Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXI.

Con gente tan díscola como la nobleza de aquel tiempo, no se podía tener seguridad en la cuestión de orden público. Ya hemos visto lo que pretendía Protocarrero por la parte de Galicia y ahora vamos á ver en escena á otro ambicioso hacia el Mediodía. Don Pedro Girón, primogénito del Conde de Ureña, casado con una hermana del Duque de Medinasidonia, fué desterrado de España con su cuñado por el Rey D. Fernando, enfrente del cual estuvieron en las luchas anteriores que despedazaron á Castilla. Muerto sin posteridad el Duque de Medinasidonia al regresar á su patria, D. Pedro Giron se apoderó de todos sus bienes por suponer que correspondían á su esposa como única heredera; pero tenía mal adversario en este pleito, pues se creia con derecho á la herencia D. Álvaro de Guzman, casado con una nieta bastarda del Rey Católico, é hijo de la segunda esposa del Duque de Medinasidonia. En vida del Rey Católico, Girón tuvo que resignarse por fuerza, pero, inaugurada la última regencia de Cisneros, creyó llegado el momento oportuno de apoderarse de aquella pingüe herencia, fundándose en que el viejo Duque de Medinasidonia se casó sin dispensa legitima segunda vez con una hermana de su primera esposa, y por lo tanto que su propia mujer, hija del primer matrimonio, era la sola heredera, una vez muerto su único hermano. D. Pedro Girón puso sitio en regla á Sanlúcar, que era, por decirlo así, la llave de los inmensos dominios de aquella casa, y gracias á los auxilios del Duque de Arcos y de Gomez de Solís, Comendador de la Orden de Santiago, que se introdujeron en la plaza sitiada y rechazaron las embestidas de Girón, se tuvo tiempo para avisar á Cisneros de aquella audaz tentativa. El Cardenal, que comprendía la conveniencia de imponerse con una ejemplaridad á todos los nuevos rebeldes, declaró á Girón fuera de la ley, mandó que toda Andalucía sostuviera á los sitiados, y dispuso que Antonio Fonseca, soldado inteligente y valeroso de aquellos tiempos, á la cabeza de un fuerte ejército, ahogara aquella rebelión é impusiera un fuerte castigo á los díscolos. Asustóse el hijo del Conde de Ureña, abandonó á sus soldados y se ocultó en una casa miserable, de la que no se atrevió á salir hasta que obtuvo la gracia del Cardenal, debida á las reiteradas solicitudes de su padre y del Arzobispo de Sevilla, tanto como á las recomendaciones que llegaron de Flándes, de donde el Príncipe le decia que: «en lo de los movimientos fechos por el conde Urueña e por don Pedro Girón bien creemos que con la industria é prudencia de V. Reverendísima estará proveydo y Remediado y que ellos aviendo respecto á su antigua lealtad é fedelidad se abran dexado dello pero sy sobre ello por justicia se oviere de proceder sea con toda templanza e provea en ello como mas vierdes que conviene [1]

No se consideró Girón obligado por esta gracia y tardó poco en presentarse en el mismo Madrid para mover los ánimos en contra del Cardenal, con tanta más cólera cuanto que Cisneros hacia poco caso de este adversario, que no consideraba peligroso; pero emparentado Giron con la mayor parte de la nobleza, quiso interesarla en una gran conspiración. Creia que se podria contar con el Condestable de Castilla, porque el Cardenal quería ocuparle algunas rentas y bienes de que gozaba sin titulo legítimo y que correspondian á la Corona; con el Duque de Alburquerque y el Duque de Medinaceli que temian verse privados de rentas que poseían sobre el dominio real, y por último, con el Obispo de Sigüenza, portugués de nacimiento que reemplazó al Cardenal de Santa Cruz en este obispado y que temia también verse desposeído de su mitra, bien porque los extranjeros no pueden gozar de estos beneficios en España, según la ley, ó bien porque se reinstalase en su obispado á dicho Cardenal, vuelto á la gracia del Papa León X y del nuevo soberano de Castilla, á cuyo lado bullia y se agitaba á la sazón, según avisaban de Flándes á Cisneros [2]. Queria colocar al frente de esta liga al Duque del Infantado, hombre de gran autoridad y de muchos medios, que corria mal con Cisneros desde que éste no quiso casar á su sobrina con uno de sus hijos, prefiriendo al primogénito del Conde de la Coruña, inmediato pariente, pero enemigo también del Duque del Infantado. Fuéronle á buscar á Guadalajara algunos de los conjurados, impacientes de su cooperación, pero en honor de la verdad, allí, en donde esperaban encontrar el más firme apoyo, hallaron el desencanto más cruel, puesto que el Duque del Infantado que odiaba cordialisimamente á Cisneros, conocía mejor que nadie las cualidades, las fuerzas y el poder del enemigo que se proponían combatir y no creia que tuvieran los medios necesarios para vencerlo en la lucha. El Duque del Infantado obsequió magníficamente á los señores de la Liga: allí cazaron, comieron, murmuraron, se divirtieron, y aunque es verdad que algunos de los amigos del Arzobispo se manifestaron temerosos de alguna novedad, no así Cisneros, que los tranquilizaba y les decia sonriendo: «dejad que se diviertan; los mismos gastos que hacen aumentan las dificultades para poderme hacer algún daño.» Cisneros, sin embargo, no porque temiera nada, sino por evitar el mal ejemplo, les avisó particularmente de que sería conveniente para ellos mismos acabar con semejantes conciliábulos, y que si bien no los temia, podria verse obligado á hacerles comprender que aquellas reuniones estaban prohibidas por las leyes del reino, en cuyo caso les daria á conocer su desagrado, no por medios violentos, empleando las tropas y la hacienda del Rey, sino de una manera muy suave, atacándoles en sus propias rentas é intereses. La Liga, pues, de los Nobles, como que no obedecía á ningún pensamiento patriótico, como no tenía tras de si ninguna fuerza en la opinión y como no se fundaba más que en ambiciones frustradas y en codicias no satisfechas ó temerosas de algún perjuicio, se deshizo como el humo. Verdad es que enviaron á la Corte de Flándes á un hombre discreto y hábil, como D. Alvaro Gomez, para que les alcanzase la gracia del nuevo Rey; pero los principales jefes de la Liga, como el Duque del Infantado y el Condestable de Castilla, se rindieron al Cardenal y se procuraron su favor, bien escribiéndole cartas afectuosas, ó bien valiéndose de amigos comunes que sirvieran de intermediarios.

Desde este instante, los Nobles estaban completamente dominados por Cisneros. En vano negaban la legitimidad de su poder, porque se hacia obedecer en todos los casos, y cuentan las crónicas, y acepta la tradición, que disputando un día algunos de estos Grandes con el Cardenal de España acerca de la legitimidad de sus poderes, el valiente Ministro prometió enseñárselos cumplidamente al dia siguiente. Llegado el momento, los llevó á la torre del castillo en que habitaba, les señaló, por las afueras de Madrid, las tropas y piezas de artillería de que podía disponer y que estaban colocadas en orden de batalla, y les dijo: Ved aquí los poderes que me ha dado el Rey Católico, con los cuales gobierno á España y la gobernaré hasta que el Príncipe nuestro Soberano venga en persona.


  1. Archivo de Simancas.— Libros generales de la Cámara, n,° 18, f.º 19.
  2. Archivo de Simancas. - Estado. - Legajo nº 496, fólios 14 al 18.