- IV -
Otro viaje

A las dos de la tarde del 1.º de noviembre de aquel mismo año caminaba yo sobre un mal rocín de alquiler por el arrecife que conduce a ***, villa importante y cabeza de partido de la provincia de Córdoba.

Mi criado y el equipaje iban en otro rocín mucho peor.

Dirigíame a *** con objeto de arrendar unas tierras y permanecer tres o cuatro semanas en casa del Juez de Primera instancia, íntimo amigo mío, a quien conocí en la Universidad de Granada cuando ambos estudiábamos Jurisprudencia, y donde simpatizamos, contrajimos estrecha amistad y fuimos inseparables. Después no nos habíamos visto en siete años.

Según iba aproximándome a la población término de mi viaje, llegaba más distintamente a mis oídos el melancólico clamoreo de muchas campanas que tocaban a muerto.

Maldita la gracia que me hizo tan lúgubre coincidencia...

Sin embargo, aquel doble no tenía nada de casual y yo debí contar con él, en atención a ser víspera del día de Difuntos.

Llegué, con todo, muy de mal humor a los brazos de mi amigo, que me aguardaba en las afueras del pueblo.

Él advirtió al momento mi preocupación, y después de los primeros saludos:

-¿Qué tienes? -me dijo, dándome el brazo, en tanto que sus criados y el mío se alejaban con las cabalgaduras.

-Hombre, seré franco... -le contesté-. Nunca he merecido, ni pienso merecer, que me eleven arcos de triunfo; nunca he experimentado ese inmenso júbilo que llenará el corazón de un grande hombre en el momento que un pueblo alborozado sale a recibirlo, mientras que las campanas repican a vuelo; pero...

-¿Adónde vas a parar?

-A la segunda parte de mi discurso. Y es: que si en este pueblo no he experimentado los honores de la entrada triunfal, acabo de ser objeto de otros muy parecidos, aunque enteramente opuestos. ¡Confiesa, oh juez de palo, que esos clamores funerales que solemnizan mi entrada en *** hubieran contristado al hombre más jovial del universo!

-¡Bravo, Felipe! -replicó el juez, a quien llamaremos Joaquín Zarco-. ¡Vienes muy a mi gusto! Esa melancolía cuadra perfectamente a mi tristeza...

-¡Tú triste!... ¿De cuándo acá?

Joaquín se encogió de hombros, y no sin trabajo retuvo un gemido...

Cuando dos amigos que se quieren de verdad vuelven a verse después de larga separación, parece como que resucitan todas las penas que no han llorado juntos.

Yo me hice el desentendido por el momento, y hablé a Zarco de cosas indiferentes.

En esto penetramos en su elegante casa.

-¡Diantre, amigo mío! -no pude menos de exclamar-. ¡Vives muy bien alojado!... ¡Qué orden, qué gusto en todo! ¡Necio de mí!... Ya caigo... Te habrás casado...

-No me he casado... -respondió el juez con la voz un poco turbada-. ¡No me he casado, ni me casaré nunca!...

-Que no te has casado, lo creo, supuesto que no me lo has escrito... ¡Y la cosa valía la pena de ser contada! Pero eso de que no te casarás nunca, no me parece tan fácil ni tan creíble.

-¡Pues te lo juro! -replicó Zarco solemnemente.

-¡Qué rara metamorfosis! -repuse yo-. Tú, tan partidario siempre del séptimo sacramento; tú, que hace dos años me escribías aconsejándome que me casara, ¡salir ahora con esa novedad!... Amigo mío, ¡a ti te ha sucedido algo, y algo muy penoso!

-¿A mí? -dijo Zarco estremeciéndose.

-¡A ti! -proseguí yo-. ¡Y vas a contármelo! Tú vives aquí solo, encerrado en la grave circunspección que exige tu destino, sin un amigo a quien referir tus debilidades de mortal... Pues bien; cuéntamelo todo, y veamos si puedo servirte de algo.

El juez me estrechó las manos diciendo:

-Sí..., sí... ¡Lo sabrás todo, amigo mío! ¡Soy muy desventurado!

Luego se serenó un poco, y añadió secamente:

-Vístete. Hoy va todo el pueblo a visitar el cementerio y parecería mal que yo faltase. Vendrás conmigo. La tarde está buena y te conviene andar a pie para descansar del trote del rocín. El cementerio se halla situado en medio de un hermoso campo, y no te disgustará el paseo. Por el camino te contaré la historia que ha acibarado mi existencia, y verás si tengo o no tengo motivos para renegar de las mujeres.

Una hora después caminábamos Zarco y yo en dirección al cementerio.

Mi pobre amigo me habló de esta manera: