Elenco
​El príncipe constante​ de Pedro Calderón de la Barca
Acto I
Acto II

Acto I

Salen dos Cautivos, cantando lo que quisieren, y ZARA.
ZARA:

Cantad aquí, que ha gustado
mientras toma de vestir
Fénix hermosa, de oír
las canciones que ha escuchado,
tal vez en los baños, llenas
de dolor y sentimiento.

CAUTIVO 1.º:

Música cuyo instrumento
son los hierros y cadenas
que nos aprisionan, ¿puede
haberla alegrado?

ZARA:

Sí;
ella escucha desde aquí:
cantad.

CAUTIVO 1.º:

Esa pena excede,
Zara hermosa, cuantas son,
pues solo un rudo animal
sin discurso racional
canta alegre en la prisión.

ZARA:

¿No cantáis vosotros?

CAUTIVO 2.º:

Es para divertir las penas
propias, mas no las ajenas.

ZARA:

Ella escucha, cantad pues.

(Cantan.)
CAUTIVO 2.º:

Al peso de los años
lo eminente se rinde,
que a lo fácil del tiempo
no hay conquista difícil.

(Sale ROSA.)
ROSA:

Despejad cautivos, dad
a vuestras canciones fin,
porque sale a este jardín
Fénix, a dar vanidad
al campo con su hermosura,
segunda aurora del prado.

(Salen las moras vistiendo a FÉNIX.)
FÉNIX:

Hermosa te has levantado.

ZARA:

No blasone el alba pura
que la debe ese jardín
la luz y fragrancia hermosa,
ni la púrpura la rosa,
ni la blancura el jazmín.

FÉNIX:

El espejo.

ESTRELLA:

Es excusado
querer consultar con él
los borrones que el pincel
sobre la tez ha dejado.

(Danle un espejo.)
FÉNIX:

¿De qué sirve la hermosura,
cuando lo fuese la mía,
si me falta la alegría,
si me falta la ventura?

ZARA:

¿Qué tienes?

FÉNIX:

Si yo supiera,
¡ay Celima!, lo que siento,
de mi mismo sentimiento
lisonja al dolor hiciera.
Pero de la pena mía
no sé la naturaleza,
que entonces fuera tristeza
lo que hoy es melancolía.
Solo sé que sé sentir:
lo que sé sentir no sé,
que ilusión del alma fue.

ZARA:

Pues puédente divertir
tu tristeza estos jardines,
cual la primavera hermosa
labra en estatuas de rosa
sobre templos de jazmines,
hace, tal mar, un barco sea
dorado carro del sol.

ROSA:

Y cuando tanto arrebol
errar por sus ondas vea,
con grande melancolía,
el jardín al mar dirá:
«Ya el sol en su centro está;
muy breve ha sido este día».

FÉNIX:

Pues no me puedo alegrar,
formando sombras y lejos,
la emulación que en reflejos
tienen la tierra y el mar
cuando con grandezas sumas
compiten entre esplendores
las espumas a las flores,
las flores a las espumas.
Porque el jardín envidioso
de ver las ondas del mar,
su curso quiere imitar,
y así el céfiro amoroso
matices rinde, y olores,
que soplando en él las bebe;
hacen las hojas que mueve
un océano de flores.

FÉNIX:

Cuando el mar, triste de ver
la natural compostura
del jardín, también procura
adornar y componer,
su playa la pompa pierde;
y, a segunda ley sujeto,
compite con dulce efeto
campo azul y golfo verde,
siendo ya con rizas plumas,
ya con mezclados colores,
el jardín un mar de flores,
y el mar un jardín de espumas.
Sin duda mi pena es mucha:
no la pueden lisonjear
campo, cielo, tierra y mar.

ZARA:

Gran pena contigo lucha.

(Sale el REY con un retrato.)
REY:

Si a caso permite el mal,
cuartana de tu belleza,
dar treguas a tu tristeza:
que este bello original,
que no es retrato el que tiene
alma y vida, es del infante
de Marruecos, Tarudante.
A rendir a tus pies viene
su corona; embajador
es de su parte; y no dudo
que embajador que habla mudo
trae embajadas de amor;
favor en su amparo tengo:
diez mil jinetes alista
que enviar a la conquista
de Ceuta, que ya prevengo
de la vergüenza esta vez;
licencia permite amar
a quien se ha de coronar
rey de tu hermosura en Fez.

FÉNIX:

¡Válgame Alá!

REY:

¿Qué rigor
te suspende de esa suerte?

FÉNIX:

[Aparte.]
La sentencia de mi muerte.

REY:

¿Qué es lo que dices?

FÉNIX:

Señor,
si sabes que siempre has sido
mi dueño, mi padre y rey,
¿qué he de decir?
(Aparte.)
¡Ay Muley!
¡Grande ocasión has perdido!
El silencio, ay infelice,
hace mi humildad inmensa,
miente el alma si lo piensa,
miente la voz si lo dice.

REY:

Toma el retrato.

FÉNIX:

[Aparte.]
Forzada,
la mano le tomará,
pero el alma no podrá.

(Disparan una pieza.)
ZARA:

Esta salva es a la entrada
de Muley, que hoy ha surgido
del mar de Fez.

REY:

Justa es.

(Sale MULEY, con bastón de general.)
MULEY:

Dame, gran señor, los pies.

REY:

Muley, seas bienvenido.

MULEY:

Quien penetra el arrebol
de tan soberana esfera,
y a quien en el puerto espera
tal aurora, hija del sol,
fuerza es que venga con bien:
dame, señora, la mano;
que este favor soberano
puede mereceros quien
con amor, lealtad y fe
nuevos triunfos te previene
y fue a serviros y viene
tan amante como fue.
[Aparte.]
¡Válgame el cielo! ¿Qué haré?

FÉNIX:

Tú Muley (¡estoy mortal!)
vengas con bien.

MULEY:

[Aparte.]
No, con mal
será si a mis ojos creo.

REY:

En fin, Muley, ¿qué hay del mar?

MULEY:

Hoy tu sufrimiento pruebas:
de pesar te traigo nuevas,
porque ya todo es pesar.

REY:

Pues cuanto supieres di;
que en un ánimo constante
siempre se halla igual semblante
para el bien y el mal. Aquí
te sienta, Fénix.

FÉNIX:

Sí haré.

REY:

Todos os sentad. Prosigue
y nada a callar te obligue.

MULEY:

Ni hablar ni callar podré.
Salí, como me mandaste,
con dos galeazas solas,
gran señor, a recorrer
de Barbería las costas.
Fue tu intento que llegase
a aquella ciudad famosa
llamada en un tiempo Elisa,
aquella que está a la boca
del Preto Eurelio fundada,
y de Ceydo ý nombre toma,
que 'Ceydo', 'Ceuta' en hebreo,
vuelto el árabe idioma
quiere decir 'hermosura';
y ella es ciudad tan hermosa...;
aquella, pues, que los cielos
quitaron a tu corona,
quizá por justos enojos
del gran profeta Mahoma.

MULEY:

Y en oprobio de las armas
nuestras, habemos agora
que pendones portugueses
en sus torres se enarbolan,
tenidos siempre a los ojos
un padrastro que baldona
nuestros aplausos, un freno
que nuestro orgullo reposa,
un Cáucaso que detiene
al Nilo de tus vitorias
la corriente y, puesta enmedio,
el paso a España le estorba.

MULEY:

Iba con órdenes, pues,
de mirar y inquirir todas
sus fuerzas para decirte
la disposición y forma
que hoy tiene, y cómo podrás
a menos peligro y costa
emprender la guerra, el cielo
te conceda la vitoria
con esta restitución,
aunque la dilate agora
mayor desdicha; pues creo
que está su empresa dudosa
y con más necesidad
te está apellidando otra;
pues las armas prevenidas
para la gran Ceuta, importa
que sobre Tánger acudan
porque amenazada llora
de igual pena, igual desdicha,
igual ruina, igual congoja;

MULEY:

y lo sé porque en el mar
una mañana (a la hora
que, medio dormido el sol,
atropellando las sombras
del ocaso, desmaraña
sobre jazmines y rosas
rubios cabellos que enjuga
con paños de oro a la aurora
lágrimas de fuego y nieve,
que el sol convirtió en aljófar)
que a largo trecho del agua
venía una gruesa tropa
de naves, si bien entonces
no pudo la vista absorta
determinarse a decir
si eran naos o si eran rocas;

MULEY:

porque como en las raíces
sutiles pinceles logran
vanos visos, vanos lejos,
que en prespetiva dudosa
parecen montes, tal vez,
y tal ciudades famosas,
porque la distancia siempre
monstruos imposibles forma,
así en países azules
hicieron luces y sombras,
confundiendo mar y cielo
con las nubes y las ondas:
mil engaños a la vista
pues ella, entonces curiosa,
solo apercibió los bultos
y no distinguió las formas.

MULEY:

Primero nos pareció,
viendo que sus puntas tocan
con el cielo, que eran nubes
de las que a la mar se arrojan
a concebir en zafir
lluvias que el cristal aborta;
y fue bien pensado, pues
esta inumerable copia
pareció que pretendía
sorberse el mar gota a gota.
Luego de marinos monstruos
nos pareció errante copia
que a acompañar a Neptuno
salían de sus alcobas;
pues sacudiendo las velas,
que son del viento lisonja,
pensamos que sacudían
las alas sobre las olas.

MULEY:

Ya, parecía más cerca
una inmensa Babilonia
de quien los pensiles fueron
flámulas que el viento azotan.
Aquí, ya desengañada
la vista, mejor se informa
de que era armada, pues vio
a los surcos de las proas,
cuando batidas espumas
ya se encrespan, ya se entorchan,
rizarse montes de plata,
de cristal cuajarse rocas.
Yo que vi tanto enemigo
volví a su rigor la proa;
que también saber huir
es linaje de vitoria.

MULEY:

Y así, como más experto
en estos mares, la boca
tomé de una cala, a donde
al abrigo y a la sombra
de dos montecillos pude
resistir la poderosa
furia de tan gran poder
que mar, cielo y tierra asombra.
Pasan sin vernos, y yo
deseoso, quién lo ignora,
de saber dónde seguía
esta armada su derrota,
a la campaña del mar
salí otra vez, donde logra
el cielo mis esperanzas,
en esta ocasión, dichosas;
pues vi que de aquella armada
se había quedado sola
una nave, y que en el mar,
mal defendida, zozobra;

MULEY:

porque, según después supe,
de una tormenta que todas
corrieron, había salido
deshecha, tendida y rota:
y así, llena de agua estaba,
sin que bastasen las bombas
a agostalla, y titubeando
ya a aquella parte, ya a estotra,
estaba a cada vaivén
si se ahoga o no se ahoga.
Llegué a ella y, aunque moro,
les di alivio en sus congojas;
que el tener en las desdichas
compañía, de tal forma
consuela, que el enemigo
suele servir de lisonja;
el deseo de vivir,
tanto a alguno le provoca
que, haciendo animoso escalas
de gúmenas y maromas,
a la prisión se vinieron;
si bien otros les baldonan
diciéndoles que el vivir
eterno es vivir con honra,
y aun así se resistieron:
¡portuguesa vanagloria!

MULEY:

De los que salieron, uno
muy por extenso me informa:
dice, pues, que aquella armada
ha salido de Lisboa
para Tánger, y que viene
a sitiarla con heroica
determinación que veas,
en sus almenas famosas,
las quinas que ves en Ceuta
cada vez que el sol se asoma.
Duarte de Portugal,
cuya fama vencedora
ha de volar con las plumas
de las águilas de Roma,
envía a sus dos hermanos,
Enrique y Fernando, gloria
deste siglo que los mira
coronados de vitorias.

MULEY:

Maestre de Cristo, Avis
son; los dos pechos adornan
cruces de perfiles blancos,
una verde y otra roja.
Catorce mil portugueses
son, gran señor, los que cobran
sus sueldos, sin los que vienen
sirviéndolos a su costa.
Mil son los fuertes caballos
que la soberbia española
los vistió para ser tigres,
los calzó para ser onzas.
Ya a Tánger habrán llegado,
y esta, señor, es la hora
que si su arena no pisan,
al menos sus mares cortan.

MULEY:

Salgamos a defenderla:
tú mismo las armas toma;
baje en tu valiente brazo
el azote de Mahoma,
y del libro de la muerte
desate la mejor hoja;
que quizá se cumple hoy
una profecía heroica
de morabitos que dicen
que, en la margen arenosa
de África, ha de tener
la portuguesa corona
sepulcro infeliz; y vean
que aquesta cuchilla corva
campañas verdes y azules
bebió con su sangre roja.

REY:

Calla, no me digas más,
que, de mortal furia lleno,
cada voz es un veneno
con la muerte que me das.
Mas, sus bríos arrogantes
haré que en África tengan
sepulcros, aunque armados vengan
sus maestres los Infantes.
Tú, Muley, con los jinetes
de la costa parte luego
mientras yo en tu amparo llego;
que si, como me prometes,
en escaramuzas diestro
le ocupas pues que tan presto
no tomen tierra, y en esto
la sangre heredada muestras,
yo tan veloz llegaré
como tú con lo restante
del ejército arrogante
que en ese campo se ve
porque la sangre concluya
tantos duelos en un día;
porque Ceuta ha de ser mía
y Tánger no ha de ser suya.
(Vase.)

MULEY:

Aunque de paso, no quiero
dejar, Fénix, de decir,
ya que tengo de morir,
la enfermedad de que muero;
que aunque pierdan mis recelos
el respeto a tu opinión,
si celos mis penas son
ninguno es cortés con celos.
¿Qué retrato, ¡ay enemiga!,
en tu mano blanca vi?
¿Quién es el dichoso, di?
¿Quién más espera? No diga
tu lengua tales agravios;
basta, sin saber quién sea,
que yo en tu mano le vea
sin que le escuche en tus labios.

FÉNIX:

Muley, aunque mi deseo
licencia de amar te dio,
de ofender y injuriar no.

MULEY:

Es verdad, Fénix; ya veo
que no es estilo ni modo
de hablarte, pero los cielos
saben que en habiendo celos
se pierde el respeto a todo.
Con grande recato y miedo
te serví, quise y amé;
mas si con amor callé,
con celos, Fénix, no puedo,
no puedo...

FÉNIX:

No ha merecido
tu culpa satisfación,
pero yo por mi opinión
satisfacerme he querido;
que un agravio entre los dos
disculpa tiene; y así
te la doy...

MULEY:

¿Pues hayla?

FÉNIX:

Sí.

MULEY:

Buenas nuevas te dé Dios.

FÉNIX:

Este retrato ha enviado...

MULEY:

¿Quién?

FÉNIX:

Tarudante, el infante.

MULEY:

¿Para qué?

FÉNIX:

Porque, ignorante
mi padre de mi cuidado...

MULEY:

Bien.

FÉNIX:

...pretende que estos dos
reinos...

MULEY:

No me digas más.
¿Esa disculpa me das?
Malas nuevas te dé Dios.

FÉNIX:

Pues, ¡qué culpa habré tenido
de que mi padre lo trate!

MULEY:

De haber hoy, aunque te mate,
el retrato recebido.

FÉNIX:

¿Pude excusarlo?

MULEY:

¿Pues no?

FÉNIX:

¿Cómo?

MULEY:

Otra cosa fingir.

FÉNIX:

Pues, ¿qué pude hacer?

MULEY:

Morir;
que por ti lo hiciera yo.

FÉNIX:

Fue fuerza.

MULEY:

Más fue mudanza.

FÉNIX:

Fue violencia.

MULEY:

No hay violencia.

FÉNIX:

Pues, ¿qué pudo ser?

MULEY:

Mi ausencia,
sepulcro de mi esperanza;
y para no asegurarme
de que te puedes mudar:
ya yo me vuelvo a ausentar;
vuelve, Fénix, a matarme.

FÉNIX:

Forzosa es la ausencia; parte...

MULEY:

Ya lo está el alma primero.

FÉNIX:

...a Tánger, que en Fez te espero
donde acabes de quejarte.

MULEY:

Sí haré si el mal dilato.

FÉNIX:

Adiós, que es fuerza el partir.

MULEY:

¡Oye!, ¿al fin me dejas ir
sin entregarme el retrato?

FÉNIX:

Por el Rey no lo he deshecho.

MULEY:

Suelta, que no será en vano
que saque yo de tu mano
a quien me saca del pecho.
(Vanse.)

(Tocan un clarín y ruido de desembarcar, y van saliendo el infante DON FERNANDO y DON ENRIQUE y DON JUAN COUTIÑO.)
DON FERNANDO:

Yo he de ser el primero, África bella,
que he de pisar tu margen arenosa
porque, oprimida al peso de mi huella,
sientas en tu cerviz la poderosa
fuerza que ha de rendirte.

DON ENRIQUE:

Yo en el suelo
africano la planta generosa
el segundo pondré. (Cae.) ¡Válgame el cielo!
¡Hasta aquí los agüeros me han seguido!

DON FERNANDO:

Pierde, Enrique, a esas cosas el recelo;
porque, el caer agora, antes ha sido
que ya, como señor, la misma tierra
los brazos en albricias te ha pedido.

DON ENRIQUE:

Desierta esta campaña y esta sierra
los alarbes al vernos han dejado.

DON JUAN:

¡Tánger las puertas de sus muros cierra!

DON FERNANDO:

¡Todos se han retirado a su sagrado!
Don Juan Coutiño, conde de Miralva,
reconoced la tierra con cuidado
antes que el sol, reconociendo el alba,
con más furia nos hiera y nos ofenda.
Haced a la ciudad la primer salva;
decid que defenderse no pretenda
porque la he de ganar a sangre y fuego,
que el campo inunde, el edificio encienda.

DON JUAN:

Tú verás que a sus mismas puertas llego,
aunque volcán de llamas y de rayos
deje al sol con pardas nubes ciego.
(Vase.)

(Sale el gracioso BRITO de soldado.)
BRITO:

Gracias a Dios que abriles piso, y mayos,
y en la tierra me voy por donde quiero,
sin sustos, sin vaivenes ni desmayos;
y no en el mar, adonde si primero
no se consulta un monstruo de madera
que es juez de palo, en fin, el más ligero
no se puede escapar de una carrera
en el mayor peligro. ¡Ha tierra mía!
No muera en agua yo, como no muera
tampoco en tierra hasta el postrero día.

DON ENRIQUE:

¿Que escuches este loco?

DON FERNANDO:

¡Y que tu pena,
sin razón, sin arbitrio y sin consuelo,
tanto de ti te priva y te divierte!

DON ENRIQUE:

El alma traigo de temores llena;
echada juzgo contra mí la suerte
desde que de Lisboa a salir solo
imágines he visto de la muerte;
apenas pues al berberisco polo
prevenimos los dos esta jornada
cuando, de un parasismo, el mismo Apolo
amortajando en nubes, la adorada
faz escondió, y el mar ceñudo y fiero
deshizo con tormentos nuestra armada:
si miro al mar, mil sombras considero;
si al cielo miro, sangre me parece
su velo azul; si al aire lisonjero,
aves noturnas son las que me ofrecen;
si a la tierra, sepulcros representa
donde mísero yo caigo y tropiece.

DON FERNANDO:

Pues disfrazarte aquí mi amor intenta
causa de un melancólico accidente:
sorbernos una nave una tormenta
es decir que sobra aquella gente
para ganar la empresa a que venimos;
verter púrpura el cielo transparente
es gala, no es horror; que si fingimos
monstruos al agua y pájaros al viento,
nosotros hasta aquí nos los trujimos;
pues si ellas aquí están, ¿no es argumento
que a la tierra que habitan inhumanos,
pronostican el fin fiero y sangriento?
Esos agüeros viles, miedos vanos,
para los moros bien en que los crean,
no para que los duden los cristianos;
nosotros dos lo somos: no se emplean
nuestras armas aquí por vanagloria
de que en los libros inmortales lean
ojos humanos esta gran vitoria;
la fe de Dios a engrandecer venimos:
suyo será el honor, suya la gloria,
si vivimos dichosos, pues morimos;
el castigo de Dios justo es temerle:
este no viene envuelto en medios vanos;
a servirle venimos, no a ofenderle:
cristianos somos, haced como cristianos.
Pero, ¿qué es esto?

(Sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Señor,
yendo al muro a obedecerte,
a la falda de ese monte
vi una tropa de jinetes
que de la parte de Fez
corriendo a esta parte vienen
tan veloces que, a la vista,
aves no, brutos parecen;
el viento no los sustenta,
la tierra apenas lo siente,
y así la tierra ni el aire
sabe si corren o vuelan.

DON FERNANDO:

Salgamos a recibillos
haciendo primero frente
los arcabuceros; luego
los que caballos tuvieren
salgan también a su usanza,
con sus lanzas y arneses.
¡Ea, Enrique! Buen principio
esta ocasión nos ofrece.
¡Ánimo!

DON ENRIQUE:

Tu hermano soy,
no me espantan accidentes
del tiempo ni me espantara
el semblante de la muerte.
(Vanse.)

BRITO:

El cuartel de la salud
me toca a mí guardar siempre.
¡Oh qué brava escaramuza!
Ya se embisten; ya acometen
famoso juego de cañas:
ponerme en cobro conviene.

(Vase; y tocan al arma. Salen peleando de dos en dos DON JUAN y DON ENRIQUE.)
DON ENRIQUE:

¡A ellos! ¡Que ya los moros,
vencidos, la espalda vuelven!

DON JUAN:

Llenos de despojos quedan
de caballos y de gentes
estos campos.

DON ENRIQUE:

Don Fernando,
¿dónde está que no parece?

DON JUAN:

Tanto se ha empeñado en ellos
que ya de vista se pierde.

DON ENRIQUE:

Pues a buscarle, Coutiño.

DON JUAN:

Siempre a tu lado me tienes.
(Vanse; y salen DON FERNANDO, con la espada de MULEY, y MULEY con adarga.)

DON FERNANDO:

En la desierta campaña
que tumba común parece
de cuerpos muertos, si ya
no es teatro de la muerte,
solo tú, moro, has quedado
porque rendida tu gente
se retiró, y tu caballo,
que mares de sangre vierte
envuelto en polvo y espuma
que él mismo levanta y pierde,
te dejó para despojo
de mi brazo altivo y fuerte
entre los sueltos caballos
de los vencidos jinetes.

DON FERNANDO:

Yo, ufano con tal vitoria;
que me ilustra y desvanece
más que el ver esa campaña
coronada de claveles,
pues es tanta la perdida
sangre con que se guarnece
que la piedad de los ojos
fue tan grande, tan vehemente,
de no ver siempre desdichas
de no mirar ruinas siempre,
que por el campo buscaban,
entre lo rojo, lo verde.
En efeto, mi valor,
sujetando tus valientes
bríos, de tantos perdidos
un suelto caballo prende,
tan monstruo que, siendo hijo
del viento, adopción pretende
del fuego; y entre los dos
le desdice y lo desmiente
el color, pues siendo blanco
dice el agua: «Parto es este
de mi esfera; sola yo
pude cuajarlo de nieve».

DON FERNANDO:

En fin, en lo veloz viento;
rayo, en fin, en lo eminente,
era por lo blanco cisne,
por lo sangriento era sierpe,
por lo hermoso era soberbio,
por lo atrevido valiente,
por los relinchos lozano
y por las cernejas fuerte.
En la silla y en las ancas,
puestos los dos juntamente,
mares de sangre rompimos
por cuyas ondas crueles
este bajel animado
hecho proa de la frente,
rompiendo el globo de nácar
desde el codón al copete,
pareció entre espuma y sangre,
ya que bajel quise hacerle,
de cuatro espuelas herido,
que cuatro vientos le mueven.

DON FERNANDO:

Rindiose al fin, si hubo peso
que tanto atlante siguiese,
si bien el de las desdichas
hasta los brutos lo sienten,
o ya fue que, enternecido,
de su instinto dijese:
«Triste camina el alarbe,
y el español parte alegre,
luego yo contra mi patria
soy traidor y soy aleve».
No quiero pasar de aquí:
conviene pues triste vienes;
tanto que, aun el corazón
disimula cuanto puede,
por la boca y por los ojos,
volcanes que el pecho enciende,
ardientes suspiros lanza
y tiernas lágrimas vierte.

DON FERNANDO:

Admirado mi valor
de ver, cada vez que vuelve,
que un golpe de la fortuna
tanto le postre y sujete
tu valor, pienso que es otra
la causa que te entristece;
porque por la libertad
no era justo ni decente
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere.
Y así, si el comunicar
los males alivio ofrecen
al sentimiento, entretanto
que llegamos a mi gente:
mi deseo a tu cuidado,
si tanto favor merece,
con razones le pregunta
comedidas y corteses:
¿qué sientes, pues ya yo creo
que el venir preso no sientes?

DON FERNANDO:

Comunicado, el dolor
se aplaca si no se vence;
y yo que soy el que tuvo
más parte en este accidente
de la fortuna, también
quiero serlo el que consuele
de tus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.

MULEY:

Valiente eres español
y cortés como valiente:
también vences con la lengua
como con la espada vences.
Tuya fue la vida cuando
con la espada entre mi gente
me venciste; pero agora
que con la lengua me prendes,
es tuya el alma; porque
alma y vida se confiesen
tuyas, de ambas eres dueño,
pues ya cruel, ya clemente,
por el trato y por las armas
me has cautivado dos veces.

MULEY:

Movido de la piedad
de oírme, español, y verme,
preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes;
y aunque confieso que el mal
repetido y dicho suele
templarse, también confieso
que quien le repite quiere
aliviarse; y es mi mal
tan dueño de mis placeres
que, por no hacerles disgusto
y que aliviado me deje,
no quisiera repetirse;
mas ya es fuerza obedecerte,
y quiero te la decir
por quien soy y por quien eres.

MULEY:

Sobrino del rey de Fez
soy, mi nombre es Muley, jeque,
familia que ilustran tantos
bajaes y belerbeyes.
Tan hijo fui de desdichas
desde mi primer oriente
que, en el umbral de la vida,
nací en manos de la muerte;
una desierta campaña,
que fue sepulcro eminente
de españoles, fue mi cuna,
pues para que lo confieses:
en los Gelves nací el año
que os perdisteis en los Gelves.

MULEY:

A servir al Rey, mi tío,
vine infante; pero empiecen
las penas y las desdichas,
cesen las venturas, cesen:
vine a Fez y, una hermosura
a quien he adorado siempre,
junto a mi casa vivía
porque yo cerca muriese
desde mis primeros años,
porque más constante fuese
este amor, más imposible
de acabarse y de romperse.
Ambos nos criamos juntos,
y Amor en nuestras niñeces
no fue rayo, pues hirió
en lo humilde, tierno y débil
con más fuerza que pudiera
en lo augusto, altivo y fuerte;
tanto que para mostrar
sus fuerzas y sus poderes,
rindió nuestros corazones
con arpones diferentes.

MULEY:

Pero como la porfía
con iguales piedras suele
hacer señal, por la fuerza
no sino cayendo siempre,
así las lágrimas mías,
porfiando eternamente,
la piedra del corazón,
más que los diamantes fuerte,
labraron; y no con fuerza
de méritos excelentes
pero con mi mucho amor
vino al fin a enternecerse.
En este estado viví
algún tiempo aunque fue breve,
gozando en auras suaves
mil amorosos deleites.

MULEY:

Ausenteme por mi mal:
harto he dicho en 'ausenteme';
pues en ausencia otro amante
ha venido a darme muerte;
él dichoso, yo infelice;
él asistiendo, yo ausente,
yo cautivo y libre él,
me contrastara mi suerte
cuando tú me cautivaste;
mira si es bien me lamente.

DON FERNANDO:

Valiente moro y galán,
si adoras como refieres,
si idolatras como dices,
si amas como encareces,
si celas como suspiras,
si como recelas temes
y si como sientes amas:
dichosamente padeces.

DON FERNANDO:

No quiero por tu rescate
más precio de que le acetes:
vuélvete y dile a tu dama
que por su esclavo te ofrece
un portugués caballero;
y si obligada pretende
pagarme el precio por ti:
yo te doy lo que me debes;
cobra la deuda en amor
y logra tus intereses.
Y el caballo que rendido
cayó en el suelo, parece
con el ocio y el descanso
que restituido vuelve;
y porque sé qué es amor
y qué es tardanza en ausentes,
no te quiero detener:
sube en tu caballo y vete.

MULEY:

Nada mi voz te responde;
que a quien liberal ofreces,
solo acetar es lisonja.
Dime, portugués, ¿quién eres?

DON FERNANDO:

Un hombre noble y no más.

MULEY:

Bien lo muestras, seas quien eres;
para el bien y para el mal
soy tu esclavo eternamente.

DON FERNANDO:

Toma el caballo, que es tarde.

MULEY:

Pues si a ti te lo parece,
¿qué hará a quien vino cautivo,
y libre a su dama vuelve?
(Vase.)

DON FERNANDO:

Generosa acción es dar;
y más, la vida.

(Dentro MULEY.)
MULEY:

¡Valiente
portugués!

DON FERNANDO:

Desde el caballo
habla: ¿qué es lo que me quieres?

MULEY:

Espero que he de pagarte
algún día tantos bienes...

DON FERNANDO:

Gózalos tú.

MULEY:

...porque al fin
hacer bien nunca se pierde.
¡Alá te guarde, español!

DON FERNANDO:

Si Alá es Dios, con bien te lleve.
(Suena dentro ruido de trompetas y cajas.)
Mas, ¿qué trompeta es aquesta
que el aire turba y la región molesta?
Y por esta otra parte
cajas se escuchan: música de Marte
son las dos.

(Sale DON ENRIQUE.)
DON ENRIQUE:

¡Oh, Fernando!,
tu persona veloz vengo buscando.

DON FERNANDO:

Enrique, ¿qué hay de nuevo?

DON ENRIQUE:

Aquellos ecos,
ejércitos de Fez y de Marruecos
son, porque Tarudante
al rey de Fez socorre y, arrogante,
el Rey con gente viene.
En medio cada ejército nos tiene,
de modo que, cercados,
somos los sitiadores y sitiados;
si la espalda volvemos
al uno, mal del otro nos podemos
defender; por una y otra parte
nos deslumbran relámpagos de Marte,
¿qué haremos, pues, de confusiones llenos?

DON FERNANDO:

¿Qué? Morir como buenos,
con ánimos constantes.
¿No somos dos maestres, dos infantes,
cuando bastara ser dos portugueses
particulares para no haber visto
el miedo de la cara? Pues, «¡Avis y Cristo!»
a voces repitamos
y por la Fe muramos,
pues a morir venimos.

(Sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Mala salida a tierra dispusimos.

DON FERNANDO:

Ya no es tiempo de medios:
a los brazos apelen los remedios,
que uno y otro ejército nos cierra
en medio. ¡Avis y Cristo!

DON JUAN:

¡Guerra, guerra!

BRITO:

Ya nos cogen en medio
un ejército y otro sin remedio.
¡Qué beliaca palabra!
La llave eterna de los cielos abra
un resquicio si quiera
que de aqueste peligro salga a fuera.
¿Quién aquí se ha venido,
sin qué ni para qué? Pero, fingido
muerto estaré un instante;
y muerto lo tendré para adelante.

(Cáese en el suelo, y sale un MORO acuchillando a ENRIQUE.)
MORO:

¿Quién tanto se defiende,
siendo mi brazo rayo que desciende
desde la cuarta esfera?

DON ENRIQUE:

Pues aunque yo tropiece, caiga y muera
en cuerpos de cristianos:
no desmaya la fuerza de las manos;
que ella de quién yo soy mejor avisa.

BRITO:

Cuerpo de Dios con él, ¡y qué bien pisa!

(Písanle y éntranse; y salen MULEY y DON JUAN COUTIÑO, riñendo.)
MULEY:

Ver, portugués valiente,
en ti fuerza tan grande, no lo siente
mi valor; pues quisiera
daros hoy la vitoria.

DON JUAN:

¡Pena fiera!
Sin tiento y sin aviso
son cuerpos de cristianos cuantos piso.

BRITO:

Yo se lo perdonara,
a trueco, mi señor, que no pisara.

(Vanse los dos, y salen por la otra puerta DON ENRIQUE y DON JUAN, retirándose de los moros, y luego el REY y DON FERNANDO.)
REY:

Rinde la espada, altivo
portugués; que si logro el verte vivo
en mi poder prometo
ser tu amigo. ¿Quién eres?

DON FERNANDO:

Un caballero soy; saber no esperes
más de mí: dame la muerte.

(Sale DON JUAN y pónese a su lado.)
DON JUAN:

Primero, gran señor, mi pecho fuerte
que es muro de diamante,
tu vida guardará, puesto delante.
¡Ea, Fernando mío!
Muéstrese agora el heredado brío.

REY:

Si esto escucho, ¿qué espero?
Suspéndanse las armas, que no quiero
hoy más felice gloria:
que este preso me basta por vitoria.
Si tu prisión o muerte
con tal sentencia decretó la suerte:
dé la espada Fernando
al rey de Fez.

MULEY:

¿Qué es lo que estoy mirando?

DON FERNANDO:

Solo a un rey la rindiera,
que desesperación negarla fuera.

(Sale DON ENRIQUE.)
DON ENRIQUE:

¡Preso mi hermano!

DON FERNANDO:

Enrique,
tu voz más sentimiento no publique;
que, en la suerte importuna,
estos son los sucesos de fortuna.

REY:

Enrique, don Fernando
está hoy en mi poder; y aunque mostrando
la ventaja que tengo
pudiera daros muerte, yo no vengo
hoy más que a defenderme;
que vuestra sangre me viniera a hacerme
honras tan conocidas
como podrán hacerme en vuestras vidas;
y para que el rescate
con más puntualidad al Rey se trate,
vuelve tú, que Fernando
en mi poder se quedará aguardando
que vengas a libralle;
pero dile a Duarte que en llevalle
será su intento vano,
si a Ceuta no me entrega por su mano.
Y agora Vuestra Alteza,
a quien debo esta honra, esta grandeza,
a Fez venga conmigo.

DON FERNANDO:

Iré a la esfera cuyo rayo sigo.

MULEY:

[Aparte.]
Porque yo tenga, ¡cielos!,
más que sentir entre amistad y celos.

DON FERNANDO:

Enrique, preso quedo:
ni al mal ni a la fortuna tengo miedo.
Dirasle a nuestro hermano
que haga aquí como príncipe cristiano
en la desdicha mía.

DON ENRIQUE:

Pues, ¿quién de sus grandezas desconfía?

DON FERNANDO:

Esto te encargo y digo:
que haga como cristiano.

DON ENRIQUE:

Yo me obligo
a volver como tal.

DON FERNANDO:

¡Dame esos brazos!

DON ENRIQUE:

Tú eres el preso, ¿y pónesme a mí lazos?

DON FERNANDO:

Don Juan, adiós.

DON JUAN:

Yo he de quedar contigo:
de mí no te despidas.

DON FERNANDO:

¡Leal amigo!

DON ENRIQUE:

¡Oh, infelice jornada!

DON FERNANDO:

Dile al Rey... Mas no le digas nada,
si con gran silencio el miedo vano
estas lágrimas lleva al Rey, mi hermano.

(Vanse; y salen dos moros, y ven a BRITO como muerto.)
MORO 1º:

Cristiano muerto es este.

MORO 2º:

Porque no causen peste,
echad al mar los muertos.

BRITO:

¡En dejándoos los cascos bien abiertos
a tajos y a reveses!
Que, ainda mortos, somos portugueses.