El bosque por cárcel

El bosque por cárcel


El caballo en que iba sujeto Próspero, galopó largamente. Un indio que montaba otro caballo llevaba en su diestra la jáquima del corcelprisión. Y así avanzaron el cautivo y los indios durante dos horas.

Detúvose la ligera caravana. Entonces, el indio conductor desató las correas que sujetaban las piernas de Próspero y le ayudó a descender.

Aquel hombre no era argentino, no era indio. Había nacido en Rusia. Escapando de las persecuciones de la policía autocrática, anduvo por las tierras, navegó por los mares, y sufrió inmensos martirios. Acabó por ir a Buenos Aires. Su odio a la raza que le había criado, le mantenía en el ansia del anarquismo. La policía bonaerense, le expulsó de la ciudad federal. Logró evadirse de las prisiones en que estaba, caminó por el río Paraná, en un barco de aventureros contrabandistas. Arribó a Corrientes. De allí buscó la orientación del Chaco, y llegó a ponerse a contacto con los indios rebelados. Llamábase Rumirat Genieft.

La habilidad de los eslavos para aprender lenguas extrañas, le hizo conocer en poco tiempo el dialecto quichua y el guaraní. Más tarde, manejó los vocabularios de las diferentes indiadas. Por ser hombre de gran cultura, especializada en las industrias, fue muy útil en los ranchos. Así se le confiaba toda misión difícil. El espíritu de destrucción social y humana, que palpitaba en el alma del ruso desnaturalizado, le había convertido en elemento capaz para toda empresa criminal.

Cuando Próspero se halló con sus pies sobre la tierra, pensó cosas extrañas. Imaginaba él torturas y afrentas. ¿No valdría más morir matando? Buscó en el bolsillo de su chaqueta la pistola que le dieron en la Agencia Consular de Resistencia. La pistola había desaparecido.

Y adivinando Rumirat Genieft los propósitos del mozo, dijo:

-La pistola no está donde tu crees. Te la hemos quitado. Solo ese movimiento de tu mano, me ha hecho entender lo que pensabas.

Y esto lo decía Rumirat Genieft en perfecto castellano, con cierto dejo catalán, porque el ruso había permanecido varios años en Barcelona.

Próspero replicó:

-Si me vais a matar, hacedlo pronto. Lo único que os pido es que no seáis crueles en la muerte.

Rumirat Genieft, contestó:

-¿Quién habla de matar?... Las órdenes que tengo respecto a ti, son de conservarte en vida, protegerte, rodearte de las posibles comodidades, que no serán muchas en el bosque... Hasta que venga Presto Culcufura, nuestro jefe, solo habrás de esperar en este ranchito que aquí ves.

No lo veía Próspero; pero entonces, surgió la luz de dos antorchas resinosas, sostenidas por las manos de dos indios. Apareció en ese momento una chozuela de troncos y bálagos, en la que había un camastro de hierbas, un frasco grande lleno de agua y una cesta, que debía contener provisiones alimenticias.

Rumirat Genieft, añadió:

-Esta será tu casa, o, mejor dicho, tu palacio. Toma este pito de carretilla (y le entregó el instrumento de que hablaba). Si te sientes enfermo o te ocurre algún peligro, silba en ese pito y vendremos para servirte y socorrerte. Si no nos llamas, no acudiremos, porque la orden que se nos ha dado es que reflexiones en la soledad y te vayas haciendo cargo de que, sin nosotros nada conseguirás. Si nuestro jefe, Presto Culcufura, no lo decide, aquí llegarás a viejo...

Próspero no quiso responder. Considerose definitivamente secuestrado.

Y el ruso concluyó:

-Cada mañana vendrá un indio a mis órdenes a traerte los comestibles: un churrasco de vaca, un pan, un pedazo de queso y unas frutas. También te dejarán un frasquito de vino de Mendoza, que aquí lo tenemos y lo usamos. ¿Quieres algo más?

El silencio de Próspero significó una protesta digna contra las miserables coacciones.