El náufrago (Trigo): 09

El náufrago (Trigo)
de Felipe Trigo
Segunda parte
Capítulo III

Capítulo III

La primera entrevista y las explicaciones al día siguiente, pues antes no lo consintieron los médicos, fueron más que difíciles entre el conde y la condesa.

Lleno él de pena por ella, por la pena horrenda que habíala causado tanto tiempo, mientras él se divertía; y acosado, además, por aquellos justos celos y rabias de mujer... Javier, que á la vez iba comprobando la ineficacia de todo embrollo formulado á base de secretos de política, decidió al fin confesarse, humilde, arrepentido.

Todo lo contó. Que desde que el año pasado estuvo en París se trajo á la Gabby Derly de un teatro. Que la tuvo primero en Cádiz, en un hotel, de incógnito. Que la compró aquella finca y la hizo construir el monísimo chalet. Que no la quería ni podía quererla, teniendo una esposa tan preciosa y tan... (aquí un intento de beso, que la indignada rechazó de un bofetón). Que la tenía, en fin, por lujo, por lujo..., por hábito..., igual que se tienen los perros caros, los caballos...

Todo lo contó, con abundancia cordial, sincerísima, que al mismo tiempo inspiraba de verdad franca y hermosa sus propósitos, sus promesas, sus juramentos de retornarla á París y de no volver más á pensar en otra mujer que la suya... tan dulce y tan...

(Aquí otro intento de beso que la triste rechazó).

Lloraba...; pero lloraba de rabia hacia el traidor, hacia el inicuo farsante que hízola sufrir el horror de una semana, creyendo verle flotar acusador y muerto cabeza abajo por los mares, siendo así que anoche se le presentaba tan orondo, cargado de perdices y conejos que otros por su encargo cazarían, después de haberse dado un verde como para él sólo en los brazos de aquella pelandusca.

¡Oh, bah!... ¡el respetable muerto que á ella maldeciríala desde ultratumba por un simple resbalón mental de su virtud!

Y llorando, llorando, recogida testarudamente en su rabia de silencio..., la virtud suya, que por una nadería habíala hecho sufrir de tal manera; y que, por lo visto, jamás serviríala sino para escarnio y mofa de los demás, para que así á sus anchas naufragase su marido, para que Anita Mir y otras la llamasen lugareña..., estábala pareciendo, al fin, una cosa bien molesta y convencional que acaso debiera sujetar á condiciones.

-Oye, mira, Javier-le dijo severa, levantándose-; á amigas tuyas y mías, á las que vienen aquí con tu completo beneplácito, porque quizá á alguna le hayas comprado alguna vez un chalet, las he oído yo muchas veces:- «¡Si los maridos nos quieren honradas, que lo sean ellos..., y si no, que no se quejen!»

¡Caracoles!

El buen conde se quedó mirando cómo desaparecía altiva y digna su mujer.

-¡Caracoles! ¡Caracoles!- volvió á pensar ante aquella sentencia ó amenaza inesperada.

Y lo peor estaba en que no podía ser más odiosamente justa.

Sin embargo... amenaza condicional, de venganza, de desquite..., él podía seguir tranquilo, dada la inquebrantable é inmensa sinceridad de no disgustar más en la vida á su mujer.

-Basta de queridas. ¡Se lo he jurado por mi honor!

Hombre de honor, se metió desde aquel mismo punto en el despacho, escribió una breve carta para Gabby, la acompañó de recortes de periódicos, á guisa de explicación, y de un fuerte cheque del Banco, á guisa de persuasiva invitación á que dejase las tierras andaluzas...