El héroe/Primor último y corona

Primor último y corona

Vaya la mejor joya de la corona y fénix de las prendas de un héroe


Todo lucimiento deciende del padre de ellos, y si de padre a hijos. Es la virtud hija de la luz auxiliante, y así con herencia de esplendor. Es la culpa un monstruo que abortó la ceguera, y así heredada en obscuridad.

Todo héroe participó tanto de felicidad y de grandeza cuanto de virtud, porque corren paralelas desde el nacer al morir.

Eclipsose en Saúl la una con la otra, y amanecieron en David a la par.

Fue Constantino entre los césares el primero que se llamó Magno, y fue juntamente el primer emperador cristiano; superior oráculo de que con la cristiandad nació hermanada la grandeza.

Carlos, primer emperador de Francia, alcanzó el mismo renombre y aspiró al de santo.

Luis, gloriosísimo rey, fue flor de santos y de reyes.

En España, Fernando, llamado comúnmente el Santo en Castilla, fue el Magno del Orbe.

El conquistador de Aragón consagró tantos templos a la Emperatriz del Empíreo como conquistó almenas.

Los dos reyes Católicos, Fernando y Isabel, fueron el non plus ultra, digo colunas de la fe.

El bueno, el casto, el pío, el celoso de los Filipos españoles, no perdiendo un palmo de tierra, ganó a varas el Cielo; y de verdad que venció más monstruos con su virtud que Alcides con su clava.

Entre capitanes, Godofre de Bullón, Jorge Castrioto, Rodrigo Díaz de Vivar, el gran Gonzalo Fernández, el primero de Santa Cruz y el pasmo de los turcos, el serenísimo señor don Juan de Austria, fueron espejos de virtud y templos de la piedad cristiana.

Entre los héroes sacrosantos, los dos primeros a quienes dio renombre la grandeza, Gregorio y León, les dio esplendor la santidad.

Aun en los gentiles y infieles reduce el sol de los ingenios, Augustino, toda la grandeza al fundamento de algunas virtudes morales.

Creció Alejandro hasta que menguaron sus costumbres. Venció Alcides monstruos de fortaleza hasta que se rindió a la misma flaqueza.

Fue tan cruel la fortuna, digo justiciera, con ambos Nerones, cuanto lo fueron ellos con sus vasallos.

Monstruos fueron de la lascivia y flojedad Sardanápalo, Calígula y Rodrigo, y portentos del castigo.

En las monarquías pretende evidencia este primor. Floreció el que es flor de los reinos mientras que floreció la piedad y religión, y marchitose con la herejía su belleza.

Pereció la fénix de las provincias en el fuego de Rodrigo, y renació en la piedad de Pelayo o en el celo de Fernando.

Salió a ser maravilla de prosapias la augustísima Casa de Austria, fundando su grandeza en la que es cifra de las maravillas de Dios. Y rubricó su imperial sangre con la de Cristo, Señor nuestro, sacramentada.

¡Oh, pues, varón culto, pretendiente de la heroicidad! Nota el más importante primor, repara en la más constante destreza.

No puede la grandeza fundarse en el pecado, que es nada, sino en Dios, que lo es todo.

Si la excelencia mortal es de codicia, la eterna sea de ambición.

Ser héroe del mundo, poco o nada es; serlo del Cielo es mucho, a cuyo gran Monarca sea la alabanza, sea la honra, sea la gloria.