El recado
El recado
editarSe acabó la esquila; las latas han sido cambiadas por vales contra el pulpero; la cocinera, ya medio empaquetada con pilchas compradas a unos turcos que, al olor de los pesos, han caído como chimangos sobre una osamenta, está preparando el último almuerzo. Algunos esquiladores andan por allí, recogiendo sus tropillas; otros se lavan en una tina cerca del pozo, mientras que aquellos concluyen de perder a la taba el producto de su penoso trabajo.
-«¡Te corro tres cuadras al gateado, che! ¡Antonio!» Grita un gaucho a otro que se viene acercando despacio al palenque, montado en pelo, en un vigoroso animal.
-«No sé correr», contesta Antonio, algo serio. Y efectivamente, no sabe correr; no juega, no toma, tampoco; es mozo trabajador y ordenado, que emplea en vestirse bien o en comprar algún animal para su tropilla, o alguna pieza para el recado, la platita que gana, fuera de lo que va para ayudar el gasto de la familia: su madre y los hermanitos.
Se apeó, y empieza a ensillar. Con la palma de la mano, limpia, acariciándolo, el lomo, sanito, del animal. Extiende encima, bien doblada, una bolsa de lona que servirá de envoltorio al recado, en caso de tener que viajar en galera o en ferrocarril, lo que, algunas veces, le sucede, cuando trabaja en arreos, pues es muy buscado por los capataces, que saben apreciar sus buenas condiciones.
Después una jerga, dura de sudor y de pelo pegado; otra jerga, más nueva; una matra de lana gruesa, muy usada; otra matra, de lana también, de fabricación santiagueña, fuerte, espesa. Encima, echa un mandil afelpado, y sobre él, una carona de cuero estampado.
Acomoda con cuidado los bastos; desliza en ellos la cincha ancha de cuero crudo, la encimera con los estribos de suela y el lazo trenzado, que cae, adorno típico y original, en la grupa: las junta con los correones. Cincha, tira con las manos y los dientes; el caballo encerrado como en un corsé, bambolea, gruñe y se resigna.
Vienen ahora los aperos de lujo: un cuero de carnero, el cojinillo chileno, un sobrepuesto grande de carpincho, y la sobrecincha de colores vistosos de los días de fiesta; mañana pondrá el cinchón de dos vueltas, de los días de trabajo.
Está ensillado el gateado. Lleva en el lomo un peso de treinta kilos y lo mejor de la fortuna de su amo, pues el recado bien completo, con las riendas trensadas y sus pasadores de plata, el bozal primorosamente trabajado, no dejan de representar para el peón una buena cantidad de días de trabajo.
Y atando del cabestro el caballo al palenque, Antonio se fue a almorzar.
...«Se va un gateado ensillado!» gritó de repente uno de los compañeros, con el involuntario y secreto goce del que da a otro una noticia desagradable.
Se paró Antonio, y echando a la cintura el cuchillo con que estaba comiendo, de un salto estuvo en el palenque.
-«Toma el mío», le dijo otro esquilador; y ligero, saltó y echó a correr al galope, dando una vuelta bien abierta, para no asustar al gateado que todavía no había tomado vuelo, ni desparramado las pilchas, y cortándole pronto el paso, lo agarró, sin bajar, del cabestro y lo trajo al tranco hasta el palenque.
Le había latido algo fuerte el corazón al ver así expuestas a perderse por los suyos, los cañadones y otros escondrijos desconocidos de la Pampa, las piezas del recado, fruto de sus ahorros, que constituía para él no solo la montura, el instrumento de su trabajo, sino también la mayor de las comodidades de su vida errante, la cama confortable para pasar noches a la intemperie.