El Cardenal Cisneros: 52

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LV.

Tan pronto como pudo Cisneros desembarazarse de los negocios que le llevaron á la Corte, regresó de nuevo á Alcalá para consagrarse á algunos asuntos de familia y atender á su naciente universidad y á las necesidades de su diócesis. Entonces fué cuando quedó concertado el matrimonio de su sobrina Juana Cisneros con el primogénito del Conde de la Coruña, casa de las más ilustres y poderosas de Castilla, y entonces también cuando socorrió espléndidamente á los pueblos de su diócesis, afligidos de una gran carestía. Cuarenta mil fanegas de trigo regaló á la ciudad de Toledo para que sus Magistrados las repartiesen entre los pobres cuando hubiese escasez, y las recogieran en la época de la cosecha y en la abundancia, con lo cual dio origen á los pósitos, que han sido de tanta utilidad para las clases agrícolas necesitadas, siquiera á su sombra los mandarines de los pueblos hayan hecho muchas veces su agosto. Iguales liberalidades tuvo con Torrelaguna, con el pueblo de Cisneros, de donde descendía su familia, y con Alcalá de Henares, habiendo mandado grabar las Autoridades de esta última sobre el frontón de su municipio, para que diesen testimonio de su agradecimiento inmortal á las futuras generaciones, estos dos versos :

A Etere seu largus, seu parvus decidat imber,
Larga est Compluti tempus in omne Ceres.

No pudo Cisneros permanecer mucho tiempo tranquilo en Alcalá, pues el Rey lo reclamaba con urgencia á Logroño, adonde se había trasladado para atender á la guerra de Navarra, que iba á emprenderse. Constantemente había deseado D. Fernando apoderarse de esta llave de los Pirineos, que abría sus estados á la invasión de la Francia, pero hasta entonces no se le había ofrecido dichosa coyuntura, y aun el motivo que alegó por de pronto, que no era otro que la mera sospecha de que Juan de Albret, soberano de Navarra, apoyase á Luis XII en sus desavenencias con la Santa Sede y con España, no convenció á Cisneros, que en un principio se oponía á la guerra, si bien poco después, cuando se tuvo en la Corte de Castilla copia de un tratado que se suponía concertado entre el Gobierno de Francia y Juan de Albert, apoyó al Rey Católico con todas sus fuerzas y recursos. El viejo Duque de Alba, abuelo del que tanto sirvió á Carlos V en Flándes y á Felipe II en Portugal, entró por tierra de Navarra bajo felicísimos auspicios, y aunque hubo un momento terrible, cuando lo abandonaron nuestros aliados los Ingleses, en que se creyó que iba á caer con todas sus tropas en poder de los Franceses, la llegada de una brillante y valerosa pleyada de nobles castellanos, infundió aliento á su ejército y le aseguró completamente la victoria. Los Franceses se retiraron, y Navarra desde entonces quedó incorporada á los dominios españoles, incorporación que sancionó del modo más solemne el Papa Julio II.