El despertar
Alisia y Cloris abren de par en par la puerta y torpes, con el dorso de la mano haragana, restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta, por donde huyen los últimos sueños de la mañana... La inocencia del día se lava en la fontana, el arado en el surco vagaroso despierta y en torno de la casa rectoral, la sotana del cura se pasea gravemente en la huerta... Todo suspira y ríe. La placidez remota de la montaña sueña celestiales rutinas. El esquilón repite siempre su misma nota de grillo de las cándidas églogas matutinas. Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas como flechas perdidas de la noche en derrota.