El entierro
Cuatro rudos gañanes, sobre el hombro herculoso sustentan el humilde féretro descubierto. El cura ronca el salmo del eterno reposo, y redobla la esquila desde el valle hasta el huerto. Las melenas volcadas de dolor, con incierto ritmo tardo y solemne adelantan al foso... Y los torvos ancianos, con la vista en el muerto, se arrodillan en medio de un silencio espantoso. "Adiós, alma bendita, paloma de los cielos", reza el cura. Y unánimes desdoblan los pañuelos... Por fin, sobre la caja, con íntimo reproche, cada cual un puñado de tierra vil derrumba... Todo duerme. A intervalos lastiman en la noche, los aullidos del perro que vela ante la tumba.