El principe inocente/Acto III

El principe inocente
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

ALEJANDRO e HIPÓLITA.
ALEJANDRO:

A pesar del Duque, voy
dilatando la jornada
que ha de apartar, prenda amada,
el bien que gozando estoy.
Ya puede marchar la gente,
que mi reino ha de cobrar;
mas el que la ha de llevar
preso y atado se siente.
No es posible que me aparte
un hora de vos, señora;
aunque fuese solo un hora
a cobrar mi reino parte.

HIPÓLITA:

Ya sé que el Duque lo lleva
con pesadumbre, ignorante
de que soy causa bastante,
después que vino la nueva;
porque teme que el Suecio
se puede entrar por su tierra,
y es mejor hacerle guerra
que escuchar tanto desprecio.
No sé qué os pueda decir.
Duéleme que no partáis,
y mátame si tratáis
de que os habéis de partir.

ALEJANDRO:

Yo os diré cómo podría
partirme, aunque pena os dé,
con llevar de v[uest]ra fe
lo que merece la mía.
Y os daré palabra firme,
haciendo testigo a Dios
de casarme, si con vos
merezco un bien al partirme,
y aqueste es que confirméis
el amor que de vos creo,
conque deis a mi deseo
el remedio que podéis,
que ya soy v[uest]ro marido,
y debajo de esta fe,
gozoso me partiré
si llevo el premio que pido.

HIPÓLITA:

No puedo, no, agradeceros
la palabra que me dais,
pues con ella me obligáis
a eternamente quereros.
Yo soy v[uest]ra, y, en efecto,
de toda mi voluntad,
solo tendré libertad
en guardar cierto respecto,
el cual es de consultar
la voluntad de mi hermana,
que si ella en esto se allana
no habrá qué dificultar.
Esto quede así, y ahora
sirva de coyunda y lazo
del matrimonio este abrazo.

(Sale ROSIMUNDA, al tiempo que se abracen.)
ALEJANDRO:

Por tal le tengo, señora.

ROSIMUNDA:

No vengo a mala ocación.
¿Cómo abrazarse consiento?,
¿esto llama fingimiento?
Veras y del alma son.
Estoy por llegarle a hablar,
aunque el negocio se pierda.
Mas, ¡ay Dios!, ya se me acuerda
que me ha mandado callar.
Aquí retirarme quiero
para ver en lo que para.

ALEJANDRO:

Sabed que en nada repara
quien tiene amor verdadero;
pero, pues vos lo queréis,
v[uest]ra hermana consultad.

HIPÓLITA:

Con sola su voluntad
de la mía dispondréis.

ALEJANDRO:

En todo estaré, señora,
a vuestro gusto sujeto.

ROSIMUNDA:

Burlas son; pero, en efecto,
veras parecen ahora.
Esto tengo de sufrir.

ALEJANDRO:

Poco seguros estamos,
hacia la huerta nos vamos,
que tengo más que os decir.

HIPÓLITA:

Vamos donde vos queráis.

ALEJANDRO:

Sentémonos en la fuente
y veréis en su corriente
las armas con que matáis.

(Vase ALEJANDRO e HIPÓLITA.)
ROSIMUNDA:

¡Alejandro, hola, ce...! Fuese,
fuese, no me quiso oír.
¡Qué burlas para fingir
a quien de veras muriese!
Mucho negocio es aquel;
deshacer quiero el concierto.

(Sale TORCATO.)
TORCATO:

Muerto andáis por verme muerto,
¡oh, pensamiento cruel!
Rosimunda es esta, ¡ay cielo!

ROSIMUNDA:

¡Oh, Torcato!

TORCATO:

¡Oh, reina mía!,
color de melancolía
tenéis; la causa recelo.
¿Hízoos el sereno mal
de la otra noche?

ROSIMUNDA:

Y no poco.

TORCATO:

¿Qué hay del Príncipe?

ROSIMUNDA:

Es un loco.

TORCATO:

Es a mi inocencia igual.
¿Qué os ha echo?

ROSIMUNDA:

Concertamos
que a mi hermana requebrase
para que no se quejase
de que su bien le quitamos;
y requiébrala de suerte
que, aquí donde estoy, entré
y abrazados los hallé.

TORCATO:

A fe que debió de verte,
que a solas no lo hiciera.
¿Dijístele alguna cosa?

ROSIMUNDA:

No, que es palabra forzosa
que he de callar, aunque muera.

TORCATO:

¿Qué habéis hecho ese concierto?

ROSIMUNDA:

Ha sido muy en mi daño,
y pienso llamarme a engaño,
que es engaño descubierto.

TORCATO:

Reñirle pienso muy bien,
pues él muy bien puede hablarla
y sin que llegue a abrazarla,
y aun enojarme también.
Calla y vete en hora buena,
que esta noche haré de suerte
que vaya el Príncipe a verte,
y dale un rato de pena.
Véngate y dile que harás
que para otra vez se enmiende,
y que en el alma te ofende
si abraza a tu hermana más.

ROSIMUNDA:

Téngole tan grande amor,
que no sé cómo podré.
Búscale tú.

TORCATO:

¿Para qué?

ROSIMUNDA:

Porque le riñas mejor;
y dile que no le quito
que hable a mi hermana, ni es justo;
mas que en las obras del gusto
la libertad le limito,
y que no la abrace más.

TORCATO:

Todo eso y más le diré,
y a fe que le reñiré
como después lo verás.

ROSIMUNDA:

Pues dile que yo le aguardo
esta noche donde sabe.

TORCATO:

Suceso notable y grave,
que pienso que me acobardo.
¡Por Apolo, que he de ver
el fin de aquesta aventura!
Estad, señora, segura.

ROSIMUNDA:

Torcato, mal puede ser.
Si él fuera ya mi marido
del todo me asegurara.

TORCATO:

Si en eso solo repara
por él, la palabra os pido,
que esta noche yo haré
que esta que yo os doy confirme,
dejándoos su sello firme
en prendas de aquesta fe.
¿No habéis visto aquel anillo
del Príncipe?

ROSIMUNDA:

Muchas veces,
y si tanto bien me ofreces...

TORCATO:

¡Ay Dios, si podré cumplillo!

ROSIMUNDA:

Has cuenta que cuanto valgo
es poco para servirte.

TORCATO:

Con esto bien puedes irte,
que soy un villano hidalgo
y haré verdad lo que digo.

ROSIMUNDA:

Venme tú después a ver.

(Vase ROSIMUNDA.)
TORCATO:

Iré a verte ya, mujer
de este Príncipe, mi amigo.
¡Oh cielos, perdido soy!,
que puedo ser su marido,
si el anillo prometido
aquesta noche le doy.
¿Cómo podré negociarle
que es prenda de su secreto?
Mas ya imagino, en efecto,
persona a quien puede darle.

(Sale el SECRETARIO.)
SECRETARIO:

¡Torcato, amigo!

TORCATO:

¡Oh Celindo!,
¿cómo nos va de favor?

SECRETARIO:

Mientras más huyo de amor,
más de cobarde me rindo.
¿Rosimunda está enojada
de que anoche no la hablé?

TORCATO:

Tu desgracia le conté,
y llora de lastimada.

SECRETARIO:

¿Lágrimas he merecido?

TORCATO:

Mucho más merecerás
si esta noche a hablarla vas,
tan bien mudado el vestido,
que has de entrar en su aposento.

SECRETARIO:

¿En su aposento?

TORCATO:

Esto dice.

SECRETARIO:

Mira que eso contradice
a su honrado pensamiento.

TORCATO:

Amante eres por lo honrado,
nunca el amor te hará bien.
Debes de temer.

SECRETARIO:

Yo, ¿a quién?

TORCATO:

¡Oh, cobarde afeminado!

SECRETARIO:

Temor, haz cuenta que está
la muerte en la puerta.

TORCATO:

Espera,
que del temor que te altera
seguridad te dará.
Ya sabes que en servir dio
este Alejandro a su hermana.

SECRETARIO:

Ya lo sé.

TORCATO:

La historia es llana,
pero no que la ha gozado.

SECRETARIO:

¿Que la gozó?

TORCATO:

Sí, no hay duda,
y cada noche, embozado,
entra en su cuarto.

SECRETARIO:

Espantado
estoy. ¿Y la guarda?

TORCATO:

Es muda.
Para que sepa que es él
le deja en prenda su anillo,
y este es menester pedillo
porque te tenga por él;
que a la guarda engañarás
con solo que se lo des.

SECRETARIO:

Extremada industria es,
y cobrarla será más;
pero vete y quede así,
que ya sé cómo cobrarle.

TORCATO:

¿Pues de ti no ha de fiarle?

SECRETARIO:

Vete y vuelve por aquí.

TORCATO:

Allá en la cocina estoy.

(Vase TORCATO y salgan TACIO y ALEJANDRO.)
SECRETARIO:

Siempre he de ser desdichado;
algo me tiene guardado
amor, cuyo esclavo soy.
El Príncipe viene, ¡ah cielo!,
si le cogiese este anillo...

TACIO:

Con razón me maravill[o],
pues haces el fuego hielo;
que no es menos olvidar
a quien ya tuviste amor.

ALEJANDRO:

Y más, Tacio, que un rigor
un hielo suele abrasar.
No lo dudes; olvidela,
y solo a Hipólita adoro.

TACIO:

Es discreta y como un oro.

ALEJANDRO:

Con mil cosas me amartela.

SECRETARIO:

Llegar quiero, que lo dudo.
¡Oh, Príncipe!

ALEJANDRO:

¡Oh, secretario!

SECRETARIO:

A negocio necesario
me diréis que siempre acudo.
V[uest]ro anillo es menester,
que ciertas cartas firmadas
dice el Duque que selladas
con él por fuerza han de ser.

ALEJANDRO:

¿Pues adónde las envía?

SECRETARIO:

A Frisia, a ciertos vasallos
v[uest]ros, que quiere engañarlos.

ALEJANDRO:

¿Luego van de parte mía?

SECRETARIO:

Es cierto ardid de importancia,
porque aquestos se han de alzar
con la ciudad.

ALEJANDRO:

¿Y han de osar?

SECRETARIO:

Osarán por su ganancia.
Todo lo puede interés.

ALEJANDRO:

Ardid sagaz, en efecto.

SECRETARIO:

Es el Duque muy discreto.

ALEJANDRO:

En paz y en guerra lo es.
(Da el anillo.)
Este es mi anillo; ¿qué hay más
que el Duque mande?

SECRETARIO:

Esto solo,
y que os guarde siempre Apolo.
¡Oh anillo, conmigo vas!
¡Oh prenda de mi remedio!

(Vase el SECRETARIO.)
ALEJANDRO:

Digo que, en fin, Rosimunda
es ahora en quien se funda
y la que está de por medio.

TACIO:

¿Cómo así?

ALEJANDRO:

Porque ha de ser
con su gusto que su hermana,
de voluntad libre y llana,
se entregue a ser mi mujer.

TACIO:

¿Y sabes tú si querrá?

ALEJANDRO:

Quien a mí me despreció
y a su hermana me entregó,
¿qué no ha de hacer?, ¿qué no hará?

(El DUQUE y el CAPITÁN ORFINDO.)
TACIO:

El Duque viene.

DUQUE:

Ya os he d[ic]ho, Orfin[d]o,
se haga de mi gente alguna tarde,
por la lista que ayer os dio Celindo,
un alarde famoso.

ALEJANDRO:

El cielo guarde,
gran Duque, aquesa vida, que deseo.
¿Trátase ya del concertado alarde?

DUQUE:

Oh Príncipe Alejandro, ya no veo
la hora de salir en campo armado,
que se suena que viene Dinacreo.

ALEJANDRO:

¿Adónde viene?

DUQUE:

Bueno, a mi ducado,
con poderoso ejército, y aun jura
que ha de juntarle al tuyo y a su estado.

ALEJANDRO:

Marte nos dé, Señor, mejor ventura,
que todas esas viles amenazas
son hijas de su miedo y su locura.

DUQUE:

Si la celada aquesta vez enlazas
y pones al caballo el acicate,
y de tu gente ocupas anchas plazas,
verás que es el primero en el combate
que las espaldas a tu lanza vuelve.

ALEJANDRO:

No hayas miedo, que mucho se dilate.
En esto del alarde te resuelve,
y de hoy en cuatro días marchen todos
y su esperanza con el viento envuelve.

DUQUE:

Cargado de suecios y de godos,
con pocos dacios, dicen que ha salido.

ALEJANDRO:

Procurará buscarme de mil modos.
¿Qué gente hay, Capitán?

ORFINDO:

Mucha ha venido
que al Duque, mi Señor, sirve gozosa
y perdonando el sueldo merecido
de Veneder, la juventud famosa
de Geldre y Grave, de Colonia y Bona
viene también la suya belicosa;
al fin, no queda militar persona
que al llamado del Duque no se apreste.

DUQUE:

Yo volveré a tus sienes tu corona,
aunque mi estado y el honor me cueste.

ALEJANDRO:

¿Qué puedo responder a bien tan grande,
sino que vences al famoso Oreste?

DUQUE:

Cuando a perder la vida me desmande,
Pílades eres tú.

ALEJANDRO:

Serelo, cierto.

ORFINDO:

Juntar la gente tu excelencia mande.

DUQUE:

Vamos y salga toda a campo abierto
mañana por la tarde y muy despacio,
y esté ese mirador todo cubierto
de las hermosas damas de palacio.

(Váyanse y entre TORCATO, con el vestido del SECRET[ARI]O y el anillo.)
TORCATO:

La oscura noche se cierra,
madre del miedo y espanto,
de los pensamientos guerra,
de las malas obras manto
que va cubriendo la tierra.
Bien se negocia mi bien,
y es buen agüero también,
que así, de solo pedillo,
diese el Príncipe su anillo,
sin saber cómo, ni a quién.
Al Secretario le dio,
que en efecto me le ha dado,
y en su aposento quedó
con mi ropa disfrazado,
que la suya traigo yo.
¡Oh amor!, salga Rosimunda
que es donde ahora se funda
todo el fin de mi deseo,
y venga el santo himeneo
a percibir la coyunda.
¿Sois vos, gloria de mis ojos?

ROSIMUNDA:

¿Sois vos, Príncipe querido?

TORCATO:

¡Fin de mis penas y enojos!

ROSIMUNDA:

¡Mi bien y a quien he rendido
mi alma y vida en despojos!
Enojada pensé hablaros,
pero ya os habrá reñido
Torcato.

TORCATO:

Quiero culparos
de que penséis que he rompido
la fe que debo guardaros.
Ya Torcato me riñó,
porque abracé v[uest]ra hermana,
pero el tiempo me obligó.

ROSIMUNDA:

Toda esa disculpa es vana,
vos la abrazastes.

TORCATO:

Yo no.

ROSIMUNDA:

¿Pues quién?

TORCATO:

Los brazos no más,
que el alma que os vio detrás
a sola a vos abrazó;
así que libre quedó,
que no os ofendí jamás.

ROSIMUNDA:

Basta, yo quedo contenta
y gusto de que el abrazo
solo se ponga a mi cuenta.

TORCATO:

Ya Venus, su yugo y lazo
en los v[uest]ros me presenta.
¿Qué es lo que ahora dudáis?

ROSIMUNDA:

Ya deseo que subáis.
Mirad bien todo el terrero.

TORCATO:

No hay nadie.

ROSIMUNDA:

Pues yo os espero,
si fe y palabra me dais.

TORCATO:

Esa os daré confirmada
con mi anillo.

ROSIMUNDA:

Subid, pues.

TORCATO:

¡Oh amor, ya está declarada
la victoria de quien es
toda la gloria ganada!
En peligro voy mortal
si acabo una hazaña tal;
mas piense ahora en mi bien,
que tiempo queda también
para pensar en mi mal.

(Haga que se entra TORCATO.)
(Sale el SECRETARIO, con el vestido de TORCATO.)
SECRETARIO:

Los mismos pasos son estos
que otra vez por mi mal di.
¡Ah Torcato! ¿qué es de ti?
¡Oh, qué de agüeros funestos
mi muerte anuncian aquí!
Pues si entro a ver la Duquesa,
costarme tiene la empresa
la vida; si no la veo
también me mata el deseo.
La vida y muerte me pesa;
una y otra me congoja.
Lo que en un tiempo me agrada,
en otro tiempo me enoja;
mas, venza la muerta airada,
que al fin la vida despoja;
que ver tengo a la Duquesa,
si un mundo se me atraviesa
de imposibles, de por medio.

(El PRÍNCIPE, en hábito de noche, y TACIO.)
ALEJANDRO:

Este es el mejor remedio,
mientras la guerra no cesa,
que, al fin, si queda por mía
haré segura jornada.

SECRETARIO:

Gente es que viene embozada,
y si es la del otro día
a fe que es burla pesada.
Este hábito lo lleva,
que el dueño tiene enemigos.

TACIO:

A hablarla esta noche prueba.

ALEJANDRO:

Si no tenemos testigos.
Haz la seña.

SECRETARIO:

Gente es nueva.
¡En cuánto peligro ha puesto
esta ropa mis costillas!

ALEJANDRO:

Recorre bien ese puesto.

SECRETARIO:

¡Fueron tales maravillas
ver a Virgilio en un cesto,
pese a quien me hizo el sayo!
Ya llega, ya me desmayo.

TACIO:

Aquí hay un hombre. ¿Quién va?

SECRETARIO:

Sí va.

TACIO:

¿Quién es?

SECRETARIO:

Quien está
que...

TACIO:

¡Responded, para mayo!

SECRETARIO:

Torcato soy, ¿no me ve?

TACIO:

¿A tales horas, Torcato,
qué hacéis?

SECRETARIO:

No pregunte qué,
que hay mucho melón barato.
Téngase, no siente el pie.

TACIO:

Torcato está aquí, señor.

ALEJANDRO:

¿Qué hace ese inocente aquí?

TACIO:

No tiene muy buen olor.

ALEJANDRO:

Di que se vaya de ahí.

TACIO:

Sal del terrero, hablador,
que te haré matar un hacha.

SECRETARIO:

¡Qué aun me faltaba esa tacha!
Dejadme, que ya me voy.

TACIO:

Sal pues, al diablo te doy,
hijo de alguna gabacha.

SECRETARIO:

Aun no he escapado muy mal,
que si fuera el cocinero
y aquellos del delantal,
no llevara hueso entero,
que en piedras hacen señal.
Yo dejo desde esta vez
amores de este jaez.
¡A fe que salgo medrado!

(Vase éste.)
TACIO:

Solo el terrero ha quedado
y solo el cielo juez.

ALEJANDRO:

Escúchate, que he sentido
ruido en el mirador.

(HIPÓLITA, en la ventana.)
TACIO:

Y no de valde ruido.

ALEJANDRO:

Ce, ¿quién va?

HIPÓLITA:

¿Sois vos, señor?

ALEJANDRO:

¿Pues no me habéis conocido?
Alejandro soy.

HIPÓLITA:

Entrad,
que ya está la puerta abierta.

ALEJANDRO:

Vuélvete, Tacio. Bajad,
que yo cerraré la puerta.

HIPÓLITA:

Subid despacio y callad.

(Éntrese ALEJANDRO.)
TACIO:

Dejarele en trance igual,
mas qué digo, pesia tal
quiero tomar su consejo,
pues alto aquí me le dejo,
sucédale bien o mal.

(Váyanse, y toquen una caja, saliendo soldados y bandera en or[de]n, y detrás el Rey de Suecia, DINACREO, y los embajadores.)
DINACREO:

Con el secreto que posible fuere,
mi gente ha de marchar por estos montes,
para que demos, de improviso en Cleves,
adonde aquel traidor está amparado
del Duque, que le piensa hazer su yerno.
Veamos si le valen arrogancias
como las que trajisteis en respuesta.

LEONISO:

Si le vieras, señor, soberbio y bravo,
decir que le usurpabas por codicia
sus reinos a Alejandro, tu sobrino,
dijeras que el de Francia, o el de Italia
no pudieran mostrar mayor soberbia.

DINACREO:

¿Pues no le declarastes ese engaño?
¿No le dijistes que Alejandro fiero
es hijo natural del Rey mi hermano,
y que lo fue legítimo Evaristo,
un niño que él criaba y tuvo a cargo
ya después de la muerte de sus padres?

ERICINO:

Aqueso y mucho más le declaramos
y como dice el reino que le ha muerto,
o que le tiene preso y escondido,
porque quiere heredar a Frisia y Dacia;
mas no hay desengañarle, porque afirma
que por tiranizárselas lo has hecho.

DINACREO:

Yo me veré con él. Marche mi gente
y sobre Cleves demos de improviso,
que la inocente sangre me provoca.
Tocad y vamos, que amanece.

(LEONISO toca.)
(Váyanse marchando en orden y salga TORCATO.)
TORCATO:

Oh amor, si por tanta gloria
premio alguno te he de dar,
déjame en salvo llegar
al puerto con la victoria,
que allí, en honra de tu templo,
pondré este falso vestido,
que todo mi bien ha sido
y de tus fuerzas ejemplo.
Buena queda con mi anillo,
digo del Príncipe, y bueno
vuelvo de despojos lleno.
Ahora, corte el cuchillo.
Quíteme el Duque la vida,
aquí pongo la garganta,
que tras una gloria tanta,
quedará muy bien perdida.
Con esto le pagaré
al amor la obligación
de haberle dado ocasión
tan excelente a mi fe.
Ya amanece y sale Febo,
quiérome ir, que es necesario
hablar con el secretario
para engañarle de nuevo.

(Vase este.)


(Sale ALEJANDRO)
ALEJANDRO:

¡Oh, qué mal se ha hecho todo!
Basta, que ocación no ha habido
para mi bien prometido,
ni la habrá de ningún modo.
Llamando hasta la mañana,
se ha ido noche y paciencia,
para pedirle licencia
a Rosimunda, su hermana.
La cual, no solo no abrió,
mas responder no ha querido.
Celos son, celos han sido,
pesar de quien me vistió.
Pero si hay algún consuelo
es que le ha escrito un papel,
pidiendo consejo en él
y descubriendo mi celo.
Y por él estoy muy cierto,
viendo que yo le he firmado,
que al casamiento tratado
no ha de estorbar el concierto.
Voyme y no voy a dormir,
porque no se eche de ver
que luego pienso volver
y a su presencia asistir;
que no es posible que pida
mi cuidado otro sosiego.
Amor, dame aqueste, y luego
haz que me cueste la vida.

(Vase ALEJANDRO)


(Con un papel sale ROSIMUNDA.)
ROSIMUNDA:

¿Por qué consiente tal maldad el cielo?
¡Oh villano Alejandro, aquesto pasa,
cubierta estoy de un temeroso hielo!
Dite entrada en mi alma y en mi casa,
bien a costa del Duque y de mi honra,
y el nuevo amor de Hipólita te abrasa...
Dé voces a los cielos mi deshonra;
pida justicia del cruel tirano
que dos hermanas, sin amor, deshonra.

(Sale HIPÓLITA)
HIPÓLITA:

No des aquesas voces tan en vano,
no te oiga el Duque, hermana Rosimunda.

ROSIMUNDA:

¿Que esto te dijo?

HIPÓLITA:

Y aun firmó el villano.

ROSIMUNDA:

Pues dime, ¿en qué propósito se funda
si dice que contigo está casado?
¿Yo viva, ha de tomar mujer segunda?
Si el villano te dio papel firmado,
aquí me ha dado a mí su anillo y sello.
¿Es este? Pues con este me ha engañado.

HIPÓLITA:

Él es, no hay duda, ¡oh falso!, en un cabello
no estuvo que gozase a dos hermanas.

ROSIMUNDA:

¡Estaba por echarme un lazo al cuello!

HIPÓLITA:

Harto habemos tenido de livianas.
Tarde se llorarán estos enojos;
culpa muy bien tus esperanzas vanas.

ROSIMUNDA:

Quítate de delante de mis ojos.
Déjame aquí morir desesperada.

HIPÓLITA:

Queda con Dios.

ROSIMUNDA:

¡Que diese los despojos
a un hombre vil, mi honestidad guardada
de toda mi honra! ¿Qué es aquesto cielo?
Tuya ha de ser venganza tan airada.
Mi muerte sola puede dar consuelo
a mi suceso triste, y no otra cosa,
y no la estorbará poder del suelo.
Pero antes que mi mano rigorosa
pase mi pecho, yo hablaré al tirano
que la suya levanta victoriosa,
y allí verá cómo su propia mano
ha sido fin infame de mi vida.

(Salen ALEJANDRO y TACIO.)
TACIO:

¡Mas este no es, oh cielo soberano!
Tras una noche larga y mal dormida,
arrimado no más a una escalera,
¿el sueño no te lleva de vencida?
A palacio volvemos, de manera
que parece que sales de la cama.

ALEJANDRO:

Amor me esfuerza a más, si a más pudiera.

ROSIMUNDA:

¡Ay, cielo!

ALEJANDRO:

¿Quién suspira?

ROSIMUNDA:

Quie[n] inflama
con suspiros de fuego el mismo viento,
porque un traidor su fe y honor disfama.
¿Es este aquel honrado pensamiento
de casarte conmigo, y has tratado
con Hipólita el mismo casamiento?
¿Cómo, traidor, después que me has gozado
este papel le firmas a mi hermana?

ALEJANDRO:

Sin duda que es locura que le ha dado.

ROSIMUNDA:

¡Qué paga tengo de mujer liviana!;
pero con esa espada...

ALEJANDRO:

¡Suelta, tente!,
¿qué es esto?

ROSIMUNDA:

Me daré muerte inhumana.

ALEJANDRO:

Suelta la espada y dime qué accidente
te mueve a esto.

ROSIMUNDA:

¡Oh perro, mi deshonra!
¿Dos hermanas engañas juntamente?

ALEJANDRO:

¿Estás loca?

ROSIMUNDA:

No estoy, sino sin honra.

TACIO:

No está loca, señor, y a fe que has hecho
cosa que más te afrenta que te honra.
También a mí me encubres ya tu pecho.
¿Esto, sin darme parte, acometías?

ALEJANDRO:

¡Esto falta, o pesar de mi despecho!
¿Queréis volverme loco?

ROSIMUNDA:

¿Que aún porfías?
¿Negarás que no es tuyo aqueste anillo
por quien tan grandes cosas prometías?

ALEJANDRO:

Este ha sido, Duquesa, tu cuchillo,
que ayer me le pidió Celindo.

ROSIMUNDA:

¡Ay triste!

ALEJANDRO:

Delante de este.

TACIO:

Yo le vi pedillo.

ROSIMUNDA:

Acabose, no más.

TACIO:

¿Qué le dijiste?

ALEJANDRO:

La verdad, y cayose desmayada.
¡Que de un hombre tan vil, burlada fuiste!

TACIO:

¿Que de un hombre tan vil fuiste burlada?

(Sale el SECRETARIO.)
SECRETARIO:

¿Qué es esto Alejandro?

ALEJANDRO:

¡Ah, perro infame,
por traspasarte estoy con esta espada!
¡Que esto servicio y lealtad se llame!
¡Que tenga el Duq[u]e dentro de su casa
quien a su hija mayor goce y disfame!

SECRETARIO:

¡Vive Apolo, que ignoro lo que pasa!

ALEJANDRO:

Volved, señora, en vos para decillo.

ROSIMUNDA:

Qué he de decir, que al alma se me abrasa.

ALEJANDRO:

¿Para engañarla me pediste anillo?

SECRETARIO:

Pedí tu anillo, y no para engañarla.

ALEJANDRO:

¿Osas decillo?

SECRETARIO:

Y osaré decillo.

ALEJANDRO:

Y en mi nombre también vino a gozarla.

SECRETARIO:

¿Qué me dices, Señor? ¿Hácesme loco?

ALEJANDRO:

Calla, villano, no respondas, calla.

SECRETARIO:

Digo que no entiendo, ni tampoco
entiendo más de que pedí el anillo.

ALEJANDRO:

¡A qué cólera y rabia me provoco!

SECRETARIO:

Culpa tuve, señor, culpa en pedillo,
mas era para dársele a Torcato
para una burla.

ALEJANDRO:

Aquese es tu cuchillo.

ROSIMUNDA:

¿Torcato?

ALEJANDRO:

El mismo.

ROSIMUNDA:

Suelta, yo me mato.
¿Hay una infamia igual?

ALEJANDRO:

Suelta la espada.
¡Ah secretario, v[uest]ro ha sido el trato;
por vos fue la Duquesa deshonrada
del hombre más infame de la tierra,
empero del mejor será vengada!

(Digan dentro, aquel pastor viejo del principio llamado LICENO.)
LISENO:

¡Armas, Duque de Cleves!, guerra, guerra,
que por el monte vienen enemigos.

ALEJANDRO:

¡Oh Tacio, ve y a Rosimunda encierra;
ponle guardas de vista, haya testigos,
que se dará la muerte.

ROSIMUNDA:

Ya lo fuera,
si el Duque, o si mi honor tuviera amigos.

ALEJANDRO:

Entraos de presto, el corazón me altera
aquesta voz.

LISENO:

¡Oh Príncipe, a las armas!
Salga del muro tu real bandera,
toda la gente que apercibes y armas,
a detener se ponga a Dinacreo.

ALEJANDRO:

Ya del ánimo antiguo me desarmas.
¿Vístele tú?

LISENO:

Pues no, mejor que os veo,
que allí donde guardaba mi ganado
sentí el estruendo y bélico paseo.
Subime a un monte, y uno y otro lado
cubierto vi, Señor, de armada gente.

ALEJANDRO:

¡Un mal tras otro mal, ah cielo airado!

(Salen el DUQUE y el CAPITÁN.)
DUQUE:

Salid al muro, Capitán valiente,
y así en tropel le defended la puerta.

ALEJANDRO:

Hoy aqueste pastor le vio presente.

LISENO:

Que yo le vi, señores, cosa es cierta,
y que en aqueste monte está alojado
a rienda suelta y lanza descubierta.

DUQUE:

Id, Capitán, y vos, Príncipe amado,
mirad lo que ordenáis en la defensa.

ALEJANDRO:

Que salga al campo un escuadrón formado,
y a quien viene a ofender, hacerle ofensa,
que, al fin, su gente ha de venir cansada,
que es la jornada y la calor inmensa.

UN PAJE:

De Dinacreo trae una embajada
el Capitán que trajo la primera.

DUQUE:

Dile que entre, y será bien escuchada.

(Sale LEONISO.)
LEONISO:

Antes que el Rey levante su bandera
contra tus muros, gustará de hablarte
desarmado, sin gente y como quiera.
Es sola su intención desengañarte,
no hacerte guerra.

DUQUE:

Basta, yo lo creo.
Señaló, Capitán, el Rey la parte.

LEONISO:

Aquí vendrá, que tiene gran deseo
de verte.

DUQUE:

Venga luego.

LEONISO:

Pues yo parto.

DUQUE:

Príncipe, en grande confusión me veo.
Triste y confuso estoy.

ALEJANDRO:

Yo lo estoy harto,
que hay otro mal sin este sucedido,
de quien jamás el pensamiento aparto.

DUQUE:

¿Cómo? Decidme qué es.

ALEJANDRO:

Pierdo el sentido.
Otra ocasión habrá.

DUQUE:

¿Qué mejor q[u]e esta?
Llorarse ha todo.

ALEJANDRO:

Todo es ya perdido.
De una carta, Señor, de una respuesta
he sabido un suceso de una hermana
que tuve por mi mal, bien poca honesta.
Dicen que esta, ¡oh condición liviana!,
amaba un rey, su igual, para casarse;
mas tuvo estrella fiera e inhumana,
que habiendo concertado de gozarse
antes del matrimonio prometido,
yerro de amor que puede perdonarse,
un simple, un inocente, revestido
sobre un alma engañosa, tuvo modo
con que, al fin, la gozó desconocido.
Mirad si es justo que se llore todo,
y lo que vos hiciérades en esto.

DUQUE:

A todas las desdichas me acomodo,
y cual estoy entre las desdichas puesto
jamás me tuerce el rostro la fortuna,
que no es a un noble lícito y honesto.
Y pues ella no tiene culpa alguna,
mata al villano, y encerradla a ella,
que harto castigo le es vida importuna.

ALEJANDRO:

Tú has firmado sentencia, que por ella
tu negocio, señor, has confirmado;
Torcato ha sido y la Duquesa bella.

(Salen el REY DINACREO, LEONISO, ERICINO y gente.)
DINACREO:

No dirás que te busco muy armado,
famoso Duque.

DUQUE:

¡Oh, invicto Dinacreo,
prospere el cielo tu dichoso estado!

DINACREO:

¡Oh, señor Alejandro, y qué deseo
he tenido de veros este día!

ALEJANDRO:

El mismo se me cumple, pues ya os veo.

DINACREO:

Sabed que ha sido la venida mía
a efecto de saber de vos dos cosas,
y es la primera aquella que solía,
decidme si esas manos rigorosas
dieron la muerte al Príncipe inocente
del alma, entre las manos piadosas;
que en voz pública dice v[uest]ra gente
que ha veinte años y más que está escondido,
padeciendo prisión injustamente.
Por bien de paz, que me le deis os pido,
si el inocente niño no fue muerto
y goza su alma ya el eterno olvido.
Que la segunda es: que en campo abierto,
si vos gustáis y es muerto, he de vengarle
cuerpo a cuerpo con vos. Decidme, ¿es cierto?

ALEJANDRO:

Sabed, Señor, que al fin por heredarle,
al inocente niño en una cesta,
en un río, le eché por no matarle.

LISENO:

¿Quién ha visto jamás cosa como aquesta?
Sin duda que ese niño en ella atado,
bajando mis ovejas una siesta,
le hallé por una presa atravesado
entre unas piedras de este mismo río,
que de ese reino baja a este ducado.

DINACREO:

¿Y es muerto o vivo?

LISENO:

Vivo, señor mío.

DUQUE:

¿Y adónde está?

LISENO:

¿Conocen a Torcato?

ALEJANDRO:

¿Torcato?

LISENO:

El mismo.

DUQUE:

¿Sueño o desvarío?

ALEJANDRO:

¿Qué te parece, Duq[u]e, si le mato?

DUQUE:

Llamadle acá, llamad a la Duquesa.
No te seré, pastor, si puedo, ingrato.
Ahora sí te sentaré a mi mesa,
como en tu casa alguna vez te dije.

DINACREO:

No llevo de esta guerra mala empresa.
Ni ya, Alejandro, aquel rigor me aflige
con que fuiste del reino despojado,
que ya por su república se rige.

(Salen TORCATO, HIPÓLITA, ROSIMUNDA y el SECRETARIO.)
ROSIMUNDA:

¿Que Torcato es el Príncipe?

TORCATO:

No he dado
mala cuenta de mí.

HIPÓLITA:

¡Valor divino
trajo cubierto el sayo disfrazado!

LISENO:

Torcato, ya eres Rey.

DUQUE:

Hijo.

DINACREO:

Sobrino.

ALEJANDRO:

Hermano.

ROSIMUNDA:

Esposo.

HIPÓLITA:

¿Qué diré, cuñado?

TORCATO:

De todos juntos soy esclavo indigno.

ALEJANDRO:

¿Sabes quién eres?

TORCATO:

Ya me lo han contado,
y de mis pensamientos lo sabía.
¿Sábese por acá que estoy casado?

SECRETARIO:

Sábese cómo ha sido a costa mía.

DUQUE:

Todo se sabe y resta solamente
que de las bodas cese el día.
Y pues ha de heredar forzosamente
Torcato, a Dacia y Frisia, y ha quedado
Alejandro tan pobre injustamente,
a Hipólita le doy con mi ducado.

ALEJANDRO:

Bésoos los pies, por tanto bien.

SECRETARIO:

A Cuenta,
poned los palos que por vos me han dado.

TORCATO:

Dies mil coronas te daré de renta,
por eso y el anillo.

ROSIMUNDA:

Justamente,
pues causa gloria, si ha causado afrenta.

TORCATO:

Aquí se acaba el Príncipe Inocente.