Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XLII.

Así se embarcó Cisneros para el África á los setenta y dos años de edad, fortalecido por su fe, vigorizado por su patriotismo, insensible á las privaciones, superior á las contrariedades, sin flaquear por miedo ó desmayo en su entereza de siempre. No descansó en toda la travesía, y aunque las crónicas nos lo dicen, consideramos imposible traducir con palabras lo que pasó en el alma de Cisneros durante aquellas horas interminables, solemnes, eternas. ¿Quién puede sorprender y referir los pensamientos que, como en un océano en donde las olas se alcanzan y atropellan, se agitan en el fondo de un alma arrebatada por una gran idea ó dominada por una gran pasión en el instante mismo en que va á realizar esa idea ó satisfacer esa pasión? ¿Quién nos podria contar lo que pasaba en el alma de César cuando se detuvo en Rávena antes de salvar el Rubicon, ó la noche que desafió la tempestad en un esquife cuando fué á buscar personalmente el ejército que esperaba de Italia para batir á Pompeyo? ¿Quién la ansiedad de Colon cuando buscaba con su genio el mundo que escondian á su vista el abismo del Cielo y el abismo del mar? ¿Quién nos podrá decir los pensamientos de Bonaparte al ir y volver de Oriente, atravesando por entre los navíos de Nelson, ó durante su navegación en su regreso de la isla de Elba?

Durante la travesía oraba Cisneros, es verdad, pero por momentos se le aparecía la costa de África , y ya creia ver á Mers-el-Kebir, ya oir las salvas de sus fortalezas, ora admirar las torres y jardines de Orán, ora recorrer sus pintorescos alrededores. Crecia su entusiamo, se acaloraba su fantasía, juzgábase vencedor y haber ganado ya la ciudad infiel para Cristo y para España. Al fin, entrada la tarde del dia siguiente, se descubrió la costa africana, y ya entre las sombras del crepúsculo se llegó al deseado puerto, viéndose con alegría á las pocas horas que ningún buque, ninguna fusta faltaba de toda la escuadra salida de Cartagena.

La travesía habia sido feliz, y el viento tan favorable, que los marineros decían, quizás por burla, quizás por veneración: ¡el fraile lleva los vientos en la manga!