El drama del alma: 12

El drama del alma de José Zorrilla
Libro cuarto. XLVI. Marzo 13

XLVI.

*** marzo 13


Mis padres yacen aquí:
Antes de volver al mar,
Voy en su sepulcro a orar
Por si el mar me traga a mí.

Sin mí les cogió la muerte,
No escuché su último adiós;
Quiero dejar de los dos
Recogido el polvo inerte.

Me dejaron al morir
Sin hacienda y sin hogar:
Y yo les quiero dejar
Un panteón en que dormir.

¡Con qué emoción, con qué afán
Por el cementerio adentro
Penetro!… pero no encuentro
Sus sepulcros… ¿dónde están?

Al guardián octogenario
Demando ¿qué ha sido de ellos?
Y me eriza los cabellos
Con un cuento funerario:
«Sus huesos ha removido
«Tantas veces mi azadón,
«Que Dios sólo en el montón
«Sabe ya cúyos han sido.»
—¡Rompiste sus tumbas!
                      Sí:
Tú padre me lo mandó.
—¡Él!
   —No sabes eso?
       —No:
Cuéntamelo.—
      —Escucha.
          —Di.
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XLVII.

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¡Oh política maldita,
Cuya ciega fe insensata
El amor del padre mata
Y a los hijos se le quita!

¡Maldita sea en la tierra
La política opinión
Que echa a Dios del corazón
Y a los hijos se le cierra!

XLVIII.

Espíritu, que ya en calma
Duermes en la eternidad,
¡No veas la soledad
Que me has dejado en el alma!

He ahí lo que pido a Dios:
Que nunca ver te permita
La desventura infinita
Que has dejado de ti en pos.

Mucho erré en mi juventud:
Mucho errando te ofendí;
Mas… ¡ni aun dejas para mí
Tu polvo en el ataúd!

¡Tanto, padre, tu amargura
Te cegó el alma y los ojos,
Que me dejas tus enojos
Fuera de tu sepultura!

Bien hecho está lo que has hecho:
Yo me avengo a tal castigo.
¡Dios para hacer tal conmigo
Te acuerde cual yo derecho!

¡Sino fue de ambos fatal!
Condenados a él nacimos:
Y nunca nos comprendimos
Y el bien se nos tornó en mal.

Fama y oro para ti
Gané con fortuna rara…
¡Y me volviste la cara
Cuando a ofrecértelos fui!

¡Tal odio a la poesía!
Rechazaste hasta una losa
En que escribiera piadosa
Un epitafio la mía:

Y ella tu hacienda empeñada
Con sus versos ha pagado.
¡Pobres versos que has odiado!..…
Por ellos no debes nada.

¡Yo soy quien los odio ahora;
Pues por ellos he perdido
Esta vida que he vivido
Día a día, hora por hora!

Mis versos son un cordel
Que me aprieta el corazón:
¡Dios me echó la maldición
De ahogar mi dicha con él!

Y por ellos me condena
Tal vez a dar honra y vida
Por una causa perdida
Empeñada en tierra ajena.

Mas ¿qué importa ya el lugar
Ni el por qué pueda morir
El que no supo lograr
De su padre hacerse amar,

Ni con su padre vivir,
Ni sucederle en su hogar,
Ni sus huesos reunir
Bajo una cruz tumular
Donde ir por él a llorar
Y a Dios por él a pedir?

¡Maldita tal poesía
Causa de tal desventura!
¡Y que haya una criatura
Que aun tenga en algo la mía!

¡Que aun haya en la tierra un hombre
Que envidie como laureles
El talco y los oropeles
Con que empenachan mi nombre!

¡Vivas ruindades mezquinas!
Mi única venganza fuera
Coronaros si pudiera
Con mis coronas de espinas.

¡Jamás el alma os taladre
De la mía el duelo sumo!
Yo vago entre ruido y humo
Paria sin raza y sin padre.

Maldita sea la opinión
Política por la cual
Ahogó el amor paternal
El mío en su corazón.

Jamás bando seguiré:
Mas si uno a seguir me obligan,
No será el de los que sigan
El que de mi padre fue.

¡Pobre padre! partidario
De la ingratitud moriste
Obcecado, pobre, triste
Y olvidado y solitario.

Y tu obcecación fatal
Hizo tu opinión tan brava,
Que hasta privarme intentaba
Del cariño maternal.

Dios no te lo permitió:
Mi madre a Dios por su hijo
Pidió… y lloró… y me bendijo…
Y me amó y me perdonó.

Mi madre en mis manos deja,
Por tú no cuidarte de ellos,
De sus hermosos cabellos
Una perdida guedeja.

No lo supiste jamás,
Y es la única herencia mía.
No he preguntado hasta el día
Si había de ella algo más.

Lazo que siempre llevé
Sobre el corazón sujeto,
Ha sido santo amuleto
Que le dio esperanza y fe;

Y hoy dos que a mi madre amamos
Sus cabellos repartimos,
Y los dos la bendecimos,
Y los dos por ti rogamos:

Pero pidiéndole a Dios
Que a tu alma ver no permita
La desventura infinita
Que nos dejas de ti en pos.

Por mí, padre, bien has hecho:
Yo me avengo a tal castigo:
¡Dios para hacer tal conmigo
Te acuerde cual yo derecho!

Tu política tenaz
Te humilló y te empobreció:
En sus promesas falaz
Te abandonó y te olvidó:
De sentimiento incapaz
El corazón te secó:
Y en tedio amargo y voraz
Lejos de mí te mató.
La política mendaz
Fue la que te descarrió.
Espíritu, duerme en paz:
Contra ti… ni Dios, ni yo.

Mi poesía tenaz
Los plazos por ti cumplió:
En sus promesas veraz,
Del olvido te sacó:
De una inmensa fe capaz,
Mi cariño te guardó;
La política mendaz
Que no me contaminó
A ser te arrastró, falaz,
Ciego sí, mal padre no.
Espíritu, duerme en paz:
Erraste tú, pequé yo.

XLIX.

Dios que las conciencias ves,
Sé para mi padre ciego:
La pena de ambos te ruego
Que a mí en la tierra me des.

Sirva a ambos de expiación
La existencia solitaria
Que he llevado como un paria
De la civilización.

Dígnate en cuenta tomar
Que los versos que él maldijo
Son Sambenito que el hijo
Penitente ha de llevar.

Y que toma en cuenta ten
Por igual como favores
Los silbidos y las flores
Que por sus versos le den.

Y en cuenta ten que, en su afán,
Con esos versos malditos
Se ha de ir confesando a gritos
Y mendigando su pan.

¡Dios mío! aunque yo infeliz
Viva mucho, y mal acabe,
Yo solo de entrambos lave
Hasta el último desliz.

Dame de mi posición
Conocimiento profundo,
Para no ser en el mundo
Fariseo ni bufón.

Dame ¡Dios mió! humildad
Que en la eternidad me abone,
Y como tú me perdone
Mi padre en la eternidad.

L.

Villa en que heredar debí
Casa y fincas solariegas
Y que hasta el polvo me niegas
Del barro de quien nací;
¡Á Dios!—Pues ya para mí
No hay en ti lecho, ni hogar,
Que derecho a reposar
Vivo ni muerto me acuerde
En él,… ¡á Dios!… ¿qué se pierde
Con que me pierda en el mar?

LI.

Deja la tierra, corcel,
De este lugar tras de ti.
¡Hasta las piedras en él
Manan lágrimas y hiel
Y vergüenza para mí!

Corre, que ya esta carrera
Va a ser tal vez la postrera
En que tus lomos me das:
Corre y dejemos atrás
Toda su comarca entera.

Corre; y de correr no ceses
Hasta dar en las campiñas
Y los valles Burgaleses:
Atropella por sus mieses,
Atraviesa por sus viñas.

Corre; ya veo a lo lejos
De sus cerros solitarios
Los ruinosos castillejos,
Y los gayos campanarios
De sus pardos lugarejos.

Ya entramos en su distrito:
Corcel, tu paso contén
Por aquí; que necesito
Buscar aquí un pueblecito
Que para mí es un edén.

Castilla, cuyos castillos
Hoy en escombros abruman
Tus débiles lugarcillos,
Y cuyas ruinas perfuman
Las salvias y los tomillos:

Te llevé fotografiada
Por donde fui en mi memoria;
No he olvidado de ti nada:
Jornada sé por jornada
Toda tu tierra y tu historia.

Heme aquí en terreno amigo;
Conozco el rumbo que sigo
Palmo a palmo: sí, allí están
El hidalgo Villodrigo
Y el moro Villaquirán.

Allá Pampliega en el cerro
Que su alta nobleza abona,
Alzando una cruz de hierro
Dó llevó Wamba a un encierro
Su cabeza sin corona.

Aquí la vieja Celada
A cuyos pies agua corre
Del Arlanza descauzada:
Y allá Torre la almenada,
Y allí Santiuste sin torre.

Allá detrás de una cuesta
Veo de Villaldemiro
La Iglesia en un cerro puesta:
Y de aquel pico en la cresta
Los restos de Muñó miro.

¿Quién así te maltrató
¡Oh Muñó! en ausencia mía,
Que tan pobre te dejó
De las piedras con que un día
Torreado te vi yo?

¡Pobre Muñó! a duras penas
Conozco ya tus cimientos:
Y tus torres con almenas
Y tus puentes con cadenas
Son ya un cuento de mis cuentos.

¡Pobre Muñó! todavía
Por tus recuerdos te adoro;
Y no está lejos el día
En que halle mi poesía
En tus ruinas un tesoro.

¡Pobre Muñó! tú me distes
En mi juventud abrigo,
Y debo hoy que envejecistes
Probarte que en mí adquiristes
Entonces un buen amigo.

Solo te queda un cantar
Que recuerda tu fin triste:
Y yo sé cómo evocar
A alguien que pueda contar
A tu pesar lo que fuiste.

Pero… ¡Adiós!—No formes queja
Muñó, si adelante sigo
Entre Arroyo y Villavieja:
Que pararme no me deja
Un afán que va conmigo.

Voy a buscar un lugar
En donde tengo un altar
En el que antes de morir
Quiero a mi ángel tutelar
Evocar y bendecir.

Allí tras aquella loma
Al pie de una torrecilla
Blanca como una paloma,
Las pardas tejas asoma
De sus casas Quintanilla.

¡Bendito el pobre lugar
Donde mi Madre nació!
¡Bendito el modesto hogar
Donde la luz a mirar
Sus negros ojos abrió!

¡Bendito el aire que aliento
Inspirando en su pulmón,
La dio vital sentimiento
Con el primer movimiento
Que imprimió a su corazón!

¡Bendita sea la estancia
De esta casa oscura y fría,
Donde durmió en la ignorancia
Angelical de la infancia
El sueño del primer día!

¡Bendita sea la campana
Con que tocó a su bautizo,
Y la fuente de que mana
El agua con que cristiana
El Sacerdote la hizo!

Madre a quien idolatré,
Y con quien nunca viví,
Y cuya vida amargué…
¡Porque tal mi sino fue…
Porque Dios lo quiso así!

Madre, de cuyo cariño
Tan pocos años gocé,
De quien me apartaron niño,
Y a quien, indócil lampiño,
Yo obcecado abandoné:

¡Con cuánto afán busco ahora
Cuánto dejaste tras ti!
¡Con cuánta fe mi alma adora
Cuánto imagino, Señora,
Que guarda algo tuyo aquí!

De estas llaves y aldabones
De ventanas y portones
Se aseguraron tus manos,
Y sobre estos escalones
Tus piececitos enanos.

Bajo este envigado techo
Sonó aquella voz tan suave
Que salía de tu pecho:
Que Dios para ti había hecho,
Como el canto para el ave.

En este rincón tenías
Tu lecho casto y modesto:
Y aquí ante la luz ponías
El espejo en que veías
Tu faz, y tocado honesto.

Por estas calles pasaste,
Por estas eras corriste,
En esta iglesia rezaste…
¡Madre, por qué no me ahogaste
Cuando la vida me diste!

¿Por qué de la madre tierna
No pudo más el amor
Que la vanidad paterna,
De quien nos tuvo el rigor
En separación eterna?

¿Por qué a extraños al fiar
Mi padre mi educación,
Antes que a tu hijo soltar,
No te dejaste arrancar
Los brazos y el corazón?

¿Qué necesidad había
De lanzarme al mundo vano,
A mí que adorado habría
La ignorada medianía
Del labrador castellano?

¿Qué nos importaba en él
Con humos de alta nobleza
Salir a hacer un papel,
Si en la alma se torna hiel
El humo de la cabeza?

¡Aquí hubiéramos vivido,
Madre, los dos tan felices!
Nos hubieran mantenido
Tan bien sin gloria y sin ruido
Nuestros granos y raíces!

Te hubiera aquí sin cesar,
Pues que tu solo hijo fui,
Día y noche hasta espirar
Al calor de nuestro hogar
Tenido yo junto a mí.

Nadie hubiera de mí hablado,
Ni me hubieran aplaudido,
Ni me hubieran coronado,
Ni en su cámara sentado
Me hubieran reyes tenido…

Pero hubiera sido honrado,
Y feliz hubiera sido,
Viviendo siempre a tu lado
Por ti en tu hogar cobijado
Como el pichón en su nido.

Mejor que en tierras extrañas
En mesas de Emperadores
¡Oh madre de mis entrañas!
Comiera yo en sus cabañas
Pan tuyo con tus pastores;

Y cuando tus ojos Dios
Cerrado hubiera a la luz,
Al morir yo de ti en pos,
Bastara para los dos
Una tumba y una cruz.

¡Delirios!—Hacia la mar
Me arrastra ya mi deber.
¡Adiós, villa!, Adiós, hogar
Que a ella la visteis nacer
Y a mí venirla a llorar!

LII.

Virgen santa de Muñó,
Soledad de Quintanilla,
A quienes mi madre y yo
Orábamos cuando aun no
Se hablaba de mí en Castilla,

Pues que ni vivió conmigo
Ni he de tener al morir
Con ella en la tumba abrigo,
Abreviadme ¡ay! el castigo
De mi vida porvenir.

Pues no me podéis volver
Ni a la oscuridad de ayer,
Ni a la calma de mi hogar,
Ni a la que en él me dio el ser…
¡Enviad tormentas al mar!

Que del buque en que a él me lance
Vaya un huracán en pos,
Y en él de mi muerte el trance
Tan sólo a saber alcance
El mar en que le hunda Dios!