El inobedienteEl inobedienteFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Ruido de mar, como se anega un bajel. Voces de dentro. Marineros y CAPITÁN.
MARINERO 1.º:
¡Cielos, que nos perdemos!
Los vientos gimen y los mares braman,
y desde sus extremos
las aguas por el mundo se derraman!
que en diluvio segundo
pienso que quiere el cielo hundir el mundo.
CAPITÁN:
¡Maina aquesa escota,
que el timón se ha rompido!
TODOS:
¡Maina, maina!
CAPITÁN:
Mas el mar se alborota,
y Orión el estoque desenvaina,
y este monstruo marino,
como ha perdido el norte, pierde el tino.
MARINERO 2.º:
Esta tormenta fiera
no es natural, que tiene algún misterio.
CAPITÁN:
Según el mar se altera,
bañar quiere de espuma el hemisferio,
que excediendo su playa,
ya las cabezas de los montes raya.
¡Alija todo el cargo!
¡No se reserven cofres ni baúles!
Que este piélago amargo
se levanta en sus límites azules,
y el agua sin sosiego
mata en la cuarta esfera todo el fuego.
MARINERO 3.º:
Todo en el mar se ha echado,
desde el bizcocho a la avarienta pipa;
y el vino, alborotado,
por negras bocas en las sirtes hipa;
y los peces se quejan,
que en tal estrago sus costumbres dejan.
CAPITÁN:
Arrojad hasta el centro
cuanto en la nave está; nada se quede;
que este fiero elemento
tragarnos con su furia a todos puede.
MARINERO 2.º:
¡Sal fuera! Este dormía,
que de cuna la nave le servía.
(Saque a JONÁS.)
CAPITÁN:
¿Es posible que ahora
esté durmiendo? ¿Estaba descuidado
cuando la gente llora
y el viento de su cárcel desatado,
con la nave en la espuma
escribe nuestro mal como con pluma?
Hombre, ¿por qué no pides
a tu Dios, o a tus dioses si los tienes,
clemencia?
MARINERO 1.º:
No me olvides,
Júpiter santo.
MARINERO 2.º:
Porque al mar enfrenes,
para honrar tu decoro,
juro ofrecerte una sirena de oro.
CAPITÁN:
¡Pide a tu Dios clemencia,
hombre inconsiderado!
JONÁS:
No le tengo.
MARINERO 2.º:
Sin duda esta es sentencia
por algunos delitos; yo prevengo
el medio que conviene,
que la necesidad siempre los tiene.
Echemos suertes todos;
y al que caiga la suerte, al mar echemos,
templando destos modos
los vientos que en el mar riñendo vemos;
que las aguas, bramando,
de alguno están justicia demandando.
CAPITÁN:
Muy bien me ha parecido.
¡Cómo ha de ser!
MARINERO 2.º:
Así el temor no advierte:
dadme un palo, y partido,
al que tome el mayor caiga la suerte,
y aquese al mar se arroje.
MARINERO 2.º:
La nave se ha rompido y agua coge.
MARINERO 3.º:
Yo los palillos traigo.
Ser quiero yo el primero, Dios me guía:
sin duda en el mar caigo;
mas no saqué el mayor.
MARINERO 2.º:
Fortuna mía... (Saca.)
Mas también es pequeño.
CAPITÁN:
¡Dios, si este palo salvará este leño!
MARINERO 3.º:
Los dos solos quedamos;
sacad, amigo.
JONÁS:
¿Yo?
MARINERO 3.º:
Sacad de presto,
porque nos anegamos.
JONÁS:
Yo el más largo saqué, ya es manifiesto,
señores, mi pecado,
que el viento y mar por mí se han desatado.
CAPITÁN:
¿Pues quién eres?
JONÁS:
Un hombre
a su Dios y a su ley inobediente;
y porque no os asombre
el mar que al cielo toca con su frente,
poned al llanto pausa,
y desta tempestad sabed la causa.
Jonás es mi propio nombre,
y soy de nación hebreo,
y fue Omelias mi padre,
un varón justo y honesto.
No adoro en Olimpo a Jove,
ni a Apolo en Persia y en Delfos,
sino al que le dio a Moisén
en Sinaí, ley y preceptos.
Al fin yo adoro en el Dios
a quien los cuatro elementos,
en la cárcel de sus rayas
tiene temor y respeto.
Con dos sílabas compuso
la hermosura de los cielos,
haciendo una hermosa octava
de la luna al firmamento.
JONÁS:
Sobre este cuajó las aguas,
y sobre las aguas luego
las inteligencias puso
que las mueven a concierto.
Sobre el móvil de topacios
que más imitan al fuego,
labró su inmóvil alcázar,
contra los tiempos eternos.
En el estudio divino
deste Dios que estoy diciendo,
que Jehová los nuestros llaman,
nombre inefable e inmenso,
desde mis primeros años
me crié, siendo en su pueblo
apóstol, por varias partes,
de sus altos Sacramentos.
Prediqué su luz divina,
profeticé sus misterios,
hice en su nombre milagros
confirmación de sus hechos.
Mas como la inobediencia
es culpa con que nacemos,
Y está abrazada a la carne,
y nosotros somos cuerpo,
pudo hacer que el Dios que digo,
en cuyo altar está ardiendo
la gran lámpara del sol
que en su azul capilla vemos,
perdiese el respeto y diese
de un extremo en otro extremo,
que la virtud, si va al vicio,
del alma se arroja presto.
JONÁS:
Al fin, mandóme que fuese
a Nínive, y yo, temiendo
la muerte, desconfié;
que el pecador siempre es necio.
Y este fue enorme pecado
contra su poder, sabiendo
que al órgano de las vidas
solo le tocan sus dedos.
Y después de haber querido
buscar los remotos reinos,
me embarqué en aquesta nave,
por apartarme más lejos.
Pero Dios mandó romper
los candados de los vientos,
y desasirse las aguas
de la cárcel de sus senos;
cubriendo el cielo de nubes,
entre bombardas de truenos,
y ha querido castigar
así mi poco respeto.
Y si quieres que la nave
toque de Tarsis el puerto,
o estos desatados montes
se recojan a su centro,
arrojadme al mar, señores,
que con los brazos abiertos
me aguarda para esconderme
en su vientre verdinegro.
Y si al mar no me arrojáis,
este templado instrumento
dará sin trastes al traste
en un peñasco soberbio.
CAPITÁN:
Si es verdad lo que me dices,
al mar luego te arrojemos;
que en esto a tu Dios honramos,
y servimos a los nuestros.
Perdona nuestra invención,
santo Dios de los hebreos;
que es bien que así se castigue
tu ofensa y tu menosprecio.
Y si alguno de vosotros
le ha ofendido, caiga luego
un rayo sobre él, que abrase
sus malditos pensamientos.
Vaya, que nos anegamos;
arrojadle.
(Arrójanle al mar; salga la boca de la ballena, que le recibe.)
MARINERO 2.º:
Ya está hecho.
JONÁS:
En vuestras manos, Señor,
el espíritu encomiendo.
CAPITÁN:
¡Válgame Dios! Un pescado.
entre sus labios sangrientos
le recogió; que aun las aguas
no quisieron recogerlo.
MARINERO 1.º:
El viento invisiblemente
se ha sosegado, y el cielo
sus ricos celajes de oro
y de azul ha descubierto.
MARINERO 2.º:
Parece que se han quejado
las aguas.
CAPITÁN:
Y en sus espejos
ya nos miramos los rostros,
y casi su arena vemos.
¡Raro milagro! ¡Oh gran Dios
de los hebreos! Supremo
es vuestro poder.
MARINERO 2.º:
De Tarsis
ya descubrimos el puerto.
CAPITÁN:
Haced salva y alegrías,
y los grumetes subiendo
a las gavias, las coronen
de mil gallardetes bellos.
(Vuélvese la nave con mucha alegría y calma de mar. PETRONIA y MACARIA, damas.)
PETRONIA:
Mucho ha que deseaba
verme, Macaria, contigo.
MACARIA:
Yo en este cuidado estaba;
y pues aquí estás conmigo,
dime lo que quieres.
PETRONIA:
Brava
vienes.
MACARIA:
Quiéranlo los cielos.
PETRONIA:
¿Qué traes?
MACARIA:
Ponzoña, muerte,
desconfianzas, desvelos,
y en venir de aquesta suerte,
podrás ver que tengo celos.
PETRONIA:
¿Celos de quién?
MACARIA:
¿No lo sabes,
siendo dellos la ocasión
y el efecto?
PETRONIA:
Ten, no acabes;
que esas palabras no son
para personas tan graves
como yo.
MACARIA:
¿Pues tú quién eres?
PETRONIA:
¿Loca, quién tengo de ser?
MACARIA:
Una mujer, que hombres quieres.
PETRONIA:
Mujer soy, mas soy mujer
que enfreno locas mujeres.
MACARIA:
A mí no me enfrenarás.
PETRONIA:
Necia, ¿no eres mi vasalla?
MACARIA:
Tu reina decir podrás.
PETRONIA:
¿Mi reina?
MACARIA:
Tu reina.
PETRONIA:
¡Calla,
bárbara, que en ti no estás!
En ti la opinión se infama
del Rey, pues siendo del Rey,
eres de Danfisbo dama;
y a los dos, sin Dios ni ley,
les das mesa y les das cama.
MACARIA:
Y tú ¿no has hecho matar,
como otra Erífile fiera,
a Rosanio, por gozar
a tu hermano?
PETRONIA:
Si quisiera,
loca, yo a mi hermano amar,
¿era menester dar muerte
a Rosanio? ¿Fui con él
atrevida yo por suerte?
MACARIA:
¿Al fin que lloras por él?
PETRONIA:
Soy mujer de bronce fuerte.
MACARIA:
Contiendas dejando aparte,
¿qué me quieres?
PETRONIA:
Quiero aquí...
MACARIA:
¿Suplicarme?
PETRONIA:
¿Suplicarte?
MACARIA:
Yo vengo a mandarte a ti.
PETRONIA:
Yo soy la que he de mandarte;
y así te mando que dejes
luego el amor de mi hermano.
MACARIA:
Yo a ti que no me aconsejes.
PETRONIA:
Pues si es contigo tirano,
mira que dél no te quejes.
MACARIA:
Pues si es tirano contigo,
no te quejes tú tampoco.
PETRONIA:
El Rey loco está conmigo.
MACARIA:
Conmigo el Rey está loco.
PETRONIA:
Yo le obligo.
MACARIA:
Y yo le obligo.
PETRONIA:
¿No ves que hay gran diferencia
en las dos?
MACARIA:
Amor, que es ciego,
a lo amado da excelencia.
PETRONIA:
Ya la llama de este fuego
asiste en nuestra presencia.
MACARIA:
Pues mira para que veas
cómo ansí amor corresponde;
y el engaño en que le empleas,
en este canal le esconde.
PETRONIA:
Sí haré para que lo creas,
y luego te esconderás
tú también, y lo que digo
si es verdad conocerás.
MACARIA:
De tu mal serás testigo.
PETRONIA:
Tú de mi bien lo serás.
(Escóndese PETRONIA y sale DANFANISBO.)
DANFANISBO:
El rato que estoy sin ti,
bella Macaria, mi bien,
loco estoy, estoy sin mí.
MACARIA:
¡Ah, ingrato!
DANFANISBO:
¿Tú con desdén
conmigo, Macaria, así?
¿Qué te puede a ti enojar?
Pídeme cuanto se encierra
en las entrañas del mar,
y el tesoro que la tierra
sabe avarienta guardar;
que yo lo pondré a tus pies,
a trueque que estés contenta.
MACARIA:
Sí haré, como aquí me des
un imposible.
DANFANISBO:
Pues cuenta,
como tú contenta estés,
¿el imposible en amor
mayor, más fácil y llano,
es darte el mundo?
MACARIA:
Mayor.
DANFANISBO:
¿Poner el viento en tu mano?
MACARIA:
Mayor.
DANFANISBO:
¿Es poner temor
a una mujer, si está
resuelta, determinada?
MACARIA:
Mayor.
DANFANISBO:
¿Mayor?¿Qué será?
MACARIA:
Dar muerte a tu hermana amada.
DANFANISBO:
¡Eso es imposible!
MACARIA:
¡Ya!
Es el mayor imposible
que se le pudo pedir.
DANFANISBO:
Ya, Macaria, estás terrible;
luego al punto ha de morir;
que a mi amor todo es posible.
MACARIA:
¿Pues adorándote así
la quieres matar?
DANFANISBO:
No hay cosa
más odiosa para mí;
¡muera!
MACARIA:
Mira que es hermosa.
¿Oyes lo que dice?
PETRONIA:
(Donde está escondida.)
¡Sí!
MACARIA:
¿Pues hanme dicho que quieres
hacerla contigo reina?
DANFANISBO:
Sobre todas las mujeres,
Macaria en mí vive y reina.
MACARIA:
¿Oyeslo?
PETRONIA:
¡Sí!
MACARIA:
¿Qué más quieres?
Yo me voy.
DANFANISBO:
¿Dónde te vas?
MACARIA:
A llorar hasta que muera
tu hermana.
DANFANISBO:
Pesada estás,
mi vida; un momento espera,
y aquí muerta la verás.
MACARIA:
No haré.
DANFANISBO:
Tu cólera es mucha.
MACARIA:
¿Veslo?
PETRONIA:
No creyera tal;
¡en mi muerte y vida lucha!
MACARIA:
De ordinario oye su mal
el celoso y el que escucha.
DANFANISBO:
Sobre sus celos ha huido;
que es huir sobre un caballo
desbocado y atrevido,
que jamás puede enfrenallo
el más prudente sentido;
que el entendimiento ofende,
noche en los días de amor,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
y son los celos un duende,
que no se ve y da temor.
Son mortal desasosiego,
que ponen la vida en calma,
humo de encubierto fuego;
y al fin son pulgas del alma,
que pican y saltan luego.
Pero mi hermana es aquella (Salga PETRONIA.)
hermana, señora mía,
lumbre más hermosa y bella
que la que hermosa el día
y da luz a tanta estrella.
¿Vos triste, vos afligida?
Es para afligirme a mí,
si está en la vuestra mi vida.
PETRONIA:
Si me quisieras a mí
con fe cierta, y no fingida,
ya hubieras hecho, señor,
lo que pido.
DANFANISBO:
¿Qué imposible
por ti no acaba mi amor?
Que como es incomprensible,
es imposible mayor:
pide.
PETRONIA:
Que muerte le des
a Macaria.
DANFANISBO:
Luego al punto
lo haré, porque alegre estés;
y el bello cuerpo difunto
será alfombra de tus pies;
que no hay cosa para mí
más cansada y enfadosa.
PETRONIA:
¿Oyes lo que dice?
(MACARIA escondida.)
MACARIA:
¡Sí!
PETRONIA:
¿Cómo a mujer tan hermosa
quieres dar muerte?
DANFANISBO:
Por ti,
no solo muerte daré
a Macaria, que es mujer
loca, inconstante y sin fe,
sino a cuantas de su ser
la tierra en sus brazos ve.
PETRONIA:
Pues hanme dicho que quieres
hacella contigo reina.
DANFANISBO:
Sobre las demás mujeres,
mi hermana en Nínive reina.
PETRONIA:
¿Oyeslo?
MACARIA:
¡Sí!
PETRONIA:
¿Qué más quieres?
MACARIA:
¿Y cuando vendré a alcanzar
de mi pretensión el fin?
PETRONIA:
Mañana.
DANFANISBO:
Nombra el lugar.
PETRONIA:
En el jardín; que el jardín
con la yedra enseña a amar.
DANFANISBO:
¿Pues tiene firmeza?
PETRONIA:
Y mucha,
mas no es a la mía igual.
MACARIA:
Mi vida y mi muerte lucha.
PETRONIA:
De ordinario oye su mal
el celoso y el que escucha;
voy al jardín a buscar
lugar que nos vea y calle;
a Rosanio he de vengar.
MACARIA:
Mañana pienso matalle.
PETRONIA:
Mañana le he de matar.
(Vanse las dos.)
(Salen FRONIBO y otros, trayendo a IBERIO asido y vestido de pieles.)
FRONIBO:
Salí contra el tropel de los Villanos
con mil hombres no más, y huyeron todos
dejando al capitán desamparado;
seguimos al alcance de su huida,
y degollaron infinitos dellos
los nuestros; y prendiendo desta suerte
al capitán, que entre estas pieles pardas
encubría quién era, y conocimos
que era, señor, el Príncipe tu hermano,
y que por su ocasión aquellos rústicos
se habían conjurado, y no he querido
matarle hasta traerle a tu presencia;
de tus labios escuche la sentencia.
DANFANISBO:
¿Es posible que aún vives?
IBERIO:
Rey tirano,
fratricida, cruel, más que no el yerno
de Pandión, ¿qué insultos, qué delitos,
te movieron a hacer maldad tan grande?
¿Cómo hiciste conmigo y con Fenicia,
hermana de Abisela y mujer mía?
Si tú tuviste, infame, atrevimiento
para engañarnos y para meternos
en una nave, solo con intento
de quitarnos la vida en unas sirtes;
y si fuiste cruel que en otra playa,
habitada de monstruos y de fieras,
y de gentes humanas no habitada,
nos dejasen sujetos a la muerte,
donde mi esposa de animales fieros
sustento ha sido a sus sangrientas bocas,
cuya sangre coral volvió las rocas,
¿no quieres que los cielos me den vida
y sustento los árboles silvestres,
agua las peñas a mi llanto amargo,
y su favor los hombres? Al fin vivo
estoy; por más tormentos intentabas
con aquellos pastores darme muerte;
mas no quieren los dioses; que recelo
que para un grande bien me guarda el cielo.
DANFANISBO:
Ponedle en una torre donde muera,
y no le den comida ni sustento;
quiero ver los días que entretiene
la vida sin comer un hombre.
(Sale un capitán.)
CAPITÁN:
Apresta
tu ejército, señor; suenen las trompas,
suene el rumor de guerra y cruja el parche,
a cuyos ecos tu estandarte marche.
DANFANISBO:
¿Qué dices?
CAPITÁN:
Que en tus riberas,
sobre los corrientes vidrios,
a la gran ciudad Viser
ha puesto cien edificios.
Ciudad hermosa parece
la que forman los navíos
que entre las aguas, danzando,
parecen monstruos marinos.
Con el Rey viene Lisbeo,
por tu teniente, y le he visto
saltar, a un esquife
del vientre de un hipogrifo;
el cual, de grandes cercado
y de soldados servido,
con una embajada viene
a verse, señor, contigo;
y sin duda que ha llegado,
porque lo dice el ruido
que en tu antecámara suena.
DANFANISBO:
Dime, ¿es este que entra?
CAPITÁN:
El mismo.
(LISBEO, muy galán, acompañado.)
LISBEO:
Dame esas manos y dame
un asiento.
DANFANISBO:
Es el camino
corto, y no vendrás cansado;
habla en pie, que en pie te admiro.
LISBEO:
El alto rey Abisén
te pide, rey Danfanisbo,
a su hermana, y tu ciudad,
de hermoso y de grande sitio,
porque supuesto que sea
tan grande como le han dicho,
que de una punta a otra punta
hay tres días de camino,
él tiene tantos soldados
y tan grandes artificios
de combatir y vencer,
que es forzoso el ser vencidos;
y podría ser que paguéis
de una vez tantos delitos
contra Dios y contra el cielo,
que os dé el cielo este castigo.
DANFANISBO:
No hables más; vuelve a tu Rey
y dile que no me admiro
de ver que, como otro Xerxes,
ponga a los tritones grillos;
y que a todo su poder,
yo solo, si yo le embisto,
le haré que la espalda vuelva
de mis manos ofendido;
pero que si por su hermana
viene enojado conmigo,
quien la robó fue mi hermano;
y así al robador le envío,
que le pida cuenta della;
que yo a su hermana no he visto.
LISBEO:
¿Quién es su hermano?
IBERIO:
Yo soy.
LISBEO:
No es de príncipe el vestido.
IBERIO:
He sido rey de animales,
y de sus brocados ricos
este vestido corté,
que Adán se vistió del mismo.
Yo robé a Fenicia, yo,
más astuto que Abisino,
fui recibido en sus playas
con pompas y regocijos.
Vamos, que quiero que el Rey
me dé un bárbaro castigo,
pues conmigo este tirano
es un tirano Dionisio.
LISBEO:
¿Y Fenicia, dónde está?
IBERIO:
Robármela el cielo quiso
por transformarla en estrella
como a Urania y a Calixto.
LISBEO:
Vamos, porque el Rey comience
en ti, aunque tan grande ha sido
la culpa, que es en un mar
meter un pequeño río;
y tú apercíbete, Rey.
DANFANISBO:
Dile que no me apercibo
yo para cosas tan pocas.
LISBEO:
¿Eso dices?
DANFANISBO:
Esto digo;
a ti la ciudad te encargo.
Vela, defiende, Fronibo;
que yo no quiero en sus cuellos
manchar mis aceros limpios.
Toma diez firmas en blanco,
y con hombres infinitos
guarda la ciudad, y queden
solo mujeres conmigo.
(Vanse LISBEO y el PRÍNCIPE.)
FRONIBO:
Desta vez quedo señor
de Nínive, y doy castigo
a este tirano inventor
de maldades y de vicios.
(Vase.)
(CORIDÓN y GASENO, villanos.)
GASENO:
Huye, amigo Coridón;
que se acerca el animal
a la orilla.
CORIDÓN:
¿Hay bestia igual?
GASENO:
¿Si es este camaleón?
CORIDÓN:
No, que el camaleón es
comparado a los señores,
que se viste de colores
de la cabeza a los pies.
GASENO:
Así tanto parecer
tiene el hombre cada día.
CORIDÓN:
Y quien en hombre confía,
camaleón ha de ser.
GASENO:
Mas sin cama, león dirás,
pues apenas cama tiene
quien los cree.
CORIDÓN:
El monstruo viene.
GASENO:
Coridón, no espero más.
CORIDÓN:
Sobre este peñasco ponte;
un monte tus pasos fragua.
GASENO:
Pues di, necio, ¿sobre el agua
había de andar un monte?
Ya a la ribera ha llegado.
CORIDÓN:
¡Hola! Ni chista ni paula.
GASENO:
Esta es la carantamaula,
que dijeron que es pescado,
y se me encajó en la cholla.
CORIDÓN:
¡Calla, necio! ¿Hay cosa igual?
GASENO:
Si no es aqueste animal,
será la paparrasolla,
con que acallan los muchachos.
No te asombres.
De babas y ovas vestido,
un hombre della ha escupido.
GASENO:
¿Animal que escupe hombres
es este? No espero más;
si hombres por la boca da,
dime, Coridón, ¿qué hará
si estornuda por detrás?
CORIDÓN:
Oye, que se vuelve al mar.
Debajo del mar profundo
dicen que está el otro mundo;
y de allá debe sacar
a nuestro mundo esta gente.
(Salga la boca de la ballena, y arroje a JONÁS lleno de algas y ovas, y vuélvase a esconder.)
GASENO:
Muerto está el hombre; miremos:
y si es pescado, lleguemos.
Vivo está, que está caliente. (Llegan a JONÁS a tentarle.)
Ah, ¡Buen hombre!
JONÁS:
¿Dónde estoy?
CORIDÓN:
En Nínive, padre, estáis.
¿Qué tenéis, que os admiráis?
JONÁS:
Mil gracias, señor, os doy.
CORIDÓN:
Decid; ¿qué animal, señor,
es el que os echó en la arena?
JONÁS:
Aquel, amigo: ballena.
GASENO:
Balleno, diréis mejor.
JONÁS:
¿Qué día es hoy?
CORIDÓN:
Un día después
del sábado.
JONÁS:
Si esto es cierto,
tres días he estado muerto;
que del viernes a hoy son tres.
En fin, ¿en Nínive estoy?
GASENO:
Sí, amigo.
JONÁS:
¿Es grande?
GASENO:
Es tan grande,
que en tres días no hay quien la ande.
JONÁS:
Mil gracias, señor, os doy.
¿Cuánto está de aquí?
CORIDÓN:
Estará
media legua.
JONÁS:
De esta suerte,
voy a ponerme a la muerte,
que por Dios vida será.
CORIDÓN:
¿Sois deste mundo?
JONÁS:
Sí soy.
CORIDÓN:
¿Pues cómo aquí os ha escupido
un pescado?
JONÁS:
Hoy he nacido;
mil gracias, señor, os doy.
alabando vuestro nombre.
CORIDÓN:
Venid, veréis la ciudad.
JONÁS:
Contra vuestra voluntad,
gran señor, no es nada el hombre.
(Vanse.)
(DANFANISBO y los MÚSICOS cantan.)
MÚSICOS:
¡Ay, larga esperanza vana!
¡Cuántos días ha que voy
engañando el día de hoy
y esperando el de mañana!
DANFANISBO:
Callad, que ya esta mañana
llegó ya con mi esperanza;
dejadme.
MÚSICOS:
De buena gana.
(Vanse los MÚSICOS.)
DANFANISBO:
Y cantadle al que no alcanza:
¡ay, larga esperanza vana!
Ya a la mañana llegué
que amor me está prometiendo,
que siempre esperanza fue,
y en ella alcanzar pretendo
el galardón de mi fe.
Y aun pienso que de mi hermana,
en este largo mañana
no he de conseguir su amor;
que en parte donde hay honor,
hay larga esperanza vana.
(Sale PETRONIA.)
PETRONIA:
¡Ya, día grave y pesado,
para mi dichosa suerte
a mis manos has llegado,
a donde con otra muerte
será Rosanio vengado.
Ya con el cuchillo estoy,
mi Rosanio, el día de hoy
procurando tu venganza;
podrá decir mi esperanza:
¡cuántos días ha que voy!
(Sale FRONIBO.)
FRONIBO:
Las firmas han sido abono
de mi traición; hoy sin ley
en Nínive me corono,
y hoy con mi industria soy Rey,
bajando al Rey de su trono.
General de reino soy;
si muerte a la Infanta doy
y engaño me da poder,
diré que rey vengo a ser,
engañando el día de hoy.
(Sale MACARIA.)
MACARIA:
No quiero más esperar;
¡el Rey muera! ¡Ah, cielos, cielos!
Pues me da el tiempo lugar;
que son cometa los celos
y muerte han de señalar.
¡Muera el Rey, y esta tirana,
pues a Fronibo se allana;
que ya me canso y ofendo
de ir el día de hoy muriendo
y esperando el de mañana!
DANFANISBO:
¿Petronia está en mi presencia?
PETRONIA:
¿Aquí está este ingrato?
FRONIBO:
¿Aquí
la Infanta está?
MACARIA:
Amor, paciencia;
este es el Rey, muera así.
(JONÁS dentro.)
[JONÁS]:
¡Penitencia, penitencia!
DANFANISBO:
¿Qué aguardo? A mi hermana voy.
PETRONIA:
¡Ea, muera Danfanisbo!
FRONIBO:
¡Muera, Petronia, que estoy
dudando conmigo mismo!
MACARIA:
¡Muera el Rey si noble soy!
DANFANISBO:
¡Oh, hermana! Dame licencia
que le abrace.
PETRONIA:
¡Muera el fiero!
FRONIBO:
¡Muera esta vil sin prudencia!
¡Muera este ingrato! ¿que espero?
(Sale JONÁS como salió de la ballena.)
JONÁS:
¡Hombres, haced penitencia!
Nínive, si más porfías
en tus vicios y no das
crédito a las voces mías,
castigo eterno tendrás
dentro de cuarenta días.
Limpia en ellos tu conciencia,
que a Dios tienes ofendido,
y así yo, con su licencia
a prevenirte he venido
y a pronunciar la sentencia.
(Pasa por delante de ellos.)
DANFANISBO:
¿Quién eres, monstruo espantoso,
que atrevido y riguroso
nuestra destrucción adviertes?
JONÁS:
Quién predice vuestra muerte,
voz del Todopoderoso:
cuarenta días tenéis,
ninivitas, si queréis
del torpe vicio apartaros;
trompa soy para avisaros
que a Dios, airado tenéis.
(Vase.)
DANFANISBO:
¡Ángel, voz divina, espera,
que hay Dios que premia y castiga!
¡Deleites del mundo, afuera;
que me inspira Dios que siga
la vida más verdadera!
(Vase.)
PETRONIA:
¡Qué temor!
FRONIBO:
¡Qué confusión!
MACARIA:
Muerto llevo el corazón.
PETRONIA:
A llorar voy mi pecado.
(Vase.)
FRONIBO:
¿Dios airado?
(Vase.)
MACARIA:
¿Dios airado?
Cierta es nuestra perdición;
¡Dios, entre arpías me veis,
pues con las lágrimas mías
conocer no me podréis
dentro de cuarenta días!
(Vase.)
(ABISÉN y CAPITÁN salen.)
ABISÉN:
¿Posible es que la ciudad
no se defiende?
CAPITÁN:
Las puertas
tiene abiertas.
ABISÉN:
Pues entrad
triunfando si están abiertas.
CAPITÁN:
Lisbeo viene.
ABISÉN:
Esperad.
(LISBEO trae al lado a IBERIO.)
LISBEO:
A tu presencia, señor,
traigo el homicida fiero
de tu vida y de tu honor,
porque afilando tu acero
en él cortará mejor.
Este es Iberio, el hermano
de Danfanisbo, que es tal,
que es de su sangre tirano;
la culpa le hizo animal
y no parece hombre humano.
Este, señor, es aquel
autor del infame robo,
que para que sepan que él
en la condición es lobo,
quiso vestirse de piel.
Su hermano así le destierra,
que de su muerte se agrada,
que el infierno en él se encierra,
y responde a tu embajada
con decir que quiere guerra.
ABISÉN:
Di, ¿fuiste tú quien robó
a mi hermana?
IBERIO:
¡Señor, sí!
Pero no sé della.
ABISÉN:
¿No?
IBERIO:
En un monte la perdí,
donde mi hermano me echó;
fui a buscar senda o camino,
y entretanto, alguna fiera
o fiero monstruo marino,
en la espumosa ribera
eclipsó mi sol divino.
Por toda la soledad
muchos días la busqué,
moviendo el monte a piedad
y con un lobo troqué
mi pompa y mi majestad.
Y pues yo de aquesta suerte
te robé a tu hermana bella,
dame con tu brazo fuerte
la muerte, porque sin ella,
señor, ya mi vida es muerte.
ABISÉN:
Movido me ha el corazón
mi hermana, y vengar deseo
en Nínive esta traición;
déle la muerte Lisbeo,
y acérquese mi escuadrón.
(Vase el REY y quedan LISBEO e IBERIO.)
LISBEO:
Manda el Rey que te dé muerte.
IBERIO:
Venga; que no me acobarda.
LISBEO:
Matadle, pues.
IBERIO:
¡Trance fuerte!
¡Ya voy, dulce esposa!
LISBEO:
Aguarda,
porque quiero conocerte;
¿eres tú un hombre que un día
a un hombre vida le diste,
que a una mujer defendía?
IBERIO:
Yo sospecho que tú fuiste
el que de Rosanio huía.
LISBEO:
El mismo que dices fui.
IBERIO:
Y yo, señor, fui también
el que el camino te di.
LISBEO:
No se pierde el hacer bien;
un anillo que te di,
¿dónde está?
IBERIO:
Desde aquel día
me ha acompañado en el dedo
¿no es este?
LISBEO:
La deuda es mía,
y siendo así, ahora puedo
pagarte la cortesía.
Dame, señor, esa mano,
que amparo y muro ha de serte;
que no quiero ser villano;
y aunque Abisén me dé muerte,
te he de vengar de tu hermano.
Perdone el rey Abisén
si en darte vida me fundo,
y Danfanisbo también;
porque veas que en el mundo
nunca dañó el hacer bien.
Rey serás, y no te asombre,
y en Nínive vencedor
de tu hermano: ¡Hola! A este hombre
dadle un vestido, el mejor
de los míos.
IBERIO:
Fama y nombre
cobras con hazaña igual.
LISBEO:
Ve y múdate este vestido;
que importa.
IBERIO:
¡Oh, amigo leal!
siempre hacer bien bueno ha sido,
como es malo el hacer mal.
(Llévenlo los soldados, y salga FENICIA.)
FENICIA:
Hanme dicho que envió
a mi esposo Danfanisbo
el Rey.
LISBEO:
Sí, y muerte le dio.
FENICIA:
¿Y quién se la dio?
LISBEO:
Yo mismo.
FENICIA:
Para que no viva yo:
¡oh, mano fiera! Homicida
del alma, que me mataste:
mi muerte el cielo te pida,
pues que de un golpe quitaste
dos vidas en una vida;
Mas ¿cómo, teniendo espada,
¡cielos! a mi bien no sigo?
Aguárdame, alma adorada;
que presto estaré contigo;
si es tan breve la jornada.
(Quiere echarse sobre su espada desnuda.)
LISBEO:
¡Tente!
FENICIA:
Déjame acabar
de una vez, y que a Liberio
el alma vaya a buscar.
LISBEO:
No es sin falta de misterio
no darte a morir lugar;
antes, pues conmigo estás
a solas, pienso gozarte:
esto ha de ser.
FENICIA:
¿Dónde vas?
LISBEO:
¡Vive Dios, que he de matarte
si este gusto no me das!
Apercíbete a morir
o a darme gusto.
FENICIA:
¿A Fenicia
liviandad se ha de pedir?
¿Tal te atreviste a pedir?
No hay Dios, no hay ley, no hay justicia;
morir quiero y no vivir;
que vida muriendo gano:
por mi honor: mátame injusto.
LISBEO:
Pues a matarte me allano;
que si eres bronce a mi gusto,
acero ha de ser mi mano.
(Sale el REY ABISÉN con gente, y la espada desnuda todos, y el CAPITÁN.)
ABISÉN:
¡Espantosa novedad!
No veo en Nínive gente.
CAPITÁN:
No hay gente en esta ciudad.
ABISÉN:
Mas ¿no es hombre aquel? Detente.
CAPITÁN:
¡Extraña temeridad!
ABISÉN:
Ya llega a nuestra presencia.
CAPITÁN:
¡Hombre!
ABISÉN:
Gran temor me ha puesto
con su espantosa apariencia.
CAPITÁN:
Hombre, responde, ¿qué es esto?
JONÁS:
¡De las culpas penitencia!
¡Oh, nombre de penitencia!
(Vanse.)
CAPITÁN:
¿Fuese?
ABISÉN:
¡Qué extraños portentos!
Atadas las bocas tienen
los bueyes y los jumentos.
¿Qué es esto?
CAPITÁN:
Otros muchos vienen
muy flacos y macilentos.
ABISÉN:
¿Qué es esto? ¿Quién ha trocado
a esta ciudad?
CAPITÁN:
Otros dos
en el palacio han entrado.
ABISÉN:
Si está esa ciudad sin Dios,
¿quién puede haberla endiosado?
CAPITÁN:
No defienden las haciendas
que tus soldados saquean;
abiertas están las tiendas.
ABISÉN:
Solo salvarse desean.
CAPITÁN:
Mata a aqueste.
ABISÉN:
No le ofendas:
¿es este el palacio?
CAPITÁN:
Sí.
ABISÉN:
Todo es penitencia en él;
¡loco estoy, no estoy en mí!
Posible es; ¿qué hombre es aquel?
CAPITÁN:
Hombre es.
ABISÉN:
¿Cómo viene así?
CAPITÁN:
Los caballos enfrenados,
cortadas las cerdas locas
y los copetes cortados;
en los pesebres las bocas,
de ceniza están sembrados.
ABISÉN:
Este es el solio real,
sin duda, en que el Rey asiste;
¡descubrid! ¿portento igual?
¿De tosco sayal se viste
un Rey? No creyera tal.
(Descúbrese una cortina y está el REY, de jerga, en un trono de luto, con soga al cuello y ceniza. La corona y cetro a los pies.)
CAPITÁN:
Solo el mirar su presencia
da temor.
ABISÉN:
Así resisto
de mi gente la inclemencia:
¿qué es esto que habemos visto?
DANFANISBO:
Un Rey que hace penitencia.
(Salgan LISBEO e IBERIO, galanes.)
ABISÉN:
Sin pelear me ha vencido
el Rey y su gente.
IBERIO:
¿Quién
causa deste bien ha sido?
CAPITÁN:
Perros y gatos también
de penitencia han vestido.
DANFANISBO:
Si de mirarme te agradas,
ensangrienta en estas venas
las puntas de tus espadas;
..........................................
..........................................
que bien sé que Dios te envía,
Rey, a castigarme a mí,
que sin Dios ni ley vivía:
del mundo idólatra fui
y es loco el que en él confía.
LISBEO:
Ya en la ciudad están puestas
tus águilas vencedoras.
IBERIO:
Grandes victorias son estas.
LISBEO:
¿Pues cómo venciendo lloras,
en vez, señor, de hacer fiestas?
ABISÉN:
Aunque vencer he podido
a este pueblo descuidado;
su Rey, que el caso ha sabido,
de penitencia se ha armado
y con ella me ha vencido.
Quísele hacer resistencia,
mas es su poder eterno
y espántame su presencia;
y no es mucho, si al infierno
espanta la penitencia.
La mayor fuerza del cielo
es imitallo los dos;
pues pudo su sabio celo,
la que fue ciudad sin Dios,
hacerla ciudad del cielo.
Solo me pesa, Lisbeo,
de la muerte de Iberio.
LISBEO:
Como servirte deseo,
vivo está.
IBERIO:
No sin misterio
a tus pies libre me veo.
LISBEO:
Señor, la vida le di,
porque la vida le debo.
ABISÉN:
También te perdono a ti.
DANFANISBO:
Hermano, yo no me atrevo
a hablarte ni verte aquí:
mis sinrazones perdona
y con Petronia, mi hermana,
en el reino te corona.
IBERIO:
Mi amor en servirte gana.
DANFANISBO:
Y el mío, hermano, te abona.
ABISÉN:
Yo de Petronia he de ser,
si es su gusto, su marido.
DANFANISBO:
Será tu esclava y mujer.
IBERIO:
A haber mi bien parecido,
fuera cumplido el placer.
LISBEO:
Pues para que todo esté
cumplido, yo, mi señor,
viva a Fenicia daré,
que haciendo prueba en su amor,
ejemplo de virtud fue.
IBERIO:
Los pies le quiero besar.
DANFANISBO:
Y Macaria con Fronibo
al punto se ha de casar.
ABISÉN:
Pues tanta gloria recibo,
vuelva mi ejército al mar.
DANFANISBO:
Pues cesen las alegrías.
Señor, con vuestra licencia;
que en estos cuarenta días
todo ha de ser penitencia,
llorando las culpas mías.
(Vanse todos.)
(Sale JONÁS.)
JONÁS:
Ya en Nínive, Señor, he predicado,
y no se si a mi voz se han convertido,
aunque un pueblo tan loco y obstinado,
darle clemencia, cosa vuestra ha sido.
Grande ha de ser el llanto si el pecado
grande, Señor, y penicioso ha sido;
mas vos os contentáis ¡oh entrañas pías!
Con penitencia de cuarenta días.
No quise en la ciudad quedar; que quise
ser como Lot, cuando dejó a Sodoma,
y a vuestro mandamiento satisfice
haciendo que la gente duerma y coma;
su risa es llanto que la inmortalice.
Yo no sé, gran Señor, cómo la toma,
que es bien que el vicio a enfermedad se iguale,
que entra de presto, pero tarde sale.
Confiado estoy al pie de aquesta yedra,
pared a el sol, y el sueño vencer quiero,
que si a la sombra deste tronco medra,
aquí, a su sombra, yo medrar espero.
La cabeza pondré sobre esta piedra
hasta que el sol se esconda yel lucero
abra los ojos a mirar la tierra:
que el sueño y el cansancio me hacen guerra.
DIOS:
Pues tus esperanzas pones,
Jonás, en la yedra loca,
quiero, en tanto que tú duermes,
secarte sus verdes hojas.
Todo lo rige mi mano;
que mi mano es poderosa
solamente, y son caducas
del mundo todas las cosas.
No ha de quedar hoja en ella,
y mientras se caen todas
te quiero enseñar el sol,
de quien tú has sido la sombra.
Tú eres el Jonás primero;
mas quiero enseñarte ahora
el segundo, que ha de darte
eterna fama y memoria.
Que si tú, en el mar soberbio,
arrojado entre las olas
estuviste en un pescado
de negras y fuertes conchas,
tres días muerto, y al fin
saliste con la victoria
de la muerte y de los vicios
en que Nínive reposa;
este segundo que digo,
desde la mar procelosa
de su pasión, esta piedra
que ves por sepulcro toma,
que es la ballena segunda,
más verdadera y más propia,
echándola de la nave
de la cruz, borrasca y ondas,
donde al cabo de tres días,
glorioso, de aquesta forma
resucitará, triunfando
de la Nínive espantosa,
del infierno, cuya cárcel
quedará deshecha y rota
por este Jonás que has visto.
Tú, Jonás, eras la sombra:
¡recuerda, Jonás, recuerda!
(Rómpese un sepulcro, y salga un niño de resurrección, y súbase al cielo.)
JONÁS:
¡Jonás divino, perdona
si este primero Jonás
con su vida te deshonra!
Por fe te adoro y confieso,
que eres segunda persona
del Padre, y Dios como el Padre
en la esencia y no en la forma.
Y aunque entre sueños te he visto,
tiempo vendrá que conozca
que es verdad, cuando el infierno
para rescatarnos rompas.
Quiero volverme a la yedra;
que el calor del sol me enoja.
Pues la yedra se ha secado.
Señor, ¿por qué desta forma
aquí, porque me amparaba,
me habéis quitado la sombra?
¿Posible es que cobijéis
con la vuestra esta alevosa
ciudad, que por ser tan mala,
la ciudad sin Dios se nombra,
y a mí, que os estoy sirviendo,
me neguéis sus verdes hojas?
DIOS:
Si tú desta suerte sientes
que yo una yedra te esconda
por la sombra solamente,
siendo una cosa tan poca,
¿por qué quieres que le niegue
a esa ciudad, que ya llora
sus culpas de aquesta suerte,
Jonás, mis misericordias?
Si pérdida tan pequeña
tanto sientes, deja ahora
que cobije la ciudad
yedra de misericordia.
Y porque veas que está
trocada su suerte toda,
vuelve los ojos y mira
su penitencia espantosa.
Mira en este hermoso lienzo
las figuras prodigiosas
que la penitencia pinta,
que es soberana pintora.
Que para vencerme a mí
no hay cosa tan poderosa
como aquesta hermosa dama,
que por fea al mundo asombra.
Vuelve a la ciudad, Jonás,
porque celebres las bodas
de los Reyes, y conoce
que es mi mano poderosa.
(Todo se desaparece y cubre.)
(Descúbrense en el tablado alto y bajo algunas cuevas: en ellas, puestos de penitencias diferentes, los más que puedan.)
JONÁS:
¿Quién, gran Señor, no engrandece
vuestras obras milagrosas?
¡Oh, ciudad sin Dios un tiempo,
deja aqueste timbre, y torna
la ciudad de Dios, y acabe
tu penitencia y la historia!