Nota: Se respeta la ortografía original de la época


EL RETRATO FATAL.




A los veintídos años volvió Fritz Bartholin á casa de su padre, habiendo ya concluido su educacion en la universidad de Heidelberg.

Durante su residencia allí había estudiado con la profundidad y entusiasmo tan peculiares al país que le dió el ser, apenas permitiéndose algun reposo en su constante aplicacion, si bien él, (juzgando de otra manera) le llamaba descanso á recorrer las leyendas supersticiosas, tan abundantes en Alemania, y a saborear obras antiguas sobre astrología, ó mágia, y á la mas entretenida y ligera lectura del ginete silvestre de la floresta negra ú otros cuentos igualmente estravagantes é inverosímiles.

Del mundo que lo rodeaba, nada sabia ni nada saber quería; y escepto lo necesario para vivir que de él tomaba, poca otra conecsion tenia con los asuntos terrestres y corpóreos.

Si paseaba, jamás tenía por objeto gozar del fresco apacible ó de un dia hermoso de sol, ni aun tampoco hacer ejercicio provechoso á su salud; sino que despues de haber embutido en su cabeza algun asunto en estremo complicado y dificultoso, hallaba mas fácil coordinar sus ideas esparciéndose por el campo, que sentado en su gabinete.

A pesar de haber llegado â la edad susceptible en que Se pasa de la juventud á la virilidad, desconocía la existencia del amor, aun cuando no debía ser atríbuida su ignorancia á falta de usceptibilidad.

Habia recibido en sus libros algunas impresiones de la belleza femenina, vagas, fantásticas ideas de princesas angelicales, y de virgenes bellas, en quienes la quinta esencia de todo lo que hay hermoso y virtuoso se hallaba reunido. Y estas bellezas lo visitaban en sus sueños, y frecuentemente se introducían en sus pensamientos, aun en las horas de estudio; pero raro como puede parecer, es cierto que nunca se le ocurrió abrir los ojos y mirar en deredor, y satisfacerse si esta hermosura exsistia en el mundo material, ó si era tan solo la creacion de imaginaciones tan fantásticas como la suya.

Como antes digimos, Fritz volvió á casa de su padre. El anciano Bartholin era frío, seco y sarcástico; pero á pesar de la diferencia de carácter entre padre é hijo, se vieron con gusto otra vez reunidos. Su primera entrevista tuvo lugar en el gabinete particular del anciano; un cuarto pequeño, que no contenía un solo libro, porque Bartholin detestaba la lectura, y donde en cambio se veian colgadas en la pared, una escopeta vieja y mohosa, una bolsa de cazar, que el anciano usó cuando mas jóven, su meerschaum (pipa) y el bolsillo del tabaco; y sobre una mesa el retrato de una jóven en estremo bella, que representaba algunos diez y ocho años. Los colores de la pintura estaban tan frescos, cual si acabase de salir de mano del pintor, ó hubiera estado cuando menos muy recientemente barnizada. Encendidas las mejillas, fragantes de juventud y alegría, los ojos bajos y modestos; parecian ruborizarse con el conocimiento de su propia belleza.

La conversacion pronto decayó, porque como se puede suponer entre dos caractéres tan opuestos no habria muchas ideas análogas.

Preguntóle (despues de un corto silencio) el anciano á su hijo, si habia visto jamás fisonomía mas bella que la de la pintura que tenían delante.

Fritz miró el retrato, y por la primera vez en su vida pareció sentir el influjo de la belleza femenina.

Aun fijos sus ojos, estasiado, contemplando la pintura, le preguntó su padre Si encontraba alguna semejanza en el retrato, á alguno de sus conocidos.

Fritz, sin apartar la vista del lienzo, respondió en la negativa.

—¿No encuentras alguna semejanza entre esa señora y el baron von Grunfeld? porque pertenece á su familia...

Fritz se horrorizó con la sola idea del parentesco; porque el baron era lo que se puede llamar un hombre de figura grotesca. Podia decirse del perfil de su cara que era una línea recta, perpendicular, con una gran nariz triangular, saliendo de su centro. Estaban compuestas, todas sus facciones y todas las partes de su cuerpo de líneas rectas y ángulos agudos; en fin, su figura distaba tanto de las líneas de la belleza como es posible distar, y uniendo á esta fealdad las maneras mas tiernas Página:El Pasatiempo.djvu/83 Página:El Pasatiempo.djvu/84 Página:El Pasatiempo.djvu/85 Página:El Pasatiempo.djvu/86 Página:El Pasatiempo.djvu/87 Página:El Pasatiempo.djvu/88