El final de Norma: Segunda parte: Capítulo III

El final de Norma
de Pedro Antonio de Alarcón
2º parte: Capítulo III: Donde se prueba que todo violín debe tener su correspondiente caja


Sin otra novedad transcurrió una semana.

Durante ella, Serafín no subió sobre cubierta ni casi salió de su cámara, donde se dedicó, con un afán que era miedo disfrazado, a escribir música.

Por consiguiente, no había llegado a enseñar al Capitán el billete misterioso, ni a encontrarse con él después de la conferencia que hemos referido.

A la verdad, si de alguien desconfiaba el pobre músico era del llamado Rurico de Cálix, cuyas explicaciones le habían dejado mucho que desear y cuyo frío rostro le era sumamente desagradable...

Sin embargo, el peligro no se había presentado.

El día que hacía nueve de navegación decidió darse a luz, y subió sobre cubierta a eso de las cuatro de la tarde.

Rurico no había visitado tampoco en toda la semana a nuestro amigo Serafín.

Al asomar éste la cabeza por la escotilla después de tantos días en que no había abandonado su abrigada jaula, sintió tal impresión de frío, que tuvo que volver a, bajar a ponerse un paletó de entretiempo.

Así dispuesto, tornó a subir.

-¡Es raro! -meditó nuestro joven-. La primavera avanza: nosotros caminamos también hacia países más templados que España, y, sin embargo, cada vez hace menos calor. ¿Si me habrán engañado los cantantes respecto del clima de Italia?

El lector sabe que Serafín era totalmente lego en geografía.

Embebido estaba en estas reflexiones, cuando sintió que una mano se posaba sobre su hombro.

-¡Buenas tardes! -le dijo el Capitán, pues era él.

-Buenas tardes... -le respondió el artista, estremeciéndose, a pesar suyo, al ver la horrible palidez de Rurico de Cálix.

-Señor de Arellano-exclamó éste, mirándole de hito en hito-: ¿me dispensaréis que os haga una pregunta, hija del afecto que me inspiráis?

La voz del Capitán era más grave que de costumbre.

-Estoy pronto a satisfaceros -contestó Serafín, poniéndose en guardia al observar que también temblaba su interlocutor.

Hubo un momento de pausa.

-¿Con qué objeto hacéis este viaje? -preguntó Rurico, clavando de nuevo sus ojos en los del joven.

Éste no se turbó ni un instante, pues trataba de contestar lo mismo que sentía.

-Voy a perfeccionarme -dijo- en el contrapunto y la composición.

El Capitán dilató los ojos.

-Veo -exclamó en seguida- que hacéis un viaje loco, a ciegas, sin conocimiento del punto a que os dirigís. Vuestro equipaje me lo da a entender más que todo.

-Os engañáis, Capitán... -replicó Serafín-. Sé perfectamente a qué país voy, pues he pasado la mitad de mi vida leyendo cuantas descripciones de él se han hecho y preguntando pormenores a todos los que lo han visitado.

-Luego ¿sabéis?...

-Sé que el clima es benigno... relativamente

Rurico se sonrió.

-Que hay en él los mejores jardines de Europa...

El jarl, viendo la seriedad del artista, dejó de sonreír.

-Que abunda en suntuosos palacios, ricos museos, morenas bellísimas, grandes músicos...

-No prosigáis... ¡Nada de eso hay en el país adonde vamos! -exclamó el Capitán. Insisto en que sois víctima de un error. Hammesfert es casi inhabitable, y os helaréis sin remedio humano.

-¡Idos al diablo!-replicó nuestro joven. ¡Vaya unas bromas que gastáis!

En esto se oyó un agudo silbido.

-Donde me voy es a mi cámara, querido Serafín: oigo que me llaman. Continuaremos.

-Id con Dios; pero sabed que me dejáis muy enfadado de vuestras burlas.

-¡Oh! lo siento...; tanto más, cuanto que me figuro que vos sois quien os burláis de mí... -contestó Rurico sonriendo.

Y se hundió por una escotilla.

Quedó Serafín solo y de muy mal humor.

Acordose del violín, mudo y encerrado en su caja desde la noche inolvidable en que se canté Norma, y dirigiose a él con el mismo afán que si fuese a ver a un amigo después de larga ausencia.

Lo sacó de la caja; lo limpió perfectamente; lo abrazó con cariño; lo templó, y medio tendiose sobre la cama para tocar con más descanso.

Maquinalmente, y llevado de una fuerza irresistible, empezó el aria final de Norma, última pieza que había tocado en él, y cuyos ecos, dormidos desde entonces, creía despertar cada vez que deslizaba el arco sobre las cuerdas...

Anochecía, y todo era silencio en la embarcación.

El joven músico se trasladó imaginariamente a la noche en que vio a la Hija del Cielo. Sevilla, el teatro, las luces, la orquesta, el público; todo apareció ante sus ojos. Entonces creyó oír sonar sobre la voz de su violín el eco de otra voz más dulce; creyó percibir aquella figura bellísima que le decía ¡adiós! con sus miradas, con su canto, con su actitud; creyó, en fin, que aquel momento sublime se repetía, y volvió a henchir su corazón aquel amor fanático, que no habían podido agotar los discursos de Rurico de Cálix.

Dejó de tocar luego, y se figuró que veía a la desconocida de pie en la góndola, bajo un dosel de púrpura, medio perdida entre el mar y la sombra, y agitando su pañuelo para decirle otra vez ¡adiós!

-¡Adiós!- murmuró Serafín con honda melancolía.

Y dos lágrimas brotaron de sus ojos.

Ya no pensaba: soñaba.

¡Se había dormido abrazado a su violín, a aquel hermano de la Hija del Cielo!

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Cuando al día siguiente despertó, era muy tarde.

Había pasado toda la noche soñando con Norma.

Al primer movimiento que hizo para levantarse, advirtió que el violín estaba entre sus brazos.

-¡Oh!... -dijo-. ¡Este violín es el esqueleto de mis esperanzas!

Y buscó la caja para encerrarlo, diciendo con amarga ironía:

-Las cajas se han hecho para los muertos. ¡Mi violín sin Norma es un cuerpo sin alma!

Pero la caja no parecía.

-Pues, señor, me la han robado... -pensó-. Mas ¿con qué objeto? -se preguntó enseguida.

-¡Ah! ¡Ya caigo! -exclamó por último.

Y su frente radió como si la iluminara un relámpago.

-Sí, ¡eso es! Me han quitado el continente por quitarme el contenido. ¡Quieren separarnos, querido violín!

Luego se puso sombrío.

-Este es otro misterio que necesito aclarar -murmuró-. Ha llegado la ocasión de que yo haga al Capitán ciertas preguntas...

La carta del otro día... el robo de hoy ¡Está visto! o me hallo a bordo de un buque encantado, o en poder de una horda de piratas... Pero ¿qué daño puede hacer a los piratas ni a los encantadores la música del Final de Norma? ¡Dios mío!... ¿Si será que la Hija del Cielo va también en este barco?