El primer ferrocarril: 3

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

III

Y al fin, pues todas las cosas lo tienen, el día del último reconocimiento, se decidió la Comisión Directiva á subir en cuerpo y alma, aunque llevando el alma en un hilo, afrontando con gran valor el viaje de ensayo.

Sólo el inglés don Daniel Gowland y Larroudé, de los señores del Directorio, habían tenido ocasión de viajar en Europa en ferrocarril, pues no menos de diez mil kilómetros hubieron de recorrer para juzgarlo, llegando al más cercano del Callao á Lima, los que del nuevo mundo no habían salido. Dos leguas sólo medía ese primer ferrocarril en esta América, en 1848. La conclusión del de Valparaíso á Santiago, celebrábase por aquel mismo mes (Agosto 1857), trayéndonos esto el recuerdo del oportuno brindis del ilustrado ingeniero chileno don Santiago Arcos (hijo).

«Brindo, dijo, haciendo votos porque el riel que empieza en esta plaza se extienda y continúe hasta ir á enlazar su último tramo con el que ya ha salido de Valparaíso, viniendo á formar vínculo tan inquebrantable, entre los dos pueblos hermanos, como el que estrecharon las armas desde este mismo Parque, conducidas por mi padre, Ingeniero del Estado Mayor de San Martín, á nuestro Chile, á cuya emancipación coadyuvaron».

Y como á la ida, en el viaje de última inspección fuera todo bien, regresaba la máquina con más velocidad, á razón de veinticinco millas por hora, cuando cerca del puente del Once de Setiembre, sin decir, agua va, agua fué, por demás caliente en su descarrilamiento, cayendo desde el alto terraplén á la zanja.

Tumbado el vagón de encomiendas, las cabezas del Secretario Van Praet y del Vicepresidente Gowland chocaron fuertemente, al mismo tiempo que la del Tesorero don Francisco Moreno golpeaba al robusto Llavallol hasta dejarle un momento sin respiración.

Don Mariano Miró que fumaba, fué fumado, saliéndole por la espalda, y no por las narices el humo, sin duda asustado el habano huyó de su boca, dando media vuelta para ir á esconderse entre ropa y carne, bajo asentaderas.

El señor Larroudé saltó sobre el primer caballo á mano, jaca rabicorta, por más señas, cruzando á escape entre tunales del Bajo de los Hornos, á guardar el susto en casita, en la que se entró de galope hasta la cocina, esquina Chacabuco y Venezuela.

Los otros señores de la comisión directiva, don Manuel José de Guerrico, don Esteban Rams y Rubert y don Francisco Balbín, salieron mejor parados, y en asamblea improvisada á campo raso, resolvieron no resolver nada, es decir, no decir cosa alguna sobre aventura locomotriz tan poco edificante y taparse oídos y boca, y alguna otra cosa machucada, para que no se trasluciera algo del sucedido.

Cuando llenas de ansiedad sus inquietas esposas adelantaban á preguntarles cómo habían pasado, los maltrechos y graves señores con semblante compungido, que se esforzaban en presentar risueño, contestaban muy bien, disimulando chichones y cardenales.

Primeros mártires del progreso, al sentarse inadvertidamente, algunos de ellos, más que de pronto se levantaba, y seguian refiriendo entre suspiros mal disimulados, las delicias de un viaje de placer, no fuera á ahogarse la fiesta de un ferrocarril, que inauguraba su descarrilamiento antes de su inauguración.

Con todo, terminado quedó este último, gozando sus constructores de muchos días de asueto, pues no asomaban los guapos decididos á viajar.