El médico a palos/Acto I/Escena II

El médico a palos (1830)
de Molière
traducción de Leandro Fernández de Moratín
Acto I, Escena II.
 
ESCENA II.
MARTINA. GINĖS. LUCAS. (Salen por la izquierda.)


LUCAS.

Vaya, que los dos hemos tomado una buena comision... Y no sé yo todavía qué regalo tendremos por este trabajo.

GINÉS.

¿Qué quieres, amigo Lucas? Es fuerza obedecer á nuestro amo; ademas que la salud de su hija á todos nos interesa..... Es una señorita tan afable, tan alegre, tan guapa..... Vaya, todo se lo merece.

LUCAS.

Pero hombre, fuerte cosa es que los médicos que han venido á visitarla no hayan descubierto su enfermedad.

GINÉS.

Su enfermedad bien á la vista está; el remedio es lo que necesitamos.

MARTINA.
(Aparte. ¡Que no pueda yo imaginar alguna invencion para vengarme!
LUCAS.

Veremos si este médico de Miraflores acierta con ello..... Como no hayamos equivocado la senda.....

MARTINA.

(Aparte, hasta que repara en los dos, y les hace cortesia. Pues ello es preciso, que los golpes que acaba de darme los tengo en el corazon, No puedo olvidarlos)..... Pero, señores, perdonen ustedes, que no los habia visto porque estaba distraida.

LUCAS.

¿Vamos bien por aqui á Miraflores?

MARTINA.

Sí señor. (Señalando adentro por el lado derecho.) ¿Ve usted aquellas tapias caidas junto á aquel nogueron? Pues todo derecho.

GINÉS.

¿No hay alli un famoso médico que ha sido médico de una vizcondesita, y catedrático, y examinador, y es académico, y todas las enfermedades las cura en griego?

MARTINA.

¡Ay! sí señor. Curaba en griego, pero hace dos dias que se ha muerto en español, y ya está el pobrecito debajo de tierra.

GINÉS.

¿Qué dice usted?

MARTINA.

Lo que usted oye. ¿Y para quién le iban ustedes á buscar?

LUCAS.

Para una señorita que vive ahí cerca, en esa casa de campo junto al rio.

MARTINA.

¡Ah! sí. La hija de Don Gerónimo. ¡Válgate Dios! ¿Pues qué tiene?

LUCAS.

¿Qué sé yo? Un mal que nadie le entiende, del cual ha venido á perder el habla.

MARTINA.

¡Qué lástima! Pues..... (Aparte, con expresion de complacencia. ¡Ay qué idea me ocurre!) Pues mire usted, aqui tenemos el hombre mas sabio del mundo que hace prodigios en esos males desesperados.

GINÉS.

¿De veras?

MARTINA.

Sí señor.

LUCAS.

¿Y en dónde le podemos encontrar?

MARTINA.

Cortando leña en ese monte.

GINÉS.

Estará entreteniéndose en buscar algunas yerbas salutiferas.

MARTINA.

No señor. Es un hombre extravagante y lunático, va vestido como un pobre patan, hace empeño en parecer ignorante y rústico, y no quiere manifestar el talento maravilloso que Dios le dió.

GINÉS.

Cierto que es cosa admirable que todos los grandes hombres hayan de tener siempre algun ramo de locura mezclada con su ciencia.

MARTINA.

La manía de este hombre es la mas particular que se ha visto. No confesará su capacidad á menos que no le muelan el cuerpo á palos; y asi les aviso á ustedes que si no lo hacen, no conseguirán su intento. Si le ven que está obstinado en negar, tome cada uno un buen garrote, y zurra, que él confesará. Nosotros cuando le necesitamos nos valemos de esta industria, y siempre nos ha salido bien.

GINÉS.

¡Qué extraña locura!

LUCAS.

¿Habráse visto hombre mas original?

GINÉS.

¿Y cómo se llama?

MARTINA.

Don Bartolo. Facilmente le conocerán ustedes. El es un hombre de corta estátura, morenillo, de mediana edad, ojos azules, nariz larga, vestido de paño burdo, con un sombrerillo redondo.

LUCAS.
No se me despintará, no.
GINÉS.

¿Y ese hombre hace unas curas tan difíciles?

MARTINA.

¿Curas dice usted? Milagros se pueden llamar. Habrá dos meses que murió en Lozoya una pobre muger, ya iban á enterrarla, y quiso Dios que este hombre estuviese por casualidad en una calle por donde pasaba el entierro. Se acercó, examinó á la difunta, sacó una redomita del bolsillo, la echó en la boca una gota de yo no sé qué, y la muerta se levantó tan alegre cantando el frondoso.

GINÉS.

¿Es posible?

MARTINA.

Como que yo lo ví. Mire usted, aún no hace tres semanas que un chico de unos doce años se cayó de la torre de Miraflores, se le troncharon las piernas, y la cabeza se le quedó hecha una plasta. Pues señor, llamaron á Don Bartolo, él no queria ir allá, pero mediante una buena paliza lograron que fuese. Sacó un cierto ungüento que llevaba en un pucherete, y con una pluma le fue untando, untando al pobre muchacho, hasta que al cabo de un rato se puso en pie, y se fue corriendo á jugar á la rayuela con los otros chicos.

LUCAS.

Pues ese hombre es el que necesitamos nosotros. Vamos á buscarle.

MARTINA.

Pero sobre todo, acuérdense ustedes de la advertencia de los garrotazos.

GINÉS.

Ya, ya estamos en eso.

MARTINA.

Alli debajo de aquel arbol hallarán ustedes cuantas estacas necesiten.

LUCAS.

¿Sí? Voy por un par de ellas.

(Coge el palo que dejó en el suelo Bartolo, va hácia el foro y coge otro, vuelve, y se le da á Ginés.)

GINÉS.
¡Fuerte cosa es que haya de ser preciso valerse de este medio!
MARTINA.

Y sino, todo será inútil. (Hace que se va, y vuelve.) ¡Ah! otra cosa. Cuiden ustedes de que no se les escape, porque corre como un gamo, y si les coge á ustedes la delantera no le vuelven á ver en su vida. (Mirando hácia dentro á la parte del foro.) Pero me parece que viene. Sí, aquel es. Yo me voy, háblenle ustedes, y si no quiere hacer bondad, menudito en él. A Dios, señores.