El pasado: 12
Escena VII
editar- ROSARIO y ERNESTO.
Ernesto. -(Lo sigue con mirada, como hilvanando un razonamiento mental, y luego volviéndose bruscamente). Mamá, ¿qué ha venido a hacer ese señor?
Rosario. -(Rehaciéndose.) ¿Qué modales son esos, Ernesto?
Ernesto. -Mamá: aquí está la carta de Carmen. Aquí, ¿ves?; dice: graves moti -vos de fa -mi -lia nos se -pa -ran! ¿Cuáles son? El señor Arce, si ha venido a eso, debe haberlos explicado.
Rosario. -¿No te ha dicho que los ignora?
Ernesto. -No; no me lo ha dicho. Quiso salir del paso.
Rosario. -Entonces, no sé qué debo responderte.
Ernesto. -¡Mamá, mamá! ¡Tú lo sabes!... ¡Dime la verdad, dime la verdad!... Acaba con esta duda que me tortura. Mira que empiezo a sospechar cosas horribles, que pueden convertirse en certidumbre si persistes en el silencio.
Rosario. -Calla, Ernesto, calla.
Ernesto. -En certidumbre, en certidumbre... ¿me oyes? ¿Quién es el culpable? ¿Cuál es ese motivo infamante que me impide alzar bien alto mi nombre y mi frente? ¡Responde! Mi padre fue un santo, tú lo has dicho.
Rosario. -Calla, hijo. No insistas, no te excites, no te alteres así; yo te diré cuando te calmes... luego. Déjame. ¿No ves que me estoy muriendo? Luego lo sabrás todo. (Intenta alejarse, pero ERNESTO la detiene.)
Ernesto. -¡No! Ahora, ahora. ¡En el acto!... No podría soportar ni un momento más la duda. ¡Estallaría! ¡Habla ya! Dime la verdad.
Rosario. -¡Oh! No puedo, no puedo más de dolor... ¡Piedad para la pobre madre!... ¡Ay! (Se deja caer abrumada a lo largo del diván.)
Ernesto. -¿Tú? ¿Eh?... ¡Tú!... ¡El modelo de madre! ¡Ejemplo de pureza, de honestidad, de virtud!... Este era tu premio a mi veneración de toda la vida...
Rosario. -(Intenta dar voces, pero la emoción se lo impide.) ¡José Antonio!... ¡José Antonio!...
Ernesto. -Llámalo. ¡No te dirá menos que yo!... Llama a todos. ¡Que vengan a saber quién es su madre!... ¡Aguarda, los traeré!...
Rosario. -No. ¡A Silvia, no!...
Ernesto. -A todos. (Llamando.) ¡José Antonio! ¡Silvia!... (Volviéndose.) Y todavía será poco castigo para el que mereces. Tú mataste a mi pobre padre, ¿verdad? ¿Puedo llamarlo así? ¡Confiesa!... Di el nombre de tu amante. ¿Es Arce, verdad? Tengo derecho a saber quién puede ser el autor de mis días... (Estrangulándola.) ¡Responde, responde! (Alzando el puño.)
Rosario. -(En paroxismo.) ¡Oh, no!