El buey suelto: Al señor D. M. Menéndez Pelayo

El buey suelto de José María de Pereda
Prólogo - Al señor D. M. Menéndez Pelayo(1), Doctor en Filosofía y Letras


Aunque tú nos has dicho, y has dicho muy bien, que «el que lanza al mundo un libro con sus tachas buenas o malas, debe responder de todas, confiéselas o no», quiero, a buena cuenta y por lo que valga, invocarte por testigo de que al borrajear estos cuadros, casi a tu presencia, no me guió el propósito de resolver en ellos problema alguno, sino el de fantasear sobre un tema determinado, con el mismo derecho que han tenido otros escritores para fantasear con opuesta tendencia; y acusarte después, como te acuso, de haber creído y de seguir creyendo que en este rimero de cuartillas, escritas sin plan meditado y verdaderamente a vuelapluma, hay un libro que publicarse, porque, bien leído, no carece de útiles enseñanzas.

Esto dicho sin temor de que me desmientas, declaro que, no obstante lo mucho que pesan tus dictámenes sobre mis pareceres, por esta vez, ateniéndome al mío, diametralmente opuesto al tuyo denunciado, quedáranse estos cuadros, como algunos de sus hermanos mayores, sin ver la luz de la imprenta, a no animarme a publicarlos la esperanza de que el lector ha de perdonar las tachas de la obra, en gracia de lo virgen del terreno en que penetra.

La verdad es que no se explica fácilmente cómo en un país en que tantas agudezas y tantas necedades se han escrito y traducido contra la vida conyugal, ni más ni menos que si esto de casarse los hombres con las mujeres y de proceder los hijos de sus padres fuera moda flamante, sujeta a las humanas veleidades, como el capote ruso o el tupé engomado, no existe un libro en que se narre y puntualice escrupulosamente lo que se divierte un hombre esclavo de las teorías de esos caballeros sublimes que abominan de las suegras, y sueñan con las demasías de los chiquillos, y se pasan la vida haciendo que se ríen de ciertas prosas (sin dejar por eso de aceptar un buen acomodo si se pone a sus alcances), cual si fueran cuerpos santos los suyos, o no hubieran sido antes cuerpos de mocosos, e hijos de sus madres («muy queridas, santas y veneradas» siempre que las dedican sonetos), a la vez esposas y primero hijas; de la cual madera, a mi entender, se hacen las suegras, y continuarán haciéndose mientras siga de moda la familia honrada.

Pues bien: que al lector se le ocurra alguna reflexión por el estilo, después de pasar la vista por este mal ensayo de fisiología celibataria (sigo el tecnicismo al uso), es el único fin a que aspira El buey suelto... al aparecer en las mieses de la república literaria.

Lo serio, lo ingenioso, lo trascendental, el libro, en fin, que se necesita, escríbale quien haya nacido para tan alta empresa.

Entre tanto, hazme la merced de contar estas cosas a quien te diga que valiera más no tocar las castañuelas que tocarlas como yo las he tocado en la presente ocasión, y de aceptar estas páginas como ofrenda que tributa a la gloria más radiante de la Montaña, tu admirador sincero y apasionado amigo.


José María de Pereda


(1) Se refiere a Marcelino Menéndez y Pelayo