El cardenal Cisneros/LXIV

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXIV.

Compréndese que la cuestión de órden público es la más grave en una nación para todos los poderes interinos. Así es que apénas dominaba Cisneros un conflicto por el Norte, le asaltaba otro por el Mediodía, y si en Galicia ó en Valladolid tenia que combatir á la nobleza, en las provincias andaluzas tenía que enfrenar á la plebe. Málaga se presentó en estado de rebelión por este tiempo, y embarazó grandemente á Cisneros. Tenia el Almirante de Castilla por las antiguas leyes, no sólo la prerogativa de gobernar las costas y tener el mando supremo de las escuadras, sino jurisdiccion criminal sobre todos los matriculados. En Málaga, en Sevilla, en todos los puertos de alguna importancia tenia sus jueces y horcas levantadas, como en señal de autoridad y jurisdicción. Ocurría, sin embargo, que los criminales ó presuntos reos, buscando siempre la impunidad, declinábanla jurisdicción del Almirante ó se acogían á la ordinaria y viceversa, segun de una ó de otra se prometiesen mayor favor. En Málaga rechazaban la jurisdicción del Almirante, y llegó un dia, por fin, en que echaron de la poblacion á los representantes de aquella autoridad. Quejóse el Almirante á Cisneros del ultraje recibido y de la violencia sufrida, reprendió el Cardenal severamente á los de Málaga que se querían tomar la justicia por la mano, cuando, en uso de su autoridad como regente, estaba dispuesto á oirles en razon por los agravios ó perjuicios que sufrieran, pues este era el deber en el Gobierno, como la obediencia era el de los pueblos. La gente alborotada de Málaga poco caso hizo de esta carta, si severa en el fondo, cariñosa y paternal en la forma. Nada contestaron á Cisneros, y los Malagueños quisieron conquistarse las simpatías de la Gorte de Flándes, enviando diputados á Xiebres y demás favoritos del Rey, para obtener su favor en contra de Cisneros. Movidos por los regalos de los Malagueños, y acaso deseosos de crear conflictos y desacreditar al Cardenal, que tal es, en lo comun, el móvil bastardo de los que esperan suceder á un Gobierno, los Flamencos excitaron indirectamente á la rebelion y escribieron cartas que acabaron de enardecer á los rebeldes, de suyo díscolos y bulliciosos, como gente meridional.

Cisneros no quiso dejar impune este atentado, con tanto más motivo, cuanto que los Malagueños, de ruin condicion, á la sombra del motin que todo lo encubre, habian cometido excesos de todo linaje, abriendo las cárceles, menospreciando los tribunales, maltratando sus jueces y atreviéndose como á desafiar á Cisneros, creyendo contar, por supuesto, con la impunidad, gracias á las cartas que hablan recibido de Flándes. Símbolo de su osadía en aquel tiempo, era un cañon mónstruo, que construyeron con el metal que hombres y mujeres á porfia se apresuraron á entregar á la junta rebelde, sobre cuyo cañon se leian estas palabras: por la defensa de la Ciudad de Málaga.

Dispuso Cisneros que D. Antonio de la Cueva, soldado de gran autoridad, reuniese 6.000 infantes y 400 caballos de las milicias recientemente alistadas en el Reino de Granada, y se adelantase con todo apresuramiento con este ejército hacia la ciudad rebelde, tomándola de grado ó por fuerza, restableciendo la autoridad del Almirantazgo y castigando ejemplarmente á los jefes del motin. Los Malagueños, fanfarrones por demás cuando no tenian quien se opusiese á sus demasías, empezaron á temblar; pidieron misericordia y enviaron á la Cueva parlamentarios, para que le suplicasen «hasta de rodillas» que no arruinase una ciudad que era entonces presa de las turbas más desenfrenadas. El general, así solicitado, manifestó que no podia retardar el cumplimiento de las órdenes que tenia, y envió un correo extraordinario á Madrid para recibir instrucciones definitivas. Cisneros no fué ciertamente cruel en las que dio; mandó á la Cueva que siguiese hasta Málaga, que invitase á sus habitantes á rendirse á discrecion y que concediese una amnistía general después de castigar á los autores de la sedicion (cinco eran los cabezas de motin) con la pena á que se habian hecho acreedores.

Buena muestra dieron de sí las milicias del Reino que se juntaron é hicieron las primeras armas en esta ocasíón. Málaga se rindió cuando tuvo noticia que se aproximaban en son de guerra á sus muros: al llegar la Cueva á Antequera salieron ya á buscarle para pedir gracia los emisarios de los sediciosos, y no se habria necesitado de esta demostracion guerrera, concluyendo antes el motin, si no lo hubieran alentado desde Flándes imprudentísimas cartas de los favoritos de Cárlos, de las cuales Cisneros envió copias al Rey, añadiendo amargamente después consideraciones atinadísimas contra esta conducta. «Por aquj pueden ver quand grand daño —decia Cisneros— se sigue á la governacion hacer allá contradiccion de lo que en serujcio de sus altezas y en favor de la justicia acá se prevee con consulta y parescer de unos y de otros, y conociendo las cosas mas particularmente y teniendo dellas la noticia qu'es menester; y ha de creer su alteza sin duda ninguna, que si esto no lo manda rremediar que será forzado que todo se pierda y se distruya, y por ventura venga á tal estado que sea muy dificultoso de proveer» [1].

  1. Carta LXXXIX de la Colección de los Sres. Gayangos y la Fuente.