El primer resplandor de la Democracia Oriental
Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989
Como flor de milagro nació la democracia oriental en un campamento militar en horas de angustiosa incertidumbre para la revolución rioplatense…
Se había levantado el 14 de octubre de 1811, el sitio puesto a Montevideo, inmediatamente después del triunfo de Las Piedras, y en lentas y pausadas jornadas, retirábanse, hacia el oeste, “el ejército de la patria” y las milicias auxiliadoras de Artigas.
A todos los combatientes contristaba aquel retroceso, dispuesto por los directores políticos de Buenos Aires; pero por razones obvias, a quienes dolía más, moral y materialmente, era a los voluntarios orientales que, a su hora, habían empuñado las armas impulsados por un puro sentimiento de solidaridad con los pueblos hermanos.
¿A dónde iba la insurrección en camino? ¿Para qué fin era propio el sacrificio de vidas y haciendas que exigía?
Digámoslo con sinceridad: cuando los campesinos de nuestra “Banda” se lanzaron a la aventura heroica que andando el tiempo, terminaría en la gloria de la emancipación, no se preguntaron nada de eso, ni llevaban el pensamiento unificado por ninguna idea nueva y superior de justicia o igualdad; ni el vuelo de sus aspiraciones comunes iba más lejos – para el caso de la victoria – del límite normal autorizado por el régimen de colonia.
Tampoco era de más alcance los planes de los conductores del pueblo en armas, desde el tumultuoso momento inicial y así Artigas, para no citar sino al primero y más calificado de esos dirigentes, escribiendo a las autoridades de Montevideo a raíz de su triunfo de Las Piedras, les hacía la siguiente profesión precisa y pública de fe monárquica y fernandista: “Este exercito (dice el Jefe de los Orientales a Elío) concluirá en breve la obra en que se halla tan adelantado y V.S. hará apurar la copa de las desgracias á esos habitantes sino resuelve que sea reconocida la autoridad de la Exma. Junta Provisoria de estas Provincias por este pueblo y que lleve a ella su voto por medio de un representante de acuerdo al reglamento presentado y siguiendo así las medidas que han adoptado todas las provincias de España para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano el Sr. D. Fernando VII de la opresión del tirano de la Europa”, etc.
Y distinguiéndose al cabildo de la ciudad natal, el mismo Artigas les escribía después de ponderar las persecuciones de que habían sido objeto los criollos y peninsulares partidarios de la unión con Buenos Aires: “se puso por fin el sello al atrevimiento declarándonos la guerra; pero a quiénes Exmo. S? A los vasallos de nuestro amado Fernando VII a los que defendemos la conservación de sus dominios a los enemigos solo de la opresión de que huye la afligida España. El mundo oirá con admiración este rasgo antipolítico”, etc. etc. y para terminar una exhortación a la paz “No olvide V.E. que la Exma. Junta Provisoria de estas Provincias sostiene solo la causa de Nuestro augusto monarca el Sr. D. Fernando VII y la conservación de la integridad de estos preciosos dominios de que es una parte ese pueblo, y que solo vanas preocupaciones han podido separarle de sus verdaderos intereses” etc.
Pero el tiempo no pasa en balde y es así que en todo el transcurrido desde la fecha en que Artigas suscribió frente a Montevideo las comunicaciones transcriptas hasta el día en que “el ejército de la patria” y los auxiliadores orientales iniciaron ese retroceso hacia San José que dolía como una fuga habían en sucesión rápida sucesivos acontecimientos capaces de dar como precipitados el tinte uniformador característico de un pueblo germinal y un propio y nuevo sentido a nuestra insurrección.
He aquí en grandes rasgos la historia de este período de transiciones y confusiones. Después de vencer a los fieles de Elío peninsulares y criollos – en Colla San José, Paso del Rey, Minas, San Carlos y Las Piedras, los campesinos orientales en rebeldía se acercaron a Montevideo a sitiarla hasta que se rindiera a la obediencia del gobierno porteño de quien sentíanse dependientes a la manera de simple brazo ejecutor.
Siguiéndolos por el mismo camino a los pocos días de su aproximación a la ciudad irreductible llegaba al campamento que habían formado sobre la línea de Miguelete y las Tres Cruces el “ejército de la patria” bajo las órdenes de Rondeau.
Al partir de Mercedes, el 11 de abril para la campaña militar que ahora culminaba, Artigas había anunciado la certeza de la venida de los soldados porteños a nuestros improvisados milicianos al decirles en proclama inaugural: “Leales y esforzados compatriotas de la Banda Oriental del Río de la Plata: vuestro heroico entusiasmado patriotismo ocupa el primer lugar en las elevadas atenciones de la Exma. Junta de Buenos Aires que tan dignamente nos regentea. Esta movida del alto concepto de vuestra felicidad os dirige todos los auxilios necesarios para perfeccionar la grande obra que habéis empezado y que continuando con la heroicidad que es análoga a vuestros honrados sentimientos extermine esos genios díscolos dueños de nuestro suelo y refractarios a los derechos de vuestra respetable sociedad. Dineros, municiones y tres mil patriotas aguerridos son los primeros socorros con que la Exma. Junta os da una prueba nada equívoca del interés que toma en vuestra prosperidad; eso lo tenéis a la vista desmintiendo las fabulosas expresiones con que os habla el fatuo Elío en su proclama de 20 de marzo. Nada más doloroso a su vista y a la de sus facciosos que el veros marchar con pasos magestuosos esta legión de valientes patriotas que acompañados con vosotros van a disipar sus ambiciosos proyectos y a sacar a sus hermanos de la opresión en que gimen baxo la tiranía de su despótico gobierno para conseguir el feliz éxito y la deseada felicidad a que aspiramos os recomiendo a nombre de la Exma. Junta vuestra protectora y en el de nuestro Xefe., una unión fraternal y ciego obedecimiento a las superiores órdenes de los Xefes que os vienen a preparar laureles inmortales. Union caros compatriotas y estad seguros de la victoria.
He convocado a todos los compatriotas caracterizados dela campaña; y todos se ofrecen a participar con sus personas y bienes en la defensa de nuestra justa causa. A la empresa compatriotas que el triunfo es vuestro, vencer o morir sea nuestra cifra: y también esos tiranos de haber excitado vuestro enojo sin advertir que los Americanos del Sud están dispuestos a defender su Patria con honor y antes morir que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio.”
Empezaban a cumplirse cabalmente los claros anuncios de Artigas de colaboración y auxilio de la Junta de Buenos Aires a los orientales que se habían embarcado en su causa por un puro impulso sentimental. Por fuerza pues, nuestros improvisados milicianos se entonaron doblemente con la incorporación de los aguerridos correligionarios porteños a su núcleo; por lo que importaba su poder para el inmediato futuro de las operaciones y por lo que significaba como promesa de seguridades ulteriores.
La influencia galvanizante del optimismo dejóse ver enseguida en la misma actividad combativa de las guerrillas; diariamente derrochando astucia y denuedo acercábanse ahora los patriotas a la plaza de Montevideo; golosos de aventuras y también (¿por qué no decirlo?) de barbaridades ancestrales. En el Archivo Nacional (Caja 49) se custodia un diario infortunadamente incompleto llevado por un autor anónimo, desde el 20 de marzo que muestra bien claramente por sus detalles cómo desde el 1 de junio para adelante (fecha de la llegada de Rondeau al Sitio) fueron in crescendo al mismo tiempo el arrojo de los sitiadores y su laboriosidad militante.
Luchaban los Orientales y Argentinos estimulándose recíprocamente en actos de impavidez y ganosos por igual de emular las mayores hazañas épicas. Y si es verdad que la Plaza no mostraba miras de ceder, también es verdad que cada nuevo día llegaban al “campamento de la Patria” como para estimular a su multitud desordenada – nuevas pruebas sintomáticas de la descomposición que en ella iba medrando: el destierro de habitantes, deserciones de defensores, difusión de enfermedades endémicas, establecimiento de ración de alimentos, empréstitos forzosos, etc.etc.
Para los orientales en rebeldía no existían entonces más ocupaciones que las inmediatas a la guerra. El torbellino de revolucionario había arrasado en la Banda el engranaje colonial de organización civil y política, y no parece que nadie sintiera obligación de restaurarlo en ninguna forma. Esa tarea pensábase de seguro, correspondía a la dirigencia y debía quedar librada al buen criterio del Superior Gobierno de Buenos Aires; rasgo interesante, en cuanto demuestra que los orientales no sabían ni querían prepararse por sí mismos para la paz.
Así las cosas, un día de los últimos de julio se extendió con velocidad de rayo por la línea sitiadora de Montevideo, una noticia extraordinaria de la frontera noroeste. Había cruzado la línea divisoria y marchaba en marcha lenta con rumbo al interior del territorio un ejército portugués que se anunciaba que venía en apoyo de los sitiados de Montevideo. Cuatro mil hombres lo formaban según los bomberos patriotas. (En realidad no llegaban a tres mil a estar a los cómputos publicados últimamente en la revista del Archivo de Río Grande) y a pesar de que podía descontarse la certeza de que avanzaban bien armados y equipados, en el Campamento del Sitio nadie dudó que los 5.000 soldados que fácilmente reuniría “la Patria” podría hacer frente y aún vencer a los intrusos, sin dejar de hostilizar por eso ni un momento a Montevideo.
Siendo de este parecer, valerosos Rondeau y Artigas, aun sin esperar el parecer de Buenos Aires, multiplicándose en actividad, iniciaron los aprestos para la nueva jornada de prueba. Los dos jefes tenían que descartar la aprobación de la Junta Grande para su resuelta actitud, porque una solución de retirada sin combatir no podía concebirse por ventajas militares ni la aceptarían en ningún caso las tropas bajo su mando, sobre las cuales soplaba el entusiasmo marcial cada vez más recio.
En tal virtud es que Artigas el 1 de agosto dirigía a sus oficiales en comisión por los diversos pueblos de la Banda Oriental el siguiente y meditado oficio circular que creo hasta ahora inédito: “Los tiranos opresores que están próximos a ser trofeos de nuestras armas vencedoras dentro de los muros de Montevideo viendo tan inmediata su ruina han invocado a los portugueses no para que los auxilien sino para entregarse bajo su dominación. V.E. sabe bien cuántos males amenazan a los habitantes de esta campaña si (lo que no es posible) llegaran a ser subyugados de unos hombres que por antipatía han sido siempre enemigos nuestros. La desolación de la campaña, la triste humillación de todos nosotros, la usurpación de nuestros bienes y una esclavitud forzosa son los auspicios que nos presenta Portugal; de modo que si hasta aquí éramos infelices, en lo sucesivo es mucho más triste la situación que nos espera y seguramente seremos mucho más abatidos todos los que nos hemos esforzado a cimentar nuestra libertad civil. Tanto más gloriosa será nuestra empresa cuanto mayores dificultades encuentre su genio emprendedor y una constancia en los trabajos son el verdadero imán para atraer el buen éxito.”
“Los portugueses se hallan ya en el Cerro Largo en número de 4000 y aunque éste aumente, nada importa porque no han de conseguir el destruirnos.”
“Combiene pues que usted comboque a todas las gentes de su Jurisdicción y que todos tomen sus armas para defender sus personas y bienes sin que sirva de obstáculo ninguna otra atención, pues a ésta debe preferirse la de la Patria. Todos cuantos Caballos Bueyes y Carruajes y Armamentos se hallen por ahí deven colectarse inmediatamente sin distinción pues a todos interesa su seguridad. Debe V.E. expedir sus partidas al acopio de caballos y tanto estos como la boyada y carruajes deben remitirse a la Calera de don Juan Franco García haciendo saber a todos los vecinos que todas sus pérdidas serán reintegradas en superior cantidad de los mismos bienes de los enemigos de nuestra causa. Finalmente, confío que V.E. no perdonará cuanto considere útil a tan interesante servicio y que, usando de todos los resortes que le dicté, la prudencia haga entender a todos esos vecinos los crueles males que les amenazan si por algún evento llegan a dominarlos los portugueses en cuyo caso es preferible la muerte a la despreciable dominación de tan odiosos enemigos.”
También desde principios de agosto Rondeau lo mismo que Artigas, circuló instrucciones a los oficiales del “Ejército de la Patria” que guarnecían en la frontera norte y noroeste para que remontaran sus escuadrones y hostilizaran abiertamente a las partidas portuguesas que salieran a su tránsito y aún mismo, según los bomberos y espías de Don Diego de Souza (véase Revista del Archivo de Río Grande) se dispuso a minar algunos caminos de Canelones por donde debía pasar fatalmente el ejército lusitano en su marcha ofensiva sobre el campamento sitiador.
Entretanto, ¿Cómo había recibido el gobierno de Buenos Aires la noticia de la penetración portuguesa? ¿Qué camino decidía tomar en lo militar y político para salvar aquel nuevo peligro que comportaba a la Revolución ya comprometida gravemente por el desastre de Huasqui? ¿Serían de su agrado las resueltas medidas que se adelantaron a tomar Rondeau y Artigas?
Hagamos memoria a los hechos históricos que den respuesta a mis anteriores preguntas. Puesta ante el problema que le planteaba la invasión portuguesa recordó la Junta Grande para solucionarla que Montevideo le había ofrecido poco tiempo antes con el apoyo decidido del Embajador de Inglaterra en Río de Janeiro una apertura de negocios de paz entonces desatendida por ella porque no se sentían los apremios de la derrota del Desaguadero. La pacificación propuesta ahora venía de perlas a su juicio aún cuando nadie debía ocultársele que en estos instantes tocábale a Elío ser el exigente o desdeñoso.
Elegida semejante solución sin consultar para nada la opinión de sus subordinados combatientes que no conocían naturalmente más que el palpitante problema local, la Junta Grande se dirigió por nota al Virrey a fines de Agosto invitándole a negociar mandando al efecto sus comisionados a Buenos Aires. Elío aceptó enseguida esa propuesta y allá fueron enseguida los designados resolviéndose al fin de común acuerdo con los nombrados por Buenos Aires trasladar a Montevideo la sede de conferencias porque el pueblo porteño quería contralorear con excesivo celo las negociaciones. En tal virtud, el 7 de setiembre llegaba a nuestro puerto en la fragata inglesa “Nancy” para seguir las gestiones empeñadas el Deán Funes, Sarratea y los doctores Paso, García Cossio y Julián Pérez y con ellos venía recién para los patriotas del sitio la noticia de los planes de transacción del Superior Gobierno.
Por supuesto que fue grande y hondo el disgusto de los buenos soldados servidores de la revolución. Predispuestos como estaban ya a cumplir virilmente el programa de doble guerra que se había trazado y por otra parte convencidos como se hallaban de que tenían fuerzas y capacidad suficientes para desarrollarlo con éxito, parecióles desde luego inadmisible una pacificación que de cualquier modo iba a ser coja y mal sentada.
Cierto era – debían razonar – que el avance de Goyeneche por el norte Argentino ponía en peligro otro frente de la revolución y, por consiguiente, era imprescindible enviar a él tropas de refuerzos, sacándolas de Montevideo desde que no existían en reserva en otra parte, pero, ¿había averiguado acaso la Junta Grande si el desplazamiento de alguna división del “ejército de la Patria” podía hacerse sin sacrificar todo el Sitio?
Cierto era también que la resistencia al avance de las tropas de Don Diego de Souza tendría que valer por adquisición de un nuevo enemigo poderoso pero, ¿ya no lo era Portugal sin declaración de estado de guerra?
Por otra parte, ¿no sabía el Gobierno que dentro del propio territorio de Portugal la revolución tenía simpatizantes que eran capaces de levantarse en rebeldía contra la monarquía? Cierto era que los poderes de los comisionados por indicación del Cabildo de Buenos Aires los facultaban para la transacción sólo con Montevideo y siempre que se obtuviera el reconocimiento de la autoridad de la Junta Grande en todo el territorio de la Banda Oriental que no entraba en la jurisdicción de dicha ciudad, pero aún asimismo, ¿se justificaba como necesaria la entrega al poder de Elío, de vidas y haciendas de los patriotas comprometidos en la revolución que radicaban dentro del límite de su gobierno? Sin oírlos ni consultarlos como primordialmente interesados en las gestiones de paz, ¿tenía derecho acaso la autoridad de Buenos Aires para tratar y decidir sobre su suerte futura? Al tanto de las clamorosas protestas que se elevaban de las filas combatientes, como precipitado final de la combinación de razones y dudas que dejo apuntadas, los cinco comisionados del gobierno porteño – que por lo demás ya sabían que su gestión estaba fracasada porque Elío les exigía implacablemente la entrega de toda la Banda Oriental para conceder la paz – decidieron escuchar en “junta de vecinos” reunida en el cuartel general de la línea sitiadora que por entonces estaba instalado en la Panadería de Vidal al pueblo oriental en armas; entidad que surgía bajo el premioso influjo unificador de un interés particular de defensa.
Don Carlos Anaya, asistente a esa reunión, refiere el desarrollo de la misma en sus memorias todavía inéditas de estas guisa, “Los SS diputados se contrageron a explanar la urgente necesidad en que se encontraba el gobierno de la Patria de llamar a sí la concurrencia del Ejército; mas varios ciudadanos tomaron la palabra para rebatir esa urgente necesidad y de las obligaciones y compromisos de esa misma autoridad para protejer y sostener la libertad de los pueblos en cuya confianza habían desplegado toda clase sacrificios “, etc. “Los SS representantes - sigue Anaya – fortificaron las medidas del gobierno tendientes a evitar la indudable derrota que iba a anonadar los conatos patrióticos, con un formidable ejército portugués que para marchar precipitado hacia el sitio en auxilio provocado por el general Elío, y que sería un sacrificio inútil a la patria exponer el ejército a una ineludible derrota , poniendo a el gobierno en el caso de no poder volver sobre sus pasos para, en mejores circunstancias, reconquistar la Banda Oriental cuyos propósitos eran imperecederos en los sentimientos del gobierno; además de otras causas que tenían para adoptar tales medidas. Ninguna de ellas (dichas razones) hizo fuerzas contra los compromisos muy positivos en que se hallaba el pueblo Oriental. El vecindario se comprometía a sostener el Sitio personalmente, ínterin el ejército salía al encuentro del que manda el general Souza, Jefe Portugués en marcha para el campo sitiador con otras mil razones que hizo reconocer el riesgo de los representantes en querer llevar a cabo la misión del que estaban encargados, resolviendo retirarse a Buenos Aires a participar los inconvenientes con que habían tropezado, después de hacer responsable al general en jefe sobre aquel no cumplimiento.” Y bien, ya se ha dicho que cuando los comisionados llamaron a reunión a la Junta de vecinos orientales, sabían que su misión estaba fracasada, pues no traían poderes con facultad para tranzar según las exigencias que manifestaron los negociadores representantes de Elío. Eso, por lo menos, es lo que resulta de la correspondencia general aún inédita del comandante de la marina montevideana Salazar con el ministro Ciscar, quien por razones obvias tenía que estar bien informado de las diligencias y trámites de la negociación. Pero, si sobre el particular es incompleta y errónea la noticia de don Carlos de Anaya, adviértase como lo que se ve a su través es la duplicidad usada por los negociadores del Gobierno Central que se presentaron a la Asamblea en tono de consulta y en realidad iban con miras de pulsar la situación en vista de ulteriores planes.
En esta emergencia, y es preciso señalarlo bien claramente a nuestro efecto el papel de Artigas, fue pasivo completamente como cuadraba por lo demás al soldado disciplinado y pronto a acatar , aún con personalísimo disgusto las órdenes del superior.
A Buenos Aires llegaron las resonancias de la protesta que rumoreaban en la línea de Sitio de Montevideo inmediatamente después que comenzó a producirse y a Buenos Aires también, llevada probablemente por los comisionados fracasados con la sana intención de desvanecer toda alarma, fue, así mismo, para ser publicado en “La Gazeta” del 19 de setiembre un significativo documento firmado el 8 por Rondeau y Artigas en el cuartel General de Arroyo Seco con el siguiente tenor:
"Habiendo trascendido que con notable ofensa de la buena armonía, unión y amistad que observamos los generales de este ejército, se han esparcido noticias contrarias: hemos acordado dar a V.E. el documento va dirigido a la Junta Grande un testimonio de inalterable unidad que ciñe nuestras operaciones en todo conformes con los intereses de la patria, los Generales del ejército Oriental en quienes V.E. ha depositado las armas de la patria hemos militado antes de ahora; y podemos asegura a V.E. con toda la ingenuidad que nos caracteriza que desde nuestras primeras relaciones, ha sido recíproca nuestra simpática comunicación. Una mutua correspondencia entre ambos a fomentado nuestra amistad sincera; y la alta confianza que debemos a esa Exma. Junta ha sido un nuevo material para consolidarla más. Nuestras providencias sobre las operaciones militares del Ejército son unas, y el objeto que las rige, es la ansiada libertad de nuestra Madre patria; a ésta dedicamos todos nuestros conatos y fatigas, y hasta sacrificar nuestras vidas en su defensa; todos los oficiales que tenemos el honor de mandar respiran iguales sentimientos, y son tan unidos en el desempeño de su ministerio como joviales en el trato familiar. En esta virtud esperamos que V.E. nos haga el honor de disipar cualquiera otra equívoca especie dignándose admitir este rasgo de nuestra sinceridad como el más seguro garante de nuestra inalterable unión y de la afección con que somos de V.E. con el mayor respeto", etc.
Estaba visto que Artigas al igual que Rondeau, no se negaría a renunciar a los acariciados planes de doble guerra contra Montevideo y Portugal, si así lo dispusiera el gobierno a quien expresa y voluntariamente ratifican en el documento que queda transcripto su anterior reconocimiento de superioridad. Otra cosa podía pensar y pretender llevar a cabo los altivos patriotas orientales que vocearon su protesta indignada y clara por el posible abandono en la “Junta de Vecinos” de la panadería de Vidal. Pero, ¿qué podía importar su reacción y sus mismos sacrificios para los intereses generales de la revolución? Su posible actitud airada, ¿no iba a perderse acaso en el vacío?
Formado su juicio sobre la base esos semejantes argumentos, el Triunvirato que sustituyó en el gobierno de Buenos Aires a la Junta Grande el 23 de setiembre decidióse inmediatamente después de instalado en el mando a reanudar las gestiones de pacificación con Montevideo, apoderando a tal objeto ante el Virrey Elío, al doctor Julián Pérez a quien se le entregaron el día 27 las indispensables credenciales.
Sabía el Triunvirato desde luego debido al fracaso de la misión anterior que integraron dos de sus miembros, Paso y Sarratea, que para asegurar el éxito de la nueva gestión de su comisionado era necesario autorizarlo para convenir en un pacto que estipulara la entrega de toda la Banda Oriental al gobierno de Montevideo y por lo mismo facultó al Dr. Pérez para que llegara hasta semejante sacrificio, aún cuando sabía de antemano que el pueblo oriental que en la gestión de setiembre se había opuesto a una cesión de derechos a Montevideo mucho más limitada, se negaría otra vez lógicamente a pasar por nuevo tratado de pacificación. Su protesta futura, sin embargo, importaba poco desde que Rondeau y Artigas no la acompañaran pero, ¿qué hacer si ocurría algo de eso?
El tiempo lo diría, si eso no se podía evitar. Entre tanto confiábase al celo o más que eso a la habilidad diplomática o política del doctor Pérez la suerte de la cuestión y a fe que se confiaba en buenas manos.
El diputado tarijeño arribó a Montevideo para cumplir su mandato el 5 de octubre en el bergantín “Paraná”. Como llave para abrir la voluntad imperiosa de Elío a la conciliación traía y mostró oportunamente una comunicación de Don Diego de Souza al gobierno de Buenos Aires en la cual el aguerrido militar lusitano manifestábale que se engañaba si creía que sus fuerzas venían a auxiliar al gobierno de Montevideo precisamente, pues la realidad era que había entrado a la “Banda” para apoyar a las autoridades que se pronunciaran aquí o en la capital porteña a favor de la Infanta Carlota…
Ante la prueba ahora terminante de la mala fe portuguesa, ya antes rumoreada, es claro que Elío, fernandista acérrimo e integérrimo se avino rápidamente a tratar un acuerdo pacífico y tal fue así que para la noche del 7 de octubre estaban acordadas secretamente y ad-referéndum las estipulaciones fundamentales del anhelado pacto de paz.
Entre esas – y de las primeras – no podía ser de otro modo – lucía una alusiva al levantamiento del sitio y evacuación de toda la Banda Oriental por parte de los patriotas.
Terminada la primera parte de su gestión, el doctor Pérez pasó al campo sitiador para cumplir la segunda parte y la más brava de su misión y como en la vez anterior, las multitudes llenáronse de inquietud al conocer los motivos de la nueva visita ilustre.
Los orientales negábanse a pasar por todo arreglo que significara el abandono del sitio y frustrara su resolución de luchar contra los portugueses y el doctor Pérez que esperaba esa actitud pues – como ya se ha visto – los conocía de la anterior negociación después de obtener de Rondeau y Artigas la promesa de trasladarse con sus respectivas tropas al límite oeste de la jurisdicción de Montevideo (arroyo Rosario) trató de reducirlo por buenas convocando a la “Junta de Vecinos” en el cuartel general que por entonces estaba instalado en la chacra de “La Paraguaya” sobre el camino a las “tres Cruces”.
Y tuvo el hábil negociador éxito completo en su propósito. Don Carlos de Anaya, asistente a esa reunión, del mismo modo que lo había sido a la celebrada un mes atrás en la panadería de Vidal, en sus ya citadas memorias inéditas, narra el desarrollo de la Asamblea en los términos siguientes: “…efectivamente hubo una numerosa reunión a quien se hizo entender las órdenes del Gobierno para llevar a todo trance la suspensión del sitio y retirada del Exército; llegando en aquel acto un ayudante del general Elío con las garantías acordadas. Siguieron las resistencias que tan vivamente sugería el más largo compromiso, despreciando la confianza en las supuestas garantías de una autoridad española que acababa de clasificar el gobierno patrio por refractario en todos sus actos; pero ya no tenía remedio, el General en Gefe se disponía aunque forzado por la subordinación militar. El coronel Artigas que había concurrido también estaba menos conforme con la suspensión y retirada, más viendo que sin un trastorno no podía evitarse, fué el que, parándose, dixo: Que cuando el gobierno no lo había resuelto sería urgente, y que tampoco podía interpretarse las miras ulteriores que acaso se reservaba más adelante”. Aquí concluyó todo y se dispuso definitivamente la evacuación del Exército. El 14 de octubre fue levantado el sitio, etc….”
Vale la pena que nos detengamos un momento a reconstruir el proceso de la actuación del doctor Pérez y señalar aunque sea rápidamente su “modus operandi”.
Anteriormente se ha dicho que en la noche del 7 de octubre (lo establece el comandante Salazar con su correspondencia con el ministro Ciscar), el tratado de pacificación estaba listo en lo fundamental que entonces fue suscripto ad-referendum por los delegados. Y bien saliendo ahora de la plaza rumbo al campamento patriota, el doctor Pérez debió reflexionar que el mejor plan de operaciones para lograr la victoria en la difícil batalla que tendría que librar enseguida, consistía en referirse al retiro inmediato de los combatientes patriotas de la línea sitiadora, como una condición que ponía Elío con carácter de indeclinable para acceder a la apertura de negociaciones…
Que marcharan todos los combatientes de inmediato con rumbo al límite oeste de la jurisdicción de Montevideo que entonces y recién entonces se entraría a negociar.
Rondeau y Artigas por espíritu de subordinación militar y quizás también porque no había mal irreparable en ese abandono (Vaya uno a saber sobre qué bases les anunció el doctor Pérez que se proponía tratar) admitieron la exhortación perentoria del delegado de Buenos Aires y todavía Artigas, - para mayor gloria de su buena fe, y de la audacia y falta de escrúpulos del representante en misión, fue según se ha visto hace un momento quien libró a aquel de estrellarse ante el escollo del inconmovible pueblo en Armas. Lo dice Anaya terminantemente: cedieron los vecinos congregados en la chacra de La Paraguaya porque y cuando poniéndose de pie el caudillo preferido de los orientales, dijo: “Que cuando el gobierno lo había resuelto, etc. etc.”
Entretanto, el admirable doctor Pérez guardaba en el bolsillo el pacto que ya había convenido ad-referendum con Montevideo cuya sexta estipulación acordaba “las tropas de Buenos Aires desocuparán enteramente la Banda Oriental del Río de la Plata hasta el Uruguay sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del Exmo. Sor. Virrey.”
Llegamos rápidamente al desenlace del asunto. El 20 de octubre el Comisionado del Triunvirato que al tiempo de desalojar el puesto de la línea sitiadora los últimos soldados de la patria, el 14 había regresado a esta ciudad a aguardar hospedándose regaladamente en el “Fuerte” la hora de solemnización del tratado de paz convenido y canjeó con Elío, las ratificaciones pertinentes. Consumada esa operación “alegre y confiado”, salió el sesudo arribeño otra vez a la campaña a alcanzar la masa combatiente para presentarle el convenio como fruto, el más exquisito de sus desvelos y afanes patrióticos. El hombre debía fiar de todos modos más que en su poder de convicción en su histrionismo probado en la fuerza fría del “fait accomplit” para hacerlo recibir de todos con la resignación de un mal irreparable.
El 23 de octubre, al fin la triste verdad nueva llegaba a las filas patriotas para recorrerlas de parte a parte con viento de tragedia, poniendo luz de ansiedad en los ojos y emoción de sombra en los corazones viriles.
Argentinos y orientales tenían que sentir por igual al escuchar las disposiciones secas y aniebladas del acuerdo logrado por el doctor Pérez y los políticos que representaba con el gobierno de Montevideo, el desengaño que fielmente acompaña a la comprobación de todo esfuerzo noble defraudado.
Pero los orientales en especial, ¿qué podían hacer ahora, abandonados como quedaban a la liberalidad o encono de Elío? ¿Qué había valido sino para herirlos y comprometerlos su impulso espléndido de solidaridad con los pueblos hermanos? ¿Su sacrificio generoso de vidas y haciendas durante siete meses que duró la campaña merecía acaso la compensación de un pacto que les quitaba hasta el derecho de seguir combatiendo? Estéril pasado y sombrío porvenir…
Sin embargo, después de todo, ¿Por qué recibir con musulmana resignación el duro destino de vencidos? Si antes reiterada y categóricamente se había anunciado al gobierno de Buenos Aires que los orientales no pasarían por ningún convenio de pacificación que comportase el abandono de la lucha contra Montevideo y significase una renuncia tácita o expresa al combate que provocaba el usurpador portugués. ¿Por qué ahora se iba a dejar de demostrarles que no eran vanas palabras las empeñadas? Mirando bien por otra parte hacia el mismo fondo de las cosas, ¿qué derechos preexistentes se habían reconocido al Triunvirato para que dispusiera cuándo y cómo le viniera en gana de la suerte de los orientales? Si ellos por espontánea voluntad se lanzaron a la revolución, ¿por qué tenían que someterse a la presión de otras voluntades?
Y llegó el momento inspirado, anunciémoslo con las palabras del tribuno inglés en la guerra mundial: “¿Centinela? ¿Qué dice la noche? La noche está cargado de tormentas, pero entre las tinieblas se presiente la luz cercana de un dorado amanecer”.
Recapitulando en venturosa síntesis los agravios y los anhelos que flotaban sobre el campamento en marcha del San José, alguien, no se sabe ni se sabrá probablemente quién, jamás, sobreponiéndose a la sugestión aplastante de la hora de duelo, indicó el nuevo camino, el verdadero camino por donde debía marchar holgada la multitud oriental que avanzaba deprimida y a ciegas. “Arriba corazones. Reivindiquemos nuestros derechos “primarios” de guiar hacia la libertad a la tierra nativa.
Desconozcamos la autoridad del Triunvirato de Buenos Aires en nombre de los sagrados deberes de la defensa de los intereses que él desdeña custodiar. Y pues nos faltan fuerzas y nos sobra ánimo para luchar hasta la victoria o el sacrificio sigamos solos la guerra con los reacios de Montevideo y los invasores portugueses, consagrando a Artigas como nuestro jefe único.”
He ahí la vía nueva señalada por una voz inspirada los Orientales en rebeldía, el memorable 23 de octubre, fecha que debería inscribirse entre las primeras del Calendario Cívico Nacional, tan desteñido de patria y tan sobrado de rememoraciones extrañas.
Por primera vez, entonces, y para tratar asuntos del exclusivo interés del terruño y tomar resolución mirando primordialmente al bien de la comunidad, se reunieron sólo los terrígenos, en asamblea soberana, como las democracias antiguas, inmediatas y absolutas.
Del episodio del 23 de octubre de 1811 arrancaban con encendido orgullo todos los veteranos de la “Revolución” para justificar nuestros derechos imprescriptibles de libre disposición, y es así que debe recurrirse a su recuerdo, para penetrar en el sentido de estas palabras dichas por Artigas al Gobierno de Paraguay en oficio de 12 de setiembre de 1812 motivado por sus diferencias con Sarratea:
“Yo no puedo abstenerme de aquel reconocimiento, pero propuesto a la cabeza de mis conciudadanos por la expresión suprema de su voluntad general, creí un deber mío transmitirle la orden sin usar la arbitrariedad inicuo de exigirles su obedecimiento” – y más adelante del mismo texto: “Es muy particular se desprecien así los esfuerzos de más de cuatro mil hombres cubiertos de mérito mayor solo porque no quieren adoptar el orden de las marchas que se les prescriben…” “Si el pueblo de Buenos Aires cubierto de las glorias de haber plantado la libertad conoció en su objeto la necesidad de transmitirla a los pueblos hermanos por el interés mismo de conservarla en sí, su mérito puede hacer su distinción, pero nunca extensiva más que a revestir el carácter de auxiliadoras las tropas que destinó arrancar las cadenas de sus convecinos.
Los orientales lo creyeron así, mucho más que abandonados en la campaña pasada, y en el goce de sus derechos primitivos se conservaron por sí, no existiendo hasta ahora un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la Confederación la administración de su soberanía”.
Continuación y no principio de una actitud que nos llena de goce patriótico, continuación de la jornada democrática del 23 de octubre fue lisa y llanamente la reunión del congreso de abril de 1813 y por palabras dichas por el mismo Artigas en el discurso inaugural de esa Asamblea memorable, puedo configurar fácilmente la prueba de mi aserto.
“Ciudadanos – dice así el noble soldado – El resultado de la campaña pasada (Se alude claramente al 1º Sitio) me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos corrido dieciséis meses cubiertos de gloria y miseria y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra soberanía” y renglones más adelante, concretando en forma clara su justo concepto del mandato recibido del pueblo, la primera vez que dispuso de sus derechos primarios, el 23 de octubre, dice Artigas: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”.
Por lo demás, no se piense que la emigración al Ayuí pudo ser contigüidad histórica donde yo acabo de señalar categóricamente continuación sin intermitencias. A Entre Ríos marcharon los orientales, hombres, mujeres y niños, en el concepto impuesto por su conductor y caudillo supremo de que con ese sacrificio no se renunciaba en un ápice a las decisiones de la soberanía del 23 de octubre y antes bien, se les iba a justificar mejor frente al mundo.
Artigas no quería ni la guerra inmediata con Montevideo ni con los portugueses y la definitiva rotura con Buenos Aires acaso, porque tenía la más exacta comprensión del momento y un sentido superior de las responsabilidades que asumía ante la historia, como voz y brazo orientador del núcleo. Por otra parte, con el abandono del país, no podían restar dudas de que era total y manifiesta la repulsa del Tratado de Pacificación. “Se obedece, pero no se cumple” , la clásica fórmula castellana de rebeldía dentro del orden aplicábase prácticamente en el caso.
Y era magnífico el espectáculo del pueblo, en marcha a la emigración, coreando en el largo camino con plenitud de conciencia suficiente, por un motivo superior, aquel primer himno nacional inspirado al estro de Bartolomé Hidalgo, por la emoción del desplazamiento:
- Orientales la patria peligra
- reunidos al Salto volad.
- Libertad entonad en la marcha
- y al regreso, decid Libertad!
Diario del Plata – Suplemento Extraordinario 18 de Julio de 1930.