El cardenal Cisneros/VI
Estaba destinado, sin embargo, Cisneros por la Providencia para servir á su patria y á la Iglesia en puestos más altos. Solia decir el Cardenal Mendoza, cuando echaba de ménos sus servicios en el obispado de Sigüenza, que hombre como aquel no era para estar oculto; aún lo sacarán del Claustro para algun gran cargo, con lo cual ganara muchísimo el bien público, profecía que no había de tardar en realizarse, y que el mismo Cardenal habia de hacer principalmente que se cumpliese.
En efecto, el Cardenal Mendoza, que fué el ardiente sectario, el amigo constante y el Consejero áulico de la Reina Isabel, áun ántes de serlo, y cuando le disputaba el Trono la Beltraneja, así llamada porque los pueblos de Castilla se empeñaron en suponerla, no hija de Enrique IV, sino de su favorito D. Beltran de la Cueva, (que siempre las liviandades de los padres, cuando no en propia expiacion, vienen á parar en la de su inocente descendencia), habiendo pasado del Obispado de Sigüenza al Arzobispado de Sevilla, y de este al Primado de las Españas, por muerte de Carrillo, aprovechó la primer coyuntura para sacar á Cisneros de la oscuridad del Claustro en que se perdían sus dotes extraordinarias. Ocurrió por entónces que el bondadoso padre Fernando de Talavera, religioso de San Gerónimo y Confesor de la Reina, pasó á ser el primer Arzobispo del recien conquistado Reino de Granada, en donde tan necesaria era su presencia para catequizar á aquellos infieles, dejando vacante el importante cargo que ejercía cerca de la santa é inmortal Isabel. Viendo el Cardenal Mendoza atribulada, por carecer de Confesor, á esta noble Princesa de gran inteligencia y de gran virtud, pero sin los desmayos del fanatismo, que son el fruto natural de las debilidades de la carne, le recomendó al Padre Cisneros, sujeto el más á propósito por su talento, por su desinterés, y por su piedad para dirigir aquella augusta conciencia que apelaba á su Confesor, no sólo en sus escrúpulos religiosos, sino en todos los árduos negocios de Estado en que la astucia hipócrita, la ambicion sórdida ó la sándia estupidez, ocultándose tras la austera exterioridad de un Confesor, ligeramente elegido, podia precipitar á la Soberana de Castilla por pendientes y abismos de perdicion.
No era fácil que esto ocurriese en tal caso, pues la Reina Católica acostumbraba examinar por sí á aquellos sujetos de quienes pensaba servirse; pero bueno fué que el Cardenal Mendoza, su Consejero y amigo de todos tiempos, conociera de antemano y le recomendara á Cisneros. Llamóle el Cardenal con un pretexto plausíble á la Corte, y aunque con gran repugnancia, pues temia que por cualquier motivo tuviera que abandonar su soledad queridísima, obedeció el austero Franciscano. Llevóle el Cardenal, como por ocasion, segun dice uno de sus biógrafos, al cuarto de la Reina, y ésta, después de haberle probado en larga y variadísima conversacion, comprendió que no podia elegir para Confesor sacerdote de ilustracion mayor y de virtud más completa.
En vano Cisneros expuso con gran encarecimiento á la Reina que su vocacion era apartarse del mundo y vivir siempre en un claustro, pensando en la salud de su alma; en vano que, por no tener que dirigir conciencias, se habia retirado de Toledo y buscado el solitario retiro de Nuestra Señora del Castañar; en vano que, ahora con más motivo, por no considerarse capaz, insistía en su vocacion, puesto que la vida de los Reyes, por arreglada que fuese, ofrece de continuo accidentes y circunstancias en que necesita un Confesor, no sólo de buenas intenciones, sino de gran capacidad y experiencia consumada; en vano que, para él, era un peligro tener que responder ante Dios de la conciencia de una Soberana que debia dar cuenta de la direccion y gobierno de tantos Reinos. La noble y magnánima Isabel I escuchó sus razones con semblante apacible, se sonrió al ver el justo temor y la humildad reverente del buen fraile, no temió en la limpia y santa honestidad de su conciencia, de sus inclinaciones y de sus propósitos, la inflexible severidad de su futuro Confesor, y contenta de la ilustracion y piedad superiores que en él descubría, le dijo por último, que si antes Dios le habia llamado al retiro, Dios ahora le llamaba á la Corte, y que por lo tanto, desde aquel instante tenia la dirección de su conciencia. Forzoso le fué admitir cargo tan honorífico, delicado y espinoso; pero no lo admitió sin una condición, la de que le seria permitido observar en todo las reglas de su Orden, y que sólo habia de venir á la Corte cuando tuviera precisamente que confesar á la Reina. ¡Nobilísima condición que revelaba el natural humilde, virtuoso y desinteresado del fraile, que huía de la Corte en vez de buscar en ella, y por medio de su alto cargo, honores, medros y prosperidades mundanas para sí y para los suyos, cosa que tanto ciega, aun á los que hacen profesión y hablan tanto de virtud y de pobreza!
Así fué Cisneros elevado en 1492 al cargo de Director espiritual de la gran Reina Católica. Decía de él la virtuosísima Isabel al Rey y á sus Ministros: «Que habia hallado á un hombre de piedad y prudencia admirables.» Y aun en aquella Corte, de donde bajaba para la nobleza y para el pueblo un ejemplo tan vivo y tan constante de virtud y de moralidad, cuando hizo su aparición el nuevo Confesor, con su grave y pálido semblante, con su demacrada y austera figura, con su tosco sayal de Franciscano, sorprendió á todos, y todos le miraron con respeto sumo desde entonces. Parecía un resucitado anacoreta de la Tebaida: era el ideal vivo de un santo [1] .
- ↑ Decía Pedro Mártir, en carta dirigida á D. Fernando Alvarez, uno de los Secretarios del Rey: ¿Praeterea nonne in sanctissimum quedam viras a solitudine abstrusisque silvis, macie ob abstinentiam confectum, relicti Granatensis loco fuisse soffectum, scriptitasti? ¿In istius facies obducta, nonne Hilarionis te imaginem aut primi Pauli vultum conspexisse fateris? — Mártir, Opus, Epist, epist. CV.