El pesimista corregido: 15

Gradualmente más sorprendido y desilusionado, continuó el clarividente observador su comenzado paseo. Ofuscado y azorado a causa del polvo que los carruajes y tranvías levantaban, y protegiendo la boca con el pañuelo antiséptico, llegó a la Puerta del Sol, respiradero de todos los vahos humanos y cloaca máxima de los detritus aéreos de la villa y corte. Había franqueado apenas la calle de Carretas y cruzado trabajosamente el torbellino de insanas emanaciones desprendidas de la pobre y desaseada carne embutida en el tranvía de los Cuatro Caminos, cuando sintió súbitamente en el rostro la impresión de un surtidor de partículas mojadas. Era que un tísico plantado en la acera de Gobernación había tosido y expectorado cerca de nuestro curioso explorador.

¡Qué horror! Al recibir la inopinada rociada y contemplar después sobre el pañuelo la infinidad de corpúsculos flotantes en las repugnantes salpicaduras, experimentó pavor en el alma y asco en el estómago, Gracias a su exquisita sensibilidad retiniana, que le permitía discriminar partículas diáfanas, solamente perceptibles para el micrógrafo en preparaciones coloreadas, reconoció, no sin alguna dificultad, en el esputo discos anaranjados (glóbulos rojos); esferas transparentes gelatiniformes que se estremecían al contacto del aire (leucocitos); películas diáfanas, esto es, células epiteliales de la boca y fauces; fibras elásticas semejantes a látigos chasqueantes; corpúsculos vibrátiles de la tráquea, cuyos bilianos y aterciopelados apéndices vibraban acompasadamente cual espigas en campo de trigo; numerosos microbios que retorcían sus flagelos al luchar con la desecación, y, en fin, la terrible bacteria de la tuberculosis cabalgando amenazadora en viscosos y transparentes glóbulos de pus.

¡Y la gente respiraba tranquila aquella niebla en que latía la muerte! ¡Y los gérmenes del pus, de la pulmonía y de la gripe saltaban de boca en boca sin que las candorosas víctimas hicieran la menor demostración de defensa ni se percataran de los terribles huéspedes a quienes habían dado confortable asilo en sus entrañas!

Con ser tan triste y lamentable la escena, había en ella algo que, encadenando vigorosamente la atención de nuestro héroe, le obligó a inmovilizarse en su observatorio; refiérome a la condición campechana y esencialmente igualitaria del microbio. Para las bacterias patógenas, hombres y animales, ricos y pobres representan meros terrenos de cultivo y albergues por igual provechosos y codiciables.

Era de ver con qué inconsciencia respiraba cierta dama linajuda el bacilo gripal recién expulsado del pecho de golfa descocada y harapienta. Descendiendo de lujoso coche y en el momento de penetrar en el Ministerio de la Gobernación, vióse a un arrogante y soberbio ex ministro aspirar con fruición el bacilo de la tuberculosis, momentos antes aventado por el ulcerado pulmón de furibundo anarquista. A guisa de serpentinas en Carnaval, fueron cortésmente cambiados varios micrococos del pus entre ciertos timadores y algunos inspectores de Policía. Lástima daba sorprender cómo hallaba lecho seguro y abrigado en la espléndida cabellera de almibarada y relamida señorita el repugnante germen de la tiña (Achorion, Schoenleinii) desprendido del sucio pelamen de un pordiosero. En fin, al besarse, dos señoritas amigas se inocularon recíprocamente los microbios de la erisipela y del escorbuto.