Acto tercero editar

(Cuerpo de la casa que da a un jardincito, con galería, con cristales y cubiertos por una enredadera de jazmines nevada de flores. Vegetación de primavera. Sillas rústicas y un sillón amplio con un coussin de hacer encajes a su lado).

Escena I editar

TITI, SILVIA y ERNESTO.


Ernesto. -¡Oh, Titi! ¡No creo que seas tú la más autorizada para quejarte de la vida!

Titi. -¡Déjame! ¿No he de serlo? Sin fortuna, condenada a vivir de los parientes acomodados como ustedes; condenada a tía que es lo peor.

Silvia. -(Riendo.) Me imagino el suplicio. ¿Pero no me has dicho que quedaste soltera por tu voluntad?

Titi. -No tanto, hijita. Es cierto que por casarme pude haberme casado. Pero no es esa la cuestión. Después, ¿te imaginás, Ernesto, algo más triste que este oficio de enfermera?

Ernesto. -Según como se tome.

Titi. -¡Es horrible, hijita, eso de estar presenciando eternamente el espectáculo del dolor y la miseria humana!

Ernesto. -Pues yo sé de un enfermero de hospital que se sacó una lotería, y a los quince días volvió a pedir el cargo, porque no podía vivir sin ese espectáculo que dices.

Silvia. -Después en tu caso...

Titi. -Es cierto que no lo hago más que con los parientes y relaciones íntimas. Que soy una aficionada.

Silvia. -¡Qué toca de oído!... Quería decirte que a ti no te faltan compensaciones. Eres un paño de lágrimas de los dolores físicos y de las penas morales...

Titi. -¿Qué significa eso?

Silvia. -Siempre es una satisfacción estar al cabo de los secretos ajenos. Tiene uno en qué entretenerse, asuntos para conversar.

Titi. -Ya sé por dónde vienes, ¡Te conozco, bichito!... Pero puedes estar tranquila. Lo que es de aquí. (Señalándose la boca.) Ni esto. Tengo mucho respeto por mi familia ¿lo sabes? para que pueda cometer una indiscreción.

Silvia. -No quise decirte tal cosa.

Titi. -¡Sí! ¡Sí! ¡Comprendido! Pierde cuidado. Por otra parte, hijita, has de saber que no se puede tapar el cielo con un harnero, y que hay cosas que parecen muy ocultas y muy misteriosas y sin embargo son más conocidas que la casa de Mitre.

Silvia. -No te enfades.

Titi. -Me ofendes y quieres que calle ¿No? ¡Oh! Crees que me ha cogido de nuevas el asunto de ustedes? ¿Que he sorprendido algún secreto? ¡Nada de eso para que lo sepas! Bastante he tenido que violentarme para defender el honor de la familia. ¿Por qué no voy más a lo de Arce, vamos a ver?... ¿Por qué me he disgustado con Angelita Peña, después de una amistad de tantos años? Porque no podía permitir que hablaran de ustedes como hablan. Y esto no es intrigar a nadie, sino decir la pura verdad. Y cuando la muerte de tu padre: ¿Quién si no yo las defendía de aquel mundo de intrigas y habladurías que se levantaron? Lo que has hecho conmigo, es una ingratitud, ¿me oyes? una gran ingratitud.

Ernesto. -¡Está bien, Titi. No te enojes, Silvia no ha querido ofenderte!

Titi. -Porque a uno le gusta conversar un poco y entretenerse, porque sea de carácter francote, nadie tiene derecho a suponerla una chismosa. Y aunque lo fuera, sabes, aunque lo fuera, la culpa sería en todo caso de quienes me enteran de secretos, y cosas que deben ignorarse, que también... y últimamente, si están fastidiados de mí, no necesitan andar con tanto rodeo para hacérmelo saber, con decirme: ¡Titi, marchate! Queda todo arreglado. Tengo todavía bastante recursos para campaneármelas por mi cuenta.

Silvia. -¡Ya basta! (Fastidiada.)

Titi. -No me provoques. (Se va resongando por la galería.)

Ernesto. -¿Por qué has hecho eso, Silvia?

Silvia. -Es que me tiene harta esa bruja. No ve el momento en que mamá esté mejor, para largarse por ahí, de relación en relación a compadecernos (remedando.) ¡Ay! Han visto la enfermedad de Rosario y la desventura de mis pobres sobrinos. ¡Qué cosa! ¡Qué barbaridad! ¡Qué drama! Y a los que lo saben por eso mismo, y a los demás porque no lo saben, no queda en una semana persona por enterarse de nuestras cosas. No sé por qué arte, esta maldita arpía ha caído en casa en el momento justo de poder descubrirlo todo.

Ernesto. -¡Oh! ¡No hará más daño que el daño hecho por otros!

Silvia. -¿Te parece? A ti no. Eres hombre y puedes ponerte a mil leguas de aquí o defenderte. ¡Pero yo!... ¡Mi única salvación es el secreto y la reserva. Si las cosas hubieran seguido como antes!

Ernesto. -No hables así. Parece que no te dieras cuenta de nuestra situación. ¡No eres tan criatura ya!...

Silvia. -Porque tengo experiencia reflexiono así. Deberíamos seguir no sabiendo nada. No lo ignoraban antes y sin embargo continuaban dispensándonos su consideración. Lo que nos pierde es que se sepa que ya sabemos..

Ernesto. -¡Pobrecita! Te han hecho más daño que a mí. Te han estropeado la conciencia.

Silvia. -Tú no razonas de mejor manera.

Ernesto. -No; mi dolor es íntimo y superior a toda preocupación.

Silvia. -Se conoce. ¡Por eso te vas a Europa!...

Ernesto. -A olvidar. Allá nada podrá recordarme...

Silvia. -¿Y esa conciencia? Déjate de romanticismo y no te contradigas. Yo he puesto las cosas en su lugar. Lo que nos pierde es que se sepa que ya sabemos, repito. Oye: para decirte la verdad, en el fondo no he perdido las esperanzas de recuperar el pasado. (Se sienta al lado ERNESTO.)

Ernesto. -¿Cómo?

Silvia. -Habituándome a la idea de que nada ha sucedido.

Ernesto. -¿Por qué?

Silvia. -José Antonio tiene mucho ascendiente con mamá y el día menos pensado le contagia sus extravagancias igualitarias y se nos presenta con el fardo de su mujer y sus hijos. Entonces sí; que nos hundimos de veras.

Ernesto. -¡Oh! ¡No lo hará!...

Silvia. -¡Quién sabe!