Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXIII.

Recientemente incorporada Navarra á España, no habia habido tiempo suficiente para que se verificara la fusión entre los dos pueblos, mucho más cuando vivia el desposeído Rey Juan de Albret, que no cesaba de agitarse en Francia para volver á sus antiguos dominios. Movíanse los emisarios del Rey de Francia en la Corte de Flandes para hacer que el nuevo Soberano español se desprendiera voluntariamente de Navarra, esperando que los Consejeros de Cárlos, Franceses y obligados á Francia en su mayor parte, apoyarían esta solución. Avisaba desde Flándes el Obispo de Badajoz á Cisneros de estas intrigas, y aun manifestando que se debia considerar si el Príncipe tenia justo derecho y titulo á aquel Reino, porque más se debe mirar á la conciencia que á los fines, todavía pensaba que nada debia hacerse en este asunto hasta que Cárlos viniese á España y el Cardenal pudiese aconsejarle [1]. Afortunadamente, la impaciencia de Albret y de los Franceses, sus auxiliares, los perdió, pues queriendo penetrar en son de guerra por las montañas de los Pirineos, contando con que el partido de los Agramontes los apoyase y con el desconcierto que suponian debia de reinar en España durante la Regencia de Cisneros, se encontraron con un cuerpo de tropas españolas, mandadas por el bizarro Coronel D. Fernando Villalba, que los sorprendió entre aquellos desfiladeros, y obtuvo sobre ellos una gran victoria en que quedaron como prisioneros personajes muy calificados de la Corte francesa. Esta batalla, que se dio hacia el 22 de Marzo de 1516, y en que los Españoles desbarataron un ejército de 6.000 hombres, mandados por el Mariscal D. Pedro de Navarra, hizo perder toda esperanza á Juan Albret, que murió de pesar en un rincón del Bearne Cisneros puso al frente de Navarra al Duque de Nájera, que tenia bienes de gran consideración hacia los límites de aquel Reino, y además dejó á sus órdenes al bravo Villalba. Las fortalezas principales del territorio fueron destruidas, porque como decia Cisneros en carta al Rey: Hera cosa muy dificultosa aver de poner en cada lugar gente de guarda, ansí de pié como de caballo, y no bastará gente ninguna para lo proveer, habiéndose de guardar ansí de los mismos naturales como de los que vinjesen de fuera; y de esta manera el rreyno puede estar más sojuzgado y más sugeto, y ninguno de aquel rreyno tendria atrevimiento ni osadía para se rrevelar. Rápida y vigorosamente procedió Cisneros en esta demolición, porque queria al menos evitar á los Navarros la prolongación de un espectáculo que les era odioso, pero que reclamaban perentoriamente las necesidades políticas, de tal manera, que desde entonces, consumado aquel gran acto de previsión, no encontró ninguna seria dificultad para dominar en paz aquellos pueblos. En cambio dispuso, que se aumentasen las fortificaciones de Pamplona, convirtiéndola en una plaza de guerra casí inespugnable. Por cierto que al frente de ella, con gran desacierto, puso la Corte de Flándes á un tal Herrera, aragonés de origen, á quien los naturales odiaban, no sólo por la antipatía que de ordinario existe entre pueblos fronterizos, como eran Navarros y Aragoneses, sino por su condición uraña, adusta y hasta cruel que lo hacia insoportable en su mando. Hizo Cisneros que presentase su dimisión y dejó al frente de toda Navarra al Duque de Nájera; no consintió que el Cardenal Albret, hermano del Rey desposeído, tomase posesión del Obispado de Pamplona cuando el Papa y los Cardenales le favorecían, y tardó mucho en decidirse en favor de Carvajal para reinstalarle en su antiguo Obispado de Sigüenza, porque, según se recordará, las temporalidades del Cardenal de Santa Cruz fueron ocupadas por los mismos motivos que determinaron la guerra y ocupación del territorio Navarro en los días en que, en los campos de batalla, se agitaron aquellas grandes cuestiones entre el Papa Julio II y el Rey de Francia.

Añadamos, para concluir, en esta parte, que el Cardenal se manifestó siempre muy agradecido, y distinguió constantemente al Coronel Villalba, á quien dio la guarda y alcaldía del castillo de Estella, cargo que le duró muy poco tiempo, pues no tardó en morir repentinamente, creyéndose que los naturales del país, á quienes se hizo odioso porque fué el que aconsejó la demolición de las fortalezas de aquel territorio, lo envenenaron [2]. Por cierto que, cuando ocurrió esta muerte, Cisneros formó grande empeño en que los cargos de Villalba pasaran á su hijo, no por razón de favoritismo, sino alegando motivos serios que honraban su patriotismo y enaltecian sus miras como hombre de Estado. Villalba, decia Cisneros, habia sido muy leal y muy diligente servidor de Su Majestad, se habia señalado siempre muy bien en las cosas de la guerra y habia hecho muchos y buenos servicios á la Corona Real, de modo que parecióle que era cosa muy justa proveer sus cargos en la persona de su hijo, y anadia, dirigiéndose á su agente en Flándes Lopez de Ayala, para que se lo repitiese al Rey: «Porque siempre fué costumbre á los rreyes de Castilla hazerlo ansy, y no quitar á los hijos lo que los padres tenian, quanto mas muriendo en su seruicio: y esto conviene á su alteza que ansy se haga, porque pone ánimo á todos los que están en su seruicio de seruir con toda diligencia, y ponerse á qualquiera afrenta y peligro, sabiendo que lo que tienen no les ha de ser quitado á sus hijos: que suplico á Su Alteza lo aya por bueno, porque yo lo provey ansy porque creo que conviene á su servicio» [3]

En la Corte de Flándes no se tuvieron por buenas estas razones, y no se dio al hijo de Villalva lo que Cisneros solicitaba para él, por creerle demasíado joven para cargo tan importante.

  1. Archivo de Simancas. — Estado. — Leg. núm. 496, f. 14 al 18.
  2. Así lo indica Fernando Gonzalez de Oviedo en sus Quincuagenas. Además el jesuíta Alenson en sus Anales de Navarra, dice: "Poco después vino á suceder la muerte del Coronel Villalba, y comunmente se atribuyó á justa venganza del Cielo, por haber sido el executor principal de tantas impiedades después de habérselas persuadido al Cardenal. Algunos sospecharon que el Condestable fué quien se la hizo dar por vengar á su patria de las atrocidades de un hombre tan desalmado, y de la ruina á que la acababa de reducir" (Alenson, lib. XXXV, cap. XX, pár. 3.°)
    Alenson habla aquí como si no fuera español, pero al fin era jesuita, y el fanatismo religioso, como el político, siempre se producen de esta manera.
  3. Carta LXVIII de la Colección de los Sres. Gayangos y la Fuente.