El postrer godo de España/Acto II

Acto I
El postrer godo de España
de Félix_Lope_de_Vega_y_Carpio
Acto II

Acto II

El CONDE DON JULIÁN , con una carta, y MUZA y moros.
MUZA:

  Sálganse todos afuera,
no quede aquí moro alguno,
tú también, Zorrayes me espera.
Habla, Conde, que ninguno
te escucha.

JULIÁN:

Hablarte quisiera
  mas no me deja el dolor,
aunque ventura mayor
no pudiera sucederme
que, cuando tal vengo a verme,
hallarme con tu favor.

MUZA:

¿Lloras?

JULIÁN:

  Tengo bien porqué.

MUZA:

¿Pues cómo, de ayer venido?

JULIÁN:

Ayer mi desdicha fue.

MUZA:

Tanto mal te ha sucedido
y apenas has puesto el pie,
  en Túnez, sin duda alguna
traes de Argel este daño,
¿qué te aflige y importuna?

JULIÁN:

Nunca Muza en reino estraño
me han hecho afrenta ninguna.

MUZA:

  Sin duda tienes gran mal,
que en un hombre principal
lágrimas no suelen verse
sin gran causa, ni ofenderse
con ellas ánimo igual.

JULIÁN:

  Si alguna hija tuvieras
y esto te escribiera, di:
¿qué entendieras y qué hicieras?

MUZA:

Muestra.

JULIÁN:

Toma.

MUZA:

Dice ansí.

JULIÁN:

Ya espero.

MUZA:

Escucha, si esperas:
(Carta.)
  «Padre de mi corazón.»

JULIÁN:

De dos puede decir ya
porque tan partido está
que dos corazones son.

MUZA:

  «Para daros a entender
mi soledad no escribiera.»

JULIÁN:

Quiere decir que eso fuera
lo imposible encarecer.

MUZA:

  «Las nuevas dan ocasión,
entiéndelas cuando debas.»

JULIÁN:

Advierta bien que esas nuevas
toda mi desdicha son.

MUZA:

  «La sortija de los lazos
que me distes, padre mío,
cuya piedra verde invío
como veis hecha pedazos,
  se me ha logrado muy mal,
pues siendo tan casta y bella,
por mis pecados sobre ella
cayó el estoque real.
  Es mi pena tan estraña
que si no venís acá
no entiendo yo qué podrá,
remediarme toda España.
  Padre, con esta sortija
sin honra quedas y quedo.
Dios te guarde de Toledo,
tu desventurada hija.»

JULIÁN:

¿Qué entiendes?

MUZA:

  Que ha sido amor
de hija si en tu partida,
como prenda tan querida,
diste ese anillo en favor;
  que habiéndosele quebrado
lo tendrá por mal agüero.

JULIÁN:

No lo entiendes, que más fiero
dolor viene aquí guardado.
  Esta piedra que desmedra
mi honor, con violencia estraña
ha de costar que en España
no haya piedra sobre piedra.

MUZA:

  ¿Por una piedra no más,
muros de piedra tan fuertes
derribas?

JULIÁN:

Si un poco adviertes
mi intento y mi mal sabrás.
  Yo soy generoso, Muza,
de aquella estirpe preclara
que crio en sus cielos Scitia
para ser fuego de España.
Tan cercano a la Corona
que otros con menores causas
han empeñado su cetro
de que mi lealtad se aparta.
El castillo de Consuegra
era mi hacienda y mi casa,
Illán me llama Castilla,
don Julián me llama Francia.
Gané a los reinos, a quien
sucede el que agora enlaza
sus sienes de piezas de oro
esmaltadas de arrogancia,
la isla verde en que vivo,
a quien el bárbaro llama
en arábigo, su lengua,
las Algeciras Tralades.

JULIÁN:

Tenía una hermosa hija,
más que bella, desdichada,
que una hija hermosa a veces
es destruición de una casa.
Florinda, por ser tan linda,
le puse en la Iglesia santa,
cuando a seis días nacida
le dieron la crisma y agua.
Pensar en sus desventuras,
la del corazón me saca,
por quien di censo de un año
mudó el pecho de cien amas.
De donde quiera que iba,
cuando ya en sus pies andaba,
o por ojo o por caídas
volvía con mil desgracias.
Cuando el ama la enseñó,
fue la primera palabra
España y otras; ella dijo:
«Nací para mal de España».
Seis años la tuve enferma,
melancólica y turbada,
porque decía que vía
muertes, moros y fantasmas.
Jamás en sus blancas manos
tomó género de armas
que no hiciese con ellas
cosa que en estremo espanta.

JULIÁN:

En mi mesa los cochillos,
botos y sin punta andaban,
y cerrados hasta el medio
corredores y ventanas.
Porque un astrólogo dijo
que de una torre muy alta
se había de echar Florinda
en la ciudad de Malaca.
Yo he procurado saber
si en Francia o España o Italia
si hay ciudad de aqueste nombre,
pero ninguna se halla.
Por mi mal vine a Toledo
cuando con Zara Abenalza
se casó el rey don Rodrigo
para ocasión de mi infamia.
Pareciole bien mi hija
y para poder gozalla
inviome al rey Ben Adulfe
con grande presente y cartas.
El presente era yo, ¡triste!
que presente le estorbaba,
pues ausente la forzó
dentro de su misma casa.

JULIÁN:

Eso, Muza, significa
esta esmeralda quebrada,
que por ser contra el amor
las dieron nombre de castas.
Y el decir que es el estoque
real el que la quebranta
es decir que el rey lo hizo,
de quien me pide venganza.
Y darésela tan buena
que le he de entregar a España
al rey Miramamulín,
cuyas banderas ensalzas.
Llévame, Muza, a sus ojos,
escríbele lo que pasa
mientras que voy por mi hija,
que con su gente africana
me obligo en menos de un año
darle a España, si allá pasa
con cien mil hombres de guerra
de Berbería y Arabia.
Esto es honor con el mundo,
esta disculpa me basta,
quiero venderle su tierra
pues él me vende mi fama.

MUZA:

  Conde, dame aquesa mano,
que por Alá poderoso
que estar en la tuya es llano.
Pasar su reino dichoso,
hasta el límite cristiano,
  ¡oh mal Rodrigo!, eso ha hecho.

JULIÁN:

Aquí nos han de escuchar,
guarda el secreto en el pecho
porque nunca del hablar
se saca mucho provecho;
  pues callo mi pena estraña,
calla tú el gozo que gana
tu pecho.

MUZA:

Eso mismo digo.

JULIÁN:

¡Ay de ti, godo Rodrigo!

MUZA:

Y de ti, mísera España.

JULIÁN:

Ve adelante.

MUZA:

  Tú podrás.

JULIÁN:

No iré, General.

MUZA:

Sí irás.

JULIÁN:

Pues voy.

MUZA:

Ya temo su guerra,
que hombre que vende su tierra
no le oso llevar detrás.

(Váyanse y salgan la Cava y el REY .)
RODRIGO:

  Enjuga, Florinda, el llanto
de esas divinas auroras,
siempre que me ves me lloras,
soy muerto o vivo de espanto.
  Dos meses ha que tus ojos
no cesan de hacerse ríos
por culpar mis desvaríos
y engrandecer tus enojos.
  Florinda, rey soy, ¿qué quieres?,
portentos del cielo son
no darte la audición
que tienen otras mujeres.
  Las más fuertes y deseadas,
más esquivas y altaneras,
hasta gozadas son fieras,
mas no después de gozadas.
  Pon los ojos en un hombre,
el que más bien te parezca
que tus méritos merezca
y que tenga ilustre nombre.
  Que ese será tu marido,
pues no sabrá que le doy
mujer de quien dueño soy
o a lo menos que solo he sido.
  ¿A qué quieres persuadirte?,
en todo quiero agradarte,
que ayer fui rey en forzarte
y hoy soy esclavo en servirte.

FLORINDA:

  ¡Cruel scitaque aquel día,
que entre rigurosos yelos
le dieron vida los cielos,
nació la muerte a la mía!
  Guarda de jardín, que has hecho
traición tan falsa y astuta
que comiéndote la fruta
dejas el árbol deshecho.
  Amigo de confianza,
que a la honra se atrevió
y que por acción tomó
donde no tuvo esperanza.
  Falso correo, que abriste
de la confianza el sello.
Rey que el reino de un cabello
de una mujer suspendiste.
  Hombre que ya no lo eres,
pues la palabra quebraste
en que por mujer llegaste
a igualarte a las mujeres.
  Tirano que no se doma,
por el mal ni por el bien.
Nerón de España, por quien
se abrasará como Roma.

FLORINDA:

  Traidor a las blancas canas
de aquel viejo, te atreviste
por quien tus fuerzas tuviste
con seguras barbacanas.
  Godo afrenta de los godos,
ya sentenciado a morir,
en quien se han de resumir
las desventuras de todos.
  Que Dios te ha de castigar
por tus pecados inormes
y, ¡ay de ti!, si son conformes,
las penas que te ha de dar.
Pues serán de aquesto informes
  mi afrenta, fue justamente,
porque es agua desta fuente
  y troncos de aquestas ramas.
Ya por vengarse camina
bañada en llanto la cara,
alta la espada, que es vara
de la justicia divina.
  Este es el pesquisidor
que Dios contra un rey invía
porque no es la fuerza mía
bastante a cobrar mi honor.

(Vase.)


RODRIGO:

  Cava, Cava, mi señora,
¡ah, Florinda!, al fin se fue,
mucho en no matarla erré
pero matarela agora;
  ¿mas qué digo?, que estas son
amenazas de mujer,
sin duda deben de ser
sospechas de mi afición.
  Hame visto un poco frío
después de aquel pensamiento
que fue el arrepentimiento
fin del apetito mío.
  A estar celosa comienza,
yo tibio cuando más veo,
que no hay ardiente deseo
que no se acabe en vergüenza.
  En mi tibieza repara
y echa la culpa a su injuria,
quien come con mucha furia
con la misma furia para.
  Disimular me conviene
el odio que la he cobrado
por si el padre está avisado
y con aspereza viene,
  aunque no puedo creer
que le haya escrito, que todo
es querer de aqueste modo
mi delito encarecer.

(Entre PELAYO .)
PELAYO:

Aquí, Rodrigo, invicto
  está tu echura.

RODRIGO:

¡Oh, Pelayo gallardo, honor y gloria
de la española sangre.
¡Oh, primo mío!

PELAYO:

¿Qué era, señor, lo que te dio cuidado?
A llamarme me enviaste a mis Asturias,
donde después que del traidor Betica
huyendo fui, con mis hermanos vivo,
tan lejos de las Cortes de los Príncipes,
que solo para verte me he vestido,
que hasta Toledo vine en otro hábito
harto del cortesano diferente.

RODRIGO:

Pelayo, yo he tenido estos días
sospecha que un vasallo y deudo nuestro,
hombre de guerra y que en fronteras vive,
quiere contra su rey alzar las armas.
No lo sé de su boca pero puedo
decirte que lo sé del mismo agravio
que este dice a los hombres el castigo.

PELAYO:

¿Agravio tú a vasallo?

RODRIGO:

Agravio en duda,
porque si no se sabe no es agravio.
Haz, por tu vida, alguna gente, aliste
un número bastante de soldados
y estemos para el daño prevenidos,
que prevenido el mal no daña tanto.

PELAYO:

El fiero rey Betica, ilustre godo,
para dar a entender a sus vasallos
que la pública paz de su república
era lo principal que procuraba
la cosa más infame hizo en España
que imaginó jamás bárbaro pecho.

RODRIGO:

¿Es lo de las espadas?

PELAYO:

Cuantas armas,
se pudieren hallar mandó romperlas
y dellas hizo azadas y segures,
hoces y podadores, y instrumentos
del campo solas para trigo y viñas.
Con esto España está tan desarmada,
que allá en Vizcaya donde yo resido
se hallan solamente algunas armas,
pero daremos prisa a que se forjen,
yo entre tanto juntaré la gente.

RODRIGO:

No entiendo que será muy necesario,
pero por si lo fuere...

PELAYO:

Está seguro
que tu servicio, invicto rey, procuro.

[VOCES]:

  ¡Tierra, tierra! ¡Tierra, tierra!
¡Acosta, acosta!

(Entre ABÉN BÚCAR , MUZA , TARIFE , ABRAIDO , DON JULIÁN , saltando en tierra, con su bastón de general, y esclavos que los traigan a hombros.)
JULIÁN:

La mar
se para, el viento se encierra.

TARIFE:

Todos nos dejan pasar.

MUZA:

Buen pronóstico de guerra.

ABÉN BÚCAR:

¡A tierra, a tierra!

JULIÁN:

  No quede
hombre que en tierra no salte,
yo sé que seguro puede.

TARIFE:

Mientras el resguardo falte,
tu amor al crédito excede,
pero hasta que tu mujer
nos traigas, o a tu Florinda,
  la gente no ha de poner
la plantas en la ciudad,
que podrá, sin esta seguridad,
más la industria que el poder,
  que aunque eres persona honrada,
en la guerra es muy usada
la traición, esta es tu tierra
y tanta gente de guerra
no ha de morir encerrada.

JULIÁN:

  ¿Es por ventura blasfema,
operjura mi nación?

MUZA:

Bien es que Tarife tema
que la que es en paz traición
es en guerra estratagema,
  trae tu mujer aquí.

JULIÁN:

Haré lo que prometí
a Dios, generales fuertes.

(Váyase el CONDE .)


ABÉN BÚCAR:

De lo que importa le adviertes,
no entréis en España ansí,
  yo he llegado hasta Toledo
cuando cautivo con Zara
y volví a Túnez con miedo
del trato y la industria rara,
y apenas deciros puedo
  si este trae a su mujer,
como al Miramamolín
lo supo allá prometer,
no temáis trágico fin,
bien podéis acometer,
  pero si no, no salgáis
desta margen arenosa.
Bien es que no le creáis
hasta que una prenda honrosa
en vuestro poder tengáis,
  aunque cierto entre cristianos
mejor se guarda la fe
que entre alarbes africanos.

TARIFE:

Traza en la guerra se dé
si estos son embustes vanos.

MUZA:

Mahomete
  a Abén Búcar lleve,
un tercio de cuatro mil,
infantes por esa nieve
que va dirritiendo abril
y del monte al prado llueve.
  Abraido lleve otros tantos.
Tarife con arco y mantos
lleve mil árabes sueltos
porque son más desenvueltos
para malezas y cantos,
  que España es toda aspereza.
Y tras ellos siete mil
caballos de la nobleza
de África, a quien el sutil
velo adorne la cabeza;
  llevarán lanzas y adargas,
bizcocho y pasta en zurrones
para andar leguas largas.
Asidos a los arzones,
que no han de esperar las cargas,
  yo llevaré de fecíes,
tafiletes marroquíes,
y los de Orán, diez mil hombres,
sin dos mil de ilustres nombres,
argeles y tunecíes
  llevarán jacos de malla
y cerrarán la batalla.
Celín con los bagajeros
llevará dos mil onderos,
carruaje y vitualla
que espante.

TARIFE:

  Que Mahoma
te inspire.

MUZA:

Vete a embarcar
y ninguno en tierra coma.

TARIFE:

Sí, porque en fin es la mar
del primero que la toma.

(Váyanse, y salgan RODRIGO , con la espada desnuda, y la REINA , tiniéndole TEODOREDO .)
REINA:

  ¡Jesús!, señor, ¿dónde vais?

RODRIGO:

Dejad que le dé la muerte.

REINA:

¿A dónde vais de esa suerte
vos, no veis que os engañáis?

RODRIGO:

  Digo que me despertó
un alano dando aullidos
y me asió de los vestidos.

REINA:

¿Qué es esto que el rey soñó?

TEODOREDO:

  Durmiendo estaba la siesta,
y yo con la guarda estaba
cuando oí que voces daba.

RODRIGO:

Alguna desdicha es esta.

REINA:

  ¿Y no sabéis si, por dicha,
entró algún perro de caza
en la cámara?

TEODOREDO:

En la plaza
la dio acaso.

RODRIGO:

¡Oh, gran desdicha!

REINA:

  Señor mío, no habéis
de hacer los sueños verdad
contra la fidelidad
que a vuestra fe le debéis.
  Sosegaos, quien tal hiciera...

RODRIGO:

Melancolía es, por Dios,
tomad esa espada vos
y esos sálganse allá fuera.

REINA:

  No os habéis de entristecer,
traigamos por vida mía
algo que os alegre.

RODRIGO:

El día
es pasado.

REINA:

Podrá ser
  que dél haya procedido,
sentaos, ¿quereisme jurar
algo?

(Siéntanse los reyes.)
RODRIGO:

No estoy para hablar.

TEODOREDO:

Los músicos han venido.

REINA:

¿Queréis que canten?

RODRIGO:

  Cantad.

REINA:

Decid algo de alegría.

RODRIGO:

al triste la compañía
es la mayor soledad.
(Canten.)
  Enamorado Nerón,
de la divina Popea,
a Roma pone a sus plantas,
y con ser rey se las besa,
que una mujer que reina
en quien la quiere, más que el rey es reina.

RODRIGO:

  No paséis más adelante,
salíos allá fuera luego,
agora de Roma el fuego
o aquel del tirano amante
  mayor tristeza me dan;
no quisiera haberlo oído.

TEODOREDO:

Aquí, señor, ha venido
el conde don Julián.

RODRIGO:

Por vida tuya.

TEODOREDO:

  Aquí está,
si acaso le queréis ver.

RODRIGO:

Mi pesar vuelve en placer;
di que entre.

(El CONDE entre.)
JULIÁN:

Esos pies me da.

RODRIGO:

  ¡Oh, Conde!, bien seáis venido,
¿traéis salud?

JULIÁN:

Sí, señor,
bienvenido, harto mejor
me fuera no haber nacido.

RODRIGO:

  ¿Habéis negociado bien?

JULIÁN:

Por Dios, señor, no vi mal
con tu presente real
y con mi dicha también.
  Llevé a su padre el presente,
de la Reina, mi señora,
desde una noche al aurora
pasando a Argel fácilmente.
  Y supe en entrando el mal
que me había sucedido,
que fue su muerte, que ha sido,
sentimiento general.
  No se fíe ningún rey,
de que ha de pagar tributo
debiendo al nacer que es fruto
del vivir a humana ley:
  cada cual esté advertido
del bien o mal que en efeto,
muere el grande y el sujeto.

REINA:

Desdicha, señor, ha sido,
  que pudiera ser viniendo,
que por mí a Dios conociera.

JULIÁN:

Antes fue de rabia fiera,
de que le estés conociendo
  con esto dejando amigos
que el presente negoció,
que un ausente siempre halló
desventuras y enemigos,
  vine por Consuegra y vi
muy enferma a la Condesa.

RODRIGO:

De aqueso, por Dios, me pesa,
llevad médicos de aquí.

JULIÁN:

  El mejor que llevar puedo
es mi hija, aquesta os pido.

RODRIGO:

No quisiera sin marido
que saliera de Toledo,
  pero si se ha de alegrar
su madre, Conde, llevadla.
¡Hola, a Florinda llamadla!

TEODOREDO:

Ella te viene a buscar.

JULIÁN:

  Luto, hija, ¿pues por qué?

(FLORINDA salga con luto.)
FLORINDA:

Dijéronme que era muerta
mi madre.

JULIÁN:

Fue nueva incierta,
que anteayer la vi y la hablé.
Que te lleve a verla
con licencia el rey nos honra.

FLORINDA:

Padre, la muerte es mi honra
y este luto es por la injuria.
  Con este oro y plata bordo
mis galas, tal flor, tal fruto.

JULIÁN:

Calla, que harto habla el luto,
sino que el rey está sordo;
  pero déjale vivir
por agora a su placer,
que ya yo sé que el poder
hace a los hombres dormir.
  Señor, con vuestra licencia
mi hija a Consuegra irá,
que creo que alegrará
su madre con su presencia.
  Yo me quedaré en Toledo,
que he sentido un atambor,
y así me dice, señor,
que tras él serviros puedo.
  Iré con Florinda a hacer
que el camino se aperciba;
mil años su alteza viva.

(Váyanse JULIÁN y la Cava.)
RODRIGO:

No le puedo responder,
  cuánto enmudece la ofensa.
¿No veis señora mía?

REINA:

El veros con alegría
fue de mi dolor ofensa,
  que era padre aunque era malo.

(La REINA se vaya.)


RODRIGO:

Dejad tristezas, por Dios,
que si lo estamos los dos,
¿dónde hallaremos regalo?
  Basta, que parece que el Conde
sabía todo el suceso;
que tuve temor confieso.
La Cava, a quien él responde,
  pues él se queda en Toledo;
segura está nuestra vida,
di a Pelayo que despida
los soldados de Odoredo.

(PELAYO entre con dos capitanes, SISIBERTO y TEODOMIRO .)
PELAYO:

  Gallarda gente se alista.

TEODOREDO:

No los sabe mal la guerra,
aunque de ninguno es vista.

SISIBERTO:

Y no sabremos la tierra
que su majestad conquista.

PELAYO:

  Yo no entiendo, Capitán,
que a conquista alguna van,
sino que en la paz hermosa
estaba la gente ociosa
y despertallos querrán.

(Váyanse y salgan TARIFE , MUZA , ABÉN BÚCAR , ABRAIDO y el CONDE .)
TARIFE:

  Con la prenda estoy contento
y a todos mejor la dieras
si en resguardo de su intento
a tu Florinda trujeras,
que es luz de tu pensamiento.

JULIÁN:

  Antes estáis engañados,
porque si os doy mi mujer
os dejo más obligados.
Porque la prenda ha de ser
de los bienes más honrados,
si el que tiene más honra
este tiene más valor.
Mi hija sin honra vive,
luego ningún valor tiene
y era el engaño mayor.
  Estimad a mi mujer
por prenda más estimada
y el honor que puede hacer
a la misma honra honrada,
que no hay más que encarecer.

MUZA:

  Sí estimamos. ¿Dónde dejas
tu hija?

JULIÁN:

Entre cuatro rejas
y una torre de una villa.

ABÉN BÚCAR:

¿En Castilla?

JULIÁN:

No es Castilla,
aunque della, sin mis quejas,
  en el reino de Granada
la deje.

ABRAIDO:

¿Y el rey qué hacía?

JULIÁN:

Pasa vida regalada
con su cristiana María,
que es dél en estremo amada.
  Dejad, amigos, la mar,
tomemos a Gibraltar
y vamos a Andalucía,
que cada ciudad un día
el tiempo os ha de costar.
  Todos están desarmados,
ociosos y regalados,
hasta los caballos tienen
tan gordos, que muertos vienen
y a media legua sudados.
  Entrad por España todos;
esparcidos de mil modos,
sed señores de una tierra
que tanta riqueza encierra,
son la que tienen los godos.
  Aquí las minas nos dan
oro y plata y yerro fuerte,
aquí los campos están
dando de la misma suerte
miel, aceite, vino y pan.
  Hay ríos de agua sabrosa
y de pescados notables,
ríos, puertos, mar famosa;
ciudades inexpugnables
que harán tu corona hermosa.
  Es divina su templanza,
ni el yelo ni el fuego alcanza
de las dos zonas opuestas.

TARIFE:

Bravas virtudes son estas.

JULIÁN:

Hinca, Tarife, esa lanza
  en señal de posesión.
Alza, Muza, ese pendón;
juega esa adarga, Abén Búcar,
que el Tajo, el Betis, el Júcar,
vuestros desde agora son.

(Toquen y éntrense. Salga RODRIGO y TEODOREDO .)
RODRIGO:

  ¡Que ninguno me avisó
que el Conde sin mi licencia
así de Toledo huyó!

TEODOREDO:

No culpes nuestra inocencia.

RODRIGO:

Mi descuido culpo yo,
  ¿veis cómo el Conde cruel,
moros de Arabia y de Argel,
de Zamora y de Marruecos,
traiga a España, que a los ecos
del espantoso tropel
  así llegan a Toledo?
¡Ah, traidor! ¡Ah, godo infame!
Piensas que tengo miedo.
¡Alto!, a Pelayo se llame.
Rabio, sufrirlo no puedo,
¡dadme unas armas!

REINA:

  Señor,
¿qué es esto tanto rumor
en palacio y la ciudad?

RODRIGO:

Un bando en la tierra echad
que diga...

REINA:

¡Oíd, por mi amor!
  ¿No hacéis más caso de mí?

RODRIGO:

Ansí vos estáis aquí,
señora, una cosa estraña.

REINA:

¿Cómo?

RODRIGO:

Moros en España.

REINA:

¿Cierto?

RODRIGO:

Mi señora, sí.
  El conde don Julián,
inducido del demonio
por traerlos donde están,
me levanta un testimonio.

REINA:

¿Y qué es la disculpa que dan?

RODRIGO:

  Dice que forcé a la Cava,
a su Florinda, a su hijuela,
a la que con vos estaba.
Ved con qué hermosa cautela
Judas de venderme acaba.

REINA:

  ¿Hay tal maldad, mi Rodrigo?
Del cielo venga el castigo
sobre quien eso os levanta.

RODRIGO:

Perdonad, que prisa tanta
me lleva tras mi enemigo.
  Diga el bando que daré
diez pagas adelantadas
y que a todos armaré
de ballestas y de espadas.

TEODOREDO:

Ansí, señor, lo diré.

RODRIGO:

  Vos acordaba partiros.

LEOSINDO:

Dicen que va como un rayo
Pelayo a Valladolid.

RODRIGO:

¿Pues por qué se va Pelayo?

LEOSINDO:

Anoche dormió en Madrid
  y ha despedido la gente.
Como mandaste se ausente...
de que pienso que le injurias.

RODRIGO:

¿Mas que se va a las Asturias?

LEOSINDO:

No hay Corte que le contente;
  allí vive entre peñascos,
que las sedas y damascos
le ofenden.

RODRIGO:

¿Pues qué hace allá?

LEOSINDO:

Labrando espadas está,
ballestas, petos y cascos.

(ARSINDO entre.)
ARSINDO:

  Toda el África, señor,
parece que desembarca
en España sin temor
o que abre Noé su arca
para número mayor.
  Parece que de su armada
sale mayor escuadrón
o que de la abierta ijada
del griego Paladión
sale a otra tanta celada.
  Ya han tomado a Gibraltar,
Tarifa, Ronda y Sanlúcar
y en Sevilla quiere entrar
aquel mahomete Abén Búcar
que echó sobre Denia el mar.

RODRIGO:

  Poneos, señora, en camino,
salir al paso imagino
y enviar mis Capitanes.

REINA:

A Julián.

RODRIGO:

Destos julianes
poco bien a Italia vino
  y lo mismo será agora,
que este apóstata será
si ya tiene la ley mora.

REINA:

Adiós, mi bien.

RODRIGO:

¿Partís ya?

REINA:

Sí, señor.

RODRIGO:

Adiós, señora.

(Entren y salgan los moros, con DON JULIÁN , TARIFE y otros.)
JULIÁN:

  Esta es la Villaviciosa,
la que queda atrás más bella,
aquí está mi hija hermosa.

TARIFE:

Por cierto, la Villa es bella,
sobre el mar fuerte vistosa;
  Mahometo estará en Sevilla.

JULIÁN:

Cerca estará de su orilla,
que a Córdoba ha de pasar,
que en Jerez ha de esperar
Muza.

TARIFE:

Di que abran la Villa.

JULIÁN:

¡Ah del muro!

(La Cava, en la torre.)
FLORINDA:

¿Quién llama?

JULIÁN:

  ¡Oh, hija! ¡Oh, Florinda! Yo.
¡Qué buen soldado! ¡Qué agüero!

TARIFE:

¡Qué sol, mañana y lucero!
Su luz al alma llegó,
  por cierto, con gran razón
la gozó el godo cristiano,
aunque fue su perdición,
que yo mi reino africano
diera a la misma ocasión.

JULIÁN:

Abre, hija.

TARIFE:

  Aún sospecho
que la he de dar este pecho,
mientras que reina la llama.

JULIÁN:

Abre, hija.

FLORINDA:

Padre infame,
que tan mala hija has hecho,
  ¿cuándo ha visto que por mí
España se perdiera ansí
y que su sangre derramas
y que en pechos de sus amas
hablan los niños de mí?
  Cuando veo que he de ser,
de todos llamada Cava,
de España gloria y poder,
en estremo arrepentida.
A cobrar quiero mi vida,
aquesta villa llamada,
Malaca o Málaga ciudad,
tierra a la Cava homicida.
No de ti ni un hombre solo,
sino de tantos que acaba
que será de Polo a Polo
maldito el nombre de Cava.
En tanto que alumbra a Polo
  ves aquí el cuerpo enemigo,
que fue de España castigo,
donde echó pedazos baja
porque ahorres la mortaja
que me dio en dote Rodrigo.

(Échase allá detrás del teatro, porque acá seríalástima, que se haría mucho mal.)
JULIÁN:

¡Tente, tente!

TARIFE:

Echose.

JULIÁN:

  ¡Ay, cielo!
Dadme a cubierto un yelo,
entremos, Tarife, allá.

TARIFE:

Echa pedazos está
con mi esperanza en el suelo.

(Éntranse, y salgan RODRIGO y LEOSINDO , TEODOREDO y gente de guerra, y TEODOMIRO .)
RODRIGO:

  ¿Que muerto se quedó sobre el caballo,
Teodoredo, el Alférez Sisiberto?

TEODOREDO:

A todos dio grave lástima mirallo.

RODRIGO:

Agüero de mi mal seguro y cierto,
¡con qué tristezas míseras batallo!
Hasta que pase de Jerez y el puerto,
que ni en Sevilla vimos Abén Búcar,
ni osó pasar de Ronda y Sanlúcar.

TEODOREDO:

  Señor, el vulgo pinta esas quimeras
con el temor.

RODRIGO:

¡Oh!, amigo, quiero darte,
porque siempre has honrado mis banderas,
del muerto Sisiberto el estandarte.

TEODOREDO:

Todas las manos africanas fieras
no podrán ser para sacarle parte
desta en que me le pones.

RODRIGO:

Yo lo creo
de tu heroico valor y buen deseo.

(LEOSINDO entre.)
LEOSINDO:

  Basta, señor, que vienes engañado.

RODRIGO:

¿De qué manera?

LEOSINDO:

Que se cubre y cierra
el campo de Jerez de armas sembrado;
con banderas y máquina de guerra
no tiene tantas flores este prado
ni tantas ramas esa oculta sierra,
como he visto turbantes y ginetas.

RODRIGO:

¿Qué me aconsejáis todos?

TODOS:

Que acometas,
  que si en aqueste encuentro el moro toma
indicios de que llegas tan cobarde,
la arrogancia después tarde le doma
y quien no llegó luego llega tarde.

RODRIGO:

Ya suena en sus ejércitos Mahoma,
redúzgase a escuadrones nuestro alarde
y lleven hoy de su soberbia el pago,
godos, Santiago, España, Santiago.

(Toquen a guerra y salgan algunos cristianos, acuchillando los moros, y luego un VILLANO con su mujer, y él traiga en brazos un niño.)
VILLANO:

  No sé cuál pueda llevar,
si el hijo o si a la mujer,
porque este no ha de hablar
ni aqueste sabe correr
y a los dos debo ayudar.
  Espera, Lucinda, un poco.

LUCINDA:

¿Adónde vais, estáis loco,
aquí me dejáis?

VILLANO:

No puedo
irme, ni me deja el miedo;
que aquí me quede tampoco.
  Esperad, esconderé
el niño.

LUCINDA:

¿Ansí me dejáis?

VILLANO:

Luego, amiga, volveré.

(LEOSINDO , huyendo.)
LEOSINDO:

Pies cansados, ¿dónde vais,
guiando un hombre sin fe?
  Pero yo voy tan herido
que ya no importa que huya,
don Orpaz nos ha vendido,
bien mostró la sangre suya
que la de Julián ha sido.

LUCINDA:

  Triste yo, la gente es esta
de Rodrigo desdichada,
que en lo alto de esa cuesta,
confusa y desbaratada.
  ¡Hola, Albano!, ¿no me huís?

(TEODOMIRO , con la bandera herido.)
TEODOMIRO:

En fin, bandera, salís,
aunque vengo echo pedazos,
toda entera en esos brazos
y a honrar mi muerte venís,
  sirvireisme de mortaja,
paréceme que el rey baja
entre aquella gente herida,
voy a ofrecerle esta vida.

[VOCES]:

Ataja, aquel es, ataja.

LUCINDA:

  Día triste y temeroso.

(Entre el REY , muy sangriento y desarmado.)
RODRIGO:

¿Dónde vas, rey desdichado?

LUCINDA:

¡Ay, qué hombre tan espantoso,
quiero huir!

RODRIGO:

¡Qué triste estado
y el de ayer qué venturoso!

[VOCES]:

¡Vitoria Mahoma!

RODRIGO:

  ¡Oh, guerra!
¡Oh, muerte!, mis ojos cierra,
ayer era rey de España,
hoy por mi desdicha estraña
no tengo un palmo de tierra.
  Del cielo ha sido el castigo,
sin remedio o sin amigo,
de polvo y sangre cuajado,
de las batallas cansado
se sale el rey don Rodrigo.
  Acaba mi vida, acaba,
como arrojada en tu cieno,
del cuerpo sepulcro y Cava,
Aurelio mi amigo bueno,
solo a ti mi lengua alaba,
  aunque animal has tenido,
la fe que nadie promete
cuando ven que salgo herido,
la cabeza sin almete
y el arnés todo rompido.

(El VILLANO entre.)
VILLANO:

  ¿Dónde mi Lucinda estás?

RODRIGO:

¡Oh!, buen pastor, ¿dónde vas?

VILLANO:

En busca de una mujer.

RODRIGO:

¿Tienes algo que comer?

VILLANO:

Pan moreno.

RODRIGO:

Pan no más.

VILLANO:

  Y una cebolla os darán.

RODRIGO:

Ved qué golpe de fortuna,
ayer dejé el faisán
y otros manjares en suma,
hoy una cebolla y pan.
  ¿Hay aquí algún ermitaño?

VILLANO:

Cerca de aquesta arboleda.

RODRIGO:

¿Ese vestido de paño
me trueca aqueste de seda?

VILLANO:

Sí haré.

RODRIGO:

¡Oh, humano desengaño!
  ¡Oh, vida, juego engañado
donde es perder el vivir!
¡Oh, reino prestado estado,
que del reinar al morir
no hay más que volverse el dado!