuelve; se acerca a DON CARLOS y hablan
hasta el fin de la escena, en que CALAMOCHA
se adelanta a saludar a SIMÓN.)
¡Eh! ¡Chit! Digo...

DON CARLOS ¿Qué?


CALAMOCHA ¿No ve usted lo que viene por allí?


DON CARLOS ¿Es Simón?


CALAMOCHA El mismo... Pero, ¿quién diablos le...?


DON CARLOS ¿Y qué haremos?


CALAMOCHA ¿Qué se yo?... Sonsacarle, mentir y... ¿Me da

usted licencia para que...?

DON CARLOS Sí, miente lo que quieras... ¿A qué habrá venido

este hombre?

Escena décima

SIMÓN, DON CARLOS, CALAMOCHA


(SIMÓN sale por la puerta del foro.)
CALAMOCHA Simón, ¿tú por aquí?


SIMÓN Adiós, Calamocha ¿Cómo va?


CALAMOCHA Lindamente.


SIMÓN ¡Cuánto me alegro de...!


CALAMOCHA ¡Hombre! ¿Tú en Alcalá? ¿Pues qué novedad es

ésta?

SIMÓN ¡Oh, que estaba usted ahí, señorito! ¡Voto va

sanes!.

DON CARLOS ¿Y mi tío?


SIMÓN Tan bueno.


CALAMOCHA Pero, ¿se ha quedado en Madrid, o...?


SIMÓN ¿Quién me había de decir a mí...? ¡Cosa como

ella! Tan ajeno estaba yo ahora de... Y usted, de
cada vez más guapo... Conque usted irá a ver al
tío, ¿eh?

CALAMOCHA Tú habrás venido con algún encargo del amo.

SIMÓN. ¡Y qué calor traje, y qué polvo por ese camino!
¡Ya, ya!

CALAMOCHA Alguna cobranza tal vez, ¿eh?


DON CARLOS Puede ser. Como tiene mi tío ese poco de

hacienda en Ajalvir... ¿No has venido a eso?

SIMÓN ¡Y qué buena maula le ha salido el tal

administrador! Labriego más marrullero y más
bellaco no le hay en toda la campiña... Conque
¿usted viene ahora de Zaragoza?

DON CARLOS Pues... Figúrate tú.


SIMÓN ¿O va usted allá?


DON CARLOS ¿A dónde?


SIMÓN A Zaragoza. ¿No está allí el regimiento?


CALAMOCHA Pero, hombre, si salimos el verano pasado de

Madrid, ¿no habíamos de haber andado más de cuatro leguas?

SIMÓN ¿Qué sé yo? Algunos van por la posta, y tardan

más de cuatro meses en llegar... Debe de ser un
camino muy malo.

CALAMOCHA (Aparte, separándose de SIMÓN. ¡Maldito seas

tú, y tu camino, y la bribona que te dio papilla!)

DON CARLOS Pero aún no me has dicho si mi tío está en

Madrid o en Alcalá, ni a qué has venido, ni...

SIMÓN Bien, a eso voy... Sí señor, voy a decir a usted...

Conque... Pues el amo me dijo...

Escena undécima 1

DON DIEGO, DON CARLOS, SIMÓN, CALAMOCHA


DON DIEGO (Desde adentro.)

No, no es menester; si hay luz aquí. Buenas noches, Rita.

(DON CARLOS se turba y se aparta a un extremo del teatro.)


DON CARLOS ¡Mi tío!


DON DIEGO ¡Simón!
(Sale DON DIEGO del cuarto de DOÑA IRENE, encaminándose al
suyo; repara en DON CARLOS, y se acerca a él.
SIMÓN le alumbra, y vuelve a dar la luz sobre la mesa.)


SIMÓN Aquí estoy, señor.


DON CARLOS (Aparte) ¡Todo se ha perdido!


DON DIEGO Vamos... Pero... ¿quién es?


SIMÓN Un amigo de usted, señor.


DON CARLOS (Aparte) Yo estoy muerto.


DON DIEGO ¿Cómo un amigo?... ¿Qué?... Acerca esa luz.


DON CARLOS Tío.
(En ademán de besar la mano a DON DIEGO, que le aparta de sí con enojo.)


DON DIEGO Quítate de ahí.


DON CARLOS Señor.


DON DIEGO Quítate... No sé cómo no le... ¿Qué haces aquí?


DON CARLOS Si usted se altera y...


DON DIEGO ¿Qué haces aquí?


DON CARLOS Mi desgracia me ha traído.


DON DIEGO ¡Siempre dándome que sentir, siempre! Pero...

(Acercándose a DON CARLOS.) ¿Qué dices?
¿De veras ha ocurrido alguna desgracia?
Vamos... ¿Qué te sucede?... ¿Por qué estás aquí?

CALAMOCHA Porque le tiene a usted ley, y le quiere bien, y...


DON DIEGO A ti no te pregunto nada... ¿Por qué has venido

de Zaragoza sin que yo lo sepa?... ¿Por qué te
asusta el verme?... Algo has hecho: sí, alguna
locura has hecho que le habrá de costar la vida a
tu pobre tío.

DON CARLOS No, señor, que nunca olvidaré las máximas de

honor y prudencia que usted me ha inspirado
tantas veces.

DON DIEGO Pues ¿a qué viniste? ¿Es desafío? ¿Son deudas?

¿Es algún disgusto con tus jefes?... Sácame de
esta inquietud, Carlos... Hijo mío, sácame de
este afán.

CALAMOCHA Si todo ello no es más que...


DON DIEGO Ya he dicho que calles... Ven acá.

(Tomándolo de una mano se aparta con él a un extremo
del teatro y le habla en voz baja.)
Dime, ¿qué ha sido?

DON CARLOS Una ligereza, una falta de sumisión a usted.

Venir a Madrid sin pedirle licencia primero...
Bien arrepentido estoy, considerando la
pesadumbre que le he dado al verme.

DON DIEGO ¿Y qué otra cosa hay?


DON CARLOS Nada más, señor.


Escena undécima 2

DON DIEGO Pues ¿qué desgracia era aquella de que me

hablaste?

DON CARLOS Ninguna. La de hallarle a usted en este paraje...

y haberle disgustado tanto, cuando yo esperaba
sorprenderle en Madrid, estar en su compañía
algunas semanas, y volverme contento de
haberle visto...

DON DIEGO ¿No hay más?


DON CARLOS No, señor.


DON DIEGO Míralo bien.


DON CARLOS No, señor... A eso venía. No hay nada más.


DON DIEGO Pero no me digas tú a mí... Si es imposible que

estas escapada se... No, señor... ¿Ni quién ha de
permitir que un oficial se vaya cuando se le
antoje, y abandone de ese modo sus banderas?...
Pues si tales ejemplos se repitieran mucho,
adiós disciplina militar... Vamos... Eso no puede ser.

DON CARLOS Considere usted, tío, que estamos en tiempo de

paz; que en Zaragoza no es necesario un
servicio tan exacto como en otras plazas, en que
no se permite descanso a la guarnición... Y, en
fin, puede usted creer que este viaje supone la
aprobación y la licencia de mis superiores; que
yo también miro por mi estimación, y que
cuando me he venido, estoy seguro de que no
hago falta.

DON DIEGO Un oficial siempre hace falta a sus soldados. El

rey le tiene allí para que los instruya, los proteja
y les dé ejemplos de subordinación, de valor, de virtud.

DON CARLOS Bien está; pero ya he dicho los motivos...


DON DIEGO Todos esos motivos no valen nada... ¡Porque le

dio la gana de ver al tío!... Lo que quiere su tío
de usted no es verle cada ocho días, sino saber
que es hombre de juicio, y que cumple con sus
obligaciones. Eso es lo que quiere... Pero
(Alza la voz, y se pasea inquieto.)
yo tomaré mis medidas para que estas locuras no se repitan
otra vez... Lo que usted ha de hacer ahora es
marcharse inmediatamente.

DON CARLOS Señor, si...


DON DIEGO No hay remedio... Y ha de ser al instante. Usted

no ha de dormir aquí.

CALAMOCHA Es que los caballos no están ahora para correr...

Ni pueden moverse.

DON DIEGO Pues con ellos (A CALAMOCHA) y con las

maletas al mesón de afuera. Usted
(A DON CARLOS) no ha de dormir aquí... Vamos
(A CALAMOCHA) tú, buena pieza, menéate.
Abajo con todo. Pagar el gasto que se haya
hecho, sacar los caballos y marchar... Ayúdale
tú... (A SIMÓN.) ¿Qué dinero tienes ahí?

SIMÓN Tendré unas cuatro o seis onzas.
(Saca de un bolsillo algunas monedas
y se las da a DON DIEGO.)


DON DIEGO Dámelas acá... Vamos, ¿qué haces?...

(A CALAMOCHA.) ¿No he dicho que ha de ser al
instante? Volando. Y tú (A SIMÓN) ve con él,
ayúdale, y no te me apartes de allí hasta que se
hayan ido.

(Los dos criados entran en el cuarto de DON CARLOS.)


Escena duodécima 1

DON DIEGO, DON CARLOS


DON DIEGO Tome usted. (Le da el dinero.) Con eso hay

bastante para el camino... Vamos, que cuando yo
lo dispongo así, bien sé lo que me hago... ¿No
conoces que es todo por tu bien, y que ha sido
un desatino lo que acabas de hacer?... Y no hay
que afligirse por eso, ni creas que es falta de
cariño... Ya sabes lo que te he querido siempre;
y en obrando tú según corresponde, seré tu
amigo como lo he sido hasta aquí.

DON CARLOS Ya lo sé.


DON DIEGO Pues bien, ahora obedece lo que te mando.


DON CARLOS Lo haré sin falta.


DON DIEGO Al mesón de afuera.

(A los dos criados, que salen con los trastos del
cuarto de DON CARLOS, y se van por la puerta del foro.)
Allí puedes dormir, mientras los caballos comen y descansan...
Y no me vuelvas aquí por ningún pretexto ni entres
en la ciudad... ¡Cuidado! Y a eso de las tres o
las cuatro, marchar. Mira que yo he de saber a la hora
que sales. ¿Lo entiendes?

DON CARLOS Sí, señor.


DON DIEGO Mira que lo has de hacer.


DON CARLOS Sí, señor; haré lo que usted manda.


DON DIEGO Muy bien... Adiós... Todo te lo perdono... Vete

con Dios... Y yo sabré también cuándo llegas a
Zaragoza; no te parezca que estoy ignorante de
lo que hiciste la vez pasada.

DON CARLOS Pues ¿qué hice yo?


DON DIEGO Si te digo que lo sé, y que te lo perdono, ¿qué

más quieres? No es tiempo ahora de tratar de eso. Vete.

DON CARLOS Quede usted con Dios.
(Hace que se va, y vuelve.)


DON DIEGO ¿Sin besar la mano a su tío, eh?


Escena duodécima 2

DON CARLOS No me atreví.
(Besa la mano a DON DIEGO y se abrazan.)


DON DIEGO Y dame un abrazo, por si no nos volvemos a ver.


DON CARLOS ¿Qué dice usted? ¡No lo permita Dios!


DON DIEGO ¡Quién sabe, hijo mío! ¿Tienes algunas deudas?

¿Te falta algo?

DON CARLOS No, señor, ahora no.


DON DIEGO Mucho es, porque tú siempre tiras por largo...

Como cuentas con la bolsa del tío... Pues bien,
yo escribiré al señor Aznar para que te dé cien
doblones de orden mía. Y mira cómo los
gastas... ¿Juegas?

DON CARLOS No, señor, en mi vida.


DON DIEGO Cuidado con eso... Conque, buen viaje. Y no te

acalores: jornadas regulares y nada más... ¿Vas contento?

DON CARLOS No, señor. Porque usted me quiere mucho, me

llena de beneficios, y yo le pago mal.

DON DIEGO No se hable ya de lo pasado... Adiós.


DON CARLOS ¿Queda usted enojado conmigo?


DON DIEGO No, no por cierto... Me disgusté bastante, pero

ya se acabó... No me des que sentir.
(Poniéndole ambas manos sobre los hombros.)
Portarse como hombre de bien.

DON CARLOS No lo dude usted.


DON DIEGO Como oficial de honor.


DON CARLOS Así lo prometo.


DON DIEGO Adiós, Carlos. (Abrázanse.)


DON CARLOS (Aparte, al irse por la puerta del foro)

¡Y la dejo!... ¡Y la pierdo para siempre!

Escena treceava

DON DIEGO Demasiado bien se ha compuesto dispuesto...

Luego lo sabrá, enhorabuena... Pero no es lo
mismo escribírselo que... Después de hecho, no
importa nada... ¡Pero siempre aquel respeto al
tío!... Como una malva, es.

(Se enjuga las lágrimas, toma la luz y se va a su cuarto.
El teatro queda solo y oscuro por un breve espacio.)


Escena catorceava

DOÑA FRANCISCA, RITA


(Salen del cuarto de DOÑA IRENE. RITA sacará una luz
y la pone encima de la mesa.)


RITA Mucho silencio hay por aquí.


DOÑA FRANCISCA Se habrán recogido ya... Estarán rendidos.


RITA Precisamente.


DOÑA FRANCISCA ¡Un camino tan largo!


RITA ¡A lo que obliga el amor, señorita!


DOÑA FRANCISCA Sí, bien puedes decirlo: amor... Y yo, ¿qué no

hiciera por él?

RITA Y deje usted, que no ha de ser este el último

milagro. Cuando lleguemos a Madrid, entonces
será ella... El pobre don Diego, ¡qué chasco se
va a llevar! Y por otra parte, vea usted qué
señor tan bueno, que cierto da lástima...

DOÑA FRANCISCA Pues en eso consiste todo. Si él fuese un hombre

despreciable, ni mi madre hubiera admitido su
pretensión, ni yo tendría que disimular mi
repugnancia... Pero ya es otro tiempo, Rita. Don
Félix ha venido, y ya no temo a nadie. Estando
mi fortuna en su mano, me considero la más
dichosa de las mujeres.

RITA ¡Ay!, ahora que me acuerdo... Pues poquito me

lo encargó... Ya se ve, si con estos amores tengo
yo también la cabeza... Voy por él.

(Encaminándose al cuarto de DOÑA IRENE.)


DOÑA FRANCISCA ¿A qué vas?


RITA El tordo, que ya se me olvidaba sacarle de allí.


DOÑA FRANCISCA Sí, tráele, no empiece a rezar como anoche...

Allí quedó junto a la ventana... Y ve con
cuidado, no despierte mamá.

RITA Sí, mire usted el estrépito de caballerías que

anda por allá abajo... Hasta que lleguemos a
nuestra calle del Lobo, número siete, cuarto
segundo, no hay que pensar en dormir... Y ese
maldito portón, que rechina que...

DOÑA FRANCISCA Te puedes llevar la luz.


RITA No es menester, que ya sé dónde está.
(Vase al cuarto de DOÑA IRENE.)


Escena quinceava

SIMÓN, DOÑA FRANCISCA


(Sale por la puerta del foro SIMÓN.)
DOÑA FRANCISCA Yo pensé que estaban ustedes acostados.


SIMÓN El amo ya habrá hecho esa diligencia; pero yo

todavía no sé en dónde he de tender el rancho...
Y buen sueño que tengo.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué gente nueva ha llegado ahora?


SIMÓN Nadie. Son unos que estaban ahí, y se han ido.


DOÑA FRANCISCA ¿Los arrieros?


SIMÓN No, señora. Un oficial y un criado suyo, que

parece que se van a Zaragoza.

DOÑA FRANCISCA ¿Quiénes dice usted que son?


SIMÓN Un teniente coronel , un oficial de caballería y

su asistente.

DOÑA FRANCISCA ¿Y estaban aquí?


SIMÓN Sí, señora; ahí en ese cuarto.


DOÑA FRANCISCA No los he visto.


SIMÓN Parece que llegaron esta tarde y... A la cuenta

habrán despachado ya la comisión que traían...
Conque se han ido... Buenas noches, señorita.

(Vase al cuarto de DON DIEGO.)


Escena dieciseisava

DOÑA FRANCISCA, RITA

DOÑA FRANCISCA ¡Dios mío de mi alma! ¿Qué es esto?... No

puedo sostenerme... ¡Desdichada!

(Siéntase en una silla junto a la mesa.)


RITA Señorita, yo vengo muerta.
(Saca la jaula del tordo y la deja encima de la mesa;
abre la puerta del cuarto de DON CARLOS y vuelve.)


DOÑA FRANCISCA ¡Ay, que es cierto!... ¿Tú lo sabes también?


RITA Deje usted que todavía no creo lo que he visto...

Aquí no hay nadie... Ni maletas, ni ropa, ni...
Pero ¿cómo podía engañarme? Si yo misma los
he visto salir.

DOÑA FRANCISCA ¿Y eran ellos?


RITA Sí, señora. Los dos.


DOÑA FRANCISCA Pero ¿se han ido fuera de la ciudad?


RITA Si no los he perdido de vista hasta que salieron

por la Puerta de Mártires ... Como DOÑA FRANCISCA.
¿Y es ese el camino de Aragón?

RITA Ése es.


DOÑA FRANCISCA ¡Indigno!... ¡Hombre indigno!


RITA Señorita...


DOÑA FRANCISCA ¿En qué te ha ofendido esta infeliz?


RITA Yo estoy temblando toda... Pero... Si es

incomprensible... Si no alcanzo a descubrir qué
motivos ha podido haber para esta novedad.

DOÑA FRANCISCA ¿Pues no le quise más que a mi vida?...

¿No me ha visto loca de amor?

RITA No sé qué decir al considerar una acción tan

infame.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué has de decir? Que no me ha querido

nunca, ni es hombre de bien... ¿Y vino para
esto? ¡Para engañarme, para abandonarme así!...

(Levántase, y RITA la sostiene.)


RITA Pensar que su venida fue con otro designio, no

me parece natural... Celos... ¿Por qué ha de
tener celos?... Y aun eso mismo debiera
enamorarle más... Él no es cobarde, y no hay
que decir que habrá tenido miedo de su
competidor.

DOÑA FRANCISCA Te cansas en vano... Di que es un pérfido, di que

es un monstruo de crueldad, y todo lo has dicho.

RITA Vamos de aquí, que puede venir alguien y...


DOÑA FRANCISCA Sí, vámonos... Vamos a llorar... Y ¡en qué

situación me deja!... Pero ¿ves qué malvado?

RITA Sí, señora; ya lo conozco.


DOÑA FRANCISCA ¡Qué bien supo fingir!... ¿Y con quién?

Conmigo... Pues ¿yo merecí ser engañada tan
alevosamente?... ¿Mereció mi cariño este
galardón?... ¡Dios de mi vida! ¿Cuál es mi
delito, cuál es? (RITA coge la luz y se van
entrambas al cuarto de DOÑA FRANCISCA.)