El libro talonario: 12


Escena XII

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MARÍA, fingiendo que duerme, y CARLOS.



CARLOS. No comprendo, vive Dios,
 la historia que Juan relata.
 ¿De qué misterio se trata?
(Con indiferencia.)
 
 ¡Llanto..., papeles..., los dos!...
 Pero dice que está enferma
 y esto me puso intranquilo.
 ¿Debo entrar? No sé: vacilo.
 Quizá la pobre ya duerma.
(Pausa. Vuelve la vista y ve a MARÍA.)
 
 ¡Ella!... ¡María!...
(Pausa. La observa con cariño, pero sin acercarse.)
                            ¡Qué hermosa!
 ¡Yo la amaba con ternura!
 No hay una frente más pura
 que la frente de mi esposa.
 Hoy me vence la pasión;
 es mi delirio Loreto,
 y llevo impuro el secreto
 guardado en el corazón.
 Pero en su fondo escudriño
 y bajo aparente calma
 yo sé que conserva el alma
 aquel antiguo cariño.
 El hermoso cielo él era
 de mi vida. De oro y grana,
 Loreto nube, que ufana
 empañó su azul esfera.
(Dirigiéndose a MARÍA.)
 Mas no temas; que el encanto
 de la nube desararece
 cuando el sol no la enrojece;
 y entonces su rico manto
 se trueca en oscuro tul,
 y se deshacen sus velos,
 y eternos quedan los cielos
 con su firmamento azul.
 Es la pasión quien de paso
 da a la nube su arrebol;
 pero siempre halla este sol
 en el hastío su ocaso.
(Se acerca a MARÍA y la observa con atención y cariño.)
 ¡Hay llanto sobre su faz!
 Sueña con Eugenio, sí.
(Con seguridad.)
 ¡Yo que me olvido de ti!...
(Pausa.)
 
 ¡Adiós, mi bien: duerme en paz!
(Se aleja algunos pasos; después, se detiene y vuelve a mirarla.)
 ¡Si borrar pudiera un beso
 mi pasión y tus agravios!
 He de rozar con mis labios...

(Se acerca otra vez a MARÍA Y se inclina para besarla en la frente; pero repara en las cartas y se detiene, sorprendido. Con extrañeza.)

 Pero... ¡papeles! ¿Qué es eso?
(Recordando.)
 
 Los de la historia de Juan.
(Mirando la carta de LUIS.)
 ¡Y una carta al parecer!
 La carta ¿qué podrá ser?
 Los papeles ¿qué serán?
 Coger puedo esos objetos...
 ¡Y lo haré por vida mía!
 ¿Por qué no? Jamás María
 tuvo para mí secretos.
(Va a coger la carta de LUIS, pero vacila y se detiene.)
 ¡Necios escrúpulos!... ¡Vamos!
 Y sin turbar su reposo...
 ¿Acaso no soy su esposo?
(Coge con mucha cuidado la carta de LUIS que estaba sobre la falda de MARÍA)
 No ha despertado.
(Mirando otra vez a MARÍA)
                       Veamos.
 Dice...
(Comenzando a leer la carta.)
           «¡Adorada María!»
 ¡Y firma la carta!...
 (Buscando con afán.)
            ¡Luis!
(Se detiene, dando muestras de violentísima agitación. El actor interpretará este momento como crea oportuno.)
 
 ¡Torpes sospechas, mentís!
 ¿No es ella la esposa mía?
 (Con expresión de suprema confianza. Pausa.)
 Soy un insensato; calma.
(Procura serenarse, y después lee sin detenerse la carta, pronunciando sólo en alta voz, y con agitación creciente las frases que marcan los versos.)
 
 «...¡Tus cartas!... ¡Dos años ha!
 ... ¡El nunca sospechará!
 ... ¡Adiós, alma de mi alma!»
(Pequeña pausa.)
 ¡Se perturba mi razón!
 ¡Se me oscurece la vista!
 ¡Tiembla como rota arista
 mi mezquino corazón!
(Como luchando interiormente por apartar una idea horrible.)
 ¡Mi propio seno desgarro
 a impulsos de mi locura!
 ¡Ella, la del alma pura!
 ¡Ella, el ángel!... ¡Ella, barro!
 Mas ¿son certezas mis celos?
 ¿No existen negras traiciones?
 ¿Han sido siempre ficciones
 los Yagos y los Otelos?
 Pensamiento, que te apartas
 de la triste realidad,
 ¡allí tienes la verdad
 escrita en aquellas cartas!
(Señalando las que conserva MARÍA en la mano.)
 Si es inocente, ¿por qué
 la mano cierra convulsa?
 ¡A verlas honor me impulsa,
 y por Dios que las veré!
(Se acerca a MARÍA y le quita las cartas con precaución. MARÍA finge alguna resistencia.)
 ¡Al fin! ¡La prueba precisa!
(Mirando a MARÍA)
 ¡Creyera que me provoca,
 vagando en su bella boca
 una irónica sonrisa!
 Goza en tu alegre soñar,
 goza en tu feliz letargo,
 porque ha de ser muy amargo,
 María, tu despertar!
(Quiere leer las cartas y no lo consigue, porque se le turba la vista.)
 ¡Quiero estas cartas leer!
 ¡Quiero apurar mi amargura!
 ¡Y es la noche tan oscura
 que sombras hay por doquier!
 ¡Su letra!... ¡Pienso que lloro!
 ¿Qué dice aquí?... «¡Te amo tanto!»
(Leyendo.)
 ¡Yo verter cobarde llanto!
(Enjugándose los ojos.)
 Y aquí, ¿qué dice?... «¡Te adoro!»
(Leyendo.)
 ¿Y al principio?... «¡Vida mía!»
(Idem.)
 ¿Y al fin?... «¡Para siempre tuya!»
(ldem.)
 ¡Ella le dice que es suya!
 ¡Ella! ¡Mi esposa! ¡María!

(Da muestras de grande desesperación. El actor interpretará este momento como juzgue oportuno. Mientras CARLOS se esfuerza por leer las cartas, MARÍA se incorpora con precaución y sigue con profunda alegría y risas irónicas los varios movimientos de CARLOS. Al talento de la actriz queda encomendada ésta y las difíciles escenas que siguen. Pausa. Se recobra un tanto y dice, con acento reconcentrado y terrible.)

 Que algo olvido se me antoja;
 alumbró mi oscuridad
 un rayo de claridad:
 ¡luz, mucha luz, pero roja!
 ¡Luis, tan noble y caballero
 y tan amigo y tan franco,
 guardó las hojas en blanco!
(Señalando irónicamente el borde de las cartas a LUIS.)
 Blanco serán de mi acero.
 En forzoso concluir:
 ¡vas, esposa, a despertar!
(Con acento terrible.)
 Es ya sobrado soñar
 sueños que hacen sonreír.
 ¡Despierta!...
(Sacudiéndole un brazo violentamente.)

MARÍA. ¡Carlos, mi amor!

CARLOS. (Vacilando y retrocediendo ante MARÍA, que avanza cariñosa hacia él.)
 ¡María!...

MARÍA. ¡Qué dulce calma
 soñando gozaba el alma!
(Con languidez.)

CARLOS. (Aparte.)
 
 ¡Cómo finge!

MARÍA. (Aparte.)
 
                    ¡Qué traidor!

(MARÍA se acerca a CARLOS y se apoya en él lánguidamente. CARLOS, luchando con sentimientos encontrados, unas veces la rechaza con ira, otras la atrae con pasión. Los actores darán a esta escena el carácter que crean más propio.)

 ¡Cuánta ventura! ¡Es muy tarde!
 ¿No es verdad, esposo mío?
 ¿Estás triste?... ¡Qué desvío!

CARLOS. (Aparte.)
 
 ¡A mi voluntad cobarde
 ayudad, memorias toda!

MARÍA. (Mirando hacia el balcón.)
 
 Comienza a clarear el día.

CARLOS. Así clareaba, María,
 la noche de nuestras bodas.
 ¿Te acuerdas? ¡Responde!

MARÍA. (Tristemente.)
                                            Sí.

CARLOS. ¡Los dos el salón dejando
 y el corazón palpitando,
 solos vinimos aquí!
 ¡Todo en silencio y oscuro
 cual santuario misterioso!
 ¡Murmuraba tembloroso
 mi nombre tu labio puro!
 ¡Oh celestial ilusión,
 vuelve a mí!

MARÍA. (Dominada, a pesar suyo.)
 
                      ¡Carlos!

CARLOS. ¡María!
 ¡En el silencio se oía
 palpitar tu corazón!
 Blanco, puro, transparente
 el albor de la mañana,
 al través de esa ventana
 bañó tu pulida frente!
 «¡Tuya por siempre!», dijiste,
 ¡y llorando me abrazaste!

MARÍA. (Sin poder contenerse.)
 
 ¡Tú, Carlos, también juraste!

CARLOS. (Con acento terrible y asiéndola del brazo con violencia.)
 ¡Pero tú, infame, mentiste!

MARÍA. (Fingiéndose aterrada y retrocediendo. CARLOS avanza sobre ella, amenazador.)
 
 ¿Por qué tan fieros enojos
 en tu voz que vibra airada?
 ¿Por qué hay fuego en tu mirada
 y lágrimas en tus ojos?

CARLOS. (Casi al oído, con voz reconcentrada y terrible.)
 
 ¿Por qué?... ¡Porque amas a Luis!

MARÍA ¡Jesús!

CARLOS. ¡Tengo pruebas hartas!

MARÍA. ¡No, Carlos, no!

CARLOS. ¿Y estas cartas?

MARÍA. (Con extraordinaria energía.)
 ¡Las cartas y tú mentís!

CARLOS. (Confundido y algo desconcertado.)
 ¡Me asombra tanta maldad!

MARÍA. (Aparte.)
 Me olvidé de mi papel.

CARLOS. (Con superioridad abrumadora.)
 
 ¡Conserve al menos la infiel
 la honradez de la verdad!

(MARÍA se finge vencida: baja la cabeza y oculta el rostro entre las manos.)
 
 ¿Al fin confiesas?

MARÍA. ¡Perdón!...
 ¡Llorando tu cuello ciño!
(MARÍA procura abrazar a CARLOS, pero éste la rechaza con dulzura.)

CARLOS. ¿Qué has hecho de aquel cariño
 que puse en tu corazón?
 ¡Mi propio nombre te di
 Y mi esperanza y mi fe!
 ¿Por qué, insensato, te amé?
 ¿Por qué, ¡hay Dios!, te conocí?

MARÍA. ¿No podré, Carlos, borrar
 la inmensidad de mi culpa?

CARLOS. Para el crimen no hay disculpa.

MARÍA. ¿Pues qué me resta?

CARLOS. ¡Llorar!
(Pausa.)
 
 Cuando la traición nos hiere;
 cuando el ser a quien amamos,
 por quien todo lo olvidamos,
 otro cariño prefiere;
 cuando de sí nos arroja
 y su esquivez nos humilla:
 cuando el llanto en la mejilla
 más la quema que la moja,
 se extingue toda ilusión
 por aquel que nos agravia,
 y de la vida la savia
 se seca en el corazón.
 ¡Tú, que al doméstico hogar
 la deshonra me trajiste;
 tú, que los lazos rompiste
 jurados en el altar!...
(Aparte.)
 Mis ojos el llanto arrasa...
 ¡Tú..., lo digo con dolor,
(En voz alta.)
 Pero lo exige el honor,
 debes salir de mi casa!

MARÍA. (Fingiéndose aterrada.)
 ¡Por Dios!...

CARLOS. (Aparte.)
 
 ¡Aunque me taladre
 su pena el alma! (En voz alta)
                         ¡María,
 al primer rayo del día
 a unirte irás con tu madre!


(CARLOS rechaza suavemente a MARÍA, y va a caer desfallecido en el sillón que está junto a la mesa de la izquierda. MARÍA se deja caer en el sofá de la derecha. Ambos permanecen silenciosos. Comienza a clarear débilmente el día. Pausa. CARLOS hace sonar un timbre que habrá sobre la mesa.)