El imperio jesuítico/Las ruinas

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Portada de una sacristía en Trinidad


Las ruinas

El bosque ha tendido su lujo sobre aquella antigua desolación, siendo ahora las ruinas un encanto de la comarca.

Dije ya que el mortero más usual en las construcciones jesuíticas, fué el barro. No era, naturalmente, de la arcilla roja que el lector ya conoce, sino del humus que se recogía en los cercanos manantiales y se empleaba con profusión á causa de su baratura. Abandonados los pueblos, la maleza ha arraigado en aquella tierra propicia, precipitándose sobre ella con un encarnizamiento de asalto. La mugre de las habitaciones, y la costumbre de barrer hacia la calle, abonaron durante más de un siglo el terreno con toda clase de detritus, siendo esto otra causa de la invasión forestal que ha cubierto las ruinas. Aquellos restos de habitaciones sin techo, parecen enormes tiestos donde pulula una maleza inextricable. Unas desbordan de helechos; en otras crecen verdaderos almácigos de naranjos; aquella está llena por el monstruoso raigón de un ombú; de esa otra se lanza por una ventana, cuyo dintel ha desencajado, un añoso timbó; el musgo tiende sobre los sillares vastas felpas, y no hay juntura ó agujero por donde no reviente una raíz.

La selva entierra literalmente aquello, de tal suerte, que puede presagiarse una ruina en razón de su espesura. Internado en ella, el viajero llega abriéndose paso á fuerza de machete hasta alguna antigua pared ó poste aislado, que nada le indican; para orientarse, es indispensable dar con la plaza que sigue formando aún en medio de la maleza un sitio despejado. Está, sin embargo, disminuída, porque el bosque tiende á avanzar hacia su centro; pero su relativa desnudez, prueba que la vegetación ha buscado en efecto el barro negro de las paredes y el suelo abonado por las basura en las calles. Aquella plaza da la situación del pueblo. Está orientada á rumbo directo, con una leve declinación que no induce en error; y cada uno de sus costados es la base de una manzana de igual superficie. La mayor profusión del naranjal indica la huerta del antiguo convento.

De las reducciones argentinas, tan maltratadas por la guerra, apenas queda otra cosa que paredes; y como resto ornamental el pórtico de San Ignacio, popularizado por la fotografía y por las descripciones de varios viajeros. Si se quiere hallar algo menos informe, es necesario internarse al Brasil y al Paraguay, realizando fastidiosos viajes en que hasta la comida suele escasear. Los puntos más cercanos son San Nicolás y Trinidad respectivamente.

Para llegar al primero, es necesario pasar el Uruguay frente á la villa de Concepción, viajando después setenta kl. á caballo. El segundo tiene dos puntos de acceso: por tierra, desde Villa Encarnación, ciudad paraguaya situada frente á la capital de Misiones, haciendo sesenta kl. de malísimo camino; y por agua desde la mencionada capital hasta el puerto de Trinidad, situado á quince kl. de las ruinas. Las distancias son cortas; pero la escasez de caballos y el natural retraimiento de una población semi-salvaje, para quien la procedencia argentina no es una recomendación, hacen de aquellas excursiones una verdadera campaña. Por lo demás, es necesario llevar consigo provisiones á todo evento, pues hasta la mandioca, indígena de la región, suele faltar, siendo la carne mala y cara.

Unas y otras ruinas valen, sin embargo, la pena de ir á verlas. El espíritu revive á su contacto una historia originalísima; experimenta una impresión algo más elevada de la que inspira el éxtasis fácil del burgués ante la rocalla de las grutas municipales, y aquella tristeza agreste le hace comprender que no todo es retórica en la mentada «poesía de las ruinas».

Esos descoronados muros que se obstinan en permanecer, formando tan rudo contraste su vetustez con la eterna lozanía de la verdura; el curso, diríase melancólico, del manantial captado que resistió á tantos sacudimientos en la furtiva clausura de su cisterna; la huella de algún incendio en las jambas carcomidas de una celda; la bóveda trunca de un sótano que es ahora clandestino agujero; la juventud victoriosa de los naranjos que sobreviven, frutando para las aves del aire su nectárea cosecha-dan, tal vez por sugestión romántica, pero no menos evidente, sin embargo, una impresión de nostalgia mística.

La serenidad es inmensa, el silencio vasto como un mar, la soledad eterna. Empero, no hay nada de adusto allá. El clima y el bosque han impreso al conjunto su dulzura peculiar. Aquella hidrópica vegetación de tréboles, helechos, ortigas, produce una humedad por decirlo así emoliente. Los ásperos sillares rezuman el copioso rocío de las noches, que el sol meridiano desvanece apenas, dando asidero al liquen higroscópico y á los zarcillos de las parietarias; el suelo es una red de malezas, que pujan hasta á bosquecillos de tártagos y á bravísimos cercos de agave; y por sobre eso el alto bosque dilata su inmenso toldo.

Sube hasta el bochorno la tibieza enervante del aire en las asoleadas siestas, haciendo glorietas exquisitas de aquellas derruídas habitaciones que regalan frescuras de tinaja. En perezoso desprendimiento caen aquí y allá las naranjas demasiado maduras; croan entre los árboles, al amor de tan pródiga pitanza, nubes de loros que por instantes prorrumpen á la loquesca en estridente cotorreo; algún conejo, cuyo pelaje blanco ó manchado recuerda á sus antecesores de la reducción, salta cauteloso entre los helechos; y el silencio, tan característico que se hace notar como una presencia, completa la impresión de paz.

Los montones de piedras delinean antiguas calles, cercados y recintos. Sobre el ábaco de un pilar, al que apenas diferencia de los troncos cercanos su rectangular estructura, un guaembé (philodendron micans) dilata sus hojas como en un vasto macetón de vestíbulo; orna la adaraja que descubrió un derrumbe, tal cual cactea; yérguense sobre los parapetos elegantes arbustos, y por todos los rincones cuelgan las avispas sus panales de cartón.

Donde las construcciones fueron de tapia, la profusión es mucho mayor desde luego. La higuera silvestre y el ombú han medrado ávidamente en aquellos montones de tierra, alcanzando proporciones desmesuradas su inconsistente tronco. Esas masas de albura en que el machete se hunde como en carne de pera, han realizado los más curiosos caprichos plásticos al apoderarse de las ruinas. Aquí uno mantiene incrustado entre sus raigones tal trozo de pared, sobre el cual diríase que han corrido gruesas chorreras de plomo; más allá otros aprovecharon como tutores los antiguos machos de urunday, casi del todo cubiertos por su esponjosa leña; y algunos que encontraron en su desarrollo vigas ó tirantes, abrazáronse á ellos, desencajáronlos de sus ensambles, y alzándolos á medida de su crecimienio, forman ahora inmensas cruces ú horcas colosales del más extraño efecto.

Helechos y tréboles gigantes son el tapiz de las antiguas habitaciones; raíces y vástagos componen á sus ruinas una verdadera decoración, cual si quisieran restaurarlas con arte salvaje. De pronto se nota una enredadera que es, para ese fuste, astrágalo perfecto; ó una mata de iridáceas que forma naturales caulículos á aquella columna decapitada. Y el silencio es cada vez más profundo, cada vez más grato. Una extraviada planta de yerba trae á la mente como recuerdo impreciso la pasada historia, y esta circunstancia poética: que cada ruina posee su zorzal-acrece la impresión de melancólica dulzura con los flauteos del solitario cantor.

Allá se tiene, como quien dice en miniatura, una historia completa. Aquel fugaz imperio, quizá soñado por sus autores como una teocracia antigua, con su David y su Salomón, pasó por todas las crisis desde la conquista hasta el fracaso; hizo floreeer una política que enredó en su trama á dos naciones; organizó la vida civil, en forma como no la veía el mundo desde las más remotas civilizaciones asiáticas; realizó la teocracia, en admirable rebelión contra el progreso de los tiempos y de las ideas; conglomeró en sociedad, con imponente esfuerzo, aquel hervidero de tribus cuya dispersión inorgánica parecía inhabitarlas para toda jerarquía-errando mucho aunque acertando asaz; conato si se quiere, pero valentísimo; esbozo á buen seguro, mas de proyecto enorme, donde no flaqueó el esfuerzo sino el ideal en pugna con la vida; y ni el estrago de la guerra le faltó para que sus restos conservaran el sello de todas las grandezas humanas, comunicando una especie de épica ternura á aquellos escombros velados por la selva compasiva, cuyos rumores son el último comentario de una catástrofe imperial.

Hollando tejas y rotas baldosas, anda uno por ellos. Eran fuertes piezas, que revelan una vez más
Tipo de columna


la poderosa estructura del conjunto. Miden las primeras 0.45 ms. de largo por 0.35 de ancho y 0.1 ½ de espesor; las segundas 0.30 si octogonales, 0.40 y 0.45 si de seis lados. A través del tiempo, sirven de nuevo á los actuales moradores, siendo de pasta superior.

Mencioné ya el carácter igual que tenían todos los pueblos jesuíticos, y que se ve patente en sus ruinas. Adoptado un tipo, debieron conservarlo, pues así lo ordenaba la ley; y respecto al que usaron, vale la pena mencionar el nombre de su inventor, el P. González de Santa Cruz. No hay mucha originalidad que digamos, pues el mencionado sacerdote no era arquitecto, y se atuvo estrictamente á la cuadrícula, tomando como base la manzana española con sus conocidas dimensiones (125 ms. X 125); pero el dato histórico tiene su valor evidente en arqueología.

Describiré dos de estas ruinas, las más accesibles desde la capital de Misiones: San Carlos y Apóstoles; no haciéndolo con San Ignacio, que es la más visitada, porque ya existen sobre ella una descripción y un plano del señor Juan Queirel, y tienen además un guardián del Estado. Mi descripción sería una redundancia, sin contar con que los desmontes efectuados últimamente, facilitan por completo el acceso.

San Carlos, como puede verse por su plano respectivo, estaba situada entre las nacientes de los ríos Pindapoy ó San Carlos y Aguapey, y el arroyo del Mojón que desemboca en este último. Su posición era culminante, sobre una meseta de 250 ms. de altura, que divide las aguas de los ríos citados, hacia el Paraná y el Uruguay respectivamente. En días claros, se alcanzaba á ver desde ella la estancia de Santo Tomás, situada veinte kl. al N.O. y la de San Juan treinta y cinco al E. N. E. Lo acertado de su situación, en cuanto á salubridad y topografía, se deduce por contraste con el pueblo actual, cuyos diez ó doce ranchos, diseminados en el fondo de un cañadón anegadizo al S. de las ruinas, se ven á menudo azotados por la difteria y el paludismo. Una serie de lomas, casi todas coronadas por el bosquecillo circular que indica con frecuencia una antigua población, circuye las ruinas, enteramente cubiertas por el bosque al cual se interpola el diseminado naranjal.

El lector debe tener á la vista los dos planos de
esta reducción, pues el de conjunto da un tipo de la topografía común á los pueblos jesuíticos, y el detallado otro de la planta urbana solamente.

Las ruinas constan de dos cuerpos, separados ahora por una calle de 20 metros de ancho que corre de N. á S., y por la plaza. El primero consiste en el convento con sus dependencias y una manzana de casas al O. El segundo es el pueblo mismo.

Rodeaba á aquel edificio una albarrada de piedra tacurú en bloques de 0.20 ms. de diámetro, término medio, siendo su altura 3 ms.; su ancho en la base 1.25 y en la cúspide 0.95. Estas dimensiones son comunes á las demás murallas divisorias.

El convento se dividía en dos partes. La quinta, situada al N., tenía 145 ms. de ancho al S., por 190 de E. á O. La llena enteramente el naranjal, que ha perdido, al renovarse incultamente, la antigua alineación; y en su vértice N. O. existía un pozo, circundado por una pileta ó abrevadero. Una faja de terreno baldío que ocupa todo el costado O., sería quizá la hortaliza.

A 84 metros de dicho costado, corre paralela una muralla de tapia casi enteramente derruída, cuya explicación no he podido encontrar, sino tomándola por la trinchera en que Andresito resistió á los brasileños. Refuerza mi conjetura el hecho de que dicha tapia vaya á dar en el flanco de la iglesia, situada sobre el costado O. de la plaza; pues aquel edificio era el polvorín, como se recordará.

El espacio ocupado por las habitaciones del convento tiene 84 metros de E. á O. por 82 de N. á S., contando la primera distancia hasta la tapia; pues hasta el cerco general de piedra, mide 190 como en el resto. Sobre la muralla que circunda este recinto por el S., hasta dar con la tapia, es decir, en una longitud de 84 metros, había 14 habitaciones, por completo independientes una de otra; y desde la tapia hasta la iglesia, 19 en iguales condiciones. Su capacidad es de 10.90 ms. por 5.85; estaban construídas en piedra hasta 2.70 ms. desde el cimiento, siendo el resto una tapia que mide ahora 2.30, pero que debía exceder de 5. Los machos de urunday que atizonaban aquellos muros, están visibles todavía en algunos puntos; los sillares que los formaban, son prismas de 0.75 X 0.45. De los tirantes y alfarjías no queda resto en las destruídas habitaciones que el incen
dio devoró dos veces. Sombreaba toda esa edificación una galería de 3.50 ms. de ancho, sostenida de 4 en 4 ms. por pilastras cuyos pedestales medían

0.85 X 0.80. El fuste, fijo al basamento por una espiga de madera, tenía 2 ms. de alto y 0.46 por cara; algunos alcanzaban 1.06 X 1 en el pedestal y 0.77 en los lados. Todas estas pilastras eran ochavadas. Una parte de la galería debió de estar asentada sobre postes de madera que el incendio destruiría, por cuya razón no ha dejado vestigios. Al extremo O. de las habitaciones en cuestión, y á 20 ms. detrás de la iglesia, quedan los restos de una construcción redonda en piedra, que debió de ser el campanario comunicado con el convento. En el costado opuesto había 5 salas de piedra de 15 ms. X 9.75, hasta la tapia; y si desde ésta hasta la muralla de piedra seguía la misma edificación, resultan 7; ó 19 si era como la del frente. No conservan vestigios de galería, é infiero por su tamaño que serían talleres ú oficinas. En su intersección con la tapia, está á la vista un trecho de sótano que correspondió quizá al refectorio. Tras de la muralla que circunda al convento por el O., y formando cuerpo con ella, existía un corral de 72 ms. X 44, inmediato al cual pasaba el camino á la estancia de Santo Tomás, que puede utilizarse aún. De este mismo corral se desprendía un potrero de piedra, que ensanchándose al S. O. volvía después al N. hasta dar con un manantial del Pindapoy; tenía 700 metros de desarrollo. A 30 metros detrás del costado N. de la quinta, hay una ruina situada sobre otro manantial del mismo arroyo, quedando entre ésta y el corral un sotillo de naranjos, pero sin restos de habitación.

La plaza mide 125 ms. X 125, y en su costado O. estaba la iglesia, de la cual sólo quedan dos tapias informes y vestigios de gradas pertenecientes al pretil. Al extremo de este costado, ó sea en el vértice S. O. de la plaza, se halla el cementerio actual-un corralito donde hay algunos trozos de lápidas antiguas.

Manzanas de las dimensiones ya establecidas, tienen sus bases en los lados N., S. y E. de la plaza; dos más, completan el cuadrado, y una empieza en el costado S. del convento. Las habitaciones son de 6 ms. X 6, y están dispuestas en filas, separadas por calles de 18 ms., como se ve en el plano.
Doy una manzana solamente con esta disposición, pero las otras son iguales. Las habitaciones que rodeaban la plaza eran de piedra, así como las que formaban la manzana O. El resto es casi enteramente de tapia, notándose frente á todas vestigios de galería. Sus paredes de piedra alcanzan 3 ms. de elevación, desde el cimiento inclusive, en las esquinas; la tapia superpuesta no tiene más que 0.50. Cada manzana contaba ó6 filas de habitaciones, formando 19 de éstas una fila; lo cual da 68 casas para el pueblo solamente. Calculando á 5 habitantes por casa, promedio que me parece discreto, salen 3.420; los cuales, junto con la servidumbre del convento y los capataces y peones de las

estancias, hacen el total de 3.500 establecido para las reducciones en general.

Las fortificaciones están enteramente destruídas; pero es fácil concebir su ubicación por la del pueblo. Aquellos arroyos que casi lo rodean, constituían fosos naturales.

Apóstoles estaba situado también en una meseta entre los arroyos Cuñá-Manó y Chimiray; el primero á 7 kl. al S. y S. O., y el segundo 1.100 ms. al N. El plano da el número de sus manzanas y dependencias, bastante destruidas; pero las habitaciones están mejor conservadas que en San Carlos. En ellas se ve que las puertas medían 3.05 ms. de alto por 1.10 de ancho. Los alféizares, netamente rebajados en la piedra, tienen 0.07. Varía un poco la capacidad de las habitaciones, pues éstas son de 5.75 ms. de largo, por 5.15 de ancho, alcanzando á 3.15 las paredes que permanecen en pie. Los sillares prismáticos que las forman, miden 0.58 X 0.33; no obstante, en las esquinas son de 0.87 X 0.40. En el ángudo S. E. de la plaza, hay restos de otras que midieron 7.50 X 5.70; pero son excepcionales.

Detrás de la línea de habitaciones que formaba el costado E. de aquella, y separadas por una calle de 15.70 de ancho, había 2 salas de 36.70 de largo por 5.80 de ancho cada una; quedando aisladas entre sí por un espacio de 17.15, en el cual prosperan algunos naranjos. Detrás todavía, y á la distancia ya indicada de 15.70, hay otras dos de iguales dimensiones, siguiendo después la edificación común. Sus paredes miden 0.75 de espesor. Cada una tenía 6 puertas, correspondientes, según parece, á otros tantos tabiques.

Quedan en el costado N. de la plaza, restos de dos cuerpos de edificio separados por un espacio de 25 ms., los cuales miden 6.40 de frente cada uno. Una puerta de 2.30 de alto por 1.95 de ancho, permanece todavía en pie. De los extremos del cabío, formado por un enorme tablón de urunday, arrancaban dos maderos, que incrustándose en las piedras caladas al efecto, formaban una especie de arco adintelado. Carcomido por el incendio hasta la mitad, resiste, sin embargo, soportando el enorme peso del dintel, casi sin pandearse; y es probable que conservara toda su horizontalidad, de estar contrapeado todavía con las jambas. Ello no es de extrañar, cuando se sabe que la madera del urunday tiene una resistencia á la flexión de 1257 kgs. por cm2. Cada cuerpo del edificio mencionado tiene 5.66 ms. de ancho, siendo su fondo 12.80 para el que está más al E. y 6 para el otro. Las paredes miden 0.69 de espesor y 5.80 de altura; pero es fácil calcular 1.50 más, por los derrumbes y lo colmado del piso, resultando entonces una altura de 7.30 para el edificio.

El otro costado de la plaza, es decir el del S., tiene 55.50 ms. ocupados por un muro de piedra de altura variable, cuyo máximum y mínimum es de 3 y de 1.70. Me inclino á creer que este muro correspondiera al costado de una sala extensa, análoga á las ya descritas en el costado E. Los 13 y 62 ms. que faltan para completar el lado en cuestión, estuvieron formados, al parecer, por casas de tapia.

A 68 ms. al S. de este costado, hay restos de una construcción de 26 ms. de frente por 16 de fondo, con un tabique divisorio á los 7.50 de éste. Se hallaba dividida en cuatro piezas iguales con cuatro puertas al N. Quedan vestigios de una galena de 2.35 de ancho sobre los costados N., E. y O. de la plaza, consistentes en postes de urunday muy deteriorados, y pilastras de 2.09 de alto por 0.45 de cara; unas ochavadas, otras con un tosco esgucio que las decoraba groseramente.

Frente á la larga pared descrita, existe el tronco de una estatua de piedra, que por la manera como tiene cruzadas las manos sobre el pecho, debió de

pertenecer á la Inmaculada Concepción. Las erosiones apenas dejan distinguir un pie; mas lo poco que de él aparece debajo de la túnica, refuerza el anterior indicio. Cerca de este punto, dos pedes
Tipo de columna


tales netos, en cuyos plintos se ve aún los agujeros de las espigas que aseguraban sus respectivas estatuas, indican que éstas fueron dos; y en efecto, no es difícil encontrar pedazos de otra. Dichas estatuas, que decoraban el exterior de las iglesias, nos llevan á tratar de las ruinas pertenecientes á éstas.

Alguna vez se ha hablado del «estilo guaraní; pero es un evidente abuso de frase. Sabe todo el mundo, que ni siquiera puede decirse con propiedad «estilo jesuítico», siendo lo único peculiar en la arquitectura de la Compañía el abuso decorativo; mas esto mismo era entonces una moda universal. El bosque, con su profusión lujuriante, habría influído tal vez sobre aquella arquitectura; pero no hubo tiempo para semejante evolución, por de contado muy lenta siempre, y los indios carecían de la cultura requerida para ser artistas, mucho menos artistas innovadores. Debo hacer notar, sin embargo, para ser justo, que la cargazón y los colores vivos, sobre cuya mención volveré muy luego, se atenuaban mucho y aun se explicaban por la acción de una luz harto viva y de un ambiente clarísimo, que hubieran devorado (para usar el término de rigor) las medias tintas. Toda la decoración externa estaba pintada, para evitar precisamente este efecto; y se ve que hubo designio en ello, por la anchura de los ábacos, la profundidad de los esgucios y el hecho de tener su fuste acanalado todas las columnas decorativas; pues si tales rasgos sorprenden por su exageración en el primer momento, bien pronto se nota su objeto: atenuar el exceso de luz ambiente.

Las ruinas de los templos jesuíticos no dejan, pues, impresión alguna de novedad. Todas revelan el tipo cruciforme que predominó en la Edad Media, y que los jesuitas restauraban por devoción especial á Jesu-Cristo [1]. Nada original en el conjunto ni en los adornos. El pórtico de una sacristía de Trinidad, que el lector ha visto copiado en su estado actual, da una idea suficiente de las ornamentaciones. La iglesia á que pertenece fue edificada en la época del mayor poderío jesuítico,
Tipo de columna


siendo quizá la más vasta de todas. El de San Ignacio, en las Misiones argentinas, revela algo muy semejante: columnas góticas, sobre las cuales se asienta un dintel recargadísimo, pues la blandura del gres predisponía á abundar en decoraciones. Estas eran muy variadas: el follaje mixto de los capiteles compuestos, los racimos de la viña evangélica; cuartos y medios boceles, golas, cheurrones, escudos encartuchados y angelotes. A ambos lados del pórtico, dos losas con la cifra de la Virgen y de la Compañía, á derecha é izquierda respectivamente. Presento al lector tres tipos de columnas jesuíticas, que con la compuesta de pórticos y altares, forman toda la provisión arquitectónica de las ruinas; por ellas se verá cómo no había, en efecto, novedad alguna. Las embebidas son naturalmente del mismo estilo, y en los templos de tapia las labraron en madera. En Trinidad se ha conservado una cornisa que rodea todo el presbiterio, y completa la idea de las decoraciones empleadas. Representa diversas escenas domésticas de la vida de María, tratadas con bastante acierto. En una, la Virgen ora, mientras su niño duerme en la cuna y cuatro ángeles le dan música para que no despierte; en otra, arropa á su niño, siempre arrullado por la música angelical, cuyos instrumentos son arpas, zampoñas y trompetas; en otra, maneja su devanadera con el mismo acompañamiento; en otra todavía, es un ángel el que ejecuta la operación para que ella pueda orar.

Estas figuras, así como el pórtico de la sacristía antes mencionada, están labradas sobre los sillares de construcción, los cuales venían á ser gigantescas teselas, que al ajustarse, componían un verdadero mosaico en alto relieve. Los arcos eran casi todos adintelados, y no pocos una imitación en madera, como la recordada al describir las ruinas de Apóstoles. Sólo en la Iglesia inconclusa de Jesús, hay unos apuntados que revelan el carácter ojival del futuro edificio; y fuera de éste existe arruinado uno de medio punto, que iba á quedar tal vez en la intersección de dos claustros.

Al encaramarse por techos y paredes, los árboles han precipitado el derrumbe de aquellos edificios. Nada resiste á su acción desorganizadora. Desencajan las dovelas, apalancan los arquitrabes, y el viento, al encorvarlos, comunica sus sacu
Una puerta decorada


didas á la bóveda ó muro abrazados por sus raíces. La mencionada iglesia de Trinidad, con la cual me especializo por ser la que da más fácil acceso al viajero, presenta señales evidentes de cuanto dejo expresado. A primera vista, dijérasela destruída por un terremoto; tal es de completa su ruina. Después se advierte que esto resulta sólo de la friabilidad del material. Pilar que caía ó muro que se derrumbaba, todo lo reducían á añicos en torno suyo. La humedad colaboraba activamente á su detrición <ref> y el bosque se metía por la brecha acto continuo.

De las naves no queda ya resto en pie. El crucero permanece, así como un pedazo de bóveda sobre el presbiterio y uno de los arcos torales que no tardará en caer. La sacristía conserva también su bóveda y un nicho decorado por una rica archivolta. A ella perteneció la puerta cuya reproducción habrá visto ya el lector: pesado batiente de cedro que adornan profusos ataires.


En mi libro "La cuestión educacional" he dado la filiación de este neologismo, que significa destrucción por frotamiento, y fué introducido al francés (détrition) por Cuvier en su Discours sur les Révolutions du Globe, parág. 4°. Las paredes laterales eran tabiques sordos, con sus escaleras interiores, una de las cuales va á salir sobre los calabozos que daban al cementerio.

Todos los revoques externos han caído, recobrando el asperón su tinte rosa que hace destacarse á los muros con gran belleza de contraste sobre el bosque invasor. Desde el sitio donde se abría el pórtico, la vista domina un cuadro espléndido de verdes oteros y bosquecillos, convertidos en una especie de alameda sinuosa sobre las orillas un tanto lejanas del arroyo Capivarí. La antigua plaza queda á los pies del espectador, pues aquel templo ocupaba una verdadera meseta, y casi á su frente se levantan unas seis habitaciones donde están el Juzgado de Paz y la actual iglesia; pero sus techos fueron reconstruidos hace poco á la moderna... paraguaya.

A veinte kl. de este punto se encuentra la iglesia inconclusa de Jesús, en la que iban á ensayar los jesuitas el gótico puro, construyéndola también con mayor solidez que las otras, pues estaba toda asentada en cal. Sus murallas adentelladas, sus pilares truncos, las junturas desbordando aún de argamasa, los sillares á medio desbastar, de los
Santo jesuítico
(en cedro)


cuales diríase que acaban de saltar los tasquiles, parecen indicar trabajadores próximos. Casi un siglo y medio ha corrido desde que la dejaron como está; pero la construcción era tan sólida, que podría continuársela sin ninguna refacción. Su baptisterio estaba ya abovedado, y en él habita ahora un matrimonio de campesinos paraguayos. Inmediatos á ella se levantan las celdas, también inconclusas, aunque un poco más altas. Su arquitectura iba á ser muy suntuosa, con rosetones ojivales y decorados dinteles, á los que sirven de cabíos, como puede verse también en San Ignacio, trozos de asperón.

Dentro de la iglesia, no hay más que los pilares de la triple nave, y en ellos dos plataformas de púlpito. Detrás del presbiterio queda una sacristía en la cual habían instalado ya una pila. Está patente el sumidero, que no llegó á servir, y una lagartija ha hecho de él su madriguera...

La paleografía, que debió de ser profusa, sino rica, ha quedado reducida á bien poca cosa por la incuria y los saqueos. Trozos de lápidas en los cementerios, una que otra medalla-restos anepigráficos y de examen inútil, por consiguiente, componen el precario botín, ya braceado de sobra por la industria local que lo explota con torpes falsificaciones, cuyo éxito reside precisamente en la extinción de todo cuño ó signo denunciador.

En las antiguas reducciones del Brasil y del Paraguay quedan algunas imágenes salvadas de la destrucción, aunque no sin fallas. Su tipo medio es el de los dos santos de madera que el lector ha podido ver, y que considero criollos por estar tallados en cedro. Del mismo carácter eran las imágenes en asperón que adornaban la fachada de las iglesias y á veces su interior, en nichos excavados á diferentes alturas. Casi todas están decapitadas, pues al caer, la arenisca demasiado blanda cedió por los puntos más débiles, ocasionando el deterioro característico. Es muy difícil, además, encontrar una cabeza entera, por la misma causa, habiendo ayudado la humedad al desprendimiento de anchas lascas, que la estructura friable de esta roca presenta como fractura peculiar. Sus dimensiones promediaban á 1.50 ms. de altura por igual extensión para el grueso del torso, y 2 para la circunferencia del asiento, siendo sus pedestales netos generalmente.
Santo jesuítico
(en cedro)


Queda también uno que otro sagrario, cuyo oropel interior conserva su brillo, y algún Cristo de goznes, apto para las ceremonias del Descendimiento, en su sarcófago de cristal. Las encarnaciones de estas esculturas están muy deterioradas, pero se ve que eran de buen estilo, aunque sus estigmas resultan muy exagerados. El moho las asalta en aquella perenne humedad; sus coyunturas de lienzo se desflocan, el plaste de sus junturas regurgita en sórdido engrudo, los colores se desconchan, y su expresión de majestad ó de dolor, inmovilizada entre semejante decadencia, y á veces profanada hasta lo bestial por la destrucción que demolió esa nariz ó mondó aquel bigote, produce una impresión afligente y grotesca. El tiempo, enemigo de los dioses á quienes engendra y devora según la fábula inmortal, los vuelve títeres al destruirlos, sin borrar, para mayor miseria, su resto de divinidad.

Ejemplares muy escasos de alfarería es posible hallar también, desde la teja común hasta una tosca mayólica blanquecina; así como trozos de cerraduras y trancas de fierro.

Algunas piedras, cuya situación es imposible restaurar, conservan restos de inscripciones. Sobre una de ellas, por ejemplo, está grabado en letra de tortis el comienzo de una palabra, que dice: ECC... notándose casi encima de la primera c el comienzo de un rasgo curvo. Calculando que éste sea el tilde de una abreviatura, y haciendo una deducción por el carácter de la letra, puede que la palabra en cuestión haya sido ecclesiarum, abreviada en eccliar. á principios del siglo XVI, por derivación de una forma conservada casi intacta desde el XIV. Sobre otra piedra, en capitales bastante toscas, ví las iniciales L. D. O. y un palo vertical que pertencería á una M, grabada en la parte ahora destruída, si dichas letras correspondían, como creo, á la frase Laus Deo Optimo Maximo, usada bajo esa forma á fines del siglo XVII. Lo único que he encontrado completo, pero igualmente inexplicable por su aislamiento, es el número romano CCMɔɔ (cien mil) usado así á fines del siglo XV; del propio modo que las cifras arábigas 801 en un bloque de piedra irregular; y la palabra cuñá-mujer en guaraní-sobre un trozo de arenisca; siendo posible que éste provenga de una losa sepulcral. El lector habrá notado que atribuyo á todos esos restos una significación religiosa, pues me parece lo más cercano de la verdad, dados sus autores; y así, cuando hallé algunas letras que no la tenían, preferí desdeñarlas. Sirva de ejemplo, para concluir, la cifra siguiente-h9-en el extremo de un trozo de arenisca. No he podido encontrarle otra explicación que un vocablo más bien jurídico-hujusmodi-en cuya abreviatura entraron esos signos durante cerca de dos siglos: pero repito que esta epigrafía es enteramente conjetural [2]

Volviendo, para concluir, al arte de las obras jesuíticas, he dicho ya que no existía especialmente. Siguió la evolución de la época sin discrepar, como no fuese para inclinarse al mamarracho.

El arte decorativo de la Edad Media concluyó con ella, inaugurándose en realidad la moderna por medio de las decoraciones llamadas "grotescas" [3] que Rafael y su escuela popularizaron, y que no eran sino temas de la Naturaleza fantaseados por el artista. La diferencia más saliente, es que la decoración medioeval fué ante todo "figurativa", mientras en la moderna tuvo entera libertad la fantasía. Esto dió origen al arte de los siglos XVI y XVII (la época jesuítica) arte cuyas características son el movimiento de la línea, el predominio de lo decorativo, y correlativamente la acentuación de la personalidad, que iba marcando el progresivo alejamiento de la Edad Media.

Semejante predilección por lo decorativo degeneró pronto en excesos que afeminaron el arte, dando en arquitectura edificios construidos á manera de mueblecillos japoneses, como que esta moda era originariamente oriental. Las fachadas llenas de columnitas, volutas, nichos, multiplicáronse con más buen gusto que vigor, y los decoradores jesuíticos se encontraron á sus anchas en aquel medio. Exageraron desde luego la tendencia, puesto que su objeto respondía á sobreexcitar la atención por medio del recargo llamativo, y hasta parece que hubo un vago intento de restauración bizantina en esta parte.

Falló el éxito enteramente. Mucho más cerca tuvieron los jesuítas al arte arábigo, de máxima pureza en España, donde la imitación bizantina careció de influencia sobre él, y no supieron aprovecharlo. La profusión de sus ornamentos, en los que se ha creído ver algo de medioeval, nada tiene de esto, si se considera su tosquedad deplorable, cuando la Edad Media fué la época de la orfebrería; y en cuanto al decorado, nada tiene que ver con lo bizantino y con lo arábigo, como no sea el predominio de los colores primitivos (azul, rojo y amarillo representado por el oro) que si acompaña estrechamente á los mejores períodos del arte en todos los estilos [4], especialmente en el arábigo, no basta cuando le faltan otras calidades correlativas. Por lo demás, he mencionado hace un instante la influencia que sobre la cargazón charra pudo tener el ambiente, sin que esto explique del todo la exageración.

Sólo en unas cariátides de retablo, que representan serafines terminados por una policroma voluta, noté el tipo indígena, por cierto muy bizarro bajo la cabellera profusamente dorada de los angélicos jerarcas. Y este es el único indicio verdaderamente «guaraní» en todos los restos que he examinado...

Antes hablé de los gnomones ó relojes de sol, que figuran generalmente despedazados en las ruinas. Son casi todos poligonales, estando ocupadas cuatro caras del cubo donde se hallan trazados, por uno horizontal, cuyas líneas horarias á desigual distancia indican el concurso de la esfera armilar-y tres verticales: uno austral, uno boreal y uno declinante. La quinta cara del cubo estaba ocupada por un salmo ó versículo evangélico, y la sexta era el asiento. El gnomón plano de San Javier, que es solar y lunar, es decir diurno y nocturno, tiene su esfera dividida en cuarenta y ocho partes, lo cual indica que señalaba las medias horas; y el poligonal de Concepción, era meridiano, circunstancia que se advierte á primera vista porque sus superficies horarias son rectangulares.

Las antedichas ruinas de San Javier, guardan los restos de otro que considero muy notable, si fué, como creo, de los llamados universales, porque sirven para cualesquiera latitudes ó meridianos. Sus trozos estaban esparcidos en una superficie bastante considerable, y una vez juntos, aunque faltaban muchos, se procedió á medirlos.

Creo haber restaurado en parte la meridiana, sin poder hacerlo con las líneas horarias, por estar muy fragmentados los trozos; pero en tres de ellos había cifras que me sirvieron para conjeturar el carácter del gnomón. Eran la V, la IX y la X. Después de varios tanteos para inferir la longitud del estilo ausente, me decidí por 15 centímetros, lo cual, suprimiendo cálculos que al lector no interesan, daba un módulo de 15 milímetros para fijar la distancia de las líneas horarias á la meridiana. Esa distancia resultaba de 505 milímetros para la V, 140 para la IX y 87 para la X. Ahora bien, la distancia exacta de la primera, debía equivaler á 34.10 módulos; la de la segunda á 10 y la de la tercera á 5.77. El error es, respectivamente, de 6½, 10 Y ½ milímetros, que creo imputables al deterioro de los trozos y á la deficiencia de mis medios; pero si bien en un caso la distancia de dos tercios de módulo es ya sensible, en otro la aproximación de medio milímetro implica un argumento concluyente, á mi entender.

Es cuanto queda de las antiguas reducciones, sin cesar devastadas por los vecinos de las aldeas que medran en sus inmediaciones, aprovechando para viviendas menos cómodas los derruídos sillares. Obra buena hará el Estado en permitir su extracción, que ahora es clandestina, reservando como campo de estudio las ruinas más accesibles: San Carlos, Apóstoles y San Ignacio, por ejemplo. Hay allá miles de metros cúbicos de piedra cortada, que pueden dar material barato á muchos edificios.

Sea como quiera, el bosque y los hombres consumarán pronto la destrucción. Las piedras indígenas abrigan ya moradores extranjeros, que son emigrantes rusos y polacos; oyen resonar en su eco ásperos lenguajes, cuya barbarie es más ruda por contraste con la vocalización guaraní, que en sus onomatopeyas hace murmurar aguas y frondas; repercuten con extrañeza salmodias de ritos ortodoxos y rutenos; ven reemplazado el tipoy de la extinguida aborigen, por la saya roja y el corpiño verde de la campesina estava, que viene á parir sus parvulitos de oro allá mismo donde gatearon los cachorrillos de cobre; pasan de eminentes frontaleras, á acordonar veredas ó canteros; de fustes á poyos, de estatuas á mojones. Mucho si quedan en sus antiguos sitios, sombreadas por el naranjal contemporáneo, en la paz del bosque á cuyo vigor son abono los detritus de la población ausente. Pocos años más, y para recordar la frase antigua, las ruinas habrán también perecido. Reimperará bajo aquellas frondas el inculto desgaire, y el zorzal misionero evocará la última memoria del Imperio Jesuítico en la divagación de su trova silvestre.


  1. Conocida es la distribución simbólica de las iglesias medioevales. El altar representaba la cabeza de Jesús; las dos alas del crucero sus brazos; las puertas sus manos atravesadas; la nave sus piernas, y el pórtico sus perforados pies. En algunas, la bóveda significaba el Nazareno agobiado bajo la cruz.
  2. No resisto, sin embargo, al deseo de intentar una explicación sobre otros caracteres, que hallé á los fondos de una habitación destruida, en Trinidad. Eran dos S.S. en un trozo de piedra, y luego una M y una Y en otro tirado á poca distancia; harto informes ambos para calcular su procedencia. ¿No formarían acaso esas letras la cifra con que Colón precedía su firma (S.S.A.S.X.M.Y: Suplex Servus Altissimi Salvatoris Christi, Mariæ, Iosephi destruída por un derrumbe?... Estaríamos dentro del carácter religioso al conjeturarlo; y lo interesante del hecho, si existiera, podría hacer perdonar el exceso de imaginación.
  3. Llamadas así, porque Rafael y sus discípulos imitaron al principio las que fueron descubiertas en las Termas de Tito, que, enterradas bajo el suelo de Roma, parecían grutas:-grotta, grot-tesco.
  4. Ello viene de que dichos colores combinados producen los demás, entre ellos el morado, que está en todos los ambientes bajo su viso lila; fuera de que siendo el azul el que neutraliza la luz en proporción mayor, su predominio da al conjunto más discreción y armonía.