Elenco
​El molino​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

(Salen Valerio y el Príncipe)
VALERIO:

Mejor viva Vuestra Alteza,
que en eso acertado ha.

PRÍNCIPE:

Valerio, déjame ya,
no me quiebras la cabeza.
¡Vive el cielo, que es el Conde
preferido a mi valor!

VALERIO:

Yo sé de Celia, señor,
que a tu valor corresponde.
Engañado te han los celos
que de Próspero fabricas.

PRÍNCIPE:

¡Tarde medicina aplicas
a quien te han muerto los cielos!
No hay remedio que me cuadre.

VALERIO:

Perdido estás, de esa suerte.
Oye.

PRÍNCIPE:

¡Darele la muerte,
por vida del Rey, mi padre!

VALERIO:

Si con el conde Próspero fuera
el que la Duquesa amara,
¿a qué efecto te engañara,
ni tanto favor te hiciera?
Que ella está en su libertad
para amar y aborrecer.

PRÍNCIPE:

¿En condición de mujer
afirmas la voluntad?
Muéstrame, porque la quiero,
buen rostro y agradecido;
mas es el Conde querido
con este amor verdadero.
Es discreta, y agradece
de un príncipe el mucho amor,
estimando mi valor,
si alguna vez se le ofrece;
pero dale el alma grata
al traidor Conde en secreto,
que el halcón, en efecto,
que nuestra garza nos mata.
Días ha que lo pensé:
mas no lo creí del todo,
por no agraviar de algún modo
mi calidad y su fe.
Mas ya que la vi rendida
dalle a ella propia un papel,
que a su fe la llamó fiel
y a mi calidad fingida,
yo creo lo que temí
y creo lo que ha de ser.

VALERIO:

¿Y qué pretendes hacer?

PRÍNCIPE:

Hablarle, Valerio, aquí.

VALERIO:

¿Hasle enviado a llamar?

PRÍNCIPE:

No tardará de venir.

VALERIO:

¿Y qué le piensas decir?

PRÍNCIPE:

Lo que pudiere escuchar
y lo que mi celo pida.

VALERIO:

¿Y será, en resolución...?

PRÍNCIPE:

Que deje la pretensión
o le quitaré la vida.

VALERIO:

¡Riguroso mal!

PRÍNCIPE:

¡Terrible!
Celia me tiene intratable.

VALERIO:

Enfermo estás.

PRÍNCIPE:

Incurable.

VALERIO:

¡Fiero dolor!

PRÍNCIPE:

Insufrible.

VALERIO:

Mucho pierdes de tu punto
en pedir al Conde celos.

PRÍNCIPE:

Yo los tuve; pedirelos
al Conde y al mundo junto.

VALERIO:

Yo le hablaré.
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No quiero.

VALERIO:

¿Por qué?

PRÍNCIPE:

Porque me es forzoso:
que mal se cura un celoso
con remedios de tercero.
Quiero que esta enfermedad
ella se busque el remedio.

VALERIO:

Por más que me ponga en medio,
crece tu enojo.

PRÍNCIPE:

Es verdad.

(Sale el conde Próspero con dos criados.)

CONDE:

Mirad que estéis avisados
y no os apartéis de mí.

CRIADO 1.º:

¿Cuándo en el servirte a ti
hemos sido descuidados?

CONDE:

Si acaso estoy en aprieto,
haced como hidalgos.

CRIADO 2.º:

Llega,
que si en tu ofensa se ciega,
no ha de haber ley ni respeto.

CONDE:

De un paje he sido avisado
que aquí te viniese a hablar.

PRÍNCIPE:

Y en este mismo lugar,
Conde, te espero enojado.

CONDE:

¿Con quién, Príncipe?

PRÍNCIPE:

Contigo;
porque ha días que te hallo
muy traidor para vasallo,
y fingido para amigo.

CONDE:

Mal informado te tiene
quien te ha dicho mal de mí;
y eso no nace de ti,
mas del que a tu lado viene.
Y, ¡vive el cielo!...

VALERIO:

Ya, Conde,
mal me pagas, de esa suerte,
disculparte y defenderte.

CONDE:

¿Defenderme? ¿Cuándo, a dónde?

PRÍNCIPE:

¡Basta, no más!

CONDE:

Si el lugar
donde ahora me has traído
es donde yo te he ofendido,
él me puede disculpar.
Digan estas altas rejas,
estas piedras y paredes,
si por sus quiebras o redes
entraron jamás mis quejas.
Diga Celia si en mi vida
puse en ella el pensamiento,
y el mismo viento, si el viento
vio mi esperanza perdida;
diga un hombre si jamás
hablar me ha visto con ella.

PRÍNCIPE:

Pues no lo negara ella,
si fuera el tormento más;
que quien ya se ha confesado
por escrito y por papel,
más se precia de fiel
que quien su fe le ha negado.
Próspero, yo estoy celoso,
con razón o sin razón;
tú tienes obligación
de procurar mi reposo.
Pierda yo aquesta sospecha,
o tú perderás la vida.

CONDE:

Esa será bien perdida,
si a tu servicio aprovecha.
¿Mándasme que desde aquí
no la hable ni la vea?

PRÍNCIPE:

Más firme quiero sea
asegurarme de ti.

CONDE:

Pues dime tu voluntad.

PRÍNCIPE:

Conviene a mi desengaño,
Conde, que por todo un año
te ausentes de la ciudad.
Vete a tu tierra en buena hora,
que estás pobre, y será bien
que dejes la corte a quien
comienza a gastar ahora.
Ya has mostrado bien quién eres;
a mi padre has obligado
con hombres acreditado,
adorado de mujeres.
Descansa un año siquiera;
cuelga la espada dorada,
hacé un arrimo o cayada
de alguna caña ligera;
y con esto, si aprovecha
el ponerlo yo a mi cuenta,
crecerá tu estado y renta
y menguará mi sospecha.

CONDE:

Si atento solo a mi bien
ese consejo me dieras,
ya pudiera ser que fueras
obedecido también;
mas, como el tiempo procuras
para quererme hacer daño,
he conocido el engaño
con que matas y aseguras.
Príncipe, con justa ley
tienes poder para honrarme;
mas no para desterrarme,
que aún ahora no eres rey.
Conténtate que no vea
ni hable a Celia jamás.

PRÍNCIPE:

Loco y atrevido estás,
y es fuerza que yo lo sea.
¿No bastaba ser mi gusto,
sin que haya ley que lo impida,
y el no quitarte la vida
por el pasado disgusto,
infame, vil, mal nacido,
traidor, cobarde sin ley?

CONDE:

A no ser hijo de un rey,
yo te hubiera respondido.
Mas tu afrenta no es afrenta,
porque es la misma justicia,
aunque tu mucha malicia
tirano te representa;
que, si tú fueras mi igual,
cuerpo a cuerpo, yo te hiciera...

PRÍNCIPE:

¿Qué hicieras?

CONDE:

Lo que pudiera.

PRÍNCIPE:

¿Qué pudieras?

CONDE:

Mucho mal.

PRÍNCIPE:

Y si yo fuera tu igual,
como yo no fuera hombre...

CONDE:

Muchos tienen ese nombre,
y son mujeres.

PRÍNCIPE:

¿Hay tal?
Ya estoy por bajarme a ser
quien eres, y ser tu igual,
no más que por ver el mal
que tú me puedes hacer.

CONDE:

Prueba.

PRÍNCIPE:

Digo que ya soy
tu igual y que no soy rey,
y que sujeto a la ley
como los demás estás estoy.
Mira ahora lo que quieres;
respóndeme, mal y bien.

CONDE:

¿Ya no eres rey?

PRÍNCIPE:

No.

CONDE:

Pues ¿quién?

PRÍNCIPE:

Un hombre como tú eres.

CONDE:

¿Y dices que soy villano,
infame, vil y traidor?

PRÍNCIPE:

Y que lo diré mejor
con esta espada en la mano.

CONDE:

Pues en cuanto dices, mientes;
y recibe aqueste guante.

PRÍNCIPE:

¿Habrá maldad semejante?

CRIADO 2.º:

¡Muera, aparta!

CRIADO 1.º:

¡No lo intentes!

PRÍNCIPE:

¿Con las espadas desnudas
estáis delante de mí?

CRIADO 2.º:

Verás, si pasas de aquí,
que tienen puntas agudas.

PRÍNCIPE:

¿Cómo, al Príncipe?

CRIADO 1.º:

Eso, no;
que tú propio has confesado
que eres nuestro igual.

VALERIO:

Tú has dado
la ocasión.

PRÍNCIPE:

[Vase el Conde y sus criados.]
Páguelo yo.
Envaina, Valerio amigo,
que algún día aquesta espada,
y aun luego, verás manchada
de sangre de mi enemigo.
¡Ah, traidor Conde, villano!
¡Ah, mal Conde!...

VALERIO:

Aquesta afrenta
está, señor, a tu cuenta.
¡Muera el Conde!

PRÍNCIPE:

¡Ah, falsa mano!
¡Vive Dios, que en este muro
estoy por quebrar la espada!

(Salen Celia, duquesa, y Teodora, su dama.)

DUQUESA:

Bajo, Teodora, turbada,
que el sol me parece oscuro.

VALERIO:

La Duquesa te ha sentido,
pues que sale de la huerta.

PRÍNCIPE:

Como el que sueña y despierta
tengo, Valerio, el sentido.

DUQUESA:

Príncipe, ¿qué espada es esta,
qué rigor, qué cuchilladas?
No están a verlas mostradas
paredes de dama honesta.
No es que aqueste buen indicio,
si esperaban mis paredes,
con vuestras muchas mercedes,
ser un eterno edificio.
¿Las piedras acuchilláis?

PRÍNCIPE:

No es muero que sufre yedras,
y así, acuchillo las piedras
por ver si en ellas estáis;
que a mi grave pesadumbre
sois de pedernal tan fiero,
que aun es menester acero
para haceros saltar lumbre.
A Valerio le decía,
cuando en estas piedras daba,
que a más difícil entraba
amor donde amor no había;
y como el amor me fuerza,
ensayo mi libertad
a que, en vez de voluntad,
me aproveche de la fuerza.

DUQUESA:

Según eso, no es amor
el que decís que tenéis.

PRÍNCIPE:

Pues ¿cómo le llamaréis?

DUQUESA:

Tema, locura, furor.

PRÍNCIPE:

Bien al fuego que me quema
se pueden dar tales nombres.

DUQUESA:

Bien digo yo de los hombres
que los más quieren por tema.
Resístese una mujer
de un hombre al primero ruego,
y cuanto procura luego
no es amar, sino vencer.

PRÍNCIPE:

Nunca por sola porfía
de sujetaros, Duquesa,
he seguido aquesta empresa,
ni para llamaros mía;
sino porque el vivo fuego
que ahora me desatina,
para serviros me inclina,
y me abrasa, loco y ciego.
Este amor no fue elegido
como cosa accidental,
aunque ha sido tanto el mal,
que fuera mejor fingido.
Yo os amo, ¡y pluguiera a Dios
que este fuego que me quema
no fuera amor, sino tema,
y que venciérades vos!
Que yo os dejara amar,
como en mi mano estuviera
y más cuando alguno hubiera,
como ahora, en mi lugar.

DUQUESA:

¿Alguno, Príncipe?

PRÍNCIPE:

Alguno,
y más que yo, cuando menos,
que aunque soy bueno entre buenos,
soy para vos como ninguno.

DUQUESA:

Mas, ¿quién es?

PRÍNCIPE:

¿Quién es?
Quien próspero de favor
puso en el cielo su amor
y tiene un rey a los pies.

DUQUESA:

¿El conde Próspero?

PRÍNCIPE:

El Conde.
¿Para qué os hacéis de nuevas?

DUQUESA:

No es negocio para pruebas,
pero mi valor responde.
Y alegara de mi parte
que ha de ser rayo del cielo
quien, fuera de ti, en el suelo,
me abrase y pueda agraviarte.
¡Qué león tan bravo y fiero,
qué Narciso tan hermoso,
qué príncipe poderoso,
o qué galán caballero?
Anda, que es impertinencia
pedirme celos de un loco.

PRÍNCIPE:

Que lo esté, Celia, tan poco
desatina la paciencia.
Dame tú que fuera él,
que si yo loco estuviera,
fuera, si de mí tuviera
los celos que tengo de él.

DUQUESA:

¿No estaba contigo aquí
el Conde?

PRÍNCIPE:

Di cuándo.

DUQUESA:

Ahora.

PRÍNCIPE:

No, por Dios.

DUQUESA:

Señor…

PRÍNCIPE:

Señora,
creedme que no le vi.
Que pudo ser que rondase,
como suele, vuestra huerta;
mas no me junto a la puerta,
donde yo he estado, llegase.
Mi mal habéis conocido,
y mis celos alterado;
pero una nueva me han dado,
de que vuestro Conde es ido;
y así, me dará lugar,
mientras dura aquella ausencia,
que descanse la paciencia,
tan enseñada a callar.

DUQUESA:

¿El Conde es ido?

PRÍNCIPE:

Sin duda.

DUQUESA:

¿Y a dónde?

PRÍNCIPE:

Un camino largo.

DUQUESA:

¡Ay!

PRÍNCIPE:

El secreto os encargo.

DUQUESA:

Haced cuenta de soy muda.
(Mas no lo estarán los ojos;
que hablarán pidiendo al cielo,
con lágrimas, el consuelo
de su luz y mis enojos.)
¿Y entendéis que volverá?

PRÍNCIPE:

Imposible me parece.

DUQUESA:

Buena ocasión se os ofrece
para aseguraros ya.
Segura tenéis la gloria,
que amor os dará en ausencia.

PRÍNCIPE:

¿Qué importa, si la presencia
está fresca en la memoria?
Pero será flaca herida
la que me puede ofender:
que, aunque prenda, sois mujer,
que en ausencia presto olvida.

DUQUESA:

¿Cómo?: ¿os vais?

PRÍNCIPE:

Vame la honra
en apartarme de vos.

DUQUESA:

¿La honra?

PRÍNCIPE:

¡Sí, vive Dios!

DUQUESA:

¿Luego mi casa os deshonra?

PRÍNCIPE:

Lo que aquí me he detenido,
me puede hacer mucho daño.

DUQUESA:

 (Por detenerle, le engaño.
¡Mal Conde, Conde atrevido!)
Señor…

PRÍNCIPE:

Déjame.

DUQUESA:

Otras veces,
que os fuérades os rogaba.

PRÍNCIPE:

Valerio, el caballo: ¡acaba!
(Vanse Valerio y el Príncipe.)

DUQUESA:

Señor...

TEODORA:

¿Qué te desvaneces?
Déjale ir.

DUQUESA:

¡Calla, necia!,
que no sabes lo que pasa.
Hoy se abrasará mi casa,
y he de ser otra Lucrecia.

TEODORA:

Pues ¿qué temes?

DUQUESA:

Mala suerte,
si el cielo no me socorre.

TEODORA:

¿Cómo así?

DUQUESA:

Desde esta torre
he visto ahora mi muerte.

TEODORA:

¿Tu muerte?

DUQUESA:

Mi muerte, pues;
porque vi al Conde, sin duda,
toda la espada desnuda
contra el Príncipe.

TEODORA:

¿Y después?

DUQUESA:

Y después a sus criados.

TEODORA:

¿En qué han parado?

DUQUESA:

Huyeron,
que menos mal prometieron
los celos averiguados.
(Sale el conde Própero.)

CONDE:

¡Celia, Celia!

DUQUESA:

¡Ay, Dios! ¿Quién llama?

CONDE:

Un muerto que vive en verte;
que, si descansa en la muerte,
la misma vida desama.

DUQUESA:

¡Próspero!

CONDE:

¡Celia!

DUQUESA:

¡Mi bien!
¿Hay atrevimiento igual?
¿Puede ser mayor el mal
cuando la muerte me den?

CONDE:

Por lo que dices, entiendo
que todo el suceso sabes,
¿y es justo que tú te alabes
de lo que yo estoy muriendo?

DUQUESA:

¿Qué has hecho?

CONDE:

No pude más;
que fue cólera y honor.

DUQUESA:

No fue, sino poco amor,
con que la muerte me das.
¿Estabas loco?

CONDE:

Sí, estaba;
que por ti, sufrir debiera
cualquier cosa que hiciera,
pues un rey no me agraviaba;
pero nada fue bastante,
que para honrados enojos,
la misma luz de los ojos
se ciega, si está delante.

DUQUESA:

Y, ya que a mí me has perdido,
¿cómo te quieres perder,
¡traidor!, en venirme a ver,
habiendo un rey ofendido?
¡Apenas se va de aquí,
cuando te vienes tras él!

CONDE:

Estoy más seguro de él
aquí donde le ofendí,
que en huirme solícito.
Pensará, en su mal deseo,
que nunca se vuelve el reo
donde cometió el delito.

DUQUESA:

Aquí vienes...

CONDE:

…A morir.

DUQUESA:

Piensa en lo que has de hacer.

CONDE:

¿Qué tengo yo qué perder,
pues que me mandes partir?
Antes, el tener perdida
la vida será mejor.

DUQUESA:

Pierda mi vida, ¡traidor!,
que la llevas con tu vida.
¡Huye, escápate! ¿Qué aguardas?

CONDE:

Sola tu vida pudiera
hacer que Próspero huyera;
tú eres quien me acobardas.
Y este verme enflaquecer,
y que este temor me asombre,
no es temer la muerte un hombre,
mas amar una mujer.
¿Dónde me mandas que huya,
mientras esta furia pasa?

DUQUESA:

¿No hay, de un amigo, una casa?

CONDE:

¿Y qué mejor que la tuya?

DUQUESA:

Serás luego descubierto,
que tiene ya los criados
el Príncipe sobornados,
y a manos de alguno, muerto.
Y como es aquesta huerta
más aldea que ciudad,
y está en esta soledad
tan guardada y encubierta,
cuando estrases allá dentro,
el salir es imposible,
y a mi honor es convenible
quitar ese mal encuentro.
Mejor será que te vayas
fuera del reino unos días:
no a tierras tuyas ni mías,
sino a las ajenas playas:
que mi palabra te doy
de no ser de otro mujer,
y aunque no te vuelva a ver,
haz cuenta que tuya soy.
Tú lo has querido, tú mismo:
tú, Conde...

CONDE:

¡Gentil consuelo
ahora me cubre el cielo,
cuando estoy en el abismo!
¿Esas lágrimas, por dicha,
han de aplacar este fuero?

DUQUESA:

No; que lo encenderá luego
el aire de mi desdicha.
Mas soy, Próspero, mujer,
a quien es dado llorar.

CONDE:

Yo te quisiera imitar,
mas nunca lo supe hacer.
¿Al fin mandas que me vaya,
y del reino me destierras?
¡Quien paz tiene y busca guerras
que bien pierda y que mal haya!

DUQUESA:

Este es el postrer remedio,
y que en llegando me escribas.
¿Será posible que vivas,
tanto mar y tierra en medio?

CONDE:

Sí, que al fin me mandas ir;
y quien tal puede mandar,
podrá sin vida quedar
y sin el alma vivir.

DUQUESA:

Mira que ha una hora, y más,
que de la huerta salí.

CONDE:

Pues, di: ¿pártome de ti,
y tanta prisa me das?
¿Qué es esto, Celia, qué es esto?
¿Hay alguna novedad?
Mi bien, ¡ya es mucha crueldad!

DUQUESA:

¡Huye, por Dios; huye presto!
Temo que te hallen aquí,
y te maten a mis ojos,
para que en ver tus despojos
me maten sin hierro a mí.
Que como claro se infiere
que el hijo que no ha nacido
muere en el vientre, escondido,
si acaso la madre muerte,
así, matando tu vida,
quedará el cuerpo deshecho
de la que tengo en mi pecho,
y morirán de una herida.
Vete con Dios, que yo espero
librarte con este brazo.

CONDE:

Pues dame el postrer abrazo.

DUQUESA:

Toma el abrazo postrero.
Digo postrero otra vez,
que después de la partida
seré tu esposa.

CONDE:

Eso pida
el alma, que es el juez.
Mira que sólo te encargo
que, si a dicha me olvidares
y otro nuevo amor tomares
en este destierro largo,
como el Príncipe no sea,
sea cualquier caballero.

DUQUESA:

¿Eso pides?

CONDE:

Eso quiero.
¡Así yo vuelva y te vea!

DUQUESA:

Esa palabra te doy,
y esta cadena.

CONDE:

Este anillo
te doy, pues.

DUQUESA:

Con recibillo
soy tu esposa y vida soy.

CONDE:

¡Adiós!

DUQUESA:

Vete por detrás
de este cercado.

TEODORA:

¡Adiós, Conde!

CONDE:

Teodora, adiós. ¡Voyme!

TEODORA:

¿A dónde?

CONDE:

¡Donde no parezca más!
(Vase)

TEODORA:

¡Enternecida me dejas!

DUQUESA:

¡Ah, tiempo mudable y vario,
es en balde y necesario
formar de tu agravio quejas!
¡Qué triste suceso ha sido
el que mi bien me ha quitado!
Siempre el más determinado
llora más arrepentido.
(Vanse, y salen el Príncipe y Valerio y Arselo y Galo, soldados.)

PRÍNCIPE:

En todo voy siguiendo tu consejo;
que este conde, Valerio, es atrevido,
y así será muy cierto que a deshora,
disimulado, bien venga a hablarla,
donde podrá venir a nuestras manos
y al pago que merece su locura.

VALERIO:

Dado un pregón que mandas en la corte
que quien te diere preso al conde Próspero
le darás otro tanto como él tiene:
título, hacienda, villas y lugares,
por loco se tendrá el que no lo diere;
pero, para saber si acaso escribe
a Celia y a la Duquesa le responde,
es bien que pongas a los muros guardas,
y en todas las que tienes escogidas,
de Arselo y Galo, que presentes tienes,
puedes hacer tan justa confianza
como merecen dos soldados tales,
hidalgos belicoso y valientes.

GALO:

Por tu valor, Valerio valeroso,
que siempre a tus hechuras favoreces,
pónganos do quisiere nuestro Príncipe,
que ni el pesado sueño de la noche,
ni aun otras mil prolijas circunstancias,
divertirán un poco nuestros ánimos.

ARSELO:

Yo creo, gran señor, del buen deseo
con que en aqueste caso te servimos,
que ha de llegar a colmo tu esperanza.

PRÍNCIPE:

Más que eso fío yo del valor vuestro,
[Vanse, quedan el Príncipe y Valerio.]
y la paga de todo es a mi cargo.
¿Qué te parece Valerio?

VALERIO:

Que sí esto adelante pasa,
será de Celia la casa
recogido monasterio.

PRÍNCIPE:

Pues ¿por qué ha de pasar?

VALERIO:

Porque llevo un presupuesto:
que al Conde hallarás muy presto,
en quien te puedes vengar.

PRÍNCIPE:

¿Qué dices de la Duquesa?

VALERIO:

Que disimula tan bien
el querer al Conde bien,
que creo que no le pesa.

PRÍNCIPE:

Mi padre viene.

VALERIO:

Sospecho
que ya tu negocio sabe.

PRÍNCIPE:

Que me riña, o que me alabe,
yo pongo al peligro el pecho.
(Salen el Rey y Rufino.)

REY:

¿Qué es esto que han pregonado,
con que alborotas mi corte?

PRÍNCIPE:

Cuando tu valor importe,
¿habré, por ventura, errado?

REY:

A mi valor ¿puede ser
matar a Próspero?
Escucha,
que es mucha la culpa.

REY:

¿Mucha,
mucha amar a una mujer?

PRÍNCIPE:

¿Quién pudo haberte informado,
que tal maldad te contó?

REY:

¡Salte allá fuera!

PRÍNCIPE:

Eso, no,
mientras estás enojado.

REY:

¡Salte allá fuera!

PRÍNCIPE:

Paciencia.
Ireme, por no enojarte.

RUFINO:

Bien haces en apartarte
ahora de su presencia.

PRÍNCIPE:

Ireme, desesperado,
por dar gusto a tu rigor,
del mundo.

RUFINO:

Calla, señor;
que es padre, al fin, aunque airado.
(Vanse el Príncipe y Valerio)

REY:

¡Oh, mozo mal advertido,
loco, vano, mal mirado,
a todos los vicios dado,
a ningún bien recogido!
¿Con qué acuerdo, o qué consejo
hace a un hombre tantos daños,
cuyo padre muchos años
me ha servido, mozo y viejo?

PAJE:

Señor, aquí está una dama
que quiere hablarte.

REY:

¿Quién es?

PAJE:

Podraslo saber después:
mujer del conde se llama.

REY:

¿Del Conde?

PAJE:

Sí, mi señor;
así lo dice; y, cubierta,
pide para entrar la puerta.

REY:

¿Sola?

PAJE:

Sola.

REY:

¡Grande amor!
Di que entre.

RUFINO:

Pues ¿no sabrás
si lo merece? No sea
alguna grosera y fea.

REY:

¡En gracioso extremo das!
¿Parécete que mujer
del conde Próspero, acaso
ha de ser de cada paso?

RUFINO:

Yo sigo tu parecer.

(Entra la Duquesa)

DUQUESA:

Aunque haya sido grande atrevimiento
venir, excelso Rey, a tu presencia;
mas como de mujer el sentimiento
sea parte de justicia y de clemencia
que en tu pecho real el cielo puso,
me dieron para aqeusto esta licencia;
estarás espantado, y aun confuso,
de ver que una mujer, y no casada,
a semejanza hazaña se dispuso;
pero, si no lo estoy, estoy prendada
a peligro de fama, vida y honra.
Tu hijo lo estorba, de quien soy forzada,
pues pretende ver cierta mi deshonra;
estórbale, señor, remedio mío,
pues la ocasión legítima me honra.
Yo soy hija del duque Leonadío,
viejo y enfermo de servirte en guerras
al fuego indiano y al flamenco frío;
saben aquesto conquistadas tierras
que tienes hoy por él, y tú lo sabes,
aunque de tu memoria lo destierras.
Amor, que nunca vino en gruesas naves,
con salva ni alboroto, mas secreto,
hasta tomar del corazón las llaves,
como somos iguales, en efecto,
a mí y al conde Próspero nos puso
de matrimonio el yugo más perfecto.
Nunca a pedirme al Duque se dispuso,
de miedo que tu hijo, como ahora,
hiciese la maldad de que le acuso.

REY:

Refrenad esas lágrimas, señora,
que para tan honrados ojos bastan,
pues siempre mueve la mujere que llora;
en balde perlas tan hermosas gastan,
si ya no piensan que es de piedra el pecho,
y como tal le rinden y contrastan.
Cuanto a lo de la justicia, satisfecho
estoy del Conde, cierto; y de mi hijo
creo lo encubrís y yo sospecho.
Id norabuena, que el dolor prolijo
que ahora os atormenta y apasiona
será muy presto gloria y regocijo:
yo guardaré del Conde la persona
de la manera que la propia mía.

DUQUESA:

Guarde el cielo esa real corona,
que en esa fe, como es razón confía
aquesta hechura de un leal vasallo
que sirvió, señor, cuanto podía.
(Vase la Duquesa)

RUFINO:

¡Gentil talle!

REY:

¡Gentil! Y de mirallo
me pretendí guardar.

RUFINO:

¡Dichoso el Conde,
pues solamente tiene de gozallo!

REY:

No hay palmo, desde aquesta tierra adonde
el contrapuesto mar del Occidente
la cabeza del sol baña y esconde,
que no haya andado y visto variamente;
pero jamás, Rufino amigo, he visto
tan bellos ojos, boca, ceja y frente.

RUFINO:

¿Hate agradado?

REY:

Tanto, que resisto
a toda fuerza el daño.

RUFINO:

Pues ¿qué aguardas?

REY:

Mi reino te daré, si la conquisto.

RUFINO:

¿Tan presto tanto amor?

REY:

Ya me acobardas,
tirano amor, en ver que no han podido
romper el fuego y corazón las guardas;
como a arruinada torre me has batido;
al fin, la barbacana me has ganado;
viejo en cabello fui, mozo en sentido.
No en balde estaba el Príncipe prendado:
disculpa tiene de su mal, Rufino,
pues está tan celoso y agraviado.

RUFINO:

¿En qué rayo del cielo envuelto vino
ese fuego de amor que ya te abrasa?

REY:

O fue su hechizo, o fue mi desatino,
si es amor un espíritu que pasa
por los ojos al alma, y la sujeta,
como por el cristal el sol traspasa.
Todo lo altera amor y lo inquieta.

RUFINO:

Busca remedio, déjate de enimas,
si es hechizo el amor, rayo o saeta.
Si a tal empresa el corazón animas,
¿cuál ocasión, di, siendo Rey, te altera?

REY:

Poco el valor de la Duquesa estimas.
Si el Príncipe, mi hijo, que pudiera,
con gentileza y años juveniles,
obligarla que al Conde aborreciera,
es desechado entre personas viles,
un pobre viejo como yo, ¿qué presta?

RUFINO:

Ulises era astuto, y fuerte Aquiles;
no impidas, Rey, tu voluntad dispuesta,
y haz buscar al Conde y dale muerte,
pues está tu ventura en esto puesta;
y habiéndole hallado, de esta suerte,
teniendo preso al Conde, por libralle,
se rendirá la fortaleza fuerte.

REY:

Bien dices. Yo pretendo hacer buscalle;
que por su libertad será la mía,
y al Príncipe podemos engañalle.

RUFINO:

De tu valor y de tu ingenio, fía.

REY:

En eso solo mi remedio dejo.
Vamos, que luego que se acabe el día,
en achaque de ver al Duque viejo,
cual su largo servicio merecía,
veré de aquestos ojos espejo.
(Vanse y sale el conde Próspero como labrador.)

CONDE:

Fortuna, jamás cansada
de mudar la humana vida,
que dando no diste nada,
porque es tu gloria fingida,
y tu firmeza prestada,
¿dónde por estos desiertos
guías de mis pasos inciertos,
tan cerca ya de perdidos,
que llevo por los oídos
ya los pensamientos muertos?
Muerto voy, porque el traidor
que me va siguiendo es fuerte,
y vivo por el temor
de la vida y de la muerte,
que no sé cuál es mayor.

CONDE:

La muerte no la deseo,
porque no goce quien creo;
que es la vida que he perdido,
ni la vida, porque ha sido
el peligro en que me veo.
Mas la muerte ha de vencer
que según seré buscado
de tanta fuerza y poder,
no hay desierto ni poblado
donde me pueda esconder.
Huyendo de mi linaje,
sin caballo ni sin paje,
vengo, y quiero que se queden,
por ver si esconderme pueden
este bosque y este traje.
Que lejos de la ciudad
sé yo que me van buscando,
y con más seguridad
aquí viviré llorando
mi ausencia y mi soledad.
Desde esta orilla del río,
si del bosque me desvío,
mis ojos contemplarán
donde los tuyos están,
Celia hermosa, cielo mío.

CONDE:

Desde aquí, siquiera el viento
me traerá nuevas de ti,
y podrá mi pensamiento
ir al lugar que perdí
con más fácil movimiento.
Aquí , sobre esta cayada,
el alma triste y cansada,
quiero descansar. ¿Si el peso
del pesar en ella impreso
sufrirá sin ser quebrada?
Sed, cayada, fuerte palma;
pero probemos los dos
a tener en un alma
cuerpo y alma. El cuerpo, vos,
y yo, mientras vivo, el alma.
(Salen, como del molino, Laura, hija del molinero, tras Melampo, mozo del molino, tirándole salvado.)

LAURA:

Aguárdame, burlador.

MELAMPO:

Si me alcanzas.
(Vase.)

LAURA:

¿Alcanzarte?
Fuera lícito a mi honor,
que, según leyes de amor,
ventaja pudiera darte,
porque venciera a Atalanta
y a la Amazona que espanta,
pues por los trigos corría,
y en las espigas ponías
de una en otra la planta.
¿Qué hace aquel labrador
sobre la cayada echado?
¡Hola! ¿Qué digo? ¡Señor!
¡Qué lleno está de ciudado
y qué falto de color!
Sin duda, al molino vino
de algún pueblo convecino,
y yo no le he visto entrar.
Más quiérole despertar.
De esta vez me determino.
(Échale un puñado de harina o salvado.)

CONDE:

¡Que me ahogo, santo cielo!
¡Socorro y ayuda! ¡Favor!

LAURA:

No tenáis de esto recelo.
Despertad, buen labrador.
Bajad los ojos al suelo.

CONDE:

¿Y sois vos quien me ha burlado?

LAURA:

Sacudíos el salvado
y veréis quién os burló.

CONDE:

Si esa mano me tiró,
salvo estoy de mi cuidado.

LAURA:

¿En salvado os ahogáis?
¡Cochino debéis de ser!

CONDE:

Mejor diréis en placer;
que el mucho que en veros dais
a todos puede exceder,
que, a tanto bien, es estrecho
el aposento del pecho.

LAURA:

Sacudíos el salvado.

CONDE:

Conviéneme estar manchado
de la mano que lo ha hecho.

LAURA:

Sacudíos.

CONDE:

Bien estoy,
que yo sé que de esta suerte
más desconocido estoy.

LAURA:

¿De quién?

CONDE:

De la misma muerte,
pues ya de la vida soy;
que esta señal conocida
es vuestra, que es de la vida
que me habéis dado con veros.

LAURA:

Más señal de molineros.

CONDE:

¿Soislo vos?

LAURA:

Y aquí nacida.

CONDE:

¿Sois hija del dueño?

LAURA:

No;
el dueño es más ancho y largo;
empero soy hija yo
del que lo tiene a su cargo
y por un años arredó.
El dueño es dueño de brío.
Son del duque Leonadío
y de Celia, la duquesa,
desde el bisque hasta la presa.

CONDE:

Son del mismo dueño mío.
 (¡Qué buen dueño y qué divino!
¡No en balde el alma me inclina
a seguir este camino!)

LAURA:

A ver, me vuelvo, la harina.
¿Qué mandas para el molino?

CONDE:

Esperad.

LAURA:

¿Qué me queréis?

CONDE:

Que una razón me escuchéis,
pues me tirastes salvado.

LAURA:

Sí, haré, si habéis despertado
del cuidado que tenéis.

CONDE:

Grande yerro hubiera sido,
aunque una noche de enojos
ha de dormir el sentido,
habiendo ya el sol salido:
que salió con vuestros ojos.
Despierto estoy, y contento
de que una noche que os cuento
soñaba que me ahogaba
en un mar que navegaba
donde toda el agua es viento,
y que cuando desperté
al favor de vuestra mano
puerto próspero tomé.

LAURA:

Mucho habláis de cortesano.

CONDE:

Nunca en ella puse el pie.
¿Vuestro padre tiene aquí
alguien que le sirva?

LAURA:

Sí.

CONDE:

¿Cuántos?

LAURA:

Dos mozos tenía
pero fuese el otro día
el uno para casarse.

CONDE:

¡Ah! ¿Sí?

LAURA:

Y por mi mal.

CONDE:

¿De qué suerte?

LAURA:

Porque por dalle mi vida,
gustó de darme la muerte.
¡El más firme amor se olvida!
¡No hay cosa en el mundo fuerte!

CONDE:

¿Pensaste casar con él?

LAURA:

Penselo.

CONDE:

¡Ay suerte cruel!
Moza ha habido en mi lugar,
con quien me pensé casar.

LAURA:

¡No hay esperanza fiel!
Pues ¿quedó por ella?

CONDE:

No,
sino que otro mayoral
más rico me la quitó.

LAURA:

¿Y ese llamáis mucho mal,
si, pura fuerza, os dejó?
¡Ay de quien sufre sin ella!

CONDE:

¡Por Dios, molinera bella,
que yo no le lloraría!

LAURA:

Ya no estoy como solía.
¡Cómo eso el tiempo atropella!
Ya me alegro, taño y canto,
ya no lloro ni estoy triste,
ni de memorias me espanto;
que mal el daño resiste
la pura fuerza del llanto.
¿No me viste cuál retozo
con el uno y otro mozo
tirándoles el salvado?
Aunque lo busco prestado
doy muestras de risa y gozo.

CONDE:

 (Mucho sabe una mujer
por más liviana que sea
en materia de querer.)

LAURA:

¿Qué dices?

CONDE:

Que no eres fea
y que has de hacerme un placer.

LAURA:

¿En qué?

CONDE:

En decirme tu nombre.

LAURA:

Todo el nombre y sobrenombre
se encierra en Laura no más.

CONDE:

¡Firme nombre!

LAURA:

Y que jamás
halló verdadero un hombre.

CONDE:

Yo sé que si me quisieras
el más verdadero hallaras;
y porque hablemos de veras
y sepas que en almas claras
hay palabras verdaderas,
en lugar del que se fue
a tu padre serviré
y te daré el alma a ti.

LAURA:

De los dos te doy un sí
por galardón de tu fe.
Si a mi padre servir quieres,
yo haré que te dé el partido
que tú mismo le pidieres.

CONDE:

Eso, perdón; otro pido.

LAURA:

¿Burlas?

CONDE:

¡Bueno!

LAURA:

¿De a dónde eres?

CONDE:

De aquí soy, de Belmirar,
aunque ya solo soy tuyo.

LAURA:

Conozco bien el lugar.

CONDE:

Conocerán lo que es suyo
los que me quieren matar.

LAURA:

Pues ¿quién te busca?

CONDE:

Esos ojos
me buscan el corazón,
y conozco que es razón,
que los que me dan enojos,
señora, tus ojos son.

LAURA:

Digo que me mueve a risa.

CONDE:

Huyo de dalle ocasión
a quien anda en mi pesquisa,
porque ya el alma me avisa
que me miran a traición.

LAURA:

¿Hablas conmigo?

CONDE:

¿Pues no?

LAURA:

Ahora bien; quiero llevarte.
¿Cómo te llamas?

CONDE:

¿Quién? ¿Yo?
Del martes tengo harta parte,
que sus desdichas me dio.

LAURA:

Pues ¿qué? ¿Llámaste Martín?

CONDE:

El mismo nombre.

LAURA:

Y, en fin,
¿quieres servir?

CONDE:

Y tan fiel
como Jacob por Raquel,
si no se me muda al fin.

LAURA:

No estoy de creerte un dedo;
pero ven: que ya, de amor,
es mensajero este miedo.

CONDE:

De mi bien, dirás mejor,
[Vase Laura.]
si en este molino quedo.
¿Hay locura más notable?
Permite, cielo, que hable
en tal punto al molinero
que me acoja donde espero
vida y puerto saludable;
que aquí la harina y vestido
sé yo que me han de tener
de tal manera escondido,
que pueda hablar y ver
a los que me han perseguido.
Y a Celia veré también,
cuando las cosas estén
en punto menos mortal;
que sin ella todo es mal,
y con ella todo es bien.