El contrato social (1819): Libro III - Capítulo VI

C A P I T U L OV I.

De la Monarquía.

Hasta aquí hemos considerado al Príncipe como una persona moral y colectiva, unida por la fuerza de las leyes, y depositaria en el Estado del poder executivo: ahora tenemos que considerar este poder reunido todo en las manos de una persona natural, de un hombre real que solo tiene derecho de disponer segun las leyes. Esto es lo que se llama un Monarca ó un Rey.

Al reves de las otras Administraciones donde un Ser colectivo representa al individuo; en esta el individuo representa el Ser colectivo: de suerte que la unidad moral que constituye el Príncipe, es á un mismo tiempo una unidad física en la qual todas las facultades que la ley tan difícilmente reune en la otra, se hallan naturalmente reunidas en esta. Así la voluntad del Pueblo y la del Príncipe, la fuerza pública del Estado y la particular del Gobierno, todo corresponde á un mismo móvil, por que todos los resortes de la máquina estan en la misma mano, y todo se dirige á un mismo objeto. Aquí no hay movimientos opuestos que mutuamente se destruyan, y no se pueda imaginar otra suerte de constitucion en la que un pequeño esfuerzo produzca una accion mas considerable. Archímedes sentado tranquilamente en las riberas del mar, y lanzando un gran navío á las olas, se me figura un Monarca hábil, gobernando desde su Gabinete sus vastos Estados, y haciéndolo mover todo pareciendo inmóvil.

Pero si no hay Gobierno alguno que tenga mas vigor que este, tampoco hay ninguno donde la voluntad particular tenga mas imperio y donde domine mas fácilmente: todo se dirige á un mismo objeto, es verdad; pero este objeto no es el de la felicidad pública; y la fuerza misma de la Administracion se inclina sin cesar al perjuicio del Estado.

Los Reyes quieren ser absolutos, se les grita desde léjos que el único medio de serlo, es haciéndose amar de sus Pueblos. Esta máxima es muy buena y verdadera tambien por ciertos respetos, pero por desgracia se hará siempre burla de ella en las Cortes. El poder que proviene del amor de los Pueblos, es sin duda el mas grande; mas es precario y condicional, y jamas los Príncipes se contentarán con él. Los mejores Reyes quieren poder ser malos si les acomoda, sin dexar de ser dueños. Por mas que un orador político les predique que siendo suya la fuerza del Pueblo, su mayor interes consiste en que el Pueblo esté floreciente, numeroso y formidable, ellos saben muy bien que esto no es verdad, por que su interes personal exige primeramente que el Pueblo esté débil y miserable, y que jamas les pueda hacer frente. Yo confieso que suponiendo los vasallos perfectamente sumisos, el interes del Príncipe seria entónces que el Pueblo fuese poderoso, afin de que siendo como se supone suyo este poder, le hiciese formidable á sus vecinos; pero como este interes no es mas que secundario y subordinado, y estas dos suposiciones son incompatibles, es natural que el Príncipe dé siempre la preferencia á la máxima que le es inmédiatemente mas útil. Esto es lo que Samuel representaba fuertemente á los Hebreos, y esto mismo ha hecho ver Machiavelo con evidencia, pues fingiendo dar lecciones á los Reyes, las ha dado mayores á los Pueblos. Así el Príncipe de Machiavelo es el libro de los Republicanos.

Hemos visto que por las relaciones generales la Monarquía no es conveniente sino á los grandes Estados, y lo palparemos claramente examinándolo con madurez. Quanto mas numerosa es la administracion pública, tanto mas el respeto del Príncipe á los vasallos se disminuye, y se acerca á la igualdad, de suerte que este respeto es uno, ó lo que es la misma igualdad en la Democracia. Este mismo respeto se aumenta á medida que el Gobierno se limita; y está en su maximum quando el Gobierno está en manos de uno solo. Entónces se nota una grande distancia entre el Príncipe y el Pueblo, y el Estado se halla falto de trabazon, y para formarla es menester poner clases intermedias como son príncipes, grandes y una numerosa Nobleza para llenarla: y nada de esto conviene á un pequeño Estado al que arruinan estos grados. Pero si es dificultoso que un Estado grande sea bien gobernado, aun lo es mucho mas que lo esté por un solo hombre; y todos saben lo que sucede quando el Rey pone substitutos.

Un defecto esencial é inevitable que hara que el Gobierno monárquico sea siempre inferior al Republicano, es que en este la voz pública no eleva jamas á los primeros puestos sino á hombres esclarecidos y capaces que los desempeñan comunmente con honor, miéntras que los que se ven en los Monárquicos no son continuamente sino unos solemnes enredadores, unos valientes bribones y unos infatigables intrigantes que teniendo poco talento; colocados en altos puestos, no sirven para otra cosa sino para hacer ver al Pueblo su ineptitud tan pronto como los ocupan. El Pueblo rara vez se engaña en esta eleccion, y el Príncipe continuamente. Un hombre de un verdadero mérito es tan raro en el Ministerio monárquico, como un tonto á la frente de un Republicano. Así quando por casualidad uno de estos hombres nacidos para gobernar toma en sus manos el timon de los negocios en una Monarquía casi abismada en un Caos por este monton de donosos regidores, todos sus individuos se sorprenden de los medios de que se vale para levantarla, y esto hace época en un pais.

Para que un Estado monárquico estuviera bien gobernado, era menester que su grandeza ó extension fuese proporcionada á las facultades del que le gobierna; mas fácil es conquistar que regir. Con una palanca suficiente con un dedo se puede bambolear todo el mundo; pero para sostenerle son necesarias las espaldas de Hércules. Por poco grande que sea un Estado, siempre el Príncipe es mas pequeño. Quando al contrario sucediera que un Estado fuera muy pequeño respeto á su Cabeza lo que rara vez puede suceder, tambien entónces estaria mal gobernado, por que la Cabeza siguiendo siempre la grandeza de sus miras, olvidaría los intereses del Pueblo, y no los haria ménos infelices por el abuso de los sobrados talentos que una otra pequeña Cabeza por falta de ellos. Seria necesario, por decirlo así, que un Reyno se extendiese ó se limitase á cada Reynado segun la capacidad del Principe, miéntras que con los talentos de un Senado teniendo medidas mas fixas puede tener el Estado límites constantes é ir muy bien la Administracion.

El mas sensible inconveniente del Gobierno de uno solo es el defeoto de esta sucesion continua que forma en los otros dos una trabazon no interrumpida. Muerto un Rey, es menester otro: las elecciones dexan intervalos peligrosos, y son tempestuosas; y á ménos que los Ciudadanos no sean de un desinteres é integridad de que apénas es susceptible este Gobierno, la faccion y la corrupcion se mezclan bien pronto. Es difícil que aquel á quien se ha vendido el Estado, no le venda tambien á su vez, y que no se desquite con los débiles del dinero que le sacaron los Poderosos. Tarde ó temprano todo viene á ser venal baxo una tal Administracion, y la paz de que se goza entónces con los Reyes, es peor que el desórden de los interregnos.

¿Que se ha hecho pues para prevenir estos daños? Se han hecho las Coronas hereditarias en ciertas familias, y se ha establesido un órden de sucesion que evite las disputas en la muerte de los Reyes, es decir que substituyendo el inconveniente de Regencias al de elecciones, se ha preferido una aparente tranquilidad á una sabia Administración, y se ha querido mas bien tener por Cabezas á unos niños, á unos monstruos y á unos débiles que disputar sobre la eleccion de buenos Reyes; pero no se ha considerado que exponiéndose así á los peligros de una alternativa, se siguen mil daños irreparables. Por eso fue una expresion muy sensata aquella del joven Denis, á quien reprendiéndole su Padre cierta accion vituperable, y diciéndole: ¿Acaso te he dado yo exemplo? Se cuenta que respondió el hijo: Ah! vuestro Padre no era Rey.

Todo concurre á privar de razon y de justicia á un hombre elevado para mandar á otros. Se ponen muchas diligencias segun dicen para enseñar á los jóvenes Príncipes el arte de reynar; mas parece que no les aprovecha mucho esta educacion. Se deberia empezar enseñándoles el Arte de obedecer. Los mas grandes Reyes que ha celebrado la Historia, no han sido criados para reynar, y esta es una ciencia que no se posée jamas ménos que quando se ha aprendido demasiado, y cuya adquisicion se logra mas bien obedeciendo que mandando. Nam utilissimus ac brevissimus bonarum malarumque rerum delectus, cogitare quid aut nolueris sub alio Principe aut volueris. (Tacit Hist. lib. i.)

Una conseqüencia de la falta de coherencia es la inconstancia del Gobierno que arreglándose tan pronto sobre un plan, tan pronto sobre otro segun el carácter del Príncipe que reyna, ó las gentes que reynan por él, no puede tener largo tiempo un objeto fixo ni una conducta consiguiente: variacion que hace siempre al estado flotante de maxima en maxima, de proyecto en proyecto, y que no tiene cabida en los otros Gobiernos donde el Príncipe es siempre el mismo. Así se ve en general que hay mas estratagema en una Corte; y mas sabiduria en un Senado, y que las Repúblicas van á sus fines por miras mas constantes y mejor seguidas, miéntras que cada revolucion en el Ministerio monárquico produce otra en el Estado, por que la maxima comun á todos los Ministros y Reyes es la de buscar en todas las causas el contrapeso de su Predecesor.

De esta misma incoherencia se saca la solucion al sofisma tan familiar de los Políticos reales, qual es no solamente comparar el Gobierno civil al Gobierno doméstico, y el Príncipe al Padre de familias, error ántes ya refutado; sino tambien dar liberalmente á este Magistrado todas las virtudes de que tendria necesidad, y de suponer siempre que el Príncipe es lo que debe ser: suposicion con cuya ayuda el Gobierno real es preferible á todo otro, por que es incontrastablemente el mas fuerte, y que para ser el mejor no le falta sino una voluntad de cuerpo, mas conforme á la voluntad general.

Pero si segun Platon (in Civili) el Rey por naturaleza es un personage tan raro, ¿quantas veces la naturaleza y la fortuna concurrirán á coronarle? Y si la educacion real corrompe necesariamente á los que la reciben, ¿que deberá esperarse de una serie de hombres educados para reynar? Esto es mas bien querer confundir el Gobierno real con el de un buen Rey. Para ver lo que es este Gobierno en sí mismo, es necesario considerarle baxo Reyes limitados o malos, por que ellos subirán al Trono con una de estas qualidades, y sino subidos á él, bien pronto se corromperán.

Estas dificultades no se les han escapado á nuestros Autores; pero ellos las han allanado. El remedio, dicen, es obedecer sin murmullo. Dios da los malos reyes por castigo y es forzoso sufrirlos. Este discurso es sin duda edificante; mas yo no sé si convendria mas bien en el púlpito, que en un libro de política. Que diriamos de un medico que prometiera milagros, y cuya habilidad consistiera toda en exortar al enfermo á la paciencia y conformidad? Se sabe bien que es menester sufrir un mal Gobierno quando no hay otro; pero la qüestion es buscar uno bueno.