El primer centenario del Templete: La ceiba memorable

Fundación de la ciudad de la Habana.—La primera misa y el primer cabildo se celebran a la sombra de una frondosa ceiba.— Lo que cuenta la tradición.—Reparos de la crítica histórica.—Se esteriliza el árbol legendario.—Cargos contra el gobernador Cagigal.—La erección de una pilastra conmemorativa.



ESTA nuestra ciudad de San Cristóbal de la Habana —que es hoy la alegre y cosmopolita capital de la Re­pública— fué fundada por Diego Velázquez el día 25 de Julio de 1515, festividad de San Cristóbal, en la costa Sur de la Isla de Cuba, cerca de la boca del río Onicajinal, que desagua en la ensenada de Batabanó. A fi­nes del año siguiente se le trasladó a la costa Norte, junto al puerto que Sebastián de Ocampo hubo de denominar de Care­nas, cuando fondeó y carenó en él sus dos frágiles y gallardas carabelas.

A poco de fundada se la dotó de un ayuntamiento, colocán­dosela bajo el mando de un delegado de Velázquez, Pedro Bar­ba, que obstentaba el título de teniente-a-guerra. Y asegura la tradición, con todos sus prestigios venerables, que junto al puer­to, a la sombra de una hermosa ceiba, se dijo la primera misa y se celebró el primer cabildo. La crítica histórica, a este respec­to, se muestra llena de reparos. Cronista ha habido —nos referi­mos al erudito Dr. Manuel Pérez Beato— que luego de negar el hecho, consigna este otro extremo: "Allí sí hubo una ceiba pero a la cual en vez de veneración, le guardarían horror los vecinos de la villa porque en ella se azotaban a los que caían en pena por alguna causa, como evidencia el acta municipal de 8 de febrero de 1556". (Inscripciones cubanas de los siglos XVI, XVII y XVIII. —Habana— 1915.) A la postre la afirmación habría que probarla cumplidamente para no destruír, sin embargo, el bello y ama­ble recuerdo; que no basta negar las leyendas para condenarlas a muerte. La historia sería un libro muy árido, sin ese gran poeta que es el pueblo y se encarga, a cada paso, de adornarla con re­membranzas más o menos ciertas, pero casi siempre felices.

La ceiba precolombina, desafiando el furor de los huracanes tropicales y resistiendo a la hostil impiedad de los hombres, pu­do conservarse hasta el año 1753 en que, gobernando la isla el ca­pitán general Francisco Cagigal de la Vega, ordenó fuera reem­plazada por un pobre monumento en forma de pilastra triangular, de nueve varas de alto. La simbólica ceiba había desaparecido. ¿Cómo? Afirman unos que se esterilizó por vieja o maltratada. Otros acusan al gobernador Cagigal de su destrucción. Llegó a decirse que el Virrey, enojado porque el árbol le impedía contemplar el panorama del puerto y el arribo de los bajeles espa­ñoles, fué su verdugo y por su orden hacha vulgar le derribó en tierra. Aseguróse, también, que el representante de la Gran Bre­taña en la Habana —a lo que parece el único que en aquellos días sospechaba el valor del árbol— adquirió un pedazo con destino al Museo Británico; y que el resto, comprado como leña por anónimos industriales, fué quizá a alimentar los hornos de los panaderos de entonces para cocer el pan destinado al impío ve­cindario de la ciudad.

Así lo propaló el vulgo. Por su parte un historiador que ama­ra tanto la Habana que hubo de dedicar mucho de su vida a recoger datos ciertos o legendarios más o menos familiares a sus contemporáneos, don José María de la Torre, en un libro en­cantador titulado "Lo que fuimos y lo que somos o La Haba­na antigua y moderna" que vió la luz en 1857 y que reeditó en 1913 don Fernando Ortiz, refiere lo siguiente: "Conservóse ro­busta y frondosa la indicada seiba hasta 1573 en que el gober­nador don Francisco Cagigal de la Vega, deseando perpetuar la noticia, dispuso derribarla y levantar en el mismo sitio el pa­drón o pilastra de piedra que aún existe."

En nuestros días ha defendido la memoria de Cagigal de aquel atentado, el Dr. Eugenio Sánchez de Fuentes en su libro "Cuba monumental, estatuaria y epigráfica" (Habana, 1916) sos­teniendo la opinión de que el árbol fué derribado por un hura­cán o se esterilizó a consecuencia de los trabajos realizados, cerca de él, para la erección de la pilastra. "¿Cómo es posible asegu­rar —arguye— que Cagigal de la Vega, por la satisfacción de un mero capricho personal, inocente inclusive, desoyera la voz serena de la razón y realizara semejante atentado a la historia patria, prescindiendo no ya de nuestro ayuntamiento, representa­ción legítima de la ciudad, que de seguro al conocer su propósi­to, se hubiera realmente opuesto, así como su procurador el ilus­tre don Manuel Felipe de Arango; sino de justísimos cargos que contra él, todo nuestro pueblo, hubiera formulado cívicamente, por tan bárbaro proceder? Además, es cosa averiguada, con ab­soluta certeza, que poco tiempo después de la erección del obelis­co, tres nuevas ceibas fueron sembradas. Y a la verdad, la lógica inflexible de los hechos, nos hace deducir que el supuesto sacrifi­cio de la precolombina, resultó completamente inútil toda vez que con la columna y el sembrado de los nuevos árboles, el cam­po de la visualidad quedó mucho más limitado que antes."

Un contemporáneo de Cagigal, don José Martín Félix de Arrarte y Acosta —gran figura de la Habana del siglo XVIII, que es visto a la distancia de los años cada vez con más simpatía, pues fué el primero que se ocupó entre nosotros de reseñar los acontecimientos patrios— escribe en su casi desconocido libro "Llave del Nuevo Mundo Antemural de las Indias Occidentales ——La Habana descriptiva: noticias de su fundación, aumento y estados" que no vio la luz hasta 1830 publicado por la Socie­dad Económica: "... el año 1753 se conservaba en ella (la plaza de Armas) robusta y frondosa, la ceiba en que, según la tradi­ción, al tiempo de poblarse la Habana, se celebró bajo su som­bra la primera misa y cabildo; noticia que pretendió perpetuar el mariscal de campo don Francisco Cagigal de la Vega, gobernador de esta plaza, que dispuso levantar en el mismo sitio un padrón de piedra que conservase esta memoria."

También el ilustre historiador don Jacobo de la Pezuela, refi­riéndose a la erección de la pilastra, dice en el tomo III de su "Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cu­ba" (Madrid 1863):
"Una antigua tradición, que no encontramos justificada en texto alguno, recordaba a la ciudad que la primera misa celebra­da sobre sus solares, lo había sido a la sombra de la seiba secu­lar que extendía su follage por el ángulo N.E. de la plaza de Ar­mas. Quiso en 1754 perpetuar este recuerdo con un modesto monumento el capitán general don Francisco Cajigal; y de acuer­do con el cabildo hizo elevar junto a aquel sitio un pilar de tres caras, de nueve varas de alto, sobre un zócalo de piedra de cuatro pies de altura y cinco de diámetro." Y el propio insigne historiador de nuestra patria en otro libro suyo, tan documenta­do como el que hemos citado, (Historia de la Isla de Cuba, to­mo II, Madrid 1868), dice, refiriéndose al monumento: "se alzó al pie de una ceiba que se había conocido siempre en ese sitio y tradicionalmente recordaba que se había allí celebrado por pri­mera vez el sacrificio de la misa."

La inculpación hecha al gobernador Cagigal no tiene ningún fundamento sólido. Lo de la adquisición por un cónsul extran­jero, de un fragmento de la ceiba derribada, se registra en al­gunos papeles viejos. Por ejemplo, el doctor Domingo Rosain en su extraño libro "Necrópolis de la Habana. —Historia de los cementerios de esta ciudad" (Habana 1875) manifiesta: "En 1753 derribada la que existía (la ceiba) sus fragmentos se ven­dieron para leña, comprando algunos el cónsul de los Estados Unidos para el Museo de Washington". ¡El cronista olvida que hasta 1783 dominó Inglaterra en la América del Norte!

En la pilastra, sobre la lápida del zócalo, en la parte que mira al Sur, se fijó la siguiente inscripción:
"FUNDOSE LA VILLA (OY CIUDAD) DE LA HAVANA A LA RIVERA DE ESE PUERTO EL DE 1519. ES TRADICION QUE EN ESTE SITIO SE HALLO UNA FRONDOSA SEIBA BAXO DE LA CUAL SE CELEBRO LA PRIMERA MISSA Y CAVILDO: PERMANECIÓ HASTA EL DE 1753 QUE SE ESTERILISO; Y PARA PERPETUAR LA MEMORIA GOBERNANDO LAS ESPAÑAS NUESTRO CATHOLICO MONARCHA EL SEÑOR DON FERNANDO VI MANDO EREGIR ESTE PADRÓN EL SEÑOR MARIS­CAL DE CAMPO DON FRANCISCO CAXIGAL DE LA VEGA DE EL ORDEN DE SANTIAGO GOBERNADOR Y CAPITAN GENERAL DE ESTA YSLA: SIENDO PRO­CURADOR GENERAL DOCTOR DON MANUEL PHELIPE DE ARANGO AÑO DE 1 7 5 4”.

En la cara de la base del pilar que mira al Norte se grabó, se­gún Pezuela, esta otra leyenda:
SISTE GRADUM VIATOR ORNAT HUNC LOCUM ARBOS CEIBA FRONDOSA POTIUS DIXERIM PRIMEVAE CIVI TATIS PRUDENTIAE RELIGIONIS PRIMEVAE MEMORABILE SIGNUM: SIQUI DEM EJUS SUB UMBRA APRIME HAC IN URBE INMOLATUS SALUTIS AUTOR. HABITUS PRIMO PRUDENTUM DECURIONUM SENATUS DUOBUS PLUS AB IN SAECULIS PERPETUA TRADITIONE HABEBATUR. CESSIT TAMEN AETATI. INTUERE IGITUR, ET NE PAREAT IN POSTERUM HABANENSEM FIDEM. ASPICIES IMAGINEM SUPRA PETRAM FUNDATAN HODIE NIMIRUN ULT. MENSIS NOVEMBRIS ANNO MDCCLIV.

La traducción la ha dado el doctor Juan Miguel Dihigo, la­tinista y catedrático de Nuestra Universidad, que le hizo a la le­yenda ciertas modificaciones de las que luego nos ocuparemos. Dice así en castellano: "Detén el paso caminante, adorna este sitio un árbol, una ceiba frondosa, más bien diré signo memora­ble de la prudencia y antigua religión de la joven ciudad, pues ciertamente bajo su sombra fué inmolado solemnemente en esta ciudad el autor de la salud. Fué tenida por primera vez la reu­nión de los prudentes concejales hace ya más de dos siglos: era conservado por una tradición perpetua; sin embargo cedió al tiempo. Mira pues y no perezca en lo porvenir la fe habanera. Verás una imagen hecha hoy en la piedra, es decir el último de Noviembre en el año 1754."

Como elementos decorativos de la pilastra figuraban, en el primer frente del triángulo que mira al naciente, un relieve del tronco de la primitiva ceiba, seca, con las ramas cortadas y sin follaje alguno; en lo cimero, como para que protegiese la ciudad, una imagen de Nuestra Señora del Pilar, de construcción gótica como apunta un documento oficial de a principios del pasado siglo.

No bastó a los habaneros de entonces el testimonio de la pie­dra. Parece que el recuerdo de la dulce ceiba legendaria les preo­cupaba. Lo cierto es que unos años más tarde —entre 1755 y 1757, según Sánchez de Fuentes— el Ayuntamiento acordó plan­tar tres ceibas alrededor del monumento. Dos de ellas perecie­ron al poco tiempo. La que sobrevivió fué víctima, en 1827, de un crimen que, sin embargo, no alarmó a nadie. ¡Y el señor Sán­chez de Fuentes que cree que la ciudad se hubiera cívica e inteli­gentemente opuesto al deseo de Cagigal, caso que éste hubiese ordenado, por razones visuales o de otra especie, el derribo del árbol venerable que cobijó a Diego de Velázquez y a sus va­lientes! En 1827, cuando se llevaba a cabo la construcción del Templete, el Cabildo acordó derribar esa ceiba, castigándola por bella y por frondosa. Se estimó que sus fuertes y hondas raíces podían poner en peligro la solidez de la nueva construc­ción. El hacha municipal consumó su obra con aplausos. Al ter­minarse el Templete, en el año siguiente, el Ayuntamiento dio órdenes para que se sembrasen nuevos árboles: ceibas, álamos, palmas. El capitán Andrés de Acosta los trajo de una finca de­nominada "María de Ayala", precisamente donde hoy está enclavado el barrio de Luyanó. La que existe es una de esas ceibas que, esbelta e impávida, ha resistido a los sucesos alegres y tris­tes, grandes y pequeños. Otras, que se sembraron en 1873, tu­vieron efímera vida: dos lustros, que nada son si se tiene en cuenta que estos gigantes contemplan el paso de los siglos.