El final de Norma: Segunda parte: Capítulo XIV


Serafín estaba frío, inmóvil.

Veamos lo que había sucedido.

Acongojado el artista al verse abandonado lejos de su patria; separado de Brunilda; sin casa; sin haber dejado a la joven indicio alguno para que le diese una cita; expuesto a helarse o a ser robado; en un país desconocido, cuyo idioma no entendía; con diez y ocho mil reales por todo capital, etcétera, etc., concibió una idea desesperada...

Y sacó una pistola.

Recordaba que en otra situación no menos crítica, en que su vida corrió inminente peligro, se había salvado disparando un tiro al aire, y se había propuesto disparar ahora otro... para salir de una vez de apuros...

¡Pero dispararlo también al aire, por supuesto!

Su idea no era desacertada.

-Si aquí hay policía -pensó-, acudirá al oír el tiro. Si no la hay, habrá suicidas y piadosos. ¡Veamos si algún piadoso cree que soy un suicida, y acude a socorrerme! Yo me dejaré socorrer; le daré dinero, y habré encontrado casa y salvado mis baúles.

Hecha esta reflexión, nuestro joven disparó la pistola que había sacado.

Pero no al aire...

Y aquí entra lo más penoso; lo que Serafín no había previsto; lo que el lector no quisiera saber...