Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LVI.

Entre tanto, las cosas en Italia no presentaban mejor aspecto para los Franceses. Obtuvieron en un principio la sangrienta victoria de Rávena, pero la muerte de su joven General, Gastón de Fox, que valia por todo un ejército, les hizo perder la campaña. Las ciudades, poco á poco, volvian á la obediencia del Papa, y el Cardenal de Médicis, que los Franceses hicieron prisionero y llevaron á Milán, no tenia tiempo para absolver á los miles de penitentes que se le presentaban. El Concilio cismático de Pisa, que tuvo que huir precipitadamente á Milán y de aqui á Lyon, en medio de la ridiculez más soberana, habia hecho plaza al Concilio de Letran, que se reunió con la mayor solemnidad en la primavera de 1512. No asistieron á él los Obispos españoles, á causa de la guerra que mantenía su nación, pero no faltó el de Vich, como Embajador del Rey Católico, que reconoció el Concilio en nombre de España. Julio II asistió á las cuatro primeras sesiones, y habiendo fallecido á los pocos dias de celebrada la quinta, lo reemplazó en el Pontificado el Cardenal de Médicis, que tanto se habia ilustrado en este tiempo, con el nombre de León X. El Concilio continuó bajo su presidencia, y en las sesiones sucesivas, sobre todo en la octava y novena, se formularon varios decretos de reforma que el nuevo Papa publicó desde luego.

Cisueros se apresuraba á hacer cumplir en toda su diócesis las prescripciones del Concilio Lateranense; pero no puede decirse por eso que nuestro Prelado admitiera sin réplica, por espíritu fanático ó servil, todo lo que de Roma venia.

Nuestro Cardenal fué el que hizo revocar las provisiones que dio la Santa Sede á favor de un poderoso de Castilla, D. Juan Cabrera, Arcediano de Toledo, para que pudiera nombrar coadjutor á título de vejez; el que representó más duramente contra la gran promoción de Cardenales que hizo León X; el que no quiso publicar las bulas de este mismo Pontífice en que se daban grandes indulgencias á los fieles que enviaran su dinero para embellecer la Basílica de San Pedro, diciendo á todos los que extrañaban esta conducta: que alababa á los que con sincera piedad contribuian con sus bienes á este Santo Edificio; pero que no podía aprobar, que por una limosna, que debia ser pura y gratuita, se favoreciese á la relajacion, dispensando en las costumbres antiguas y observancias de la Iglesia; nuestro Cardenal fué, en fin, el que, cuando el mismo Papa León X impuso una contribución extraordinaria al clero español para defender la Iglesia de los ataques que se temian de los Turcos, consintió en que se reuniera un Concilio Nacional en Madrid para representar contra esta exaccion. Por cierto que, cuando el agente de Cisneros en Roma expuso el caso al Papa y el disgusto del Cardenal y de su Clero, se llegó á averiguar, que ni el Concilio ni el Pontífice habian impuesto aquella contribución sino para cuando en realidad los Turcos atacasen á Italia, cosa que no habia ocurrido hasta entonces; sólo que el Nuncio del Papa en España, con exceso de celo por complacer á su señor, habia impuesto propia auctoritate esta carga á la Nación Española.

¡Áh! señores Nuncios, señores Nuncios! ¡Cuánta falta han hecho en este católico país de España Prelados y Ministros como Cisneros, que contuvieran vuestras intrusiones y demasías!