El desafío del diablo: 13
XII.
editarTreinta dias despues, una mañana,
en una estrecha celda del convento
donde estuvo Beatriz, agudo acento
sonó de una campana.
Y á su cóncavo son estremecidas
dos personas que habia en su recinto,
en un suspiro lúgubre y distinto
dieron señal de conservar sus vidas.
Mas de un ahora de silencio triste
dentro del aposento ambas pasaron,
severo el hombre y la mujer llorosa:
mas de una hora lenta y silenciosa
la campana esperaron.
Una mujer y un hombre
los que aguardaban eran,
ella en espeso velo
velar quiere su faz, y desconsuelo,
y en consecuencia callaré su nombre.
El hombre era un mancebo que embozado
sin ceremonia alguna hasta los ojos
mostraba los enojos
que tal vez le traian acuitado,
en su inquieta mirada
y en su postura incómoda y forzada.
De la campana al son él fue el primero
que se alzó de su silla,
y la faz melancólica, amarilla
de Don Carlos mostró bajo el sombrero.
Fijó en su compañera
una de sus miradas
confusas y taimadas,
entre desconfiada y altanera,
y con pausada voz y bronco acento
asi la dijo, y contestóle ella
de grave reflexion tras un momento.
DON CARLOS. | ¿Con que profesas por fin?
|
BEATRIZ. | ES la voluntad de Dios.
|
DON CARLOS. | Y te sometes con gusto.
|
BEATRIZ. | Con santa resignación. Cuanto estorbarlo pudiera |
DON CARLOS. | Fue guerra noble y leal, suya la provocacion, |
BEATRIZ | Callad hipócrita vil, callad lengua de escorpion, |
DON CARLOS. | ¡Beatriz!
|
BEATRIZ. | Basta: vendrá un dia en que á la par el y yo |
DON CARLOS. | No faltaré á responderos.
|
BEATRIZ. | Basta, hombre sin corazon; quede desde este momento |
Y en esto oyéronse pasos
en el largo corredor
do estaba abierta la celda
y entraron en procesion
con blandones en las manos,
grande aparato y rumor,
las monjas con el obispo
que á la monja apadrinó,
y el coro de los cantores
y el padre predicador.
Y tras muchas ceremonias,
y tras de larga oracion,
llevaron á Beatriz
al ara en que profesó.
Nadie preguntó en la iglesia
si tenia vocacion
para monja la novicia,
ni si iba gustosa ó no.
Hubo por oir y ver
las ceremonias mejor
alfilerazos de á tercia,
grita, vaiven y empujon.
Mucha música de orquesta,
mucho chantre de honda voz,
muchos chicos, muchos calvos,
muchos mozos de intencion
muy profana, y de curiosos
incomparable monton,
muchísima irreverencia
y muchísimo calor.
Y con esta tumultuosa
solemne inauguracion
vió el pueblo una fiesta mas
y Beatriz monja quedó.