El final de Norma: Primera parte: Capítulo VI

El final de Norma
de Pedro Antonio de Alarcón
Capítulo VI: Cuarteto de celosos


No bien cayó el telón, salió Alberto de su palco en busca de Serafín.

Serafín subía ya la escalera en busca de Alberto.

Encontráronse, por consiguiente.

El músico se estremeció al estrechar la mano de su amigo: sintió en su corazón cierta cosa amarga y corrosiva, y tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír.

Y era que recordaba que su amigo estaba también enamorado de la Hija del Cielo...

Serafín tenía ya celos de este amor.

-¡Tengo celos! -dijo Alberto a su vez, como más expansivo que era.

-Hermano mío -respondió Serafín-. ¡La mitad de mi vida por hablar con esa mujer! ¡La vida menos un instante, con tal que en ese instante me diga que me ama! ¡Oh! ya he encontrado realizada la ilusión de toda mi existencia, la mujer que había buscado siempre, mi sueño de artista, mi gloria, mi porvenir, mi destino, ¡todo, todo!

-¡Ya la amas!

-¡Ya! ¡No, amigo mío! La amo hace diez años; la amo desde que nací; la había adivinado antes de verla; vivía adorándola; la he visto, y siento lo que nunca he sentido, lo que me hace hombre, lo que me da corazón, lo que me constituye artista. ¡Amo! ¡Amo a esa mujer!

-Pues bien -respondió Alberto-; ella, mal que me pese, ha conocido que pensabas de ese modo... Tú eres... ¡Vamos! no te engrías, que ya no te lo digo. En fin: yo soy el que debe tener unos celos rabiosos y terribles.

-¡Alberto!

-¡Serafín! ¡Qué diablo! ¡No vengo a reconvenirte porque le hayas agradado más que yo! En medio de todo, su fallo es justo. Además, tú sabes que mi corazón sólo palpita y puede palpitar por otra mujer... de cuyo amor también me has privado... Pero es el caso que hay un hombre que tiene más celos que nosotros dos.

-¿Quién?¿Mazzetti?

-También los tiene; pero son celos artísticos, celos de tu violín y de tu ovación de esta noche. No se trata de él.

-Pues ¿de quién?

-De aquel fantasma...

Y Alberto señaló al joven del albornoz blanco, cuyo palco veían desde una galería por la puerta entreabierta de otro.

-Todo el acto te ha estado mirando: ha avanzado a la delantera contra su costumbre, y ha tenido clavados en ti unos ojos muy capaces, no de petrificar como los de Medusa, sino de helar la sangre en las venas como el viento del Polo.

-¡Es menester aclarar el misterio de esa familia; averiguar qué relación tiene ese hombre con la Hija del Cielo! -dijo Serafín después de un momento de reflexión.

-Te advierto -replicó su amigo- que ésta es la última noche que canta nuestra diosa.

-¿Cómo? Pues ¿no estaba anunciado que cantaría mañana La Sonámbula?

-Te digo que mañana parte de Sevilla.

-¿Para dónde?

-Creo que va a Madrid.

-¿Quién te lo ha dicho?

-Se susurraba por esos corredores...

-¿Dónde vive aquí? ¿Dónde se hospeda?

-Sólo lo sabe el empresario, quien le ha prometido no decirlo a nadie para ahorrarle las impertinencias de los entusiastas como nosotros...

-¡Voto va!...

En este momento sonó la campanilla, avisando a la orquesta que iba a empezar el acto segundo.

-A la salida del teatro hablaremos -dijo Serafín-. Espérame con Mazzetti. Esta noche hemos de saber quién es ese joven del albornoz blanco.

-Convenido -respondió Alberto.

Y se dirigió a su palco, mientras el músico volvía a ingresar en la orquesta.