Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El error del pié.

Dos frailes capuchinos, el predicador de la Cuaresma y su lego fueron convidados á cenar por el alcalde de un pueblo, persona rica y de buena sociedad. El lego, que en esta materia no conocía otra ley que su apetito, apenas presentaban los platos en la mesa, se lanzaba sobre ellos sin consideración ninguna. Los platos podían escitar el apetito, no digo de un pobre lego, sino de un presentado, pero sobre todos, sacaron una salsa inglesa que hacia chupar los dedos y decía comedme.

El lególa probó, y pan ¿para qué te quiero? principió á mojar mendrugos en la mismasalsera. El padre predicador, prudente y sabio varón sudaba de congoja, y conociendo que una reprensión delante del dueño de la casa no era oportuna, alargó un pié cuanto le fué posible por debajo de la mesa, lo dirigió al sitio que debían ocupar los del hambriento lego, y lo dejó caer con bastante fuerza para deshacer los callos que encontrase aunque los tuviese a docenas.

La intención del padre era muy buena, pero tomó mal sus medidas; y su pié, en vez de ir á caer sobre el ídem del lego, vino por desgracia á aplastar el del alcalde sin ventura, que vio las estrellas con los ojos cerrados y ya no tuvo mas callos en su vida.

— Por Dios, padre, dijo saltándosele las lágrimas, tenga V. presente que no soy yo el que moja.