El postrer godo de España/Acto I

Elenco
​El postrer godo de España​ de Félix_Lope_de_Vega_y_Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen FABIO , ARSINDO , LEOSINDO , TEODOREDO , DON RODRIGO , las espadas desnudas.
RODRIGO:

  Él tiene lo que merece.

TEODOREDO:

Antes con piedad le obligas,
que en el daño que padece
no parece que castigas,
mas que perdonas parece.

RODRIGO:

  Las espadas envainad,
que ya no hay quien os resista.

FABIO:

Pacífica la ciudad,
desea tu alegre vista
y te muestra voluntad.

RODRIGO:

  Godos, sentaos junto a mí,
y tú Arsindo, y los romanos
que me han ayudado ansí
haber el cetro en mis manos,
que por Witiza perdí.

LEOSINDO:

  Toma esta silla, Rodrigo,
a quien ya por rey tenemos,
dando al tirano castigo.

TEODOREDO:

Por señor te obedecemos.

(Siéntase RODRIGO en una silla, los demás en unos banquillos.)
RODRIGO:

Todos reinaréis conmigo;
  ya sabéis, godos, que al rey Wamba santo,
que para rey sacó de entre los bueyes
el cielo porque diese al mundo espanto,
a España, culto, devoción y leyes.
El conde Ervigio, aborrecido tanto,
le dio ponzoña; Ervigio, que de reyes
fue decendiente por mujer y nieto
de Erudescinto, para tal efeto,
  del godo Recisindo había quedado
un hijo niño, pero Ervigio aplica
a su hija el reino, que la había casado,
como sabéis, con el valiente Egica.
Teodofredo quedó desheredado,
a quien la línea justamente aplica.
El reino por Egica se le niega,
y a su hijo, Belisa se le entrega.
  Belisa infame, viendo a Teodofredo
sin el reino, sintió justos enojos
para perder a su derecho el miedo.
En Córdoba le saca los dos ojos.
Este fue mi buen padre, que no puedo
acordándome aquí de sus despojos,
menos de enternecerme, aunque pues plugo
al cielo mi venganza, el llanto enjugo.
  Viéndome yo legítimo heredero,
nieto de Recisindo valeroso,
hijo de Teodofredo, que primero
reinar debiera, que Belisa odioso
con ayuda de Roma, a quien espero
mostrarme agradecido, no reposo
hasta que del tirano por despojos
ofrezco a mi buen padre los dos ojos.
  No le quise matar, sino tratalle
como él trató a mi padre Teodofredo,
y la muerte que voy bebiendo dalle,
llena de pena, confusión y miedo.
No es posible agora que en vos se halle,
godos, alguno, ni creerlo puedo,
que no conozca que es el reino mío,
de padre a hijo, no por yerno o tío.

LEOSINDO:

  Todos, Rodrigo famoso,
en justicia conocemos,
como a nieto generoso
de Recisindo, en quien vemos
un retrato glorioso,
  que sangre de aquel varón
nos da igual satisfación,
que no es menos que del cielo
para España este consuelo
y esta divina elección.
  Si los ojos le sacaste
a Belisa, bien hiciste,
que en fin tu padre vengaste,
aquí en fin sus ojos viste,
y con los tuyos lloraste,
  quede en Córdoba en profundo
llanto y tú digno del mundo,
vuelve a reinar a Toledo,
por hijo de Teodofredo,
y nieto de Recisindo.
  Allí tu Corte tendrás,
allí por hacernos bien,
casarte, señor, podrás,
haciendo elección de quien
te iguale y te agrade más.
  Ponte la corona aquí,
y toma el cetro en la mano,
para que vayas ansí,
como godo y rey cristiano,
que este ha de lucir en ti
  hasta la iglesia mayor.

RODRIGO:

Dadme el cetro y la corona.

(Pónenle la corona y toma el cetro.)
LEOSINDO:

Bien asienta en tu valor
porque te llama y abona
legítimo sucesor.

TEODOREDO:

  Que bien con ella pareces,
mas tal valor te acompaña,
y de suerte la engrandeces,
que aunque eres señor de España
no tienes lo que mereces.
  Pero tú la ensancharás,
que si hasta el África llega
hasta el Asia pasarás,
esto España al cielo ruega.

FABIO:

Tente, señor, ¿dónde vas?

(Cáese la corona y el cetro.)
RODRIGO:

  Cayóseme la corona
de la cabeza sin ver
que me tocase persona,
¡cielo!, ¿qué puede esto ser?

LEOSINDO:

Tu virtud, señor, te abona.

FABIO:

  Y el cetro también cayó.

RODRIGO:

¿No lo veis?

ARSINDO:

¡Qué mal agüero!

RODRIGO:

Antes ninguno me dio
y advertid bien cómo quiero
este agüero entender yo.
  La corona que ha corrido
de mi cabeza hasta el suelo
quiere decir que estendido
será, por gusto del cielo,
mi imperio y siempre temido;
  el cetro como medida
fue a tomar la posesión
desta tierra a mí debida.

FABIO:

Tan buenas señales son
pronóstico de tu vida,
  ven para que des contento
con tu persona, Rodrigo,
al pueblo que aguarda atento.

RODRIGO:

Cielos, aunque aquesto digo
vosotros sabéis que miento.

(Salgan con panderos y tamboriles, de zambra, algunos moros, ABÉN BÚCAR y ZARA .)
(Canten.)
[VOCES]:

  Vamos a la playa,
noche de San Juan
que alegra la tierra
y retumba el mar.
En la playa hagamos
fiestas de mil modos,
coronados todos
de verbena y ramos,
a su arena vamos,
noche de San Juan,
que se alegra la tierra
y retumba el mar.

ABÉN BÚCAR:

  Siéntate en aquesta orilla
en tanto, famosa Zara,
que se acosta la barquilla.

ZARA:

¡Por Alá, música rara!,
huelgo en estremo de oílla.

ABÉN BÚCAR:

  He por servirte labrado
una bella galeota
que hasta agora no se ha echado
al mar, en cuanto alborota,
vaso tan bien acabado.
  He hecho una popa en ella
cercada de mil cristales
para que salgan por ella
esos rayos celestiales,
que al sol por la aurora bella,
  de marfil y de nogal,
suelo, espaldas y molduras.
Puse de plata un fanal
y el color de mis venturas,
para dosel y cendal,
  mil dorados comedores.
La cercan mil estandartes
de mil diversas colores,
llevando por varias partes
las cifras de mis amores.
  Flámulas y banderolas
bajan de las altas gavias
casi a tocar en las olas
y si desto no te agravias,
con vitorias españolas
  la chusma viste damasco.
Moviendo unos remos rojos,
alas de coral del casco,
pero mírenla tus ojos
a los pies de aquel peñasco.

ZARA:

  Por mi vida que es muy bella,
¿cuándo entraremos en ella?

ABÉN BÚCAR:

Cuando te diere contento,
que ya el subido elemento
está jugando con ella.
  Parece que con las manos
como plato el mar la ofrece
a tus ojos soberanos
y por acercarla crece
con mil pensamientos vanos
  en que te parece a mí,
pues cuando más voy a ti,
más huyes de que te tenga,
quiera Alá que a tiempo venga
en que te duelas de mí.

ZARA:

  Si mi padre se agraviara
de sí, yo sé que tu amor
del mío no se quejara.

ABÉN BÚCAR:

Harto iguala a tu valor,
a ti no te igualo, Zara.

ZARA:

  Ahora bien, esto dejemos,
y en esta noche de Juan,
solo de holgarnos tratemos.

ABÉN BÚCAR:

Las olas vienen y van,
es que se acercan los remos.

(CÉLIMO con esclavos de la galeota, y muchos ramos y hachas encendidas.)
CÉLIMO:

  Poned en tierra la planta,
guárdeos Alá, bella Infanta,
hija del gran rey de Argel.

ABÉN BÚCAR:

Regocijado tropel.

ZARA:

No he visto yo fiesta tanta,
  buenos los esclavos vienen
con los hachos encendidos.

ABÉN BÚCAR:

Y los ramos que previenen
a esos pies, a quien rendidos
muestran los dueños que tienen;
  pasad todos adelante.

ZARA:

¿Tiene noche semejante
el mundo, ni en él es vista?

ABÉN BÚCAR:

Bien merece ese Baptista,
que el mundo sus glorias cante,
  fue gran profeta de Cristo,
y allá piensan los cristianos,
que es con nosotros mal quisto,
y adorámosle, africanos
esclavos, como habéis visto
  aun a costa de esa plancha,
dame aquesa mano hermosa
y entra que la tabla es ancha.

ZARA:

Vamos.

ABÉN BÚCAR:

La mar espumosa
de que la has de honrar se ensancha.

ZARA:

  ¡Hola!, Zaide, el leño enfrena,
lleva la rienda en la mano,
tú da a la barca carena.

ABÉN BÚCAR:

¡Hola, quién fuera troyano
para robar esta Elena!

(Éntrense y salgan RODRIGO y godos.)
RODRIGO:

  ¿Por qué no habéis de romper
estas fuertes cerraduras?

LEOSINDO:

Señor, mira que has de ser
retrato de desventuras
si esto te atreves hacer.

RODRIGO:

¡Aguardad!

TEODOREDO:

  Rompió el candado
y en la escura cueva entró.

LEOSINDO:

Ya temo, rey desdichado,
que en mal punto España vio
tu cetro en sangre bañado.

TEODOREDO:

  La codicia de creer
que aquí gran riqueza había
las puertas hizo romper.

LEOSINDO:

Ya tiemblo ya dese día
lo que le ha de suceder.

RODRIGO:

  Hombres como esos serán
los que a España quitarán
a quien estos lienzos viere
que dirán los que esto oyeren.

LEOSINDO:

¿Tu desventura dirán?

TEODOREDO:

Muestra, a ver.

RODRIGO:

  Quitadle allá
y no le mire ninguno.

LEOSINDO:

Estarás contento ya
de ser al cielo importuno,
que esos avisos te da,
  si rey ninguno entre tantos
en aquesta cueva entró
llena de miedos y espantos,
ni tu agüelo se atrevió,
santo entre los reyes santos,
  ¿cómo te atreves al cielo?

RODRIGO:

Que eran cobardes recelo
y que por eso sería.

LEOSINDO:

Estoy como nieve fría.

TEODOREDO:

Y yo convertido en yelo,
  ¿viste los hombres tostados
de mil tocas guarnecidos,
los bonetes colorados,
de alarbes trajes vestidos,
rojos, verdes y morados?
  ¿Viste los jinetes todos,
y con sus jinetas lanzas,
a cuadrillas de mil modos?
Resto verás las mudanzas
del Imperio de los godos.

LEOSINDO:

  ¡Qué tristeza que le ha dado!

TEODOREDO:

Aunque es valiente ha quedado
en notable confusión,
que estaba su perdición
debajo de aquel candado.
  No de otra suerte el villano,
cuando va a coger el nido,
del ruiseñor el verano
se queda descolorido,
puesta en el áspid la mano,
  que el miserable Rodrigo
pues pensando hallar riqueza
halló tormento y castigo.

LEOSINDO:

¿De qué es, señor, la tristeza?

RODRIGO:

Estaba sin mí y conmigo,
  estaba considerando
cómo se irá dilatando
nuestro Imperio, aunque esta tierra
ha mucho que está sin guerra,
perezosa paz gozando,
  pero oyendo el instrumento
que al más vil caballo anima
levantará el pensamiento.

TEODOREDO:

La paz, gran señor, estima,
que es de los reinos aumento;
  la guerra es la destruición
de las vidas y ciudades.
Mientras que no hay ocasión,
¿para qué te persuades
a escándalo y confusión?
  Florece en letras España,
Córdoba en Filosofía,
admira la tierra estraña,
y en divina Teología
Toledo que el Tajo baña.
  Mientras en paz ha vivido
Isidoro ha florecido,
Leandro, Arcadio y Eugenio,
Alfonso de raro ingenio,
Julián, Fulgencio e Indalido
  deja cosas tan molestas.

RODRIGO:

¿Pues de qué podré tratar?

LEOSINDO:

De casarte y hacer fiestas,
y sobre todo de dar
leyes piadosas y honestas,
  aunque ha de ser sobre todo
hacer que el culto divino,
se engrandezca de tal modo
que el cielo, como a rey digno
en ti ensanche el reino godo.

RODRIGO:

  Bien me habéis aconsejado;
¿pero quién es esta gente?

LEOSINDO:

El palacio han alterado.

TEODOREDO:

No es traje diferente
del que hemos visto pintado.

(Salgan ARMILDO , capitán, ZARA , ABÉN BÚCAR y CÉLIMO .)
ARMILDO:

  Dame esos pies y estima, godo ilustre,
que Armildo, capitán de tus fronteras,
sea el primero que por buen principio
de tu dichoso Imperio a ellos te traiga
estos cautivos de preciosa estima.

RODRIGO:

Con gran razón, Armildo valeroso,
me pides que al principio de mi Imperio,
estime estos principios de tus armas
que demás del servicio me parece
que ellas por sí merecen estimarse.
¿De dónde y cómo esta dama fue cautiva?,
¿de qué tierra salió y adónde iba?

ARMILDO:

  La fortaleza de Denia
era mi frontera y guarda,
Denia al mar Mediterráneo,
puesta sobre peñas altas.
Allí celebrando el día
de aquel que vio en carne humana,
desde el vientre de su madre
al rey de la Esfera sacra.
Aquel que de siete años,
hizo cielo las montañas
de Judea y Palestina
con sus penitentes plantas,
aquel Santo, que Bautista
moros y cristianos llaman,
y estando todos en misa
dando a Dios debidas gracias,
al tiempo que el sacerdote
su partícula quebranta
y el silencio y devoción
parece que roba el alma,
entra un soldado corriendo,
con estas mismas palabras:
«¡Oh, famoso Armildo godo!,
¡oh, capitanes de fama!,
¡oh, gente noble de Denia!,
corred volando a la playa.

ARMILDO:

Que con tormenta deshecha,
que hasta las peñas contrasta,
de Argel una galeota
hasta la tierra se lanza.»
No lo ha dicho, cuando el Preste,
vuelta hacia el pueblo la cara
con el cáliz en la izquierda
la mano diestra levanta.
Echonos la bendición
y a la puerta, por tomarla
como el agua en la redoma,
no hay hombre que apenas salga.
Por una cuesta arenosa,
desde la iglesia a la plaza,
como las piedras al centro,
la gente de Denia baja.
Los jinetes de la costa,
ya con sus lanzas y adargas
van pisando de la orilla
las arenas y las algas.
Ya va la gente de a pie,
mas cuando llegan al agua
la galeota rendida
a los enemigos llama.
Venía rota y deshecha;
que no para tomar armas,
cubierta de seda y ramos,
de alfombras y de almohadas.

ARMILDO:

Rica presa y digna, solo
de un rey de las dos Españas.
porque es la famosa hija
del rey de Argel, Lela Zara.
Este es su primo Abén Búcar,
que la llevaba en su guarda
solo para entretenerla
por las costas africanas.
Llevolos el enordueste,
de un golpe a cabo de Gata,
desde allí a la Formentera,
mudándose en otra cuarta
de Ibiza, al fin vinieron,
y sin árboles y jarcias,
del cabo de San Martín
y a Denia, donde se acaba
su naufragio, con que agora
desde allá vinieron a Almansa.
Cobraron salud, gusto,
y pasando a Guadeana,
llegan a tu insigne Corte,
y se ofrecen a tus plantas.

RODRIGO:

  Si quisiese la presa encarecerle,
Armildo noble, solo con mi reino,
el premio que mereces te daría;
es la mora un tesoro que en la tierra
no tiene igual, de manera, Armildo,
has admirado mis turbados ojos,
que si en algún espejo me mostraras
las siete maravillas todas juntas
no lo fueran tan grandes como esta.
No os aflijáis, hermosa Zara, tanto
porque si vos queréis el cautiverio
no será vuestro, sino proprio mío.

ZARA:

Claro, señor de España, ilustre godo
de tan famosos reyes descendiente,
que el mundo tiene lleno de su nombre
y para su valor parece estrecho.
Zara, del rey de Argel humilde hija,
a vuestros pies heroicos se presenta
alegre de tener dueño que puede
serlo del mundo.

ABÉN BÚCAR:

Y yo, famoso godo,
en tanto estremo estimo mi ventura,
que no daré mi esclavitud agora,
por el estado que en Argel tenía,
aunque heredaba a Tremecén y Tripol.

RODRIGO:

Yo estimo tus razones, Abén Búcar,
y de tu libertad tendré cuidado,
pero si la hermosa Zara quiere
dejar su Ley, que en fin no es ley, le ofrezco
la salvación del alma y después della
a España, que es lo más que puedo dalla.

ZARA:

¿A España?, ¿cómo?

RODRIGO:

Siendo mujer mía.

ZARA:

Sin premio tan notable deseaba
antes de agora ser cristiana y creo
que este deseo saben estos moros,
dadme el agua divina, que este premio
quiero de mi deseo solamente.

RODRIGO:

Resolución dichosa para todos,
¿no te agrada, Leosindo?

LEOSINDO:

Su hermosura
en estremo me agrada, pero advierte
que aunque los reyes godos se han casado
a su modo, no es justo que tú seas
tan arrojado en esto porque puedes
de tus vasallos escoger señora;
quedará España de tu misma sangre.

RODRIGO:

No quiero suegro que me inquiete el reino,
no quiero hijos deudos de vasallos
que tanta sangre cuestan a los godos;
esta es hija de rey, si mi ley toma,
en que es muy desigual hágase luego
su bautismo, vasallos, con gran fiesta,
avisen esto a Urbán, nuestro arzobispo,
porque apenas habrá bañado el agua
su hermoso cuerpo cuando sea mi esposa.

LEOSINDO:

Señor, tu gusto es ese.

RODRIGO:

Leosindo,
denle a Abén Búcar libertad si quiere
y para Argel la gente que pidiere.

(Vanse, quedan CÉLIMO y ABÉN BÚCAR .)
CÉLIMO:

  Alza los ojos del suelo.

ABÉN BÚCAR:

¿Dónde los tengo de alzar,
cuando al infierno bajar
ves mi esperanza del cielo?
  No era el daño el cautiverio,
no fue la tormenta el daño,
no del cómitre el engaño,
ni dar en el reino hisperio,
  ni el traer al rey Rodrigo
aquesta infame mujer.
Sino al quererse poner
en brazos de su enemigo,
  que nunca el mar nos sufriera
y que de una en otra ola,
hasta la playa española,
fluctuando nos trujera,
  que tras la fiera tormenta
de aquel deshecho huracán,
por trazar fiestas a Juan
nos pagara en tanta afrenta
  que viviéramos cautivos
o que en la desierta arena
os matara propia pena,
menor mal que quedar vivos
  no era tanto de estimar
cómo ver que esta mujer,
tras querer cristiana ser
se quiera también casar,
  ¡ay, Célimo, daré voces!
¡Oh, cruel Zara!

CÉLIMO:

¡Detente!

ABÉN BÚCAR:

Ignoras el accidente
deste mal que no conoces,
  quien no sabe qué es amor,
y aunque lo sepa no sabe,
que hay en el dolor tan grave
que excede el mayor dolor,
  esto no es celo ni olvido,
esto es ausencia, no,
que ya entrambos males yo
quedé con alma y sentido,
  esto es, Célimo, perder
sin prevención, sin aviso
una mujer de improviso
y verla de otro mujer.

CÉLIMO:

  Si Zara no te quería,
¿qué te importa que se case
si el hado quiere que pase
de África a España este día
solo a ser su reina?

ABÉN BÚCAR:

  ¡Ah, cielos!,
tanto más, porque el amor
es con la envidia mayor
y se aumenta con los celos;
  iré a su iglesia, entraré
a matarle.

CÉLIMO:

¡Tente, loco!,
y no tengas en tan poco
los misterios de su fe,
  que Dios te castigará
si en la iglesia de cristianos
entras ni pones las manos.
A la iglesia parten ya.

ABÉN BÚCAR:

  ¿Es posible que mis ojos,
podrán sufrir tanto mal?
Mejor es que este puñal
ponga fin a mis enojos.
  Ea, furioso dolor,
sacadme todo de mí,
que el amor que vive en sí
no puede llamarse amor.
  Muera el cristiano Rodrigo.

CÉLIMO:

Detén la furiosa mano
que si tocas al cristiano
te dará el cielo castigo,
  demás que no has de poder
esa furia ejecutar,
que no te darán lugar
para más de acometer,
  pues no pienses que el cristiano
ha de ser otro por seña,
ni esa tu mano tan buena,
como fue la del romano,
  no debe un hombre intentar
con lo que no ha de salir.

ABÉN BÚCAR:

No basta intentar morir
el que no puede matar.

CÉLIMO:

  Pues para morir no intentes
mayor fuerza que el dolor
pues se ha de matar tu amor
si crecen los accidentes;
déjate así.

ABÉN BÚCAR:

  ¿Cómo puedo
si a tantas desdichas bajo?,
¡oh, famoso y claro Tajo
en quien se mira Toledo!
  Plega al cielo que te veas
de goda sangre corriendo
más turbulento y horrendo
que van las aguas Leteas
  Y plegue Alá que estas torres,
que desesperado dejo
quiebren cayendo del espejo
en que se ven cuando corren.
  Y nuestras lunas volando
lleguen de tropel furioso
hasta el castillo famoso
que llamáis de San Servando.
  Véase Zara en él
abatida, esclava y pobre,
donde todo falte y sobre,
la cadena y el cordel.
  Y cuando de aquestas voces,
no quiera dolerse Alá,
gózale y gozado ya,
un año apenas le goces.
  ¡Ay, Célimo!, así descanso
aunque no lo haya de hacer,
déjame hablar hasta ver
si por ventura me canso,
  ¿pero qué gente es aquesta?

(El CONDE DON JULIÁN y FLORINDA , su hija, y LEOSINDO .)
LEOSINDO:

Seáis, Conde, bienvenido.

JULIÁN:

Huelgo en que haya sido
en tanto contento y fiesta,
¿qué moros son estos?

LEOSINDO:

  Son
de los que trujo la Infanta.

JULIÁN:

Buena fue la presa.

LEOSINDO:

Tanta
que es pequeño el galardón,
  pero un título le ha dado
el rey a Armildo, con renta,
y entre los Grandes le asienta.

JULIÁN:

Armildo es un gran soldado.

LEOSINDO:

  Pues, Abén Búcar, ¿queréis
ver las fiestas o partiros?
Ya entiendo de esos suspiros
que callando respondéis.
  Conde, Armildo viene aquí;
dadme licencia y lugar,
para aqueste moro hablar
que está encomendado a mí.

JULIÁN:

Id en buen hora.

LEOSINDO:

  Perdido
tiene el amor de Zara.

ABÉN BÚCAR:

Tan perdido que trocará
con un mármol mi sentido.
  Quisiera no ver ni oír,
no sentir, en fin, no ser.

LEOSINDO:

Ya es Zara del rey mujer.

ABÉN BÚCAR:

Paciencia gozo y morir.

(Entre ARMILDO , y váyanse ABÉN BÚCAR , CÉLIMO y LEOSINDO .)
ARMILDO:

  Ya, buen conde don Julián,
el rey sabe tu venida,
y a su casa te convida,
donde él y sus deudos van,
  acompañando a su esposa
recién cristiana y casada,
y vos seáis bien llegada,
Florinda noble y hermosa.

JULIÁN:

  Armildo de la merced,
que el rey agora os ha hecho,
estoy yo muy satisfecho
y de mi opinión creed
  que es poco lo que os ha dado
para vuestro gran valor.

FLORINDA:

Ya que el Conde, mi señor,
su regocijo ha mostrado,
  Armildo, de vuestro bien,
yo como su hechura digo
que su parabién prosigo
y que os doy el parabién.
  Mas pues habéis asistido
al bautismo y desposorio,
siéndoos tan claro y notorio,
que nos lo contéis os pido.

ARMILDO:

  La nobleza de la Corte
en caballos andaluces
con mil vistosas libreas,
lanzas, pajizas y azules
salieron delante haciendo
un largo escuadrón ilustre,
que no es posible que en Persia
más riqueza el Soldán junte.
Detrás, los hombres de guerra,
con más armas que en el ayunque
de Vulcano fabricaron,
los que su acero sacuden.
Luego la guarda de España
con yerros de Orán y Túnez
en quien dando el claro sol
la librea blanca y verde
de los godos tanto sube
que un verde espino parece
cuando flor blanca produce.
Luego las doce estranjeras
de Zelanda y Brandemburg,
por dos hileras distintas
un ancho campo descubren,
a quien seguían las fuentes
que las dos Indias no encubren
tantas piedras como llevan
aunque sus entrañas busquen.

ARMILDO:

Después de insignias y mazas,
chirimías, sacabuches,
atabales y trompetas,
más que a otras fiestas acuden.
La hermosa Zara de Argel,
hija del rey Ben Adulfe,
vestida al traje español,
de flores la tierra cubre.
Acompáñala Rodrigo
y algunos moros que truje
que se bautizan con ella,
todos Zaides y Gazules.
Luego de cuchillas forma
la guarda una excelsa cumbre
con mil listones de nácar
de aquel fresno blanco pulen.
Llegan a la santa iglesia
donde ya el pueblo concurre
a ver a Urbán su Arzobispo
con mil clérigos y cruces.
Meten a Zara en la iglesia
y a un alto teatro suben
a donde la pila estaba;
si me admiro no me culpes
que cuando de un blanco velo
dicen que un hombre desnuden
no hay ojos que no se espanten
ni pechos que no se turben.

ARMILDO:

Recibió el agua de aquella
paloma que entre las nubes
vio el Bautista en el Jordán
entre mil cánticos dulces,
y vuelta a vestir Rodrigo
a Urbán pide que le añude
en el lazo más estrecho,
que un alma entre dos infunde.
Toma sus reales manos
y apenas que les pregunte
aguardan cuando responden
lo que ya por fuerza cumplen.
Desto el amor de Rodrigo
y su buen celo se arguye
y más en las ricas fiestas
con que el palacio se hunde.
Y no hay porqué siendo mora
sus vasallos se disgusten,
que antes le ha acertado el rey
para que su Imperio dure.
María tomó por nombre,
que este nombre gracia influye
por la que nació en su nombre,
aunque esta nació en otubre.
Vuelve, Conde, hacia palacio,
que no habrá quien te disculpe
si no le besas la mano
por más que lo dificultes.

JULIÁN:

  Digo, Armildo generoso,
que ir a besarla me agrada
a la nueva bautizada
y al nuevo amante su esposo,
  y en muestras de mi placer,
que no hay más parias que rinda,
hoy, para dama, a Florinda
quieroa la Reina ofrecer;
  con ella podrá vivir
que pues ya el rey es casado,
mi honor me tendrá guardado
mientras le voy a servir.

ARMILDO:

  Aciertas notablemente,
Conde, pues con eso alcanza
tu amor del rey la privanza.

JULIÁN:

Yo soy al rey obediente,
  de lo que quisiere, gusto.
hija, a servir a la Reina
que, como ya sabes, reina,
fuera de ser fuerza, es justo.
  Aquí te puedes quedar
y mientras vivo en frontera.

FLORINDA:

Señor, de cualquier manera
os debo servir y amar.

JULIÁN:

  Mal puedo yo entre los moros
guardarte, que a una mujer
más guarda se debe hacer
que a millares de tesoros.
  ¿Quién mejor podrá en mi ausencia
guardar mi honra que el rey?

FLORINDA:

Vuestra voluntad es ley
y el silencio mi obediencia.

(Vanse. Entren rey de Argel, BEN ADULFE y ELVERIO , esclavo, y un esclavo cristiano y ABRAIDO , moro.)
BEN ADULFE:

  Si en tanta desventura
no queréis que me quite,
moros, reventaré por no quejarme.
Zara en el mar perdida,
Zara cautiva en Denia,
torna a decir, cristiano, lo que pasa.

ELVERIO:

Digo, rey generoso,
que en Denia era soldado
del general Armildo
cuando la galeota
dio al través en la playa en una cala,
y que dél fue cautiva.

BEN ADULFE:

¿Que aquesto escucho siendo padre y viva?
  ¿Qué furias me engendraron,
qué tigre, y a sus pechos
me dio el sustento en tiernos años?
¿Cómo dura mi vida
oyendo tales nuevas?

ABRAIDO:

Que durees bien para tomar venganza
del mar y de la tierra,
que entrambos son culpados.
Haz, señor, que se apresten
tus ociosos navíos,
tus fuertes galeotas, y corriendo
de España las riberas,
metan hasta Valencia tus banderas.

BEN ADULFE:

¡Oh, Abraido valeroso!,
en ti, preso Abén Búcar,
se funda mi esperanza;
no queda de mi sangre otra reliquia;
ya cual Fénix concluyo,
resucítame tú, que Argel es tuyo.

(Salen CÉLIMO y ABÉN BÚCAR .)
ABÉN BÚCAR:

  Desde Toledo a Valencia
y desde Valencia aquí,
no sé si el viento por mí
ha llegado a tu presencia;
  en fin, dejándole atrás
cual ves, estoy a tus pies.

ABRAIDO:

Señor, Abén Búcar es,
¿qué es lo que mirando estás?

BEN ADULFE:

  Miro si contigo viene,
sobrino, aquella mitad
de esta alma.

ABÉN BÚCAR:

Gran verdad
amor en sus cosas tiene,
  de ser fuego le ha nacido
este brío y ligereza,
a cubrir de luto empieza,
rey de Argel, alma y vestido,
  que desde Denia a Toledo,
un capitán español
llevó tu hija y mi sol.

BEN ADULFE:

¡Tal oigo y con vida quedo!

ABÉN BÚCAR:

  Pues mientras más escuchares
irán creciendo por puntos.

BEN ADULFE:

Dilos, Abén Búcar, juntos;
si han de matarme, no pares.

ABÉN BÚCAR:

  Zara se ha vuelto cristiana
y es de Rodrigo mujer.

BEN ADULFE:

¿Qué Rodrigo?

ABÉN BÚCAR:

El que ha de ser
la pestilencia africana.

BEN ADULFE:

El Rey de España.

ABÉN BÚCAR:

  Ese mismo.

BEN ADULFE:

¡Oh, nunca nacido hubiera
o en naciendo decendiera
desde la tierra al abismo!
  Cristiana y mujer de aquel
que es nuestro enojo y castigo.
Maldiga el cielo a Rodrigo
y a quien se junta con él.

ABRAIDO:

  Señor, llegado a este caso,
le descubro la intención.
Yo tuve a Zara afición,
y aún hoy por Zara me abraso.
  Dame tu gente, que quiero
correr las costas de España
por cuanto su margen baña
el mar, a tus quejas fiero,
  que tocando aquí y allí,
haré presas hazañosas,
aunque todas estas cosas
no han de remediarme a mí.

ABÉN BÚCAR:

  Lo que Abraido te ha ofrecido,
quiero también ofrecerte,
que Argel sabe de qué suerte
por Zara estuve perdido.
  Entraré por el mar libre
hasta sus calas angostas
por cuanto lava en sus costas
desde Alicante a Colibre,
  y si por dicha te atreves
a meter gente en España
verás una loca hazaña
y cumplirás lo que debes.

BEN ADULFE:

  Por Alá que esta corona
he de ver hecha pedazos,
o han de poner estos brazos
mis lunas en Barcelona,
  que aunque en Toledo metido,
al rey no puedo ofender,
por lo menos dé a entender
que siento el verme ofendido.

(Váyanse. Entre el CONDE DON JULIÁN , FLORINDA y RODRIGO .)
JULIÁN:

  Con esto, señor, no tengo
otra cosa que pediros,
que sola desta os prevengo.

RODRIGO:

Bien podéis, Conde, partiros,
pues acompañaros vengo.

JULIÁN:

  No pasará vuestra alteza
desta sala.

RODRIGO:

¿Cómo no?
Cubrid, Julián, la cabeza,
tan bueno sois como yo.

JULIÁN:

¡Qué virtud, qué gentileza!

RODRIGO:

  Deudos somos y entre todos
sola una sangre ha de haber
y un amor de varios modos.

JULIÁN:

Vos me confirmáis el ser
que me dejaron los godos,
  guarde esos años el cielo,
Cava Florinda, a Dios queda,
que llevo grande consuelo
en ver que Rodrigo hereda
las virtudes de su abuelo.

FLORINDA:

  Así se conoce en él
aquel divino valor
que en España cuentan dél.
Guárdeos el cielo, señor,
y vuelva con bien de Argel.

JULIÁN:

  Dadme esos pies diez mil veces.

RODRIGO:

Conde, mis brazos os doy,
adiós, adiós. Ya pareces
sombra, que aunque más me voy
más junto a mí te apareces.

JULIÁN:

  Hija, el servicio te encargo
de la reina, mi señora.

FLORINDA:

Dejadme, señor, el cargo.

RODRIGO:

Bueno, a hablarla vuelve ahora,
¡oh, qué embajador tan largo!

JULIÁN:

  Quitándome está la vida,
no sé cómo me despida,
que el alma me está diciendo
que hay grande mal en partiendo.
Señor.

RODRIGO:

Terrible partida,
  ¿queréis algo, Julián?

JULIÁN:

Si acaso allá no me dan
audiencia y fe conviniente,
¿qué haré del rico presente?

RODRIGO:

Andad, buen Conde, sí harán,
  que el rey de Argel tendrá gusto
de saber que soy su yerno.

JULIÁN:

Dios os haga un rey muy justo.

RODRIGO:

¿Puede haber en el infierno
pena de mayor disgusto?
  Ya se fue, ya se partió,
apenas me atrevo a ver
la que por verme mató,
que temo que ha de volver.
¿Qué es esto? ¡Cielos! ¿Soy yo,
  era yo aquel que adoraba
en Zara desde aquel día
que tiernamente llamaba
la mi querida María?
¿Tanto amor tan presto acaba?
  Mas que mucho que se acabe
la Cava, si acabar sabe
las vidas. ¡Oh, Cava fuerte,
que de mi vida y mi muerte,
eres fortaleza y llave!
  A hablarla voy, tiemblo, dudo.
¿Qué es esto?, ¿de qué estoy mudo
si no es de tanta mudanza?
Ánimo, dulce esperanza,
creed vos lo que amor pudo.
  ¡Qué cobarde estoy después
que la vi! Sin duda tiene
toda mi fuerza a sus pies.
Dicen que amor fuego es,
¿cómo tan helado viene?
  Suele del rey la presencia
turbar al que viene a hablarle.
¡Oh, qué estraña diferencia!
¡Que dé una mujer audiencia,
y un rey de turbado calle!
  Mas ya entiendo lo que fue,
que como todo me di
y a su pecho me entregué
estoyme mirando a mí
adonde verla pensé.

FLORINDA:

  Válame Dios, ¿qué tendrá
el rey que temblando está?
Maldito mi talle sea
si por dicha me desea.

RODRIGO:

Qué estraña pasión me da.
  Llega, Cava, por tu vida,
quita esta trenza a este cuello.

FLORINDA:

¡Jesús!, señor, está asida
de fuerte.

(Cógela, en llegando.)
RODRIGO:

Mas de un cabello
esta alma, dulce homicida.

FLORINDA:

Suelta, señor.

RODRIGO:

  Pues desata
la trenza, y no te me enojes.

FLORINDA:

Temor las manos me ata,
no acierto.

RODRIGO:

¿De qué te encoges,
matas y huyes, ingrata?

FLORINDA:

  ¿Cómo, señor, yo te he muerto?
Suelta, que la Reina viene.

(Suéltala.)
RODRIGO:

Que me verá muerto es cierto,
no viene, por Dios.

FLORINDA:

No tiene
culpa el rey.

RODRIGO:

Llega.

FLORINDA:

No acierto.
  ¡Ah, padre! Tu confianza
en este punto me ha puesto.

RODRIGO:

Burlaste al fin mi esperanza,
ánimo, pecho, ¿qué es esto?,
quien no pretende no alcanza.
  Florinda, no es este gusto
fuerza de mi inclinación
ni querer lo que no es justo,
por ser rey, sino pasión,
gusta de un amor injusto,
  alabado del César
te vi, comenceme arder,
resistime de mirar,
cuanto menos que se ven,
tanto más vine a pensar,
  pensé, pené, resistí,
rendime y a ver volví,
volviendo a ver ardí más
que aunque como yelo estás
eres fuego para mí,
  mire al fin tanto que estoy
abrasado de un deseo,
Florinda casado estoy,
pero soy Rey y desseo,
esto busco y esto doy.
  España es mía y será
harto más suya que mía,
que ni el oro nacerá
en la India ni el mar cría
perla que a tus pies no está,
  piensa que a ti te ha de dar,
su mina el oro, el diamante
su luz, sus perlas el mar,
que quien tiene un rey amante
diamantes puede pisar,
  lugar habrá de gozarte,
y tú me podrás servir,
haré yo licencia darte
para venirme a vestir,
darásmela si he de hablarte;
  con esta ocasión eché
a tu padre de Toledo.
¿Qué me respondes?

FLORINDA:

Que esté
Vuestra alteza, agora quedo
aunque mi padre se fue.

RODRIGO:

Dame esa mano.

FLORINDA:

  Señor,
la fuerza de un grande amor
consiste en obedecer
un rey a una vil mujer.

RODRIGO:

¿Qué quieres?

FLORINDA:

Hazme un favor.

RODRIGO:

  Tu serás obedecida,
a fe de godo cristiano.

FLORINDA:

¿Cierto?

RODRIGO:

Y deste rey servida.

FLORINDA:

Pues no me pidas la mano,
señor, en toda tu vida.

RODRIGO:

  Digo que lo prometí.

FLORINDA:

Pues que tan bien obedeces,
déjame ir.

RODRIGO:

Sea ansí.

FLORINDA:

Adiós.

RODRIGO:

Vuelve, que enfiereces,
desdén, como amor en mí.

FLORINDA:

  ¿Pues cómo quieres que digan
que quiebras el juramento
con que los reyes se obligan?

RODRIGO:

Palabras de cumplimiento,
hermosa Cava, no obligan,
  cüanto más, que no jure.

FLORINDA:

De un rey la palabra es obra
por de burlas que la dé.

RODRIGO:

Pues si mi palabra es obra,
¿cómo es palabra mi fe?

FLORINDA:

  Muy pesado estás, Rodrigo,
voyme huyendo.

RODRIGO:

Yo te sigo
y con razón voy tras ti
porque me llevas a mí,
que sin ti no estoy conmigo.