El herrero de aldea

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XI

EL HERRERO DE ALDEA


Bajo umbroso castaño arde la forja
Y trabaja el herrero:
Es aquella la fragua de la aldea;
Hombre él fornido, entero,
Manos disformes, fuerza gigantea,
Musculación de acero.

Negros y enmelenados los cabellos,
Faz cual roble curtida;

Sudor honrado de su pecho llueve,
Y así gana la vida;
Mira á todos al rostro: nada debe,
Y nadie le intimida.

Quien pase por allí, temprano ó tarde,
Oye el fuelle, y ve el brazo
Que sobre el yunque, con seguro y lento
Compás, descarga el mazo,
Y el golpe, á la oración, suena en el viento,
Como fiel campanazo.

De la escuela al volver los rapazuelos
Detiénense en gavilla
Ante la puerta, el fuelle á ver que anhela,
Y la brasa que brilla,
Y la chispa á pillar que salta y vuela
Como paja en la trilla.

Sentado con sus hijos en la iglesia
Está el domingo, fija
La mente en lo que enseña ó reza el cura;
Y la voz de su hija
Que entre el coro aldeano vibra pura,
Oye, y le regocija.

Parécele ser voz del Paraíso,
¡La dulce voz materna!
Y con su diestra requemada, hirsuta,

Lágrima enjuga tierna,
Al pensar en su madre, que disfruta
De la quietud eterna.

Comparten su vivir labor constante,
Tristeza y alegría:
Cada tarde concluye la tarea
Que se impuso aquel día,
Y blando sueño, al descansar, granjea.
Por premio á su porfía.